9ª ULTRA TRAIL GUARA SOMONTANO, mi primera ultra... de verdad

la_hansen
Carreras de montaña
30/10/2017

Las inscripciones salieron, como siempre, a principios del año. Me pillaba que estaba ya con la ultra de Sobrarbe y la Vuelta al Aneto, y en un ramalazo de racionalidad decidí no apuntarme, a pesar de que Quique y Tricas (apuntados) decían “lo bien que nos lo íbamos a pasar”. Venga, vamos quemando etapas poco a poco, no nos vengamos arriba, ejem ejem.

Como era de esperar, las inscripciones volaron, yo me quedé sin plaza, y aun con todo, decidí apuntarme a la lista de espera “por si acaso”. Me decía Óscar “Tú entrena, no vaya a ser que te toque”, pero la cosa estaba complicada, que ya éramos bastantes en lista de espera (50 como poco).

Pasaron los meses, pasó Sobrarbe, pasó el Aneto, y justo después del Aneto, una vez que se me olvidó el “no vuelvo aquí en mi puta vida”, lamenté no haber estado apuntada a Guara. Ya que estaba en harina este año, era una buena manera de terminarlo: una ultra “asequible”, que empezaba por la mañana, que no implicaba dos noches en vela… Cosas incomprensibles para el común de los mortales. Y empecé a llorar por las esquinas. Ay ay ay que me arrepiento, ay ay ay que no me van a coger, ay ay ay

Lo de la ultra era algo que me rondaba por la cabeza casi desde que entré en contacto con los andandaeh. Es más, mis palabras literales a Iván, justo antes de entrar en su grupo de entrenamiento, fueron: “Yo lo que quiero es correr una ultra”. El reto mental (amén del físico) que implicaba me llamaba poderosamente la atención, por no hablar de los relatos de Alma Obregón con los que había retroalimentado a la bestia (de mi interior).

Llegó septiembre. Miro mi correo el lunes por la mañana, y veo de repente un correo de la organización, que se había colado a la bandeja de correo no deseado, en el que creo entender que “debido al número de bajas, puedes inscribirte”. Empecé a brincar como una posesa… luego comprobé que era un correo del viernes, y que tenía tres días para decir que sí.

-Ay ay ay que me ha tocado y me he enterado tarde.

-¿Pero qué pasa? (me decía un compañero).

-Que voy a correr 100km. Ay ay ay que me da algo (esto no es dramatización, es realidad).

-¿Y estás brincando? Madre mía, yo estaría llorando.

Después de varios correos, ya había formalizado la inscripción.

-Raúl, ¿te acuerdas que te dije que me había apuntado a una ultra por si acaso?

-Sorpréndeme.

-Es una oportunidad de oro, no la puedo dejar escapar.

-¿Seguro que no estabas ya apuntada?

Madre mía, ¿y ahora qué preparaba? No tenía ni alojamiento. Al final Natalia (que corría la Long de 52 km) y yo teníamos noche para dormir el sábado en el mismo sitio que Tricas y Quique, el albergue Crux en Adahuesca. El viernes estaba la cosa más complicada, lo más factible era el camping. Y en cuanto a correr… correr lo que se dice correr, corrí poco en septiembre: La Transchinepro Trail en Javierrelatre (me había tocado un dorsal) y la Boalares Trail, pero aparte de eso, pocas tiradas largas hice, y me hubiera apuntado a algo más montañero, pero no me quedó tiempo recién llegada de vacaciones entre pueblo y pitos y flautas.

Pocos días antes de la carrera me llevé un alegrón del copón: me llamaron del albergue, habían quedado camas libre y finalmente Natalia y yo podríamos dormir en un colchón en condiciones la noche previa a la carrera. Menos mal, MENOS MAL.

Y llegó el viernes. Con todo ya preparado, enfilábamos los 4 rumbo a Alquézar sobre las 7 de la tarde. Mi amiga la regla había decidido joderme un poco la vida: “Hola, soy tu menstru. Me he enterado de que tienes tu primera ultra, he decidido retrasarme una semana y así te acompaño, para que no estés sola”. Guay de Paraguay. Ibuprofenos y toda la parafernalia que implicaba.

