La maratón de Vielha Molières ya la conocía porque mi compañero Gorka, del Andandaeh, la había hecho, y ese mismo año la hizo también mi amiga Rosa Ruiz. Normalmente por fechas nunca me había encajado, dada la proximidad de la VDA o del Gran Trail Aneto Posets, así que la tenía en las pendientes. Voy a transcribir la descripción que hace la organización en su página web:
“La Maratón Vielha-Molières 3010 se trata de una carrera de alta montaña donde se coronan 5 picos de más de 2.000 metros; entre ellos el Molieres de 3010 de altura, techo del Valle de Aran y de la carrera. Se pasan dos collados de más de 2.400 metros. Tiene un kilómetro vertical escondido en los primeros 6 kilómetros. Gran parte de la carrera se desarrolla por encima de los 2.000 metros de altitud, y la salida y llegada se encuentra en Vielha, a 974 metros. Crestas como las de Letassi, prados alpinos en Aubas, magníficos bosques como el Baricauba, lagos como el Estanh des Pois, espacios naturales como la Artiga de Lin, vistas del Aneto desde el Tuc de Molières, cascadas como las de Conangles, ríos, tarteras… todo eso te espera en esta carrera de puro sky run. Hay carreras de montaña, esta es una carrera por la montaña, en pleno pirineo axial. Te sentirás como un corzo o un oso en su hábitat. Más del 95% de la carrera son sendas y caminos. Un recorrido circular del estilo cuchillo. Con zonas corribles y con zonas técnicas que harán disfrutar a los corredores.”
Y ahora paso a hablar de mi experiencia personal.
Este año me encajaba perfectamente. Una vez descartada Ehunmilak para julio, esta maratón era una posibilidad más que plausible, y, además, un bonito broche final para las carreras pre vacaciones, antes de la gran cita en Chamonix. No sólo un bonito broche, sino además una forma de ir “in decrescendo”, aunque eso es un decir: sus 42km con 4100m de desnivel la convertían en una de las maratones de montaña más duras de España.
No me corría prisa apuntarme (los dorsales aguantaban, lo que da tranquilidad, que eso de apuntarme a un año vista me da angustia), y aún pude apurar un poco la decisión. Sabía que iba Clarita, además de algún corredor de Trail Running Zaragoza. Al final esperé a apuntarme a justo antes de que subiese el precio de inscripción, mientras vigilaba el tema del alojamiento. Le propuse a Raúl ir juntos, pero como en mi caso podía llegar a terminar a las 21:30 del sábado, lo mismo no era una buena idea. De ir en solitario, sólo me planteaba dormir ahí la noche del viernes 12 de julio, previo a la carrera, y volver conforme terminase de correr. Paliza, pero posible.
Justo la semana de antes encontré un alojamiento muy bien de precio y que me encajaba a la perfección, un hotel (Urogallo) apenas a 150-200 metros de la meta. En un radio de menos de 400 metros tenía el parking (la explanada donde lo dejé en la VDA), la salida/meta y el alojamiento. Mucho mejor.
Yo con Clara intercambiaba impresiones, y nervios, mucho nervios. El recorrido lo tenía explorado, y parte lo había recorrido en el principio de la VDA de 2022, pero había un corte horario, el de Artiga de Lin, que se nos antojaba pelín justo (a las 10:20 de la mañana). Yo ya había hablado con Rosa y con Almudena López (que la hizo también pero otro año), y me comentaban que la primera subida era factible (el terreno permitía darse caña), y Rosa me apuntillaba que la bajada de la Tuca Molières se le hizo muy complicada. No obstante, ambas se habían marcado carreras muy buenas, Rosa en 11 horas y media y Almudena en 12. Yo disponía de 15 horas, ya veríamos en qué quedaba la cosa. Como siempre, hubiera firmado por 12 horas, esa cifra mágica que hace días que no veía. Esta vez no me atrevía a hacer cábalas, bastante tenía con terminar en tiempo.
