IX GRAN TRAIL DE SOBRARBE, mi primera "ultra"

la_hansen
Carreras de montaña
04/07/2017

Hace algo más de un año participé en el encuentro de corredores en Sin organizado por Rafa Esteruelas. La idea era dar a conocer las novedades del recorrido del Trail de Sobrarbe. Yo esta prueba no la conocía, había oído hablar de ella de refilón a Quique Toledo durante una cena en el Dúo, pero no me cosqué y al final no me apunté a ninguna de las distancias, que ya es raro, con el poder de persuasión que tiene este Quique (“Permíteme que insista”).

Durante este encuentro, en el que estuve también con Elsa (que fue la que me animó a apuntarme) y Ramón Ferrer (Sin es su tierra natal), realizamos diferentes rutas, subimos al Ibón de Plan y también al Collado de la Cruz de Guardia. Me quedé totalmente prendada de la Bal de Chistau, de los pueblecitos, del entorno, del paisaje, y lamenté no haberme apuntado a la carrera. Fue un gran fin de semana, la verdad.

Así que este año, en cuanto abrieron inscripciones, no lo dudé. Me apunté al Gran Trail, 71km con algo más de 4000m de desnivel positivo. Era una barbaridad, pero después de Tucas y del Long Trail de Guara Somontano, quería ir un poco más allá, y estrenarme en una ultra con una distancia y desnivel “asequibles”, en una carrera casi familiar y en un entorno espectacular. Y que además por tiempo de corte máximo (14h) garantizaba que fuera realizada sólo de día. Es decir, que tenía su dureza, pero no alcanzaba los 100 km ni me implicaba pasar ninguna noche en vela.

Poco a poco fue pasando el tiempo, y a lo que me quise dar cuenta, apenas quedaba un mes para la prueba. Tres semanas antes participé en las Crestas del Infierno (que salió de aquellas maneras) y una semana después, fui a la Carrera por Montaña Peña Canciás que se realizaba en Fiscal. En ambos casos, distancias mucho más asequibles (30km), pero con la idea de llegar “bien” a Sobrarbe. Yo estaba cada vez más nerviosa, y curiosamente, más que a la distancia, le tenía miedo a perderme. La filosofía de esta carrera es seguir senderos marcados por señales GR y PR, aunque es cierto que ciertos puntos venían reforzados por cintas. ¿Y si me liaba?¿Y si me iba para otro lado?

Mis padres estaban algo acojonados. Llevan tiempo insistiéndome en hacerme una prueba de esfuerzo, y no les quito razón: con semejantes achuchones, no está de más saber cómo va uno… por si acaso.  Yo hacía que sí con la cabeza pero al final no me la hice. Confiaba en mi criterio, en dosificarme, y en no forzar más allá de lo razonable.

El viernes previo a la prueba fueron para Aínsa Quique Toledo, Chevy, Jordi y Corle. Yo iba también el viernes, subí con Raúl, que se llevó la bicicleta para entretenerse y machacarse un poco en las largas horas de espera de mi prueba. Ya salimos tarde por mi culpa, que me entretuve más de lo que hubiera querido preparando todo y casi no termino. Madre mía, ¡que parecía que me marchaba un mes al extranjero! La ida a Aínsa fue… accidentada. Había estado haciendo muchísimo calor los días precedentes (lo que auguraba un día caluroso), y el coche se recalentó. Comenzó a subir la temperatura del motor y tuvimos que parar. No había agua en el circuito de refrigeración, de pura chorra estábamos relativamente cerca de una fuente, y tras varias intentonas, rellenar el circuito, y recolocar un tubo que se había salido, pues al final el coche respiró y pudimos llegar, eso sí a las 10 de la noche. Jordi y compañía estaban listos para cenar (ya se habían pimplado unas cuantas cervezas a lo largo de la tarde). Comentamos un poco la estrategia de carrera. En realidad, aunque la idea original era ir en grupeta, estaba claro que ahí cada uno debía tirar de sí mismo.