Yo empezaba ya a tener como un run run en las tripas. Paramos en el albergue a dejar las cosas, y el run run se fue transformado en ron ron… y mi cuerpo era un poema donde cada curva hacía brincar mi tripa de un lado para otro.

Fuimos a buscar los dorsales, yo estaba tan sumamente mareada que ni siquiera me compré una falda monísima que en uno de los stand me chillaba a grito pelao “Cómprame, que soy muy mona”. Yo a lo mío. Vimos a Carl, nos deseó suerte, y ya nos fuimos para Adahuesca.

Ahí decidí bajarme en el albergue mientras estos se fueron a cenar al restaurante Vino Tinto. Yo no estaba nada católica, y en el baño se cumplieron mis peores presagios: me iba por todos lados. Bien, muy bien. Entre eso y los dolores de la regla era un guiñapo de mujer. Como cerró la cafetería, me acerqué al restaurante donde estaban cenando, y con un tembleque de tres pares de cojones, me pedí una manzanilla con tila (todo en la misma taza), que mi suegra sabe que eso es mano de santo.

Me senté con mi triste manzanilla, mientras éstos daban cuenta de una buena ensalada, antes de que les sirvieran los platos principales. A partir de aquí comenzó un frenesí de visitas al baño, de mareos, de sudores fríos, hasta de tumbarme a lo loco tal cual en el baño porque no podía ni con la copla. Natalia preocupada, éstos me miraban acojonaditos, y yo más blanca que un folio de papel. Las camareras preocupadas no hacían más que ofrecerme cosas, agua con limón, purés ultra naturales caseros, mientras me miraban sorprendidas al decirles que “al día siguiente pretendo correr 100km”. Justo me iban los 100 metros al baño. No voy a entrar en detalles en este espectáculo dantesco, pero hubo ya una de las veces en el que ya eché todo lo que tenía que echar, y monda y lironda (y vacía) salí del baño. “Hace 10 minutos te hubiera dicho que no pero ahora ya con mejor cara aún serás capaz”, me decía Quique. Lo de la filosofía “correr hasta vomitar” la había aplicado antes de la cuenta…

Ya plegamos. El dueño me dio una botella de un té-refresco con Aloe vera, que juraba y perjuraba que era mano de santo para estas cosas. Las cosas como son: los del restaurante se portaron de 10. Me eché a dormir, más floja de lo normal, e intenté dormir como pude las 5 horas escasas que tenía por delante.

Me levanté peor de lo que hubiera querido. Seguí dando sorbos al té, y no me atreví a desayunar. Y enfilamos los 4 a la salida, mi cuerpo no estaba para muchas hostias. En fin, estaba decidido: lo iba a intentar, y que saliera el Sol por donde quisiera. Y la promesa mental: si el cuerpo no te retiene nada, si ves que no puedes más, te retiras.

En la zona de salida entregamos las bolsas de vida que nos dejarían en Rodellar. En mi caso, un extra de todo por si acaso: zapatillas, ropa, comida, etc. Saludé a conocidos y amigos, mientras les contaba que no estaba para muchas historias. Jesús Nuño me comentó que el año pasado estaba como yo… y que no pudo terminar. Y nos colocamos en la salida. Yo en esos momentos sentía una tristeza muy grande. Era un momento especial, y veía que no podía ser. Es que cómo iba a afrontar 103 km en esas condiciones. Es que no había por dónde rascar. Era inevitable recordar las tristes circunstancias de hace un año, en esos instantes, vuelves a recordar todo.

Un chelo puso música a la salida, y lanzado el cohete, ¡¡arrancamos!!

Alquézar-Asque-Alquézar (14km)

Me encontré con Medina, con más conocidos, y fui buscando mi ritmo, o intentándolo. Flora, una mujer con la que había coincidido en Sobrarbe, me saludó al pasar junto a mí. A la media hora volvió a sonar el cohete, eran los de la Long, que salían. El año pasado salimos más tarde, pero con esa escasa media hora de diferencia, enseguida me dieron alcance los cabezas de carrera de la Long. Los primeros km hasta Asque, primer avituallamiento, fueron rápidos, ya los había hecho el año pasado. Ahí paré a beber algo de agua, me encontré con Gema Ortega y Silvia, les dije que estaba malita y que bueno, que no sabía qué sería de mí.