Llegó el viernes previo a la carrera. Yo había estado vigilando meteoblue de cerca (en la porra de Bronchales acerté). El fin de semana anterior había tenido lugar la Val D’Aran by UTMB, al menos parcialmente. Por segundo año consecutivo, se vieron obligados a neutralizar la prueba larga, debido a una tormenta con aparato eléctrico de alucinar. Yo había estado hablando largo y tendido con Lurdes Palao, que había tenido que parar en Andorra por culpa de la rodilla, me deseaba toda la suerte del mundo y bromeábamos con que lo mismo éramos las brujas del buen tiempo. Lo mismo no caía el rayo dos veces en el mismo sitio (literalmente), pero estuve cruzando dedos para que la meteorología respetase en la medida de lo posible. Los pronósticos eran bastante buenos, incluso por lo que respectaba a las temperaturas, tirando a suaves. Qué nacieses, eran perfectos. Me preocupaba la presencia de neveros en las inmediaciones de la Tuca Molières, y es cierto que los había, pero la organización había dejado preparados escalones en los de subida, y pequeños pasos en los de bajada.
Del material recomendado (que podía pasar a obligatorio) y del obligatorio, me lo acabé llevando todo en la bolsa de viaje, por si acaso, excepto los crampones. Los tenía preparados por si me los llevaba, pero no constaban ni como obligatorios, ni como susceptibles de ser requeridos. Así que los dejé encima de la mesa del salón. Para correr me llevé las New Balance Fresh Foam Hierro, ya trilladas, y hubieran sido mejor las Scarpa Spin Planet, pero las tengo sin estrenar, y no me parecía buena idea estrenarlas en carrera. Xavi Moré ya me había hablado del terreno, y me recomendaba las Scarpa, pero no me atreví a ablandarlas en carrera (son algo duras al principio). De ropa, iba bien corta y fosforita, y con manguitos, como suele ser habitual. Los guantes no eran obligatorios, pero pensé que era buena idea llevarlos, por si acaso en las alturas hacía más fresco (ascendíamos un tres mil, al fin y al cabo), y sobre todo para los tramos técnicos y más pedregosos, para poder echar la mano al suelo.
Ese finde Raúl marchaba al pueblo, finalmente, y yo tuve que esperar a salir algo más de lo esperado (esperaba un pedido de Carrefour que tardó algo más en llegar). Eso me puso pelín nerviosa, aunque no tenía especial prisa por llegar (el dorsal se podía recoger antes de la salida, y, además, en mi caso, no llevaba pensado dejar bolsa de vida, que se supone que sólo se podía dejar el viernes). En este caso, sólo llevaba como extra unos calcetines en la mochila, que, según la marcha, ya vería si me los cambiaba o no.
Así que, entre unas cosas y otras, después de un viaje de unas tres horas (hice el trayecto más corto, recomendado por Martin Scofield, no recomendado por Paula Bueno), llegué cerca de las 10 de la noche a Vielha. Fue un shock entrar en el túnel, y a la salida de este, encontrarme una nube baja que daba un aspecto londinense al paisaje. Dejé el coche aparcado en la explanada de siempre (había huecos de sobra), y ya me dirigí al hotel. Pasé por el arco de salida, y cuando comprobé in situ lo cerca que estaba el hotel del arco, aluciné. Sabía que estaba cerca, no TAN cerca.
Arco de salida, foto mía
Estuve un rato hablando con la chica de recepción, una chica rusa que venía de la estepa (como el chiste de Eugenio, sí), y ya me retiré a mi habitación. Era pequeña y acogedora, pero reconozco que echaba en falta a Raúl. Me duché, cené ligero y me fui ya a dormir. Justo había leído un comunicado de la organización: el material se mantenía tal y como estaba, pero los crampones, no obligatorios, se recomendaban. Me acordé de las crampones encima de la mesa del salón: tendría que apañarme sin ellos (y me daba que la inmensa mayoría de gente no los portaría).
Me levanté sobre las 5 de la mañana, y me preparé enseguida. Había dormido bastante bien. Estaba tan cerca que fui a por mi dorsal, y aun estuve un rato más en la habitación, ya no descansando, sino esperando la última llamada del señor roca. A pesar de los nervios que suelo hacer, estaba dentro de lo que cabe bastante tranquila. Y ya sin más dilación, terminé de empaquetar todo, y fui al coche, a dejar las cosas. Estaba tan a gusto en la habitación, que aún comprobé a ver si había disponibilidad para esa noche, pero no.
