Hace un año, mientras cruzaba meta tras las 17 horas de la Vuelta al Aneto, juraba que “no volvía ahí en mi puñetera vida”. La verdad que no tenía intenciones de repetir, y la siguiente prueba que me interesaba, que era el Gran Trail, no lo tenía en mente en un futuro próximo. Combinaba una primera vuelta a Aneto y posterior paso por Benasque con la vuelta al Posets, que era como el recorrido del Maratón de las Tucas en sentido inverso, pero subiendo al collado de la Forqueta en lugar de subir al collado de la Plana. Tanto en 2016 como en 2017 había presenciado la salida a las 12 de la noche del viernes de dicha prueba, y siempre recuerdo esa admiración, y ese asombro ante las pocas féminas que solían estar. Me parecían titanes, seres extraordinarios.
En diciembre de 2017 me había apuntado al Gran Trail Peñalara, carrera que no estaba en mis planes, pero estar acompañada de tantos compis de Andandaeh me animaba bastante. Tiempo después sacaron las inscripciones de manera escalonada para las distintas pruebas del Aneto Posets. Las inscripciones volaron a velocidad pasmosa, las del Maratón de las Tucas desaparecieron en apenas 40 minutos, las de la Vuelta al Aneto pues parecido… Y como en principio no tenía intenciones de ir a ninguna prueba, no me apunté a nada.
Unos pocos días después me metí en la web, y observé que quedaban unas pocas plazas para el Gran Trail. Y entonces me dio el siroco: con seguro de anulación, eso sí, me apunté a la prueba. Mentalmente, pensé que si por casualidad Peñalara no iba bien y tenía que abandonar, siempre tendría ese otro dorsal en la recámara, aunque a priori era bastante más sencillo que terminara Peñalara y no el Gran Trail. Además tenía tiempo de sobra para recapacitar, que hasta el lunes previo al GTTAP podía decidirme si iba o no. Entre ambas pruebas había apenas 3 semanas, muy poco tiempo de recuperación, pero bueno, ya vería sobre la marcha. Entre las inscritas al Gran Trail estaba Flora, con la que ya había coincidido en varias carreras, como la ultra de Sobrarbe o la de Guara Somontano. De mis compañeros no iba nadie, ellos ya habían hecho la prueba en otras ocasiones y efectivamente “no volvían en su puñetera vida”.
Fue pasando el tiempo, me olvidé del tema, llegó Peñalara, llegó mi revelación de “al dorsal del Aneto Posets que le den por el c***” en medio de los pedrolos del paso de claveles… y llegaron después las dudas. Por un lado, pocas veces me iba a ver con el valor suficiente de volverme a apuntar. Por otro, era un salto de gigante en cuanto a ultras se refería, eso me dijo Gorka, y es que era verdad. El terreno, la longitud (en tiempo) de la prueba, poco o nada tenían que ver con Peñalara y Guara. Las 38 horas límite que proporcionaban a la prueba, frente a las 28 o 25 de las otras dos, era más que significativo.
Fui hablando con Flora. Ella se había preparado a conciencia, cosa que no se podía decir de mí. Después de gran parte del año preparando el maratón de asfalto, me faltó tiempo para el cambio de chip a la montaña. Me faltaron salidas largas por terreno montañoso, pero en fin, que poco más podía hacer. Ella me comentó que hacía equipo con dos chicos, y supongo que tratando de engañarme a mí misma, me dije y le dije de intentar ir a su par hasta que el cuerpo aguantara. El pensar que no estaba sola del todo me daba cierta tranquilidad mental, aunque era consciente de que ella se había centrado en la montaña y en pruebas de naturaleza parecida.
Llegó un punto en el que me decidí que lo iba a intentar, y que si me debía retirar, que lo haría, y que llegaría hasta donde pudiera. Me había mentalizado de que iba a invertir un montón de horas: 35 como mínimo. Estuve soñando con las noches toledanas, con las piedras de Salenques, pero ya me había decidido, y una vez que pasó el lunes previo, ya no había marcha atrás. Además recibí un mensaje asombroso: Mariano Navascúes, del programa Chino Chano, me escribió diciéndome que como participante en el Gran Trail, que me quería entrevistar. ¡A mí! Si me faltaba ya el último empujón, esto terminó por animarme del todo.
Desde Peñalara hasta el viernes 20 de julio me lo tomé con calma. Total, no tenía sentido acumular más desnivel. Tocaba intentar recuperar, acumular descanso, y llegar lo más fresca posible. Hice acopio del material obligatorio, y tocó comprar crampones, ya que este año no nos librábamos de la nieve y los neveros en altura.
