9º GRAN TRAIL PEÑALARA, buena pechada de km...

la_hansen
Carreras de montaña
20/07/2018

Casi fue hace un millón de años cuando el heavy me dijo: “Espero, que te meto a este grupo de WhatsApp, que estamos unos cuantos azulillos que queremos hacer Peñalara en 2018”. El Gran Trail de Peñalara es una ultra por la sierra madrileña, que el heavy intentó hacer en 2016 (pero no terminó a falta de 30-35km), y que Marquitos jura y perjura que es la ultra más bonita de España.

Dicho y hecho. Ahí estábamos en un grupo Pablo, Óscar, el heavy, Tony, Jordi y Gorka. “Venga, que nos apuntamos como grupo que así hay más opciones en el sorteo”, decía Pablo. Así era: debido a la alta demanda de inscripciones, tenían habilitado el siguiente sistema: te apuntabas al sorteo previo pago de cierta cantidad, te asignaban un número correlativo, y al final sorteaban el primer número a partir del cual asignaban las plazas. Si estabas dentro, voilá, pagabas el resto de inscripción y podías correr. Si no, te devolvían ese dinero inicial. Como requisito para la GTP, la prueba gorda (115km con +5100) exigían que se hubiera hecho previamente alguna de las pruebas de un listado hasta cierta fecha anterior. En mi caso… sin problema. Gracias a la ultra de Sobrarbe, la Vuelta al Aneto y la ultra de Guara Somontano, cumplía los requisitos.

Tony y Gorka se descolgaron al principio, yo me rajé, y se apuntó el resto al sorteo como grupo. Al final Tony y Gorka se apuntaron, y tras un ramalazo en el último momento, me dio por apuntarme a mí pero en solitario. ¿Y qué pasó? Pues efectivamente, que nos tocó a todos. De hecho, a mi tal y como me tocaba, me tocaba pero de pleno. Y me acabé apuntando, allá por diciembre.

La idea original era “preparar” Peñalara un poco en condiciones. Alguna maratón previa de montaña (La Integral de Tozal de Guara, por ejemplo), pero con el aplazamiento de la maratón de Zaragoza, y posterior cambio de planes, alargué el asfalto más de lo que estaba previsto. Así que a lo que me quise dar cuenta, me tocó cambiar el chip y en 4 semanas pasar de hacer series a full por el parque a intentar hacer alguna tirada buscando desnivel.

Así que los nervios que de normal hubieran aparecido mucho antes, se me plantaron en la semana previa. Empecé a ver vídeos del recorrido, fotos del paso claveles (que ni me había parado a pensar en él) y empecé a acojonarme un poco. Un poco bastante. Como no me conocía el terreno, me daba respeto. Además vi clasificaciones de años previos y la tasa de abandono era importante. En 2017, la mitad de las chicas abandonó.

El viernes de la salida enfilábamos a Navacerrada Pablo, Gorka, Óscar, Tony y yo, Jordi iba a su aire con la familia y lo veíamos allá. Fuimos a por los dorsales, cenamos algo, y ya nos preparamos porque a las 11 y media de la noche era la salida. Yo iba con sueño acumulado de la semana, el día de antes al final me eché tarde, me había tocado ir a currar, y ya tenía sueño de antemano. Mal asunto. Tras un breve paseo ya estábamos en la zona de salida, donde nos hicieron un control aleatorio de parte del material exigido. Opté por llevar los bastones (en ese caso, debía llevarlos hasta el final).

Tras unos minutos interminables, donde la patata me iba disparada, dieron la salida, y empezamos a correr. Los primeros metros invitaban a eso, a correr. La noche era tirando a calurosa, y por fin una vez que salimos del pueblo tomamos una pista ancha que picaba pelín para arriba. Me vine para arriba (nunca mejor dicho), y empecé a marcar un ritmo algo fuerte (pasé a estos, cosa que duraría poco), acojonada en parte por el primer corte de tiempo, algo estricto (como suele ser en estas carreras). Pronto el terreno dejó de ser tan corrible, y afrontamos la primera subida dura a la Maliciosa. Sin embargo, ilusa de mí, les decía a éstos que comparado con Salenques eso parecía una autopista de doble carril. No pasaron ni 5 minutos y tuve mi primera y única caída, bastante idiota por cierto, me fui de medio lado pero vamos, sin consecuencias. Gorka y compañía iban más fuertes por delante de mí y Tony se había quedado más rezagado por detrás.