Yo me había llevado los bastones, unos cutres del lidl que estrené en Crestas del Infierno: tuve la mala pata de que la goma interior de uno de ellos se partiera, y eso me obligaba a llevarlo permanentemente desplegado. Le dije a Jordi que era un soberano coñazo, y que me estaba planteando seriamente ir sin ellos. Me dijo que en los pechugazos para arriba, que los había, se agradecían, pero no las tenía todas conmigo…

Al final Raúl y yo dimos una minivuelta, no quise cenar en el hotel porque necesitaba despejarme mínimamente. Me echaba a dormir a las 00.30, después de haber dejado todo meticulosamente preparado. Si hasta iba de estreno: una falda monísima hawaiana de Sural. Lo que fuera para motivarme, jajajaja.

Sonó el despertador a las 4:30. Nos marchamos los andandaeh hacía la salida, donde daban un desayuno precarrera. Nos cruzamos con unos borrachines frente al hotel, iban descojonados, supongo que de ver a tanto loco en mallas a esas horas… no teníamos muy claro si nos reíamos de ellos o ellos de nosotros… Finalmente, no me llevé los bastones. Yo llegaba nerviosa, y apenas me tomé un café y una magdalena. Vi a Clara, con su falda Sural también, y que como yo se enfrentaba a los 71 km (el año pasado hizo la maratón, que compartía recorrido con la ultra hasta Plan; este año sin embargo la maratón obviaba los 25km inciciales de la ultra). Más conocidos, amigos, compañeros. Risas nerviosas y fresquete, que se agradecía.

A las 6 de la mañana lanzaron el cohete de salida, que era neutralizada hasta el primer km. La gente empezó a correr como locos por las calles de Aínsa, mientras el corazón ya me daba volteretas de puro nervio. Jordi se quedó rezagado, mientras Chevy y Quique tiraban para adelante. Iban más fuertes. Comencé a hablar con un chico de Alicante, con un señor de Jaca. Esos km eran correderos, mucho, En mi mente, un mantra: “Dosifica”. Quedaban muchos km por delante. Y horas, muchas horas.

En mi reloj, había optado por descargarme el track de la carrera y llevarlo visible, sólo veía el camino que debía seguir, no los km o el tiempo que llevaba corriendo (aunque cambiando la pantalla podía mirarlo). No quería saber lo que llevaba, lo que quería era centrarme en el camino que tenía por delante y olvidarme de cronos y km. Por supuesto vigilando que no me pillara el globo de tiempo límite, pero sin rayarme.

Alcanzamos ya un camino de tierra. Eran poco más de las 6 y ya estaba sudando. Había algo de humedad y sí, iba a hacer calor. Corle se puso a mi altura, parecía que llevábamos un ritmo similar. Mario pasó junto a mí, me preguntó que qué tal. De momento, bien. Coincidí con una corredora (Flora), era su primera carrera más allá de la maratón de montaña.

La marabunta de corredores (cerca de 300) invitaba a correr animadamente sin bajar el ritmo. Vi por delante a Clara corriendo junto a Sergio Lanuza, llevaban buen ritmo. Alcanzamos en una subida tendida El Pueyo de Araguás y Araguás, y tras 15 recorridos, Laspuña, primer punto de control y primer avituallamiento. Había bebido bastante agua, así que rellené botellines, y me tomé una cápsula de sales. Llevaba unas cuantas, que con lo que estaba sudando más me valía reponer, y además según me comentaba Jordi era muy importante. Ahí vi a Clara, estuve un rato con ella y arrancamos a la par hacia Badaín. Había trascurrido una hora y media aproximadamente e íbamos una hora por debajo del corte. Yo no quería llevar un ritmo frenético, pero sí quería tener holgura sobre todo al principio porque sabía que lo necesitaría en los tramos más técnicos y sobre todo con el paso de los km y el inevitable cansancio. Todo lo que ganara ahora, sin fundirme, me vendría bien. Corle se me había descolgado por delante y a Jordi no lo veía. Volví a ver a Flora, que llevaba un ritmo muy similar al mío. No tenía idea de ir con nadie, simplemente ir haciendo caso a las señales de mi cuerpo y encontrar mi ritmo, y si coincidía con alguien, pues bienvenido fuera. Alcanzamos el segundo punto de control en Badaín, donde el sol ya lucía con todas sus fuerzas, y donde prácticamente seguía empapada de sudor. Llevábamos ya 25 km, y obviamente, mis piernas lo notaban. Salvo las dos carreras mencionadas, hacía días que no superaba esa barrera de km. Curiosamente, me dolían los cachetes del culo.