El viernes de la prueba fui a trabajar, y por la tarde en cuanto terminé los preparativos salí para Benasque. Iba sola en el coche, con la intención de que si me tenía que retirar, al menos tendría un sitio en el que descansar antes de volver a Zaragoza. Era una paliza conducir a la ida y a la vuelta, pero bueno, me lo tomaría con toda la calma posible. No llegué hasta las 21:30 a Benasque, bajo una nube que amenazaba tormenta. A las 23:00 me entrevistaban y a las 00:00 arrancábamos. Un poco justa iba, pero bueno… Recogí mi dorsal, y me encontré con colegas que corrían otras de las pruebas. Yo estaba ya preparada y vestida y como un auténtico flan. Me estaba metiendo en menudo jardín… Terminé de organizar la mochila lo mejor posible, que con la cantidad de material que debía llevar, me había quedado de todo menos apañada. Las mallas por debajo de la rodilla las llevaba puestas, porque prefería eso que no cargarlas en la mochila.
Me fui a tomar algo antes de salir, tenía cerrado el estómago de puros nervios. Ya me fui a la entrevista, que fluyó bien porque al final se trataba de hablar de lo que me gustaba. Después me encontré con Daniel mi quinto, y ya me fui hacia la zona de salida, donde ya vi a Flora y sus amigos. Y entonces, la tormenta. 20 minutos antes de la salida, comenzó a llover, 4 gotas al principio y granizo al final, mientras nos colocábamos los chubasqueros y dábamos pequeños brincos intentando entrar en calor. No sé el pensamiento de los demás, pero a mí me daban ganas de salir por donde había venido, sentarme en mi coche y olvidarme de semejante barbaridad de km y de desnivel. ¿Pero qué hacía una asfaltera como yo en semejante berenjenal?
Y por fin dieron la salida. Sin dejar de llover, arrancamos por las calles de Benasque al paso de los ánimos del público, hasta poco a poco abandonar las luces del pueblo y adentrarnos en la oscura noche. La fiesta empezaba, y de qué maneras. Poco a poco la lluvia nos fue dando una tregua y entramos en calor. Yo iba a la par que Flora en el tramo más sencillo de todos, ya me lo conocía del año pasado.
Los primeros 20km hasta el refugio de la Renclusa se hicieron llevaderos. Ahí estaba el corte horario más estricto, 4 horas desde la salida. Pude ir a la par que Flora y sus amigos casi todo el trayecto hasta el refugio, salvo los últimos repechos con algo de piedras que me hacían resbalar. Ahí lo supe: en cuanto llegué al refugio, sobre las 3 de la mañana, poco después que ellos, le dije a Flora: “Tirad para delante que no os voy a poder seguir”. Era lógico y normal, ellos estaban sueltos y yo era un pulpo en un garaje, me iba a agobiar y quedaban muchas horas y muchos km. Casi prefería ir sola, aunque fuese más duro. Ni de coña quería ser el lastre de nadie. Sola me había metido en este berenjenal y sola iba a salir. Y que saliese el Sol por donde quisiera…
Quitada esta presión de encima, emprendí la marcha de los 6.3 km duros hasta el Collado de Salenques. Primero un ascenso por senda hasta el cuello l’Anclusa, para después bajar. Esa bajada, de noche, medio resbalando, pues tuvo su miga para alguien como yo. Y luego otra vez subir y subir… Este tramo me lo tuve que tomar con mucha filosofía después de varios resbalones en las piedras mojadas que hicieron que jurara en hebreo y arameo, maldiciendo las malditas Brooks Cascadia que llevaba puestas. En una ocasión me caí metiendo la pierna entre dos piedras, me fui para atrás y ahí supe que toda precaución era poca. Con la mayor calma del mundo, y dejando pasar a todo Jesucristo, poco a poco fui llegando a Salenques. Nos llevaron por un lateral para evitar la nieve, y al final los voluntarios (Guillermo Plo entre ellos) habían marcado una especie de escaleras en el nevero para atravesarlo sin el uso de crampones. Después un ascenso con ayuda de cuerda nos dejaba arriba del collado Ya había amanecido y Salenques con tanta nieve ofrecía un aspecto muy diferente del de hace un año. Eran las 7 y media de la mañana y estaba una hora por encima del corte horario. Yo ya sabía que a partir de La Renclusa iba a ser la tónica general que pasaran muchas horas y pocos km.
