Allá por febrero, creo recordar, abrieron inscripciones para las carreras pertenecientes al GTAP. Fruto de mi locura transitoria de aquella época, decidí apuntarme al Maratón de las Tucas. Le tenía ganas de hace tiempo, y no lo dudé. Luego lo lamentaba, porque no sabía muy bien ni dónde iba a dormir, ni con quién iba a ir, ni nada de nada. Pero ya no había remedio.
Desde entonces, he hecho muchas carreras, muchísimas, la mayor parte de ellas trails. Admito que me gusta el ambiente trail, los recorridos, el terreno, el ambiente… Lo disfruto muchísimo. Poco a poco, mis pasos se iban encaminando, con permiso del Long Trail Guara Somontano que tengo en octubre, a la prueba estrella del año. La verdad que no era muy consciente de eso. Con tanta carrera de por medio, se me diluía el objetivo, y no pensaba en él. Hasta dos semanas antes. Entonces empecé a pensar en la carrera, en el desnivel, en la montaña, en perderme, en caerme, en mil cosas… y empecé a ponerme muy nerviosa. Mucho. Más que a la distancia, le temía a todo lo demás. Se supone que era fuerte, pero mil cosas me venían a la cabeza.
Y por fin llegó el viernes del fin de semana señalado. Teniendo ya todo el material requerido preparado, fuimos a Benasque. Yo dormía en Villanova, a unos 10 minutos, e iba acompañada de Raúl, que se animaba a ir con la bici. El viernes estuvimos cenando con Jordi, Marquitos y Dani de Cadrete, los 4 corríamos la maratón de las Tucas. Fuimos a la salida, a las 12 de la noche salían los corredores de la ultra, donde se encontraban entre otros tantos amigos Gorka, Fran, Tony y Óscar. La salida fue espectacular, me puso los pelos como escarpias. Había poquísimas chicas, y me producían envidia infinita. Las admiraba profundamente. Me daban ganas de emularlas.
Tras la salida, tocaba descansar. Yo tenía los ojos como platos y no hacía más que soñar y soñar y ponerme más nerviosa todavía. El mochilón que llevaba era tremendo, con todo el material obligatorio: térmica, chubasquero, pantalón a la rodilla…
Tras el madrugón y desayunar, me puse mis mejores galas, por supuesto mis trenzas guerreras, y me preparé para ir a la salida, yo cogía el coche y Raúl se quedaba con la bicicleta para hacer alguna ruta hasta mediodía, para poder verme en meta. Francamente, no tenía en mente ningún tiempo, entre 8 y 10 horas, y más tirando a las 10 horas, todo era posible.
Me encontré con Rosa Ruiz, iba sola y estaba algo nerviosa, como yo. Me dijo de quedarse conmigo y le dije que encantada. Yo sabía que Marcos y Jordi iban a ir a un ritmo más fuerte y que iba a ser imposible seguirlos. También estaba Elsa y Vanesa Manso.
Y a lo que me quise dar cuenta, y tras el paso de Daniel Amat por meta, que iba liderando la ultra, dieron la salida. Estábamos un grupo enorme de gente, las inscripciones se habían agotado, así que tranquilamente éramos unas mil personas. Arrancamos Rosa y yo a la par, a ver si nos podíamos seguir el ritmo. Parecía que sí. Con el corazón a toda pastilla, empezamos a trotar.
Los primeros 10 km eran los más sencillos según el libro de ruta, tendida subida hacia arriba, sin problema. Nos cruzamos con Javier Vallés, compañero mío de entrenamientos, y también con Luis y Elena de los Chefatletas. También a Clara de 080 running. Todos iban animados y alegres. Rosa y yo íbamos bien a un buen ritmo, así hasta llegar al primer punto de control que era el refugio de Estós, el cual había que pasar antes de las 11:30. A partir de ahí, ligera bajada, en la que saqué los palos que me había prestado Jordi, y ya enfilamos la dura subida hacia el Collado de la Plana, previo paso por el ibón de Batisielles. A partir de ahí empezaba lo duro de verdad.
Foto subiendo al collado de la Plana, cortesía de Rosa.
Íbamos hablando todo el rato. Me apiado de nuestros pobres acompañantes, que tuvieron que aborrecernos de lo mucho que hablábamos. En realidad, era mi manera de quitar nervios y afrontar la carrera, mi válvula de escape. Seguía nerviosa. Me tiraba la planta del pie. La riñonera la llevaba helada del sudor que me provocaba llevar la mochila. Detalles que podrían jorobarme la carrera tranquilamente. Pero no fue mal la subida. En medio de un espectacular paisaje, subimos por grandes rocas, a buen ritmo, sin perder la sonrisa, aunque al final sí que faltaba el aliento. Coronar cumbre fue un gran momento. La patata me iba a mil por hora y se notaba la altura, vaya que si se notaba, unos 2500 metros. Parecía que costaba coger aire, pero las vistas de lo más alto lo compensaban todo. Hice una parada técnica para estirar la planta del pie, ahí corría el aire y una de las voluntarias me tapó con una manta para no helarme. La verdad que hacía algo de frío. Y proseguimos.