Poco a poco y sobre las 8 fue clareando, y alcanzaba las pasarelas, que es un tramo muy chulo. El camino es algo estrecho, y ahí… pues ahí le di con la mochila a la pared, y oí chof. Sasto. Palo al río. Los bastones me los había prestado Isabel de Trail Running Zaragoza. Adiós palo, oí a un corredor, y me quedé como una gilipollas mirando al agua mientras veía el palo tripa arriba.

¿Y ahora cómo bajo? Joey de Corredores del Ebro, me vio, y me dijo que avanzara un poco, hasta el lateral derecho, que había una especia de playa donde me podría meter (no había profundidad). Pues ale, eso hice. Me descalcé y me metí hasta casi el chirri en el agua, que estaba fresca pero fresca de verdad. Mientras hacía equilibrios en las piedras como un jubilado de Benidorm en la playa de Poniente, los corredores que me veían me preguntaban si estaba bien: “Nada, que soy gilipollas y se me ha caído un palo”. Y así hasta alcanzar el palito, que lo rescaté. Vi pasar a Natalia, que me vio de esa guisa. “¿Pero qué haces ahí abajo?”. El gilipollas, os lo digo yo.

Ya me aparté otra vez hasta las pasarelas, mientras me intentaba calzar de nuevo, secándome como podía. Pasó Sergio de Levántate y Corre, le expliqué mis historias, luego siguió, y ya por fin enganché con Sergio Lanuza. Le estuve contando todos mis poemas, y ya sobre las 8 y media alcanzamos Alquézar. La hora tope era las 9 de la mañana, según el dorsal las 8 y media. Ahí vi a Mónica y Juanjo, y ya les dije que no estaba yo para muchas historias. Me atreví con la coca cola, mientras me seguía “repitiendo” el té de aloe vera de la mañana.

 

Justo antes de llegar a Alquézar tras la primera vuelta.

 

 

Alquézar-Viña (12km)

Este tramo también me lo conocía. Llegué al avituallamiento de Viña y me encontré a Natalia, se retiraba por una molestia en la pierna que no quería que fuera a más. Me senté un rato y ahí empecé a comer algo de plátano. Me encontraba bastante mejor… y parecía que no me iba por ningún lado. Ahí ya vi al escoba, Chema, que iba a realizar el recorrido completo. Me comentó que iba con una señora francesa que iba a la calma, pero que ya había salido. Vamos, que yo era la última. Pero me estaba entonando: yo seguía.

Viña-Las Almunias (9.5km)

Ya una vez que descansé y repuse fuerzas (ni me creía estar más o menos bien), comencé a correr, mientras el escoba me escoltaba. Me decía que había a quien le sentaba muy mal ir con el escoba. A mí, dadas las circunstancias del viernes, casi hasta me parecía un milagro. Pronto alcanzamos a la señora francesa, y yo seguí correteando. Dejé atrás el cruce con la Long (que afrontaba el muro de las narices del año pasado) y seguí hasta el siguiente avituallamiento, por el camino me encontré con el marido de la señora, que me preguntó por ella. Olía a retirada. El recorrido se supone que había cambiado ligeramente con respecto el año pasado (el de la Ultra). Era un tramo bastante bonito, a la par que el río Isuala y pasando por barrancos.