Me tomé la bajada con filosofía. Fui dejando pasar a corredores y en una de estas ocasiones, al volverme, me llevé la sorpresa.
-Pero hombre, qué haces aquí.
-No, no, qué haces tú aquí.
Say hi from the pedrolos!!
Era Antonio, el chico de Madrid con el que compartí parte del descenso de Peñalara; al parecer me dijo que corría el Aneto Posets (ya no me acordaba) y yo le había dicho que tenía un dorsal pero que le iba a dar papeleta. Y tres semanas después ahí estábamos. Iba con un amigo, y poco después nos alcanzó Jesús Nuño. No lo había pasado bien en los km nocturnos.
Juntos emprendimos el camino hasta el Refugio Cap de Llauset. Eran 5.4 km técnicos, que ya se me habían atragantado bastante el año pasado. Teníamos a los escobas a apenas un paso, y la verdad que eso me agobió un poco, me vi que estaba yendo muy al límite de los controles horarios. Al rato éstos tiraron para adelante. Yo intenté poner a cargar el reloj pero la pepino batería que llevaba parecía no querer funcionar, y me pegaba todo el rato dándole al on. Oye, pues si se perdía el move del reloj, que se perdiera, pero tenía cojones la cosa…
Me alcanzaron los escobas y ya fui con ellos hasta el refugio. Tuve un resbalón en la nieve por liarme con el camino, y a consecuencia de eso me hice unos raspones en la cara interna de la pierna. Por el walkie iba oyendo los avances de los corredores de la Vuelta al Aneto, habían salido a las 6 de la mañana y era cuestión de nada que nos alcanzaran (corría Luis Alberto Hernando, al que también habían entrevistado en la previa). En el Refugio (llegué sobre las 10:45 de la mañana) reposé un poco, rellené botellines (ya había dado cuenta de unas cuantas barritas con cafeína en la noche) y arrancamos otra vez todos juntos hacia el collado de Ballibierna. Ya hacia mitad de collado, vimos que llegaba la cabeza de carrera, Luis Alberto y otro chico más. Qué brutal, subía como si nada. Y pensar que habíamos partido con 6 horas de ventaja… Me sentí más paquete que nunca.
Coronamos el collado y emprendimos el descenso hasta el refugio de Coronas, 6.6km en los que el terreno iba mejorando paulatinamente. El año pasado había conseguido trotar malamente, pero esta vez arropada por los escobas me animé a aumentar el paso. Iba agobiada con la hora, mis compañeros habían tirado para adelante y yo no veía el momento de llegar. A casi a la par iba una mujer extranjera (se acabó retirando en Benasque). Por el sendero pedregoso del final me animé a correr y ahí me metí una leche de las buenas, aterricé lateralmente y se me subió la bola, pero me puse de pie, me recompuse, y seguí corriendo como si no hubiera un mañana. Por fin alcancé el punto de control. Ahí estaba Carl, me animó y me dio un abrazo, y yo me empecé a agobiar de verdad con la hora. Eran las 2 del mediodía, y tenía hasta las 6 y media de la tarde para llegar al control de Benasque. Habida cuenta de que el año pasado había cubierto la subida y posterior bajada del Estibafreda en 5 horas, juro que pensé que no llegaba y que mi carrera terminaba en el primer bucle. Para la Vuelta al Aneto dan 20 horas en total, pero para el Gran Trail, el tiempo máximo para el primer bucle eran 18 horas y media, más que suficiente. Pero este año las piedras se me habían atragantado más de lo debido.
Con todo el agobio que llevaba, los escobas me animaron a apretar, y me dijeron que era posible. Y apreté, apreté. Emprendí la subida con toda la fuerza que fui capaz, mientras me daban alcance la segunda chica de la Vuelta al Aneto (Pilar Prades) con su hermano Roberto y la tercera, Ángels Llobera (ganadora de una que al menos recuerde de las ediciones de la ultra), que me animaba a engancharme a su rueda. Comenzó a llover, me puse el chubasquero y seguí apretando. Las piernas dolían, pero no iba a dejar que mi sueño acabase ahí. Y alcancé cima. Ramón Ferrer ya no estaba para hacer fotos, la verdad que no hay forma de coincidir con él, si no es por la noche, es por la lluvia, jajajajaja.