Proseguimos, empezar ya con semejante subida me estaba dejando agotada. Y por fin coronamos la Maliciosa (2227 m). El viento ululaba como loco, había una especie de neblina, y hacía rasca. Me puse el cortavientos. Pasamos el primer punto de control tras los gritos de ánimo de los voluntarios, y enfilamos la bajada, algo técnica para mí, nadería para la mayoría. Saqué los bastones y bajé con relativo cuidado, y dejando paso a los corredores, dada la nocturnidad, las piedras que resbalaban, la tierra y la medio neblina. Y tras una bajada que se me hizo eterna, por fin pasamos a terreno llano. Intuía que el paisaje era chulo, pero noche cerrada y con la luz de los frontales, poco se podía ver. Me estuve quitando varias veces el cortavientos hasta que finalmente me lo dejé puesto hasta el siguiente punto de control.

Llegaba a Canto Cochino a las 3 de la mañana. El cierre de este control era media hora más tarde. Me asustó el poco margen. Algún corredor ya se retiraba tras algún esguince, y a Tony (que se había quedado rezagado) no lo veía. Tomé coca cola en el avituallamiento y comí algo, y ya enfilé la subida a la Pedriza, no tan prolongada como la que habíamos pasado. Llevaba los jarretes ya majos, tanto venirme arriba, llevaba los muslos cargadetes. Madre mía, lo que quedaba…

Coroné la Pedriza, y a estas alturas, ya la cosa se había dispersado un poco, y aunque veía a corredores, no era lo mismo que en la Maliciosa. A lo lejos se veían las luces de los núcleos urbanos, lo que le restaba cierto encanto a la noche (recuerdo que en Guara no veía ni una triste luz). Bajé de ahí con cuidado, y comencé a subir hacia el Hoyo de San Blas, nuevo avituallamiento. El sueño hacía algo de mella y me comí alguna gominola con cafeína. La media hora sobre el corte de hora persistía, tal y como consultaba en mi chuleta (llevaba la chuleta con los cortes de tiempo plastificada, parecía el menú de un restaurante: “¿Qué tenemos de aperitivo?”, “Orejones de melocotón y bien de coca cola”). Llegué, volví a beber coca cola (me da la vida en estas pechadas), a comer algo, me quité el cortavientos (pronto iba a amanecer), y tomé la senda de subida hacia la Morcuera. Era una senda amplia, entre árboles y bastante tendida, que invitaba a correr. Y aproveché. En estas carreras hay que dosificar las fuerzas, pero mi consejo es que si puedes correr un poco, que corras, eso que ganas de tiempo, que luego se puede hacer eterno…

Ahí hizo aparición la primera pájara del día con su correspondiente resurrección (algo que también le estuvo pasando a Gorka en otros puntos, como supe después). Iba subiendo, y me dormía. Un sopor profundo, y una modorra brutal, dije en voz alta mis pensamientos, y un corredor me ofreció una pastilla de cafeína. Me la tomé, y mano de santo, a lo que me quise dar cuenta, me puse a correr otra vez en la subida (que era bastante llevadera) mientras Lorenzo hacía su aparición y ya podía quitarme el frontal.

Conforme nos acercábamos a la Morcuera, empezó a hacer otra vez más fresquete al ganar altitud. Paré a mear de malas maneras como pude, y al llegar al avituallamiento… exacto. Había baño… Paré a comer y me puse otra vez el cortavientos, y en cuanto pude, volví a salir. Creo recordar que ahí leí en el móvil que Tony había abandonado porque se había torcido el tobillo varias veces. Me extrañaba bastante que no me hubiera dado alcance, y ahora ya sabía por qué. Informé a mis padres del punto en el que estaba, y también a Raúl.

No iba con corredores fijos, me iba juntando con unos y otros charrando de rato en rato. La bajada hacia Rascafría invita a correr demasiado. Es una pista ancha, cómoda, sin una rama, ni piedra gorda, que para las “asfalteras” como yo es un oasis en medio de los pedrolos. Yo es que con tanto entrenar Laredo había perdido la costumbre de los terrenos un poco agrestes (con permiso de Boltaña). Así que ahí aproveché. Las piernas seguían cargadas (y lo que iban a estar), pero me dejaba llevar en la bajada mientras hablaba con un corredor de, como no podía ser de otra forma, carreras y ultras. Somos unos cansinos monotemáticos.