Perdí de vista a Clara. En un punto del recorrido, no recuerdo cuál, di un paso en el camino e hice que se desprendieran un montón de piedras, Flora y otro chico más se volvieron acojonados pensando que me había caído.

Emprendí la subida hacia el collado de San Miguel, donde me topé con Clara, había bajado el ritmo por una pájara. Le pregunté que si estaba bien, que si necesitaba algo, y me dijo que poco a poco se iría reponiendo. Coronamos el collado a 1.325 m y comenzamos a descender hacia Saravillo. Antes de comenzar a bajar, alcé la vista, y admiré el paisaje. Simplemente espectacular. Una corredora extranjera iba a mi par y se paró a hacer alguna foto.

10 km después alcanzábamos Saravillo, nuevo punto de control. Desde aquí comenzaba la subida hacia el Ibón de Plan, subida que ya conocía del encuentro de corredores. Alcanzado el ecuador de la carrera, las piernas iban bien por lo general. Se cargaban algo en algunos momentos pero trotando conseguía “soltar” un poco. Volvía coincidir con Clara, que marcaba buen ritmo en la subida. También una corredora con la que coincidí en Fiscal.

Antes de alcanzar el ibón, pasamos por el Refugio de Labasar, nuevo punto de control. Aquí puse a cargar el suunto. Si, tal cual. Llevaba una pequeña batería externa, y tal y como me dijo Gorka de mi club, lo de cargar el reloj durante el entreno, funcionaba. De hecho, km antes Clara había hecho lo mismo con su Polar. Así que dicho y hecho. Enganché la batería al reloj y lo coloqué en la mochila. Clara tiró para adelante hacia el Ibón y yo tomé algo, tiraba de barritas, las Clif me van muy bien. En los avituallamientos rellenaba botellines, que se mermaban considerablemente porque bebía mucha agua, y además me bebía algún vaso de agua e isotónica. Eso sí, ni rastro de coca cola, que tan bien me sienta en estas pechadas.

Fui hacia el Ibón. De frente venían corredores que enganchaban el mismo camino pero luego se desviaban hacia la derecha para descender por el PR hasta Plan. Me crucé con Juanjo y Mónica, que estaban pasando el fin de semana ahí. También me crucé con Quique, que dijo que iba fundido, pero la verdad que lo vi bastante bien. Y llegué al Ibón, a la Basa de la Mora. Un rincón espectacular que ya tuve la suerte de conocer y disfrutar, y por fin el ansiado photocall, de las pocas fotos que tengo de carrera pero que mejor refleja cómo me encontraba.

Photocall en el Ibón de Plan. Muy muy feliz (y mira que me están fastidiando la foto por detrás, jajajaja)

Tras pasar por el ibón, seguí hasta el PR, para comenzar el fuerte descenso. Recordaba este descenso: el año anterior en la quedada las pasé más put** que Cascorro, soy muy mala bajando y me ponía muy nerviosa. Ahora, con 40 km en las patas, y no recuerdo cuántas horas, me vi hasta mejor. A algún corredor que venía por detrás lo dejaba pasar, iba a mi marcha, con cuidado y procurando perder el miedo. Poco a poco, sin pausa. Aun con todo, me di un culetazo en una zona pedregosa. Una corredora que iba con su pareja no quería pasarme, pero le dije que adelante, prefería ir sin agobios, que así bajo mucho mejor.

