Dudé bastante antes de apuntarme a la Perimetrail de Arguis. Siendo una carrera organizada por gente conocida, por terreno bastante explorado desde mi infancia, y cerquita relativamente de Zaragoza, ahora me extraña que dudara tanto. Quizá dudaba de la distancia. Porque ofertaban un Trail de 15 kilómetros, la Perimetrail de 30 y la Ultra de 66. Al final un compañero de fatigas, apuntado a la Perimetrail y que no podía ir, me las resolvió. Me traspasó el dorsal y la faena.
El día salió espléndido, la primavera, casi verano, había llegado hacía pocos días. Pero a las 8 de la mañana, hora de salida, aún hacía fresquito, así que salí con camiseta y manga larga, que bastante frío pasé en el maratón, la última carrera. Como no pusieron como material obligatorio mas que móvil y vaso, deseché la opción de mochila-chaleco y cogí un cinturón. Luego utilicé el que daban en la bolsa. Iba más ligero, pero sin bidones. Tampoco cogí palos: como eran 30 kms. y por terreno corrible, me dije que no serían necesarios. Dos errores que pagaría con creces. Saludé a Rubén y a Alberto, ya en la salida, y al tajo.
Salimos deprisa, en el fondo supongo que pensando coger sitio para cuando, tras rodear el embalse, se tomaba la empinada senda que asciende de manera directa al Pico de La Calma. Este primer ascenso, duro, lo llevé bastante bien sin palos, las fuerzas iban intactas. Aunque los echaba de menos. En menos de 45’ pasé junto al mojón cimero. Tocaba el descenso a Nueno. Descenso que había hecho hacía menos de un mes. Bajaba todo lo deprisa que podía, pero con mi habitual precaución (o miedo). Efectivamente algunos me pasaban como rayos. Lo típico. Tampoco demasiados, pensaba. Por la pista aumenté el ritmo. Supongo que por ese terreno bajaría más deprisa que cuando estoy peor de forma. Al llegar a Nueno, miré el reloj y, ¡sorpresa! estaba en pausa. Le di a seguir, pero ya no me valían sus datos. Avituallamiento en el que llené el vaso y cogí sandía y chocolate.
Luego viene el tramo de atravesar la autovía, llano, por pista, más feote. Empezaba a pegar el calor. El ascenso a Santolarieta es tendido y se puede correr. Los tramos empinados caminábamos (me refiero a mí y a los que tenía por delante). Me daba cuenta que casi iba más a gusto trotando despacito que caminando. Tengo que entrenar caminar deprisa…Al pueblo llegué en menos de dos horas, así que pensé que tenía posibilidades de bajar de las 4. Nuevo avituallamiento ligero, y a seguir subiendo. Por una buena senda ya más empinada llegamos al Collado del Tiacuto. Definitivamente estaba echando de menos los palos. Sentía las piernas algo mas castigadas de lo que tenía pensado. O había ido demasiado deprisa o no tenía mi día. Tras alcanzar el collado con el Pico del Águila ya a la vista, se desciende para rodear el Tiacuto por el oeste dirigiéndonos hacia el Refugio de Ordás. Senda nueva, con un último tramo que atraviesa un bonito bosque. Pero con un par de subes y bajas que en el perfil ni reparas en ellos y ahora fastidian. A estas alturas ya la cosa iba despejada, apenas pasaba ni me pasaban. Llegamos a Ordás y llené el vaso dos veces, empecé a pensar que la había fastidiado también al no llevar bidones. Melón, sandía, naranja, y a afrontar la subida sin apenas descanso por la vertiente sur del Pico del Águila. Y sí, en este tramo ya extrañé los palos totalmente. Se hizo larga la última parte de la subida, porque estaba deseando llegar, porque había calculado 45’ de bajada para hacer menos de 4 horas, y porque las piernas no las sentía finas.
Pasamos de largo el Pico del Águila, en una antecima estaban mis tíos haciendo fotos y dando ánimos. Me preguntaron si quería algo: “acabar”, dije. Por fin llegamos a la cima de la Punta del Águila. Ya quedaba sólo descender a Arguis. Aunque largo, ya era solo bajar.
Pero el descenso se me hizo muy, muy duro. Creo que no me hidraté nada bien, pese a que tomé sales, pero supongo que bebí poco líquido. Eso y no ir con bastones debió castigar sobremanera mis músculos. El resultado fue que en ese descenso noté como ante cualquier movimiento extraño se me subían los gemelos. También me daban como tirones en la planta del pie (nunca me había pasado). Casi abajo tuve que pararme un par de veces o tres a estirar. Iba agarrotado como nunca. Y no es mala memoria, no. En ninguna carrera me había pasado esto tan exageradamente. Volví a cruzarme con Ramón, que me dijo que iba muy fuerte,…cómo se nota que los calambres no se ven…Llegué a Mesón Nuevo y pregunté: quedaban 3 kilómetros. Iba justo para sub. 4 horas. Me bebí 3 vasos, plátano, chocolate…
El tramo final del Mesón a meta se realiza por senda amable, pista y camino. Menos mal que no es nada técnico. Eso me permitió ir algo más deprisa, o menos despacio, y sobre todo que las piernas no sufrieran tanto y que no hubiera peligro de una mala pisada que subiera mis gemelos hasta la rodilla. Pero en lugar de tirar directos a la meta, que ya se veía, teníamos que ir hasta el pueblo. Así que, pese a mis cálculos, me di cuenta de que se me escapaban las sub. 4 horas. Me iba guiando por la hora del reloj. Pasaba bajo el arco mientras el animador decía algo de 4 horas y un minuto. Al final, 4h. 02’.
Luego vi que había quedado el 55, y 5º de mi categoría, lo que, viendo el nivel, está muy bien. De allí deduje que quizás había ido demasiado deprisa, por encima de mis posibilidades. Eso y la mala hidratación produjeron como consecuencia mis problemas musculares. Al acabar me senté y, aparte de los gemelos y en la planta, me daban tirones, incluso sentado, por toda la pierna; tirones fuertes y con dolor. Ni que decir tiene que cambiarme las zapatillas fue una odisea. Y no miento si digo que a mitad de la noche del lunes me dio otro tirón en la planta del pie que me despertó.
En resumen, carrera dura, bonita, y de la que acabé contentó pese a no bajar de las 4 horas, en realidad el tiempo y el puesto que hice es muy bueno para mis posibilidades.