Justo antes de llegar a Rascafría, empezaron a darnos alcance los corredores de la de 60, algunos de los más rápidos. Habían salido por la mañana y se evitaban la subida a La Maliciosa. Iban fresquísimos, casi casi como nosotros, jajajajaja. Iba a la par que un corredor, y dimos alcance a una chica de la ultra a la que iría viendo intermitentemente en toda la carrera. Ya entrábamos en el pueblo, y nos pusimos a andar hasta el polideportivo, nuevo punto de control (esta vez la holgura sobre la hora límite era mayor, de dos horas, creo recordar). Ahí cogí la mochila de vida y me fui a cambiar de ropa. Lo que era una idea buena a priori (ponerse ropa limpia, quitarse todo lo sudado y tal), no era tan buena cuando te pones ropa limpia sobre el cuerpo escombro sudado y apestando a mil demonios. Los calcetines literalmente se fueron corriendo. Dejé el cortavientos y cogí el chubasquero (que no me pondría en lo que quedaba de carrera). Me cambié la térmica por algo más fino, y me cambié de mallas. Confirmé lo que llevaba temiendo ya horas: me había salido rozadura en el pliegue de las mallas, en mi hermoso culamen. Que aquí se cuenta todo y hay que tener en cuenta que te van a salir rozaduras como no tengas cuidado. Y nosotros que nos reíamos de la crema para culito de bebé de Tony. ¡Ja! Me recoloqué bien las mallas, y salí del polideportivo. El cachondo de voluntario, al pasarme el chip, me había dicho algo como que “era tercera”. Supongo que sería tercera del final y le miré con el morro torcido descojonándome, no era tercera ni de casualidad (y más con las chicas que estaba viendo de la ultra). Qué cachondo de voluntario.

Y me puse a subir la parte que con su solo nombre acojonaba a cualquiera: el puerto del reventón. Era cerca de mediodía, ya llevaba más o menos la mitad del recorrido, y hacía calor, aunque las nubes nos habían dado bastante tregua, y los presagios eran bastante buenos. Me puse a la par que tres chicas, dos eran hermanas y otra estaba algo hecha polvo, le habían curado las ampollas que le habían salido y había decidido “reventar hasta el final”. No me quedé con su número de dorsal, y la verdad que no sé si finalmente acabaría. Las tres iban fuertes y no tardaron mucho en pasarme. Yo estaba al borde de mi segunda pájara.

El camino era corrible, pero yo no estaba para correr. Tras un trozo de senda entre árboles, mientras me iban pasando corredores, enfilé la parte más al descubierto, un sendero amplio en zigzag, con toda la solana y mi cuerpo dormido otra vez. Pedí otra vez cafeína, pero los corredores que iban a mi par eran de la de 60, y no es algo que llevaran o necesitaran. Al final tiré de gominolas, y de pitera, no quedaba otra.

Alcancé finalmente el puerto del Reventón (1950 m). Ahí vi a la chica de las ampollas, le habían entrado vomitera y le habían dado un primperán. Vaya percal…

Comí unos frutos secos (por lo general, tiraba de mis barritas) y bebí coca cola, recargando nuevamente los botellines (bebía mucha agua, además de tomar sales), y enfilé la parte más dura del recorrido, que era coronar el pico de Peñalara (2428 m) y pasar (dos veces) por el conocido paso claveles, un caos de rocas al filo que acojonaba bastante. A ratos corría, a ratos andaba por el camino antes de llegar al pedregal. Los corredores de la TP60 me animaban al darme alcance y ver que estaba en la ultra. Una chavala me dijo si necesitaba algo, y me tomé un ibuprofeno, para engañar un poquico al cuerpo. Pasaba la laguna de los pájaros, y lo oí. “Claveliiitos, claveliiitos…”. Era Javi Vallés, hacía la de 60, iba animado con un compañero. Le pegunté que cómo iba, me preguntó cómo iba yo. Pues algo cansada, pero tirando poco a poco. Tiró para adelante. En medio de la subida me crucé con Gorka y compañía (que bajaban ya de Peñalara). Me sorprendió (y me alegró mil verlos), supuse que estaban más por delante, pero claro, yo no contaba con lo que me quedaba aún para retornar al punto en el que estábamos (Pablo decía media hora ir y media hora volver, pero me imagino que estaba de guasa, porque tela el tiempo que se me fue ahí…). Tuve dos revelaciones seguidas, que hice saber a éstos a grito pelao y con acento maño profundo: “He tenido dos revelaciones, la primera, que no vuelvo a aquí en mi pu** vida, y la segunda, que al dorsal del Aneto-Posets, que le den por el cu**”. Risas de mis compañeros, y aún me dijo Óscar que me esperaba al jueves que fijo que cambiaba de opinión.