Ya con mis mejores galas, fui hacia la salida, ya que ya estaba abierto el corralito. Ya había bastante gente dentro, había apurado. Busqué a Clara, pero no la vi. Me hicieron control de material (cortavientos) y pasé adentro. Me pude en medio, pero hacia el final, mientras intentaba encontrar alguna cara conocida, pero nada. En la salida estaba también Paula Fernández-Ochoa (hija del gran Paquito Fernández-Ochoa); gracias a un sorteo suyo, gané un dorsal para la PDA de 2021. La sigo en redes, pero nunca la había visto en directo; no la vi, me hubiera hecho ilusión hacerme una foto con ella, se la ve muy maja y buena gente. Ella ya había hecho la carrera años atrás, y justo después, tuvieron que operarle la rodilla.
Entablé una breve conversación con un par de corredores, y ya me concentré. Eran ya casi las 06:30, y arrancábamos en breves. Puntuales, nos dieron la salida.
Como estaba un poco para atrás, me sentía al final del pelotón. La gente corría con muchas ganas en una mañana fresca, pero no demasiado. Yo no llevaba el cortavientos, se estaba a gusto. Había animación por las calles, ni rastro de la nube cabrona de la noche anterior, y no podía haber mejor temperatura.
Dejamos la civilización y cogemos sendero
Pasamos junto a la Iglesia de San Martín de Gausach, y ya abandonamos los signos de civilización para ascender por un camino entre árboles. Estábamos bastante corredores, 415. El camino tenía piedras, y me resbalaba un poco, lo que hizo que por un fugaz momento lamentase la elección de zapatillas. Esperaba que la cosa mejorase en otros tramos.
Reconocí unos calcetines de la Ultra del Moncayo, resultó ser un chico de Trail Running Zaragoza cuyo nombre no me sé. Le pregunté por Clarita, pero no la había visto. Confiaba en que fuese muy bien y estuviese por delante.
No terminaba de encontrar un ritmo claro, tan rodeada que estaba de corredores. No estaba segura de si podía tirar más, pero el sendero tampoco permitía excesivos adelantamientos. Cruzamos una pista en varias ocasiones. Quería llegar al corte horario, pero tampoco debía forzar. Después de 3,8 km intensos de subida, donde salvamos 624 metros de desnivel, alcanzamos el avituallamiento del refugio de la Bassa d'Oles en un claro que se abría. Algunos corredores paraban a rellenar botellines, y yo preferí apurar al siguiente. Retomé la subida, teníamos que salvar otros 636 metros en 4 km, como para no entrar en calor.
Cogimos en breves tramos de pista, pasamos junto a una borda, y el sendero luego se estrechó, a tramos. Intenté buscar un ritmo más fuerte de subida. A veces adelantaba a algún corredor, otras veces me adelantaban a mí. A partir del km 4,65, alcancé un punto común con la VDA, pero que yo había hecho en sentido contrario (me sonaba de aquellas maneras). Sería común con la VDA hasta alcanzar el Montpius en el km 9, aproximadamente.
Seguimos ascendiendo hasta alcanzar el Montcorbison (2173m). Las vistas eran espectaculares, y un mar de nubes se veía a lo lejos. Llegado a este punto, tomé la decisión de detenerme a hacer fotos.
Mar de nubes espectacular, foto mía
Esto era un sacrificio, ya que, conforme yo me paraba, el grueso de corredores que había adelantado en la subida me pasaba rápidamente. Además, tomada esa decisión, era complicado coger la rueda otra vez en el mismo punto, pero merecía la pena. Digamos que hice un balance mental de si me podía permitir ese lujo. Comenzaba la zona de la cresta de Letassi, y yo ahí era más precavida. Me iba disculpado por entorpecer el paso, pero he de decir que la mayoría de los corredores eran comprensivos, y me pasaban cuando la ocasión lo permitía.
Cresta de Letassi
Yo seguía sin ver a Clara. Así que, tomada la decisión de hacer fotos, sabía que, mientras estuviese corriendo, tendría que darlo todo para compensar los parones y llegar a los cortes horarios. Clara le temía al primero, y yo le temía a todos.