Las Almunias-Rodellar (8.9km)

Comí algo en el avituallamiento (parecía que la cosa iba bien). Era mediodía, más o menos, y se supone que me enfrentaba a lo peor del recorrido, el famoso Rodellar. Con pedrolos y tal. No sé si que es con Salenques estaba ya curada de espanto, pero entre eso, y que al poco me alcanzó el escoba (efectivamente, la francesa se había retirado), y me empezó a dar conversación, contándome las barbaridades que había hecho durante su vida deportiva (entre otras cosas, ir desde Zaragoza hasta la cima del Moncayo corriendo, casi nada lo del ojo y lo llevaba colgando), el tramo de subida se me hizo más llevadero de lo que esperaba. Creo que entonces ya saqué los bastones, que me notaba con la riñonera cargándose por momentos. Alcanzamos la cresta de la sierra de  Balced y seguimos hasta llegar al collado de Balced. De ahí bajada hasta Rodellar, bajada que afrontamos con otro escoba. El corte era a las 4 y media de la tarde, eran las 4 menos cuarto, más o menos. Aproveché, y aunque Atila y los hunos habían arrasado en el avituallamiento (es lo que tiene ir con el farolillo rojo), habían reservado algo de comida. Me ofrecieron arroz (blanco), y vi la luz: aproveché a comer un poco mejor, y de paso me cambié de ropa, mientras las señoras flipaban con mi falda de flores de Sural (que ahí me quité por otra).

Rodellar-Otin (9.6km)

Chema y yo dejamos Rodellar a las 16.10. Había escobas por atrás que iban recogiendo cintas, pero no quise esperar porque el siguiente corte era a las 6 y media de la tarde, y me veía muy muy justa (ahora me acordaba de la media hora metida en el río). Fuimos por el collado que da acceso al barranco del Barrasil. En medio de la nada estaba el tío de Óscar de mi club, pasando control, y me dijo (y cito palabras textuales) “¿Pero tú no eras la que te estabas cagando?¿Y estás corriendo? Pues vas muy justa”. Ay señor, la presión de las prisas… Luego el recorrido se desvía a la derecha para descender por el barranco de Andrebod hasta el cauce del Mascún. En medio del descenso nos topamos con un corredor rezagado, un señor extremeño que juraba en hebreo y en arameo (y alguna lengua muerta), cagándose en las piedras, y comentando que “lo tendrían que haber especificado”. Yo me acordaba de Salenques y me descojonaba sola, esas piedrecitas parecían una autopista de tres carriles al lado de los pedrolos enormes de la Vuelta al Aneto. Chema tuvo que ponerse a su par, y yo tiré para adelante, hasta descender al cauce. Ahí me enganchó otro escoba, Enrique Paz (ya habíamos estado con él, creo) que hablaba por el walkie informando de la situación. El extremeño se retiraba, y Enrique fue a mi par, mientras hablábamos en la subida.

Ir con escobas es toda una experiencia: por el walkie iba escuchando las distintas retiradas, cómo informaban de los distintos avituallamientos, y además, el interés por saber la ubicación de la cola de carrera. Dorsal tal, se retira. Fulanito se retira pero lo vienen a buscar. Zutano se retira, espera en el control. Y así todo el rato. Enrique me iba explicando detalles del recorrido, y me invitaba a ver el paisaje (la verdad que con mi ritmo, daba para ver, ya te digo).

Seguimos subiendo por la Costera, hasta que dimos alcance a un chaval francés. Se estaba parando, y yo le dije a Enrique que con lo justa que iba, que tiraba a toda pastilla. Y empecé a subir como una moto, luego corriendo por el sendero, a todo lo que podía, hasta el barranco de Otín. Y el Otín que no aparecía. Miraba el reloj, y tras unos minutos que se me hicieron interminables, y ahí en medio de un pueblo abandonado, apareció el avituallamiento. Me estaban esperando, los escobas habían informado de que iba para allá, cosa que agradezco enormemente. Eran poco más de las 6 y media de la tarde, nuevo corte horario. Les pregunté por lo estricto del corte y me dijeron que era para que no se hiciera la noche en las fajas de Mascún. Repuse fuerzas y tiré para adelante. Mi cuerpo seguía reteniendo todo, e incluso pude “ir al baño”. Parecerá una chorrada, pero al menos significaba que estaba bebiendo el suficiente agua. Así que de chorrada… nada.