No tardé mucho en emprender la bajada. Ese terreno era favorable para correr, y a pesar del dolor de patas, apreté todo lo que pude. Un par de escobas pasaron y me animaron a seguir corriendo. Llegué a la zona de bosque y madre mía, de día otra cosa era. El año pasado estuve muy torpe en ese tramo, y ahora de día podía apretar mucho mejor. A mitad de bajada el reloj se me quedó sin batería, y conecté el endomondo del móvil, ya se me ocurriría qué hacer con el reloj. Y seguí corriendo, había bastante barro (en general, durante todo el recorrido me había mojado bastante los pies porque bajaba mucha agua) y en esos tramos embarrados aflojaba un poco, mientras corredores de la Vuelta zumbaban y bajaban como locos. “Venga, que no te queda nada”, me decían, mientras yo negaba con la cabeza: me quedaba, y no poco.
Po fin alcancé Benasque tras un llaneo que se me hizo interminable como el año pasado, al llegar a uno de los controles le dije al voluntario “Y seguimos para bingo”, y por fin alcancé el pueblo, donde la gente hacía pasillo creyendo, me imagino, que ya terminaba. Pasé por meta sobre las 6 y cuarto de la tarde, pero debía seguir hasta el pabellón. Me lié un poco, paré a hablar con mi prima Raquel (su cuñado es Ricardo Escuer que corría la ultra), y ya corrí al pabellón, que se me estaba yendo el santo al cielo. El control lo pasé 7 minutos por encima del corte.
Llegué allí, y los escobas de reemplazo estaban listos para partir. Me encontré a Jesús Nuño, estaba cambiado pero se quedaba en Benasque, casi lo mato. No sabía qué había sido de Antonio y su amigo. Y ahí estaba de nuevo, Chema, el escoba que me acompañó todo el recorrido de la ultra de Guara.
-Venga Vanesa, que tienes 5 minutos para pasar por el pabellón.
Como si viviera el mismísimo día de la marmota, me eché a reír.
Mi gozo en un pozo. Yo me las prometía felices con la ducha a mitad de recorrido, con mi ropita limpia en la bolsa de vida, y no, no iba a tener tiempo de nada. Fui al baño al menos (lo hacía en cada uno de los refugios), dejé el chubasquero y cogí otro algo más fino, que era más sencillo transportarlo. Y con todo mi olor a humanidad y a choto, salí del pabellón.
Tuve algunos minutos para comer algo, y enseguida emprendimos la marcha. Comenzamos a subir por el sendero hacia el Molino de Cerler, yo estaba agotada pero decidida a seguir, y vi al último corredor que partía conmigo. Se dio la vuelta y me eché a reír. Era Juan, el señor mayor que compartió conmigo la noche toledana de Guara Somontano. Y ahí estábamos otra vez…
Conforme subíamos el sendero, bajaban corredores del Maratón de las Tucas, que hacían ese camino a la inversa en sus últimos metros a la meta. Nos hacían pasillo al vernos y nos animaban a seguir adelante. Me encontré a Chema del Club Correcaminos Alfindén y también a Silvia Majarenas, a la que animé como una loca. Era un subidón ver caras amigas en el trayecto. La verdad que pensar en lo que quedaba, una nueva noche por delante, echaba para atrás, pero era mejor no pensar en eso y simplemente pensar en alcanzar el próximo control. Además, lo peor había pasado, ya que el primer bucle era mucho más duro que el que quedaba por recorrer.
Yo no tenía fuerzas ni para medio trotar en esa subida. Procuré recuperarme, y una vez en el Molino, y cuando el cansancio hacía más mella, me tomé un tubo de guaraná concentrado que me guardaba en la recámara para la segunda noche. Hasta ahora, no había experimentado las pájaras que tuve en Peñalara: debido a lo técnico del terreno, me había mantenido en alerta toda la noche y todo el día, pero ahora que el camino se relajaba, me estaba viniendo el bajonazo a lo bestia. En la bajada desde el molino nos encontramos a Mariano Navascúes, que corría Tucas, y que alucinó de verme todavía en carrera. Selfie, y para adelante. Poco después, Neme que ejercía de escoba de Tucas junto con otros voluntarios. No había tiempo de hablar, había que seguir.