Ahí comenzó el descenso del Collado de la Plana. El primer tramo, sin ser muy técnico, ya me puso algo nerviosa. Con tantos corredores, me veía en la obligación de cederles el paso para no entorpecerlos. Así que me iban pasando mientras yo bajaba como podía. Llegamos a un río. Y ahí tuvo lugar la caída. Resbalé, pisé mal, y me fui hacía atrás, caí prácticamente entera dentro del río, y salvo la cabeza, me mojé entera. No nos vamos a engañar: me moría de la vergüenza. Rápidamente me ayudaron a levantarme. Tenía raspones pero estaba bien. Cuando fui a coger los palos vi que uno estaba roto, lo guardé como pude en la mochila y seguí. Me ofrecieron ropa para cambiarme pero seguí tal y como estaba.
El tramo tras el río era complicado, iba helada y me temblaban las piernas del susto. Así que fui con mucho cuidado, hasta que enfilamos el descenso por la zona que para mí era más técnica. Eso sí que fue un descenso a los infiernos, o quizá un descenso al Maelstöm con permiso de Poe. Me costó horrores. Daniel Moreno de Cadrete decía que este tramo le había puesto contra las cuerdas, y no se me ocurre mejor manera de describirlo. Me ocurrió exactamente lo mismo. No tengo problemas en subir, pero bajar me produce miedo más allá del respeto cuando no tengo nada claro dónde pisar. La ventaja que había cogido en la subida se esfumó en la bajada, donde apurada a más no poder, dejaba pasar a todo el mundo. Me desmoronada por momentos. Me veía torpe, no sabía dónde pisar, y yendo a lo seguro, era como si los km no pasasen. El descenso era fuerte y las rocas grandes, yo no sabía ni cómo pisar ni cómo debía bajar… era la primera vez que me enfrentaba a un terreno así. Me inclinada hacia adelante, craso error. Comenzamos a cruzarnos con los corredores de la ultra, que hacían ese tramo en sentido inverso. Me parecieron super héroes, unos pedazo de titanes de la cabeza a los pies. Rosa bajaba algo mejor que yo pero iba conmigo a la par. Fueron sin duda alguna los 5 km más duros que he hecho nunca en una carrera. Intensísimos. Me pusieron al límite. Apenas transcurrían pero el tiempo pasaba y pasaba.
Cuando no quedaba ya nada para llegar al refugio de Orús, me empezó a sonar el teléfono. Eran las 3 de la tarde. Me saltaron todas las alarmas en la cabeza, y me puse nerviosa. Una vez, dos veces, tres… cuatro… tanta insistencia no podía ser buena. “Rosa me estoy poniendo nerviosa”. Rosa me tranquilizaba y decidimos bajar hasta el refugio de Ángel Orús porque la zona en la que estábamos no era precisamente la más adecuada. Y llegamos al refugio. Me senté con una coca cola, que era lo único que me revitalizaba en ese momento, y vi un mensaje de Raúl, que me decía que no podría verme en meta porque había tenido un accidente con la bicicleta. Esperando lo peor, con los nervios a flor de piel, me desmoroné y pensé en abandonar. Era incapaz hasta de comer, aunque intenté tomarme una barrita. Era complicado, no es como en una carrera de asfalto. Al final pude hablar con él, y me informó que lo habían llevado al hospital de Barbastro para hacerle unas radiografías, ya que era el sitio más próximo en el que se podían hacer.
Me encontré con Elsa. Había sufrido en la subida, pero baja que da gusto verla y me dijo que bajara con ella. Ni me lo planteé. Con los nervios que llevaba, más me valía bajar a mi ritmo cochinero para no ralentizarla. Así que Rosa y yo proseguimos. El descenso hasta Eriste fue mucho más llevadero, no era un terreno tan técnico y al final pude recuperar buenas sensaciones, a pesar de tener la cabeza en el hospital. Rosa tuvo un momento duro, en la pista que era propicia para correr le entré flato, así que aflojamos hasta que pudo seguir. En ese tramo nos cruzamos con Ángel Hernando, que hacía la ultra, iba muy fresco. También Javi de Corredores del Ebro. Daba mucha alegría ver que no habían abandonado.