Otin-Bagüeste (7.7km)

Poco después de dejar Otín llegué a las fajas del Mascún, un recorrido que daba vértigo pero a la vez espectacular. Vi unas cabras por ahí, y al poco me alcanzó Enrique; Chema estaba recogiendo cintas con algunos escobas más atrás. Mientras se iba haciendo de noche, alcanzamos el molino de Letosa, cruzamos el río Mascún y justo antes de llegar al pueblo de Bagüeste, no me quedó otra que sacar el frontal, cada vez se veía menos y ya no te digo las cintas. Ya acojonaba, ni un alma y de repente un oasis en medio de la nada. En el avituallamiento cambié la manga corta por una térmica de manga larga, y ya me puse el cortavientos. Me recoloqué el frontal, y ya esperamos a que como balas aparecieran los tres escobas (incluido Chema) que habían ido recogido cintas. Parecían arbolillos de Navidad, con un montón de cintas rojas y reflectantes a la luz de los frontales.

Bagüeste -Las Bellostas (5.4km)

En este tramo tuve la diversión garantizada, risas y más risas. Hablé con uno de los jóvenes que recogía cintas, un chaval de color que corría que se las pelaba.

-¿De dónde eres?

-De Binéfar.

-Ummm….

-Ah, bueno, mi familia de Mali.

Es que el chaval era muy exótico, jajajaja. Risas y más risas, conversaciones absurdas. A mí el sueño me estaba haciendo mella. Eran cerca de las 10 de la noche, y ya llevaba más de 15 horas en movimiento. Casi me lío de camino, pero me di cuenta. Del paisaje poco que decir, negrura total, jajajaja. Por fin alcanzamos el pueblo de Las Bellostas, donde Chema había pedido que nos guardaran caldo caliente. El avituallamiento estaba en un almacén, con tractores y patatas. Supongo que de día fue un festín. De noche estábamos 4 trasnochados con ojeras como pianos, y una rasca interesante, sacados de los extras de The Walking Dead. Me tomé un caldo, y comí algo, la verdad que hasta tenía hambre. Le pregunté a un francés si seguía, me dijo que no, que estaba cansado. Nos ha jodido, ¡como para no estarlo! Me quedaban 35 km por delante, y una larga noche (lo sabía), pero yo ya no abandonaba. Escribí mensajes a Raúl, a mi madre, y avisé de que quedaban unas cuantas horas. Y arrancamos. Los chavalines jóvenes se quedaron, y emprendimos la marcha otros dos escobas, Chema, Quique, un señor rezagado (Juan) y yo. Otra vez, me adentraba en terreno desconocido, más allá del km 70, superando la barrera de la Ultra de Sobrarbe.

Las Bellostas- Pista hacia el collado Pedro Buil (10km)

La falda, que me parecía cojonuda a las 4 de la tarde, ya no me parecía tan cojonuda. Menuda rasca. Costaba un verano arrancar la marcha después de un rato parada, pero no quedaba otra. Tomamos dirección sur hacia Paúles de Surta. Tras unos km por sendero, pedregoso, alcanzamos una pista. No se veían apenas luces, alguna a lo lejos, de algún pueblo. De puro cansancio me iba tropezando en las piedras. A lo lejos, pero muy lejos, se veía un puntito luminoso. Me dijeron que ese era el avituallamiento. “Pero si está lejísimosssss”. “Que no, que está muy cerca”, me decían y yo decía que ni de coña. Después de dos horas y pico, alcanzamos ese punto luminoso, un pequeño avituallamiento en medio de la nada.

Me senté en una silla mientras bebía coca cola y comía chuches (no será sano, pero al menos me daba energías), y vi a Susana Arostegui y Roberto. Les saludé, y Susana se me quedó mirando:

-Uy, esta chica se parece a una que corre con trencitas, Vanesa.

-Soy yo…

-No te había reconocido con las ojeras…

Madre del amor hermoso, qué careto debía de llevar para apenas parecerme a mí misma… Eran las 12 y media de la noche, y yo ya no dejaba de pensar en la cama del albergue, toda mullida, con su mantita, su almohada, su… Aggggg.

Pista hacia el collado Pedro Buil – Mesón de Sevil (10km)

Y enfilamos otra vez, mientras el avituallamiento deshacía el chiringuito. En la pista que me llevaba hasta el Mesón de Sevil, me entró una modorra brutal. Me dormía andando (que correr, lo que se dice correr, ya corría lo justo).