Pasamos por Anciles, y en el avituallamiento de Eriste me paré a ver si conseguía conectar el reloj a la batería. Me tuvo que ayudar Pau Jordán, organizador de la ultra de Guara Somontano y que ejercía de escoba en este bucle. Yo no sé qué hizo, pero consiguió que comenzara a cargar el reloj. Por fin le eché un ojo al móvil. Con lo justa que había ido en los cortes, no me había parado a mandar ningún mensaje, pero aproveché a decirle a mis padres que seguía en carrera y que estaba bien. Y arrancamos otra vez la larga subida hacia la Forqueta, previo paso por el refugio de Ángel Orús. El primer tramo era de asfalto (lo recordaba de bajada de Tucas), y poco a poco la noche nos hizo conectar los frontales. Nos cruzamos con un corredor que venía de la maratón, que había abandonado en el refugio y que bajaba por su cuenta hacia Eriste. El asfalto fue dando lugar al sendero, y ya finalmente a una subida más empinada en total oscuridad salvo nuestros frontales. No veía el momento de llegar al refugio. Yo preguntaba cuántos km quedaban, y mis escobas hablaban en metros de desnivel. Como había perdido la referencia de los km totales, yo la verdad que no me hacía a la idea.
Y por fin alcanzamos el refugio. Unos pocos corredores de la ultra, incluida una chica, abandonaban en ese momento el recinto. Nosotros pasamos al interior. Una mujer, voluntaria, insistió en que me tomara un caldo caliente Aneto. En principio no quise, pero cambié de opinión, y lo bien que me sentó. Aproveché que estaba sentada para el cambio de calcetines que hacía horas que tendría que haber hecho. Tenía los pies arrugados de la humedad, me acojoné un poco. Estaban llenos de tierra, y cuando una mujer me vio (ahora estoy dudando de si la misma del caldo) me dijo que me echaba una mano. Con su santa paciencia me limpió un poco los pies y me ayudó a ponerme unos calcetines secos. Fue un ángel.
Ya un poco mejor, salí porque en breves arrancábamos. Eran casi las 12 y media de la noche, hora de corte en dicho control. Afuera estaban Martin Scofield, al que no conocía, también Michel, escobas que estaban esperando en el refugio a unirse a nosotros. Se había puesto a llover, así que no quedó otra que colocarse el chubasquero.
Y comenzamos a subir hacia el collado de la Forqueta, punto a 2900 metros y el más alto de la prueba. Parte del camino era el trayecto que tanto me costó bajando del collado de la Plana hace un par de años. En subida se me hizo más llevadero. Llegado a un punto, nos desviábamos. Parte de la subida llaneaba paralela a un ibón que se adivinaba helado en medio de la noche. No veíamos más que los reflectantes del sendero conforme subían, eso y el frontal de Pau, con la friolera de 1000 lumens. Scofield me daba conversación, mientras de cuando en cuando me obligaba a ir comiendo para tener fuerzas, tónica que se iría repitiendo (y menos mal) a lo largo de lo que quedaba de recorrido. Yo me iba sobreponiendo a los amagos de pájara, y de vez en cuando me parecía ver formas inanimadas en las rocas, las famosas alucinaciones de las que me habían hablado Jordi y Gorka en la segunda noche de esta ultra.
No quedaba mucho para llegar al collado cuando Scofield se paró, sacó unos papeles, y ante mi asombro inicial, se puso a cantar el “Yesterday” de los Beatles mientras lo grababan a la luz de los frontales. Parece ser que era una costumbre eso de cantar. Una vez que terminó, le dije lo bien que cantaba, que parecía nativo. Y nativo que era, jajajajaja. Proseguimos por el repecho de rocas hasta lo alto del collado, donde como era tradición, según supe después, Martin se puso a cantar a casi 3000 metros de altura, y a las 3 de la mañana, el “God save the Queen”. Qué momentazo y qué grande, lo tendré grabado en mi retina siempre.
Comenzaba el largo descenso hasta el refugio de Biadós, penúltimo control horario que cerraba a las 6 de la mañana. Los voluntarios nos dijeron que tendríamos que ponernos los crampones un par de veces (hasta ahora no los había estrenado), primero para bajar el nevero con cierta pendiente, y más adelante para cruzar otro más algo peligroso. A esas horas había helado bastante y lo que se podía haber cruzado mejor ahora se tornaba más peliagudo.
El primer cruce fue sencillo, y retomamos el sendero. Me estaba empezando a doler la cabeza y aflojé el ritmo, dejando que Juan (el corredor de Guara) tirara para adelante con algunos de los escobas. Michel y Martin se quedaron conmigo. El camino me resultaba empinado, y la tierra me hacía resbalar un poco. Aunque fui con cuidado, no pude evitar meterme dos tozolones idiotas al resbalarme. Me recompuse, y para adelante. El refugio se adivinaba al otro lado del valle, y aunque parecía cerca, estaba todavía muy lejos (y eso que era un trayecto de apenas 6.8 km). El terreno ya no era tan técnico, pero la nocturnidad, el cansancio y el agobio hacían mella y me lo hicieron pasar canutas en este trayecto. Y venga a bajar, y que no llegábamos. Cruzando el río, resbalé y me di un culetazo antológico. Me remojé algo, y otra vez con los pies calados, retomé el camino. Tocaba meterse caña… y venga a correr, y medio trotar, y el refugio que no llegaba. Cuando creía que estaba todo perdido, las luces del refugio empezaron a verse más cerca, mientras nos cruzábamos de frente con corredores que salían del refugio algo hechos polvo. Milagrosamente, llegábamos apenas 5 minutos sobre la hora de corte. Ya me relajé un poco.