En rojo, track de la maratón, y en azul, track de la VDA de 2022
Atravesamos la Tuca de Letassi, y alcanzamos el avituallamiento de Santet Casau, junto al refugio de Eth Santet, ya llevábamos unos 7,6 km y habíamos salvado 1260 metros de desnivel. Eran las 8:15. Este avituallamiento era completo, rellené botellines, bebí coca cola y comí algo. También le pedí a un voluntario si me podía sacar las gafas de sol de atrás (por no quitarme la mochila). Quise mirar si Clara había pasado, pero confiaba en tenerla por delante, y aparte la cobertura no era muy buena. En la que me estaba costando confiar era en mí misma, así que intenté llenar la cabeza de pensamientos positivos, y pensar que no lo estaba haciendo mal del todo. Tras comerme un sándwich de nocilla, proseguí la marcha. Me quedaban 6,7 km hasta el punto de control, y había que subir, un poco (413 m) y bajar, y mucho (949 m).
Por delante, subidas y bajadas que iban acumulando esos metros, el track no era llano ni mucho menos (aunque dé esa apariencia en el global), en un entorno espectacular.
Cresteando, que es gerundio
Alcanzamos un lago (Estahot d’Auba) y un poco más adelante, unos voluntarios (o senderistas) nos dijeron: “Ahora empieza el tobogán”. Lo que yo no sabía es que iba a ser literal. La bajada que tenía por delante, que parecía perderse en el horizonte, era una bajada herbosa, resbaladiza (y eso que no había demasiado barro). Yo intentaba mantener el equilibro con los palos, pero me resbalé y me fui al suelo. Una vez, otra. Me acordaba de mis mallas amarillo fosforito, de Hoko. Vaya culo debía llevar. Al quinto culetazo me olvidé de las mallas, y del culo. “No se puede ir tan mona”, bromeaba un corredor (iba con su mujer, muy majos ambos). Al séptimo culetazo, dejé de contar. “Esa chica de fosforito”, era una voz familiar y querida, Clarita por fin. Nos fundimos en un abrazo y la dejé pasar, que ella tiene un máster en estas cosas. Iba mentando que le faltaban los stilettos y yo no podía parar de reír. Pumba, otra vez al suelo. Yo pensaba que era cosa de mis zapatillas, pero era algo generalizado. Algún corredor optaba por esbarizarse del todo, cual tobogán en el parque infantil. Dos resbalones me hicieron daño. Mi cuerpo se deslizó, y mis brazos quedaron clavados, así que el derecho se me fue hacia atrás, fuerte, en dos ocasiones. Mi brazo derecho tuvo una tendinitis del supraespinoso, que básicamente fue la inflamación de un tendón, cuando allá en enero de 2020, antes de la pandemia, me metí un tozolón en mi barrio, cayendo sobre ese hombro. Fui a urgencias y todo, pero es un dolor que debe remitir por sí solo. En la sierra de Luesia, en 2021, una caída en césped reactivó los dolores. Y así vamos. Me dolía un poco, pero iba “caliente”, lo cual amortiguaba la molestia.
Yo iba como podía. Perdí la cuenta de la cantidad de corredores que pasaron. Pero parecía que iba a llegar al corte. Parecía... No eran todavía las 10 de la mañana, y el avituallamiento de Artiga de Lin se veía abajo, muy abajo.
Nos adentramos en una zona boscosa. Supuse que el agarre sería mejor, y nada más lejos de la realidad. Un último resbalón me hizo esta vez aterrizar en tierra, así que el brazo izquierdo se llevó un raspón de regalo. Madre del amor hermoso, qué tournée. Se oía ya el jaleo del avituallamiento, así que le eché ganas.