Llegar a Eriste fue un subidón. Rosa y yo aceleramos el paso por las calles con una sonrisa de oreja a oreja, mientras veía a amigos que nos animaban a grito pelado. Recuerdo a Sergio Bravo, de Santa Isabel, a Laura Laporta. Puff, un subidón tremendo. Me quedaban 10 km de carrera, y tuve claro que no iba a abandonar, no quedándome tan poco, no después del sufrir el descenso del Collado. En el avituallamiento, comí algo, Isra Leza me recargó los botellines y Marta Villar me dedicó la mejor de las sonrisas. Seguíamos, sin duda alguna.
Las piernas iban cargadas, pero no iba mal del todo. La ropa a estas alturas y después de tantas horas estaba seca, obviamente. Enfilamos la subida a Cerler pasando por Anciles, para posteriormente descender. La subida se hizo llevadera, entre risas y bromas con Jesús de Corredores del Ebro que iba a la par nuestra. Me llevé una alegría mayúscula cuando vi a mis azulillos Gorka y Óscar, a los que abracé entre lágrimas. Tristeza después cuando supe que Fran y Tony habían abandonado… Me reventó un gel que me habían dado de biofrutal, me pringué entera… Llegamos a lo alto, al molino de Cerler, volvimos a ver a Sergio de Santa Isabel, que como animador es sin duda alguna el número uno, y proseguimos con el último descenso. Rosa me animaba todo el rato…
El descenso lo hice con el corazón totalmente. Me dolía el dedo gordo del pie izquierdo (luego vi que estaba la uña morada), pero a estas alturas todo daba igual. Me emocionaba y se me saltaban las lágrimas de pensar en lo poco que me quedaba. Se lo decía a Rosa. Y llegamos a Benasque. Enfilamos las calles con una sonrisa, hasta aceleramos el paso del subidón que nos dio. Justo antes de meta, cruzamos un pasillo de gente como si se tratase del Tour de Francia, todos animando, todos gritando… y cruzamos meta tras 9 horas 31 minutos y 17 segundos. Nos abrazamos en medio de la felicidad más absoluta. Lo habíamos conseguido.
Foto selfie con Rosa.
Pasé a la carpa, vi a Elsa, que había hecho una remontada buenísima (¡¡Estás fuerte, rubia!!), a mi tocaya que había hecho un tiempazo, y con las patas doloridas y apenas una coca cola, cogí el coche y fui a Barbastro a recoger a Raúl para posteriormente volver a Villanova. Me lo encontré al pobre tumbado en un cacho de césped, con la camiseta destrozada y el brazo en cabestrillo, para habernos matado el susto que me había dado El tozolón de la bici había sido gordo pero nada grave que lamentar (días después, resultó tener una luxación de la clavícula). Entré reventada a la ducha y me eché a la cama a morir lentamente.
Poco a poco fui sabiendo que toda la gente con la que me había cruzado: Elena, Clara, Luis, Miguel Ángel (el "Cirilo", de mi pueblo, vaya narices le echaste, olé), Javi… habían logrado su objetivo. Chicos, sois enormes, mi más sincera enhorabuena a todos vosotros. Javi, tiempazo el tuyo, compañero.
A la mañana siguiente, tras recuperar un poco, me acerqué a Benasque para estar un rato con mis azulillos, ya que supe que Gorka y Óscar habían terminado la ultra, y me apetecía muchísimo felicitarles en persona. Pasamos por la zona de meta, vimos el ambiente y nos encontramos con Durfay e Iván, que había quedado segundo en la vuelta al pico Cerler. Y ya plegamos. Tuve que conducir hasta Zaragoza, lo cual me destrozó aún más las patas.
Tras esto, intenté digerir todas las emociones del fin de semana, que no eran pocas y desde luego muy dispares.
¿Sensaciones? Infinitas y muy variadas. Sin duda alguna, el maratón de las Tucas había sido la carrera más dura que había hecho hasta la fecha, y también la más espectacular. Y me había ofrecido una disparidad de sensaciones. Eufórica, acojonada, desmoralizada, remontando después, prácticamente había pasado por todas las emociones, amén del susto que me di en el refugio de Orús. Pero sobre todo, el subidón de cruzar meta. No pude saborear esa última sensación por lo precipitado de mi marcha, pero bueno, esas cosas pasan y lo importante es que el susto de la caída de Raúl quedó en eso, en un susto con magulladuras. Me reía yo de los trails hechos hasta la fecha. Y pensar que yo llamaba trail running a la Carrera del Ebro… ¡¡Ja!! La montaña me había echado un pulso, y qué pulso.