En una mesa estaban el resto de escobas, los voluntarios y Juan. Habían dejado albóndigas de la cena, y comí, y juro que hacía mucho tiempo que no comía unas albóndigas tan buenas. Me resucitaron. Un poco de queso, algo de dulce, y ya me mejoró un poco el cuerpo. Me taparon con mantas para que no cogiera frío, y ya decidimos salir Juan y yo junto a los escobas que nos habían estado arropando. Ya no quedaba nada duro, la última subida al collado de Estós, descenso al refugio del mismo nombre y los últimos km hasta Benasque. Unos 22 km después de no sé cuántas horas en movimiento. Ni tenía la cuenta total, ni falta que hacía.
Emprendí la marcha de buena gana mientras las luces del día nos dejaban ver el espectacular paisaje. Qué sitio tan bonito, ahí tenía que volver yo con Raúl, pero a la calma (y de día). No iba mal, de hecho, me encontraba asombrosamente bien. Seguimos para adelante, cruzamos el barranco y enfilamos la última subida dura hasta el collado de Estós. Y ahí la pierna izquierda me empezó a dar guerra. Cada vez que daba un paso, me dolía el lateral de la rodilla (la cara interna de la pierna). Yo sabía que no era la rodilla, era otra cosa. Me dieron réflex y casi fue peor. Pero seguí para arriba, donde el servicio médico me esperaba.
Una médico me miró y me dijo que era una sobrecarga llamada no sé qué de pata de ganso. Normal, entre el tirón que me había dado en una caída y que hizo que se me subiera la bola, y tanto repecho para arriba, lo raro es que no estuviera peor. Me vendó para sujetar la rodilla y descargarla un poco, y me tomé un ibuprofeno. Parece que la cosa iba mejor, y seguí para adelante.
El camino mejoraba, y comenzamos poco a poco a descender a lo largo de 5 km. Tuve cuidado en las primeras rampas, y cuando hacía más calor, me empezó a dar un bajonazo mental y me puse toda seria.
Scofield me decía que no dejara de comer, y que me iba a tocar correr porque si no era complicado que pudiera llegar a meta (el cierre de meta era a las 2 de la tarde). Y que sonriera, que no dejara de sonreír. Yo estaba de bajona no sé sabe muy bien por qué, y los senderos de tierra me estaban haciendo delirar un poco. Yo le prometía que una vez que alcanzara el refugio de Estós me iba a poner a correr, que sabía que ese camino era sencillo y encima de bajada. Creo que le costó creer que el ente humano que le hablaba se pusiera a correr…
Por fin alcanzamos el refugio de Estós. No recuerdo la hora, probablemente quedaban un par de horas para el cierre de meta (quizá menos), y los voluntarios que estaban ahí creían que lo tenía muy crudo para cubrir los 12 km que quedaban. Pero cumplí mi promesa, y me puse a correr. Reviví, saqué a la asfaltera maltrecha de mi interior, guardé los bastones, y me puse a correr como si no hubiera un mañana, con dolores y a un ritmo no inferior a 6 min el km (tampoco se le podían pedir peras al olmo). Martin empezó a entusiasmarse, diciendo que eso era lo que le gustaba de estas carreras, esos subidones, y seguí corriendo, trotando más lento en los pocos repechos de subida, pero procurando no aflojar el ritmo. Pasamos la famosa cabaña de Turmo, y no tardé mucho en alcanzar a los dos corredores más rezagados de la ultra, uno de ellos ya lo había visto tocado en alguno de los refugios. Ahí no me quedó otra que despedirme de mis escobas, ya que tenían que acompañar a estos corredores. Pero yo no podía dejar de correr.
Cada vez más emocionada, los km fueron avanzando rápidamente, alcancé a otros dos corredores, yo casi lloraba sola de pensar lo cerca que estaba de conseguirlo, y finalmente alcancé a Juan, lo animé al pasar a su lado, y seguí corriendo, y corriendo, mientras volvía otra vez al camino que me llevaría a Benasque y esos km que se hacían tan pesados andando.