Equilibrios sobre las rocas. Foto de Canon Sports.

Seguí subiendo hasta alcanzar claveles. Ahí guardé los palos bien guardados (no quería que se me cayeran, y quería tener las manos libres para apoyarme si era necesario), y empecé a cruzar de roca en roca cagada mil y con un cuidado extremo. Ya por fin terminé de cruzar el paso, aunque aún quedaba hasta alcanzar la cima. Parecía que ibas a llegar, y seguía faltando.

Por fin llegué a la cumbre. Era el cuarto pechugazo para arriba, y ya sólo me quedaba uno... No recuerdo la hora, más o menos las tres de la tarde. Llevaba los manguitos y me los subí, que hacía más fresquete arriba. Foto de rigor, y emprendí la bajada a pie de pico. Los de la de 60 seguían de largo, bajando por un lugar diferente. A mí me tocó pasar otra vez por claveles, aunque el pánico de la primera vez se disipó un poco, y ya parecía otra cosa. Nada, le había cogido cariño a las piedras. Piedralara, que decía el heavy. Ya veía, ya…

En medio de la bajada me crucé con Susana y Roberto, que subían (hacían la de 60), y ahí estuvimos un  rato de palique, en medio de las piedras cual cabras. Vi a los escobas subir también, me asusté un poco, pero me dijeron que eran de la carrera de 60. No me acojonada por ir a la par de los escobas, pero pensar en que iba a tardar 28 horas en terminar me daba vértigos.

El sendero de bajada comenzaba entre matojos bajos, con alguna raíz camuflada para joder, y alguna que otra piedra. Más que correrlo, andaba, y en esta bajada, me junté con Antonio, un corredor de Madrid. Más adelante el sendero mejoraba un poco, y nos adentramos en una zona boscosa, pasando por un avituallamiento líquido. Ahí me echó réflex una niña, no iba mal, no. Por esta zona empecé a correr, más que nada que el ansia viva me podía y tenía unas ganas tremendas de llegar al avituallamiento de la Granja, que prometía ser cojonudo.

Tras abandonar el bosque enfilamos una cuesta bastante fea que parecía que estaba en medio de una escombrera, mientras veíamos el palacete de la Granja de San Idelfonso (Segovia), y poco después alcanzábamos el asfalto del pueblo. Mientras íbamos andando, nos grabaron las cámaras, pero no debimos pasar el filtro, porque luego no nos sacaron en el vídeo oficial. Si lo sé, me pongo a correr, jajajajaja.

Y por fin alcanzamos el avituallamiento. Según ellos, km 80, en mi reloj km 85 (por ahí andaba la cosa). Por delante todavía 30 km, pero lo gordo ya había pasado.

Me senté un rato a descansar y coger fuerzas. Comí unos bocadillines de jamón serrano, que me supieron a gloria (había ensalada de pasta pero no me apetecía), mientras los voluntarios, super serviciales y amables, me servían coca cola. Aproveché a ir al baño, a estirar, a enviar mensajes a mis padres, a Raúl, del punto en el que estaba, y hablando con un corredor, le dije que tenía claro que llegados a ese punto, yo ya no abandonaba. Eras poco más de las 5 y media de la tarde, el corte horario estaba en las 7 de la tarde, y lo que quedaba era aún largo, pero relativamente sencillo. ¡¡Como para abandonar!! Más o menos estaba despejada, me comí otro bocadillo enano de nocilla (los descubrí tarde), y emprendí la marcha con Antonio. En este avituallamiento se retiró el heavy hace un par de años. La verdad que era tentador, ahí partía un bus para Navacerrada, y estaba a huevo, pero que no que no. Que yo terminaba…