No recuerdo si fue en este punto, pero coincidí con una corredora extranjera, holandesa. Comenzamos a hablar en inglés (yo “de aquellas maneras”) mientras me estrujaba el cerebro para pronunciar correctamente mientras vigilaba dónde ponía el pie. De vez en cuando, nos cruzábamos con senderistas que al pasar nos aplaudían o nos animaban. También coincidí con un señor que iba con gorro blanco, bajaba lento porque la rodilla le molestaba, según él porque tenía 61 años y no le sentaba bien. “¿Y la otra rodilla?” “También tiene 61 años, pero le sienta mejor”. Llegando ya a Plan, nuevo punto de control, me dijo de entrar corriendo un poco. Eran cerca de las 2 de la tarde, caía un sol a plomo, y ya habían transcurrido cerca de 8 horas desde la salida. Rondaba el km 50, y empezaba a adentrarme en “terreno desconocido”.

Vi nuevamente a Clara, había tenido una caída cruzando uno de los ríos, y se había golpeado en la espinilla. Había coca cola en el avituallamiento, casi se me saltan las lágrimas, hasta ahora no había visto en ninguno de los precedentes, y la coca cola será mala, pero madre mía lo bien que me cae en este tipo de carreras. Con su cafeína y ese chute de azúcar, me resucita. Tres vasos me pimplé entre pecho y espalda. Yo aproveché para ir al baño, y aunque había pasta para comer, preferí seguir tirando de barritas, que un plato de pasta como que no me entraba. Me encontré con Mario, había estado pocho de las tripas y aunque había intentado recuperar, finalmente se retiraba. Una decisión dura, pero a la vez sensata. Otro corredor con el que había coincidido intermitentemente en la carrera me dijo que se retiraba también (el que seguía era el alicantino, y eso que tuvo una caída y se dislocó un dedo). Comiendo macarrones me encontré a Ángel Hernando. No iba bien, según dijo, es un titanaco de la cabeza a los pies (se lo dije), pero ese día no estaba al 100%, pero había decidido proseguir. Clara me dijo de arrancar, tomándonos con calma la subidita hasta Gistaín, que prometía ser maja maja.

Y comenzamos a subir, pasando por una fuente que nos refrescó un poco. Con el sol dando en la cabeza y con el cansancio normal después de varias horas haciendo el cabra por ahí, guardábamos silencio, si acaso algún resuello o resoplido y poco más. “¿Cómo vas?””Pufff”. Hacía calor, mucho calor, y seguía tomando de manera intermitente mis pastillas de sales. “¿Pero qué llevas colgando en el reloj?”, me preguntó un corredor. Jajajaja, el cargador. Visto el nivel de batería, ahí ya dejé de cargarlo, parecía que había funcionado el truco.

Pasado Gistaín, llaneamos con alguna subida y bajada hacia Serveto. Yo iba a la par con Clara, caminando y medio corriendo, más bien caminando, entre senderos y más calor. A veces trotaba para soltar, pero intentaba recuperar. Con la calma que hiciera falta, hasta que alcanzamos Serveto, y un nuevo punto de control. Vuelta a llenar los botellines, comí media barrita, y proseguimos hacia el ascenso al Collado de la Cruz de Guardia (2.104 m). Hablaba con Clara, comentábamos lo que podríamos tardar en hacer lo que quedaba, quizá un poco más de 2 horas, pero quedaba la subida… Algunos puntos de este recorrido me sonaban del encuentro de corredores. Otros me sonaban pero Clara me confirmaba que no habíamos pasado por ellos. ¡Buena cabeza la mía!. Antes de comenzar la subida, que picaba para arriba, había un avituallamiento extra, donde el agua de los voluntarios fue bienvenida. Aquí volvimos a cruzarnos con Ángel y con Flora. Y tiramos para arriba. La subida no tenía ni una sola sombra... y entonces unas nubes nos dieron algo de tregua, refrescando un poco el ambiente.

Sin bastones, era algo duro, pero poco a poco alcanzamos la cumbre, donde yo esperaba ver a Ramón Ferrer. Lamentablemente, se había marchado… y es lo que tiene ser lenta. ¡¡Una pena!! Un voluntario me preguntó que qué quería. Le respondí: “Morir lentamente”, mientras reíamos. Ya eran algo más de 62 km, y no quedaban más que 9 en descenso hacia Bielsa. Ahí le dije a Clara que hasta luego, que ya nos veríamos, porque baja muy bien y yo simplemente quería sobrevivir a la bajada sin caerme.