Pasé el control del camping zumbando, mientras los voluntarios me animaban. Poco antes de llegar a Benasque me encontré con Manolo, amigo de Tony (mi compañero de club) que había estado esperándome en el refugio de Biadós (pero como tardé tanto en llegar, no llegó a verme). Le saludé y me hizo fotos mientras iba a mi par corriendo. Ya estaba en el pueblo, era cerca de la 1 del mediodía y estaba todo lleno de gente. Me aplaudieron conforme pasaba, y me dio un subidón. No sabía si reír o llorar, mientras la gente me chocaba la mano al paso, me llamaban campeona y me hacían sentir como la mismísima reina de la montaña. Aplausos y gritos de ánimo mientras enfilaba los últimos 200, 100, 50 metros, pisando la ansiada alfombra roja, con los voluntarios agitando los cencerros, mientras el speaker anunciaba mi entrada, y subía mi puño victorioso al alcanzar la meta (meta que por cierto tenía una rampa, ahora entiendo la coña de los escobas con lo del último repecho del final).
Y ahí por fin detenía el reloj, tras 37 horas en movimiento, y algo más de 105km. Acojonante. Cuando quedaban 20 minutos para el cierre de meta, terminaron de llegar todos los corredores, primero Juan, y por último los escobas, a los que abracé después de haber pasado con ellos una noche toledana de las que no se olvidan.
Meta con los escobas, Juan y alguno de los voluntarios.
El torrente de emociones que invaden tu cabeza es simplemente brutal. BRUTAL, como la experiencia en carrera que acababa de experimentar. Ahí estaba Carl, y Neme, me abrazaron, me felicitaron, también mi Raquelica, Ana Rematxa, me recibieron con un cariño tremendo, Silvia y David (Cierzo), Ana y el Pelos de los Beer Runners, público espontáneo que decía admirarme, la señora del caldo Aneto, “¿Ves como te ha ido bien?”, me dijo. Carl me trajo una cerveza. Luego vi a Mónica Olivera, había corrido la Vuelta al Aneto, y Rosa Ruiz, lo hicieron muy muy bien. Rosa me dijo que su hija se había hecho mi fan y que me había seguido todo el fin de semana. A Rosa le tengo mucho cariño porque hice con ella el Maratón de las Tucas hace dos años. Y vi a Antonio. Cachis la mar, se había retirado en Benasque. Dijo que volvería. Luego vi a Sergio de Santa Isabel, y a Bechi, a Juanjo y a Mónica. También vi a Marta Bona, ejercía de escoba. Yo no veía el momento de irme de ahí entre palique y palique.
En meta vi que Flora había quedado tercera, toma ya, maquinorra humana. Y vi a Natalia Román, la primera chica. Había completado la carrera en unas 20 horas. Admiración total.
Y ya decidí ir al pabellón a por la mochila de vida, darme una ducha y poder descansar en el coche. Como iba empanada, no me enteré (lo dijeron por megafonía) de que las mochilas las habían trasladado a meta, así que me tocó dar algún paseíto antes de la tan ansiada ducha. En el parking me encontré a Susana (de Monzón), menudo sorpresón. Por fin miré el móvil aunque antes de informar mis padres y Raúl ya habían visto en la web que había llegado a meta. La ducha por desgracia no tenía la potencia suficiente para quitarme toda la tierra de los pies (al final y de correr en el último tramo, me salió una ampolla en la planta del pie izquierdo), pero intenté quitarme el olor a humanidad, y con las piernas hechas un cuadro de morados y raspones, salí de la ducha dando traspiés.
Me tumbé en el coche un rato indefinido, traté de dormir, y descolocada perdida, acabé saliendo de Benasque y paré a tomar un par de coca colas antes de partir. En el bar aproveché a conectar el teléfono y descargar los mensajes. Tenía tropecientos whatsapp de los andandaeh, que me habían hecho el seguimiento todo el fin de semana. Los Cabras Team también me habían visto por la tele. Di señales de vida, y con la calma volví a casa. Adoptar posición horizontal era sinónimo de entrar en un sopor profundo. Al día siguiente fui a trabajar con más pena que gloria, necesité una coca cola a mitad de mañana. El martes ya era más persona, las piernas iban mejor pero la espalda costó un poco recuperarla.