-Y dime, ¿has estado en no sé dónde?¿Te gusta viajar?

Los escobas me daban coba porque me veían adormecida. Yo le decía a Quique que estaba más harta que Tarragona de pescao, y me decía, “¿Entonces lo dejamos aquí?”. Pues no, pero menuda soñera. El todoterreno del avituallamiento se aproximaba por detrás, les di el alto como una loca autoestopista, y les pedí 5 minutos. Por favor, cinco minutos dentro del coche para cerrar los ojos, que no podía con el sueño. Me pusieron el despacito muy rapidito, para que no me durmiera demasiado. Vaya turra que les estaba dando a los escobas… En medio del sopor de esa pista surgió la promesa:

-¿Y has estado en Noruega?

-(Risas) Pues unas cuantas veces, mi madre es de ahí.

-Pues nosotros queremos ir…

-Ya os llevaré a pescar cangrejos con el barco de mi tío, que es pescador.

Tras un buen trozo de pista, en el que Quique seguía intentando enseñarme a manejar los bastones, alcanzamos una bajada técnica, bajo la cual se veía una lucecita (era un punto del control en medio de la nada). Yo veía sombras chinescas y flipaba con los reflejos de mi frontal. Las pilas iban cada vez peor. Cada vez era más tarde. Alcanzamos el punto de control sobre las 3 y cuarto de la madrugada, apenas 15 minutos por debajo del corte de carrera. Este punto de control ya lo había visto de día el año pasado, justo después del pechugazo del muro. De noche daba como más cosica.

Me senté en una silla, mientras un señor decía que tenía poco rato para estar. “No se preocupe, si es que quiero llegar ya”. Ahí estábamos Juan y yo, con los 4 escobas, los últimos de carrera, y después de comer algo (admito que tenía hambre), me miró Chema fijamente y todo serio:

-Vanesa, tengo malas noticias.

-Dime.

-Si quieres llegar a meta… hay que CORRER. Me fastidiaría que a falta de 15km no lo consiguieras.

-(Suspiro) Pues habrá que correr…

Así era. Teníamos hasta las 7 de la mañana para llegar a meta y cubrir una distancia de 15 km. Parecía una mierda, pero con 88km en las patas, amén de las horas (ni qué decir que estuve cargando el suunto durante tres ocasiones), y con mi ritmo cochinero, la cosa pintaba bastos.

Me sabía el recorrido que me quedaba. Era una larga pista, con alguna bajada técnica, e invitaba a correr. Así que me puse de pie… y arreando.

Mesón de Sevil – Radiquero (10.6km)

Este tramo era común a la Long. Así que me puse a correr como una loca por la pista, con alguna que otra parada técnica (me entraban continuas ganas de hacer pis, sería el frío), paradas en las que obligaba a todo Cristo a alejarse y enfocar los frontales para otro lado (“Si me queréis, irse”, que diría la Flores). La confianza ya daba asco y cada vez delirábamos más. La noche Toledana que les estaba dando, madre mía. Juan también corría, y los escobas iban frenéticos quitando cintas.

En medio de la bajada había un pequeño descenso técnico, también lo recordaba, también. Con nocturnidad y alevosía, los cuádriceps cargado, y tal, me cagué en todo. “Me dan ganas de llorar”, le decía a Quique. “Mujer, que con eso no ganas nada”. Iba lenta como el caballo del malo, pero que no era plan de caerse. Volvimos a retomar el sendero, más pista, y a lo que nos quisimos dar cuenta, habíamos llegado a Radiquero.

Radiquero – Alquezar (5 km)

En Radiquero había chocolate, pero hacía ya un buen rato que había dejado de estar caliente. Era tentador, pero seguí recurriendo a la coca cola y a las gominolas. Eran las 5 y cuarto de la mañana, y parecía que nos habíamos pegado toda una noche en Interpeñas.