Comenzamos el descenso. Dolían algo los pies, al pricipio cual Chiquito de la Calzada (rosas de los voluntarios cuando hice la analogía) pero me fui soltando y fui cogiéndole gusto a la bajada, que nuevamente, recordaba mucho peor en el encuentro de corredores. Me topé con Clara en un par de ocasiones, y adelanté a unos pocos corredores que caminaban. Pasaba junto a ellos como una loca, mientras les decía “Vengaaaa, si no queda nada”, correteando en la bajada a lo que daban mis piernas (que ya era lo justo). Llegaba a las calles de Bielsa cerca de las 7 de la tarde, y los pocos metros que me quedaban ya se me estaban haciendo eternos.

Aplausos de la gente, y si, finalmente, crucé la meta en 12:55:55. Mientras me colocaban la medalla de allegadora, y me quitaban el chip del tobillo, se acercó Isabel de TRZ a felicitarme con una amplia sonrisa y a darme un abrazo. Había corrido el trail de 22 km y había ganado. ¡¡Una máquina!!

Llegué con las reservas ya justas, casi sin asimilar lo que acababa de hacer. Me senté en un bordillo mientras un chico de Cadrete me acercaba dos vasos de coca cola, y me comí unas gominolas junto a Miguel Ángel, que se había accidentado un poco en su carrera. Estuve un rato con ellos, y hablé por teléfono con Raúl, que estaba más fundido que yo, y que vino a buscarme. Total que él creyó que yo llegaba al bus de bajada a Aínsa y yo creía que él subía.

Me encontré con mis compañeros de club, Chevy lo había hecho muy bien, Quique había entrado un poco después, Corle no había llegado al corte en Plan, y Jordi estaba por llegar (Jordi quizá no tuviera su día en carrera, pero ha hecho Montblanc, ahí queda eso...). Fui saludando a amigos y conocidos, a Alberto Nuño, que había hecho la maratón, y a otros tantos corredores con los que me había ido cruzando por el camino. Volví a ver a Juanjo y Mónica.

Mis palabras literales fueron: “No hago una ultra en mi puñetera vida”, me daba fatiga sólo de pensarlo, y eso se esfumó como a la hora o así, cuando pasado el dolor inicial, empecé a saborear las emociones y los sentimientos generados durante el día. No pude ver a Clara, había entrado algo antes que yo en meta, me apetecía darle un abrazo. Sí que vi a Rafa Esteruelas y a Marta Gistas, habían hecho doblete en el podio. Les comenté mis temores para la Vuelta al Aneto (ellos la corren, Marta ya la hizo el año pasado), sobre todo que se me hiciera de noche (el cierre de meta es a las 3 de la mañana). Por no hablar de Salenques, claro…

Bajando a Zaragoza, me quedé totalmente sopa en el coche, si es que tenía un sueño encima que no me tenía. Me eché a dormir y caí roque al nanosegundo, mientras las piernas me hacían algún movimiento involuntario. Al día siguiente, mucho más despejada, aún tuve el valor de salir a trotar unos 25 minutos. La idea era soltar las piernas. Curiosamente no las llevaba mal del todo, al fin y al cabo había dosificado 71 km a lo largo de muchas horas. Alguna rozadura, eso sí, de tanto rato con la mochila, y alguna uña que amenazaba con ponerse morada, vamos, lo habitual. Porque sí, habían sido 12horas, 55 minutos y 55 segundos (con unos 500 metros menos de desnivel de lo estimado), pero no, no estamos corriendo todo el rato. A veces sí, a veces nos paramos, a veces andamos muy lento. Pero casi 13 horas maravillosas, y disfrutadas de principio a fin.