Me costó un poco reposar las emociones. De los poco más de 300 corredores que habíamos dado la salida, 17 de ellos féminas, sólo la mitad terminamos, y de ellos 6 chicas. Las cifras abrumaban. Me costaba creer haber sido finisher, después de tantos momentos de flaqueza en la carrera que sin duda más al límite me había puesto. La carrera más brutal y también la más espectacular. La verdad que brutal era lo que mejor la definía. No soy rápida, soy poco montañera y peco de prudente y lenta, pero cómo había tirado la cabeza, más que nunca. El cuerpo maltrecho te pide tregua, pero la fe mueve montañas. En mi caso, habían rodeado el Aneto y el Posets. No puedo evitar lo mucho que me llenan estos retos, donde la mente puede llegar a ser poderosa y ayudarte a sobreponerte, a volar, y a soñar.
Tengo que dar muchas gracias. GRACIAS a todos los amigos que me siguieron en carrera y que tuvieron un pensamiento hacia mí. A mis azulillos, al heavy que iba dando la turra a los azulillos. Un gracias enorme a Raúl, a mis padres y a mi hermana. Mi hermana no deja de sorprenderme. La admiración que sentía por mí y el seguimiento que me hizo me hacen emocionarme. Os quiero mucho. Sé que es complicado de asumir una afición así. Al fin y al cabo yo me marcho al monte toda feliz, mientras ellos preocupados me van siguiendo, no vaya a ser que me pase algo. Yo sé que saben lo feliz que me hace, porque el brillo de mis ojos mientras Mariano me entrevistaba es difícil de ocultar. Gracias a todos los amigos que me recibisteis en meta, me transmitisteis un cariño brutal.
GRACIAS a los escobas que me escoltaron en gran parte del recorrido, que me arroparon, que me ayudaron, que se preocuparon por mí. Gracias a ellos la segunda noche pasó en volandas a pesar de los microsueños y amago de alucinaciones. Ángeles con la voz de Scofield en lo alto de la Forqueta, que me regalaron unos momentos que retendré siempre en mi memoria. Chema de nuevo, Pau, Martin, Michel, Carlos… no pude entrar en meta con vosotros porque como os prometí, me iba a poner a correr en el refugio de Estós, pero para mí es como si entrara con vosotros de la mano, os tengo en el corazón. Hacéis una labor increíble, de verdad, de todo corazón.
GRACIAS a todos y cada uno de los voluntarios que independientemente de la altitud, de la hora del día o de la noche siempre mostraban esa sonrisa en la boca, esas ganas de ayudar. Ángeles que me arroparon, me ayudaron con mis maltrechos petetes, que me dieron caldo caliente… Son gente increíble, que te ayudan a afrontar los km que te quedan con las pilas recargadas. Ay esas albóndigas, qué detalle guardarnos y qué buenas… Y GRACIAS a la organización, que saca adelante esta carrera año tras año y que hace que sea un fin de semana espectacular en Benasque.
GRACIAS a Mariano Navascúes por brindarme la oportunidad de esa entrevista en la tele, hablando de lo que tanto me gusta; me regalaste un momentazo de oro que guardaré con todo mi cariño, algún día se lo enseñaré a mi descendencia mientras en tono cascarrabias les diga “yo a tu edad corría ultras pero de las últimas”. Quién me iba a decir que mi idea de fin de semana de farra iba a ser en el marco de esta carrera, yo, que he tenido mis momentos de juerga y beberme el agua de los floreros. Ay, qué cosas. Ahora ya no valgo para eso, y dos horas en Interpeñas me producen más cansancio que la subida a la Forqueta a las 12 y pico de la noche.
GRACIAS a todos y mi más sincera ENHORABUENA a todos los corredores que disfrutasteis de ese fin de semana, independientemente de la distancia y de la marca.
Ha sido una experiencia increíble, agotadora a muchos niveles, pero algo más de una semana después, sigo feliz y en una nube, porque este tipo de experiencias, aunque cueste creerlo, me dejan destrozada y a la vez más viva que nunca. Eso sí, esta vez no vuelvo a la ultra, y si vuelvo será de otra forma, quizá como voluntaria.
Próxima parada: cambio al valle de Tena, la 8K. Promete ser muy muy dura, comprende el mismo desnivel en menos km, pero hasta donde el cuerpo aguante y la mente lo permita. Pero antes… vacaciones, que creo que me lo he ganado.
Un gran año, grandes carreras, y más feliz que nunca. De verdad, seguid soñando, porque es precioso y merece la pena.
Un Pirineo extremo, un recorrido infinito. ¡Larga vida al GTTAP!