Ahí ya supe que estaba hecho, que aunque fuera sobre mis muñones, lo íbamos a conseguir. Nos quedaban 5 km, primero subiendo y luego bajando, pero eran poca cosa. Yo estaba cansada (normal), en la subida tiró Juan para adelante, y más adelante nos juntamos. Ahí comenzamos a debatir quién quería ser el último. Juan me dijo que ya la había hecho en 5 ocasiones, y que solía ser el último, pero cuando había alguien con él, le “cedía” el honor. Le dije que última era, y última había sido gran parte de la carrera, que si quería, que entrábamos juntos en meta, que se adelantara él un poco y solucionado.

Y seguimos caminando. Justo en la bajada en la que ya veía Alquézar, me pegué un tozolón absurdo a más no poder. Ahí vimos las luces de probablemente un corredor que iba por delante. Como íbamos con calma, no le alcanzamos (de hecho, ya me hacía ilusión ser la última). Juan saludó a su mujer, nos hicimos una foto, y ya los últimos 10 metros, dimos el último sprint, mientras la tele nos grababa. Vi a Natalia esperando, y por fin, por fin, cruzamos el arco de meta. Adiós males, adiós dolores, los padecimientos de la noche anterior… todo se esfumó en un segundo. En meta vi que el corredor que estaba por delante era Javier Tamayo. Estaba lesionado pero la había hecho. Si llego a verlo… entramos los tres a meta, y aunque sea lo llevamos en brazos. Pero lo logró, lo logró…

 

Foto en meta con los escobas, organización, Juan y yo.

Fui a recoger mi mochila de vida. Natalia se dio cuenta de lo poco que pesaba, y vi dentro una triste camiseta que no era mía. “Me han robado, válgame”. Natalia decía que esas cosas no pasaban en las carreras. A mí me han robado en ocasiones varias… Resultó que un corredor se había confundido y había cogido la mía (era la negra que daban en Sobrarbe). Volvimos a meta y me dijeron que el corredor era de Lérida, que había entrado en meta una media hora antes que yo. Me senté en el suelo y empecé a dar la turra para contactar con él, imaginaba que volvería a su tierra sin echar la vista atrás, que no se iba a dar cuenta, o vete a saber. Después de 24 horas y media por el monte, y delirando, que me perdone la organización por dar la barrila, pero a esas horas la idea de ver al señor con mi falda Sural de flores no me parecía ni absurda. Al final, lo llamaron (gracias a la organización), acudió su mujer, que se disculpó, y recuperé la mochila, si es que sólo quería ir al albergue y morir lentamente… Llamé a mi madre para decirle que ya había llegado.

En la habitación estaban Tricas y Toledo medio dormidos, que habían llegado hacía ya bastantes horas. “Finisherrrr”, me dijo Quique. Me arreé un cuarto de hora bajo la ducha ardiendo, y ya me metí en la cama, con un dolor de espalda brutal en la zona de los omóplatos. Apenas dormí dos horas, el rato que tardaron mis queridos acompañantes en iniciar un trasiego de mochilas que ya me despertó del todo. Nos vestimos, tomamos algo, y nos fuimos para Alquézar, a ver el ambientillo, que digo yo. Ahí nos juntamos con Medina, Isabel, algunos Corredores del Ebro, Moi y un largo etc. de corredores que habían disputado las distintas pruebas. Observaba llegar a meta a los corredores de la Alquézar Trail, 13km, y me decía que al año que viene iba a correr esa, para disfrutar más del ambiente. Yolanda fue la ganadora de esta prueba, y Luis Alberto también, lo vimos y no pudimos evitar pedirle fotos. Tiene más paciencia que Job. Su mujer Nieves corría también esta prueba y quedó segunda. Al final, como no hubo comida para los corredores, nos marchamos y yo comí ya en casa.

Tardé un par de días en digerir las emociones. La espalda la llevé algo mal hasta que acudí al fisio, pero las piernas, al andar tanto, sufrieron menos de lo esperado.