¿Reflexiones? Si bien es cierto que en carrera, mientras intentaba bajar del Collado, pensaba que no era mi lugar, y mientras me cruzaba con los corredores de la ultra, pensaba que ni de coña los quería emular, todo eso de desvaneció nada más cruzar meta. Ya pensaba en mejorar. Porque me quedaba mucho que mejorar, muchísimo. Perderle el miedo a esas bajadas, que no el respeto, que tanto tiempo me hizo perder. Y nuevos objetivos, nuevas ilusiones.
Sin duda alguna no había sido el mejor tiempo del mundo, pero ser finisher de esta prueba me proporcionaba alegría infinita. Si soy sincera, era lo que menos me preocupaba, porque una vez que vi la escala del tiempo en el descenso del Collado, me di cuenta de las dificultades indicadas de los tramos tenían algo que ver con el transcurrir de las horas.
Somos más fuertes de lo que creemos, hay cosas que parecen imposibles hasta que se consiguen. Hace un año no me hubiera imaginado por estos lares, y ahora había peleado y luchado una carrera dura y espectacular. Y lo había conseguido. La chica de ritmos trotones, la que corría una hora y ya. Ver de cerca esta carrera me hizo admirar aún más a todos aquellos corredores de ultras de mucho más desnivel. Si esto me emocionaba, no me quería ni imaginar las infinitas emociones de lograr completar una ultra.
Tengo ilusiones, y la verdad que ya me emociona pensar en preparar la Vuelta al Aneto, que es la segunda prueba más dura del GTAP. Son 58 km aún más duros, pero he visto fotografías y me ha enamorado. Corrible cero, muy técnica, pero simplemente espectacular. Quiero intentarlo algún día. Amén de la ultra, cuyo camino queda más lejos pero que me encantaría recorrer algún día, quizá con Fran y Tony para que se quiten esa espinita.
Iván, cuento con tu ayuda, sabes que de no haber sido por ti no estaría escribiendo estas líneas. Gracias de corazón. Por sacar esa rasmia, esa ilusión, y esas ganas de pelear con la montaña y a la vez disfrutarla. Mil veces gracias. Gracias a todos los compañeros del grupo de entrenamiento. Me hacéis fuerte y me emocionáis con vuestras palabras de aliento. Me alegra pertenecer a este gran grupo de gente donde he tenido el honor de conocer a excelentes personas. Pilar, cómo me acordaba de ti con tu vasito molón plegable, y ya en la recta final, de esos 500 en los que me es imposible seguirte el ritmo, jajajajaja.
Gracias también a mis azulillos. Conoceros hizo que se empezara a gestar esta bestia ultrera que está por llegar (aún queda, compañeros), y acompañaros aunque sea de lejos en vuestras liadas me hace apreciaros aún más. No sé si sois de grandes marcas, pero sois grandes personas que tengo la suerte de conocer. Me alegra mucho pertenecer a este club, de corazón. Cualquier cosa que diga se queda corta. Qué grandes sois, copón. Menciono cómo no a mi gran amigo Jorge el Heavy. Qué bien te lo hubieras pasado, para sacarte la espina de hace dos años por culpa de las Fuji Trabuco que te impidieron hacer mejor marca. Lo vamos a pasar bien en Guara Somontano. Gran amigo, muchas gracias por todo.
Gracias Rosa por acompañarme durante toda la carrera. Una carrera sola de estas características no hubiera sido lo mismo, hiciste que las 9 horas y media transcurrieran incluso rápidas, me animaste en mi momento de mayor desmoronamiento y no me dejaste abandonar. Por tus conversaciones y por tus sonrisas, por tu paciencia, por todo. Gracias, de verdad. Que nunca se borre esa sonrisa de tu rostro.
Y por supuesto, gracias a mis padres y a mi hermana. Han tenido la santa paciencia de aguantar mis infinitas carreras y entrenos, de entender mi infinita locura, y de comprender mi infinita ilusión. Me eché a llorar como una magdalena cuando me felicitaron, me emocioné. Sabéis que estas cosas me apasionan, sólo tenéis que ver la cara de felicidad extrema de mis fotografías (aunque también haya sufrimiento). Os quiero un montón. Gracias por estar ahí siempre.
Así que poco a poco intentaré superarme, asumiendo poco a poco los cambios, sin perder nunca ni la ilusión ni la felicidad que me produce este deporte.
Gracias por leer el probablemente mayor tocho que he escrito hasta la fecha, pero la ocasión lo merece. Gracias por todo y nos vemos en septiembre. De momento no hay más carreras hasta entonces.
Hasta la vista, baby…