¿Qué puedo decir tras mi debut en la larga distancia? Pues la verdad, que me ha entusiasmado la experiencia. Me considero muy diésel, y el reto de afrontar una larga distancia tirando mucho de cabeza, me fascina. No soy una heroína, no, y sé que habrá mucha gente que me considere una loca por afrontar semejantes kilometradas (las hay incluso mayores). Yo sólo puedo decir lo feliz que fui durante esas trece horas, a pesar de los calores, de los dolores, del cansancio… Fui muy feliz, esto me hace feliz, y espero poder disfrutarlo durante mucho tiempo. Estoy contenta con mi carrera, con cómo me dosifiqué, de llevar bien la alimentación, la hidratación, de no experimentar graves molestias, y sobre todo, de saber no forzar la maquinaria. En plena vorágine de carreras, es fácil dejarse llevar y pasarse de frenada. Lo dice alguien que hizo la friolera de 29 carreras el año pasado, ejem ejem… Y acabé con fascitis plantar…

Sin embargo, he intentado ser progresiva, yo creo que lo más bonito de todo esto es ir quemando etapas poco a poco, ir probándote, probando objetivos, y finalmente, llegar a aquello que te hace feliz y que más te gusta. Yo ahora mismo me veo incapaz de volar en una 5k como aquella San Silvestre de La Puebla de 2015, y por eso, para mi tiene muchísimo mérito correr cortas distancias a grandes velocidades. Es muy sufrido. Sin embargo, yo llevo mejor enfrentarme a mayores distancias… Lo importante no es la distancia, o el desnivel, o incluso el terreno. Lo importante es que encuentres aquello que te apasiona y que te hace feliz.

Tengo que dar un enorme GRACIAS en esta crónica a todos y cada uno de los voluntarios que me encontré a lo largo del recorrido, a los que jamás les faltó la sonrisa, ni las palabras de aliento, del primero al último, con absolutamente todos los corredores. Se agradece mucho, vuestra labor es importante e imprescindible, marcan la diferencia, ese cariño, esa cercanía… MIL GRACIAS. Gracias a la organización por hacer el esfuerzo de organizar una carrera tan familiar, tan bonita, que me ha dejado tan buenas sensaciones.

Enhorabuena a todos los allegadores de todas las distancias, a todos los ganadores, y sí, enhorabuena a los que no pudisteis completar el reto. Porque es muy duro tomar la decisión de abandonar una carrera por la que llevas meses preparándote. Va sobre todo por Mario y Sergio Lanuza (no supe que no había podido terminar hasta mucho después). Carreras hay muchas, más o menos especiales, pero muchas. Vosotros sois únicos e irrepetibles, y como tal… debéis cuidaros. Encontraréis el momento, tomasteis una sabia decisión. Dura, pero sabia.

GRACIAS a mis azulillos por descubrirme estos mundos. La bestia ultrera se estaba gestando, y estaba por llegar. De momento poco tiene que ver con vuestras pechadas, pero he de admitir que la experiencia me ha encantado. Sois la caña.

GRACIAS Isabel por preocuparte por mí en meta. Fue bonito encontrarme con tu sonrisa, de corazón.

A mis padres GRACIAS por su paciencia. Es chungo oír a tu hija que hacía cero deporte en tiempos decir que se va a hacer 71 km a lo loco…. Bueno, a lo loco loco… que ya llevaba alguna pechada gorda…

Cierro esta crónica con una mención especial a una persona que ya conocía pero que ha sido mi “redescubrimiento”. CLARITA, va por ti. Dijiste que te hacía ilusión salir en mi crónica pero es que lo mereces. Mil gracias por ofrecerme tan buenos momentos en carrera y por hacer que las casi trece horas pasaran volando. Es complicado encontrar a alguien que lleve tu ritmo exacto, pero tú y yo nos fuimos encontrando por el camino de manera “natural”, y eso es cojonudo. Ni forzamos el ritmo de la una ni hicimos que aflojara. En las bajadas te perdía la pista y luego nos volvíamos encontrar, y volvíamos a reír, y cada vez veíamos más cerca que íbamos a cumplir nuestro objetivo. Muchas gracias, de corazón, eres una gran mujer y una gran luchadora, no dejes de soñar y de cumplir objetivos y grandes retos. Ha sido un honor poder compartir esos momentos contigo.

Poco más puedo añadir después de semejante tocho. Simplemente, animaros a que no dejéis de soñar y de sonreír, porque la verdad que merece la pena. Próxima gran parada: la Vuelta al Aneto. ¡Al lío!

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