24:31:12. Es el tiempo que tardé en ver cumplido mi sueño. Es difícil de explicar por qué correr/andar más de un día por el monte y cubrir una distancia de 103 km me hace tan tremendamente feliz, me hace disfrutar y gozar (y sufrir, que un día da para mucho). Qué componente hay en ello para que, lejos de no querer repetir, busque nuevos retos que supongan un desafío de cuerpo y mente. Sé que no hay necesidad, que es someter a un tute brutal… pero me gusta, y lo disfruto, y no es algo que vaya a hacer todos los días, esto es algo para realizar en determinadas ocasiones. No es obligatorio cubrir la mayor distancia posible, ni el “más difícil todavía”, y por eso no me siento ninguna heroína. La larga distancia me gusta, no lo puedo evitar. Como ya dije, hay una primera vez para todo, y en mi caso, mi primera ultra fue acompañado de ser la última. ¿Y la verdad? Probablemente fue lo mejor que me pudo pasar, porque los momentos vividos en esas 24 horas no los cambiaría jamás. La clave es encontrar aquello que te motive, que te hace disfrutar y ser feliz, e ir a por ello. Este no es un relato de las bonanzas de una ultra y empujaros a ello, es intentar plasmar por escrito todo lo que sentí. No seré nunca la más rápida, ni seré la reina de las ultras, pero tengo una cabeza dura como una piedra (herencia de mi padre maño y mi madre vikinga), que me hizo tirar para adelante en los momentos flojos. Da igual 5k a fuego, las 100 millas vascas, una media a tope, tu mejor marca en maratón… todo tiene sus puntos, sus sufrimientos, sus sacrificios, todo tiene un gran valor. Ídem para otras disciplinas, para otras aficiones, para otras actividades… Id a por ello, y hacerlo con  ilusión, porque es como mejor salen las cosas. Superarte día a día e ir convirtiéndote en tu mejor versión.

Toca dar las gracias, a muchísima gente.

Lo primero, dar gracias a la organización y a las cabezas pensantes de esta prueba: Kike, Pau, Santi. Si no hubiera existido además una lista de espera, yo no hubiera podido correr. Gracias por el esfuerzo que ponéis año tras año en sacar adelante esta bonita prueba. Es una prueba que se ha ganado a pulso su hueco en el calendario anual, espero de corazón una larga vida a esta carrera.

Gracias, gracias y mil gracias a todos y cada uno de los voluntarios con los que me fui encontrando a lo largo del camino, que no perdieron en ningún momento la sonrisa ni las ganas de ayudarme, a pesar de las largas horas de espera, ni qué decir ya de la larga noche. Gracias por vuestra paciencia, por saber sacar comida aunque cada vez fuera más complicado, por vuestras palabras de ánimo, por ayudarme con los botellines. Vuestra labor es muy importante e imprescindible.

Y por supuesto, un millón de gracias a todos los escobas que me arroparon, acompañaron y auparon en gran parte del día (y la larga noche). Sin vosotros no sé si hubiera sido posible, pero probablemente hubiera sido infinitamente más complicado. A Chema, que me acompañó prácticamente desde Viñas, que supo darme el empujón definitivo cuando la cosa se complicaba por las horas de corte, que me dijo que de no haberme visto bien, él mismo me hubiera recomendado no seguir, porque ante todo hay que saber hasta dónde se puede llegar… A Enrique Paz, que me ayudó a valorar las maravillas del paisaje, que me iba animando cuando me entraba el sueño más profundo a mitad de noche… A Sergio y todos los demás escobas que iban recogiendo cintas, que me daban conversación, que me hicieron reír, que me hicieron soñar que iba a ser posible… Muchas gracias, de corazón. Mis ángeles de la guarda, que nos arroparon tanto a Juan como a mí sobre todo en las últimas horas que era cuando más lo necesitábamos.

A los que os preocupasteis por mi seguimiento, muchas gracias, a todos por vuestras palabras de ánimo, a Natalia, que se pegó una noche de infarto recogiéndonos y Alquézar para arriba y Adahuesca para abajo… Gracias, campeona. A mis padres… saben que es una locura, pero que esta locura me hace feliz, y que no la hubiera hecho de no estar bien…

El ser humano es capaz de muchas más cosas de las que cree. No daba un duro por mí el viernes noche, y 24 horas después estaba cada vez más cerca de conseguirlo. Así que perseguid vuestros sueños, luchad por ellos, porque merece la pena ;)

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