Comenzamos a andar y abandonamos el pueblo. Íbamos a la par que el río, un tramo bonito aunque a mí me sobraban esos km. Prefería ahorrármelos y tener ya el pechugazo para arriba y para abajo que faltaban. Me empezó a entrar la tercera y última pájara, la subsané con un par de gominolas con cafeína, y le dije a mi compi que me quemaba no correr (hasta la Casa de la Pesca, nuevo control, era más o menos llano). Él no quería correr, pero al final me puse a correr sola para ganar algo de tiempo (el anisa viva, ya sabéis). Quería llegar a meta ya y pimplarme la cerveza que sabía que había. Bueno, correr correr, era un trote un tanto cochinero. Cuando me puse a la par de un corredor, empezó a llover, una lluvia más bien fina que apenas duró nada y que hasta se agradecía.

Poco a poco alcancé la Casa de la Pesca (1130 m), punto previo al pechugazo hacia arriba que me tocaba, y el último. Ahí coincidí con unos cuantos corredores, y hablé de las carreras por el Pirineo. Dije que no iba a empezar ya carreras de noche (mentira podrida), y que aunque esta carrera me había gustado, que el Pirineo es mucho Pirineo… Sin entretenerme demasiado, emprendí la empinada subida (más tendida al principio, más chunga al final), a la par que Cándido, un corredor ya mayorcete con el que había coincidido cuando dejé atrás a Antonio.

La subida al Puerto de la Fuenfría (1780 m) era a través de caminos de tierra que picaban para arriba cosa mala, poco a poco se iba haciendo, ya quedaba menos. Mi acompañante creo que me explicó que por ahí tiraban los troncos en tiempos, no me extraña, con la pendiente que había... Alcanzamos el control, y nos quedaban unos pocos sube y bajas hasta ya el antepenúltimo control, en el Puerto de Navacerrada. Tocó ponerse otra vez los frontales (pasaban las 10 de la noche), y en medio de la oscuridad vi un pequeño lagarto negro con motas amarillas e incluso un ciervo entre los árboles. No eran alucinaciones, lo juro. En el Puerto de Navacerrada estaba la mujer y la hija de Cándido, a las que yo ya había visto en La Granja, y él se rezagó un poco porque tenía regular el estómago. Sin parar siquiera a por agua, emprendí la minisubida y bajada que me quedaban.

Negrura total. Me metí por un camino que no terminaba nunca de subir, mientras no veía un alma, noche cerrada ya. Me daba la sensación de que me estaba metiendo por no donde no debía, ¿seguro que había que subir tanto? Anda que si estaba desandando el camino, menuda gracia. Pero tiré apara adelante. Antonio me había hablado de la bajada por la tubería, y yo no veía ni tubería ni bajada ni nada de nada, y cuando estaba a punto del desespero, comencé a bajar por un sendero (con una tubería) pedregoso, cómodo para cualquiera pero incómodo para mí, que me resbalaba y al final me iba frenando cosa mala. Iba con los bastones, los había desplegado tras pasar claveles y ya no los volví a plegar. Al poco me alcanzó Cándido, que bajaba con más alegría que yo, y ya alcanzamos la zona de pista más cómoda juntos.

Nuevo control en medio de la noche, y cuando yo creía que quedaban dos km, me dijo el voluntario que quedaban 4. Madre mías, 2 más así, como quien no quiere la cosa… Es cierto que los gps fallan, pero mi reloj más o menos había ido bien (salvo alguna discrepancia con los km en los que realmente estaban los avituallamientos, cosa de la que iban informando los voluntarios), y 2 km más me parecían un mundo.

Seguí corriendo. No es que tuviera las piernas muy flamencas, pero es que quería llegar ya. Pero ya de ya. Las 12 y media pasadas de la noche, y por fin alcancé el pueblo.

Había algo de gente por la calle, aplaudían a mi paso. A lo lejos vi a una chica, la misma a la que había ido viendo toda la carrera. Yo llevaba ya corriendo desde que la pista me lo había permitido, y aunque dijo algo así como “qué perra” (que jodía), le invité a ir juntas, porque el ansia me podía cosa mala. Ella iba con sus hermanas y prefirió andar (e intuyo que todo lo último lo había hecho andando). Yo seguí corriendo, oliendo ya la cerveza que me esperaba en meta.

