Maratón blanco de la jacetania... Dos meses después

la_hansen
Carreras de montaña
02/02/2016

Ha llovido mucho desde la jacetania, pero quería plasmar por escrito esos pensamientos que cruzaron por mi cabeza, y que a día de hoy, unos dos meses después, siguen vívidos como el primer día.

Yo lo del correr, cuando empecé, allá por 2010, como alternativa a nadar (que me salía más caro), me lo tomaba a coña. Salía todos los días, sí, al tran tran, a la marcheta, sin objetivos… No fue hasta 2013 cuando me apunté a mi primera carrera, la del Ebro, y cómo no, a la de 30km. Ande o no ande, caballo grande. Cuando después de 3 horazas y 20 minutos crucé meta en la pista de atletismo, después de arrastrar mi cuerpo malamente por los campos de maniobras, me di cuenta de que la sensación era tan triunfal que entendía tanto frikismo en torno a las carreras. Fue una gozada, me sentí triunfal. Paquete de mujer (poca gente quedaba detrás de mí), pero triunfal, oigan. Al día siguiente no era persona y me dolía todo el cuerpo, pero la alegría no me la quitó nadie.

Le siguieron la media, la maratón… Y más Ebro, la TMT, maratón… Fue en la TMT cuando conocí a Jorge el heavy, y ahí el monstruo que se fue gestando, fue a más y más. Del “jevi” pasé al resto de andanda eh, auténticas chotas más buenas que el pan, con ganas de correr y correr y de reír. Ahí me empecé a empapar del espíritu “runner”… y hasta hoy.

El 2015 fue el año del despegue definitivo. Más carreras, y a finales de Noviembre, la ida de olla total, fruto de algunos trotes conjuntos con Fran y Jordi (ay, cómo la liamos, cómo la liamos…). Pues a la jacetania que vamos, maratón blanco, y puerta al invierno.

Admito que desde que me dio por estas cosas, era la ida mayor de perola, ni Tozal de Guara (que fue la media) se le parecía de lejos.

El viaje hasta Jaca con Fran y Jordi fue entretenido, con nervios, claro está, y el temor a que los peores presagios de temporal se cumplieran. La mañana en Jaca era fresca, pero agradable. Ahí vimos a Gorka, que había ido con la familia, y más corredores de otros clubs. Yo me puse mis hoko con el temor de dejarme los muslos por ahí, una térmica, guantes y una chaqueta. Los primeros km fueron agradables, un poco de solecito, coincidimos con Luis Alberto, un auténtico encanto de tío más grande que el copón. Todo muy happy flower y guay de la vida. Hasta trotábamos alegremente.

Enfilábamos hacia Villanúa cuando escuchamos a los guardias, en la carretera, decir por los walkies: “Confirmado, en Canfranc está nevando, en Canfranc está nevando”. Nos miramos los tres con cara de circunstancias, y proseguimos. Para darle más enjundia al asunto, empezaron a caer las primeras gotas, y la cosa empezó a complicarse.

A esas alturas, ya supe por qué el chubasquero hubiera sido una buena opción. Seguí corriendo todo lo alegremente que me permitían mis piernas (las hoko por cierto me llegaban a las rodillas), mientras me iba empapando cada vez más. Fuimos atravesando más pueblos, hasta que lo que era lluvia, se tornó en nieve, y la ventisca empezó a azotarnos de lo lindo. No sentía ni las manos, yo creía que se me caían.

En Canfranc había un avituallamiento más a lo grande. Ahí traté de entrar en calor, me cambié de térmica y me puse gorro (no, no lo llevaba). Seguí con las mismas mallas (error) y los mismos calcetines (mayor error). Aunque Jordi y Fran decían que así era imposible seguir, yo por mis santos coj**** que terminaba la carrera. Me había emperrado. Pero la suerte estuvo de nuestro lado: debido al temporal, el tramo de Astún lo quitaban, de forma que el recorrido se recortaba, y nos quedaban sólo 10 km.

Yo no había llegado hasta ahí para abandonar, y proseguimos. Los pies no los sentía, y tuve que pararme a cambiarme de calcetines. Pero he de reconocer que el paraje era espectacular. Nieve por todas partes, un manto blanco impresionante, ventista, eso sí, que me azotaba en las piernas y casi me hace la depilación criogénica… pero era espectacular, único e irrepetible. Toma puerta al invierno, pero a lo grande.

 

 

Y paso a paso, trotando trotando, Candanchú estaba cada vez más cerca. No había arco de meta por culpa de la ventisca, pero admito que entrar en la estación fue el mejor momento del día. Eso sí, el tembleque del frío tardó bastante en irse, y al día siguiente estaba con fiebre por culpa del frío.

No sé si es una experiencia que repetiré (una y no más, Santo Tomás), pero admito que me demostró la fuerza de voluntad que tengo… y lo cabezuda que soy. Y que soy más fuerte de lo que creía.

A partir de ahí todo ha ido a más… pero eso lo dejamos para otras crónicas.

Gracias, Fran y Jordi, por no dejarme sola en ningún momento.

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