Y ahí estaba, Tony entre el público, esperándome. Me abracé a él, y ya enfilé los últimos metros con un subidón que es difícil de explicar. Por fin atravesé el arco de meta, tras unos 117 km, y unas 25 horas y media de carrera. Devolví el chip, y me acerqué a la barra para pimplarme la ansiada cerveza. Me dijo Tony que todos finishers, en 20-21 horas. Apetito ya no tenía mucho, esperé a Cándido, que entró algo más rezagado, y ya no vi a Antonio, el otro corredor, que llegaría una media hora más tarde. El cierre de meta se producía tras 28 horas del pistoletazo de inicio.

Ya me marché para el hotel, tras recoger la mochila de vida, me di una ducha reconfortarte (casi me caigo redonda en la bañera), me puse bien de pomada en las rozaduras, y me tiré en la cama de cualquier manera. Ni me sequé el pelo, a los 5 minutos caía roque, sin menearme del lugar. Avisé al personal de que había llegado, y ya ni me molesté en chatear con nadie, estaba yo como para entretenerme con el móvil. He de decir que alcancé a leer el seguimiento online que me hicieron el heavy y el coletas, así que gracias por preocuparos.

Por la mañana organicé la mochila, bajé como pude las escaleras, desayuné como una campeona, y ya sobre las 11 nos íbamos de ahí para llegar a comer a casa. Creo que tardé una semana en recuperar el sueño perdido.

Reflexiones y conclusiones… de las revelaciones que tuve, hay una que cumpliré, y es que no creo que vuelva a hacerla. No ésta. Me había gustado (algunos tramos menos) pero estas cosas son para hacerlas una vez y no andar repitiendo, que es mucho tomate. No digo que no a la de 60 (que no pasa por La Granja). Si es que el futuro está en las dos cifras, lo decía Gorka. Pero he de decir que a nivel organizativo, un 10. Los voluntarios majísimos, siempre con una sonrisa, y encima super atentos. Pocas quejas podía tener al respecto. También decir que esta experiencia junto a mis azulillos pues había sido especial, aunque no hubiéramos ido a la par. Una experiencia única e irrepetible, que me había puesto a prueba, sobre todo a nivel mental.

La otra revelación no la cumpliré. Yo tenía un dorsal para el Gran Trail Aneto Posets, me lo guardaba en la recámara por si acaso, por si Peñalara era un descalabro y abandonada. Me había dicho a mí misma que me quitaría si terminaba el GTP. Conforme pasaron los días, me fui animando, y aunque soy plenamente consciente de que el salto es de gigante, que es mucho más dura, y que van a ser muchas , pero muchas horas… me he decidido a intentarlo. Conozco a otra chica que hace la ultra, y de no haber estado ella, pues no sé si me hubiera atrevido. De hecho, escribo estas líneas pensando que quizá deba abandonar, o que no pase algún corte. Que sea lo que tenga que ser…

Así que a pocas horas de intentar el mayor reto hasta la fecha, he cumplido aquello de “no vuelvo en mi vida” o “qué cojones hago aquí” y poco después, donde dije digo, digo Diego… ¿Qué tendrá? Pues no sé ni qué deciros. A mí la larga distancia me gusta, no lo puedo evitar, pero tal y como hablaba con Antonio el corredor con el que coincidí, la larga distancia es puñetera para corredores lentos como yo, porque van a pasar muchas horas, y no es lo mismo llegar poco después de mediodía que llegar a la 1 de la mañana, como yo.

Pero, ¿sabéis qué? Que a pesar de que son retos idos de la olla, a pesar de las horas que nos pegamos dando tumbos, a pesar de dejarme muerta matá, me hace sentirme más viva que nunca. Quién me iba a decir que mi idea de pasar de juerga viernes noche iba a ser ataviada con ropa fosforita y frontal por el monte, y no como tiempos atrás, que me bebía el agua de los floreros… Qué cosas…

Ahora nuevo reto, a ver qué sale, si sale, pero eso sí, la ilusión, que no falte ;)

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