La zona del bosque, más breve de lo que parecía
En la VDA de 2022 yo ya había pasado por Artiga de Lin. La diferencia es que, en esa ocasión, el avituallamiento estaba montado junto al refugio, donde había un parking y baños químicos. Ahí girábamos a la derecha, hacia Poilanèr. En este caso, en la maratón, girábamos a la izquierda. El avituallamiento estaba montado en una explanada al aire libre, y había de todo. Mientras abandonaba el bosque, enfilé hacia el avituallamiento, entrando en el mismo a las 10:05. Sólo me habían sobrado 15 minutos, confiaba en que la cosa mejorase a partir de ese punto. Había un corredor al que ya conocían, les dijo que iba mejor que el año pasado. Cuando le pregunté, me dijo que él había hecho en su momento 13 horas y pico, así que entiendo que íbamos pelín mejor que eso. Al menos él, yo... ya veríamos. Yo había perdido la cuenta de los corredores que me habían pasado, pero hay una manera de saberlo: en el anterior avituallamiento era la 239, y aquí la 359. Tela marinera.
Zona de Artiga de Lin: en rojo, track de la maratón, y en azul, track de la VDA
En el avituallamiento había una corredora asiática (Vicki), acaba de partir uno de los palos (alguien le cedió uno). Entablé conversación con ella, era de Singapur, me dijo que tenía dos amigas chinas en cabeza de carrera (de hecho, quedaron primera y tercera). Yo subía muy bien, pero ella acabaría bajando mucho mejor, sacándome algo más de una hora. No obstante, ese tramo lo compartimos.
Tocaba encarar los 4,4 km de subida a Coth des Aranesis, donde había un avituallamiento en altura, sólo de agua. La primera parte de la subida se hacía en medio de vegetación. Ahí estuve charrando con unos vascos, y les nombré la Ehunmilak, que se estaba disputando ese mismo fin de semana. Vegetación, tramos de piedra, de agua... En la subida, a lo lejos, vi a Clarita, reconocí su falta y su cortavientos lila. Le eché un chillido.
¿Tenemos que subir ahí?
Subíamos concentrados, esta subida picaba en las patas. Conseguí adelantar alguna posición (ya la perdería, ya). A grandes rasgos, me recordaba a la subida al collado de Ballibierna. Los grandes bloques de piedra empezaban a hacer acto de presencia. Eso sí, las zapatillas me agarraban mucho más, menos mal.
Pasé junto a un lago más pequeño, y por fin se empezó a vislumbrar el avituallamiento, ubicado junto a Estanhon des Pois. Aquí el aire hizo acto de presencia también, y empezó a deleitarnos los sentidos. En el avituallamiento estaba Clara, que justo iba a salir. Decidí ponerme el cortavientos, me estaba quedando algo fría, y sospechaba que en las alturas tendría más fresco, que no frío. Estábamos a 2438 metros de altura. Los voluntarios le echaban ganas a pesar de las condiciones. Rellené botellines e incluso comí algunas chucherías, que nos habían puesto como extra. Una vez ya pertrechada, salí de ahí antes de quedarme aún más fría.
Avituallamiento pre Tuca Molières
Nos quedaban 2,7 km hasta la Tuca de Molières, y 570 metros de desnivel positivo. El bloque de piedra se imponía majestuoso, y se adivinaba por dónde teníamos que ir, siguiendo el rastro de la gente. Le eché muchas ganas, aprovechando mi rato bueno de subida. A Clara aun podía verla en la distancia. Un paso, otro paso, poco a poco iban avanzando los km. Hice alguna foto, aunque era imposible que hiciese justicia al original.
La mole de piedra que nos toca subir
Algún senderista se nos cruzaba, con mochilas enormes, y nos animaban o nos dejaban pasar. Una banderita por aquí, potra por allá, ondeando a lo bestia al compás del viento criminal. Pero nada que no aguante la hija del cierzo y el mismísimo Thor.
Y al fin alcancé la cumbre de la tuca de Molières, eran las 10:06, y estaba la 328 (había recuperado alguna posición). Ahí había un avituallamiento semi completo, menudo valor a semejante altura. Habíamos alcanzado el ecuador de la prueba, y el techo de esta, 3010 metros. Gocé de las vistas. Detrás de las nubes, estaba el Aneto, que tantas veces he rodeado (ya toca subirlo, ya).
Aneto escondido detrás de las nubes
Rellené a tope los botellines, comí y cogí fuerzas, porque sabía que las iba a necesitar en la bajada. Tenía relativo margen para el siguiente corte horario. Aproveché también a hacer fotos del paisaje, y de paso me hicieron una en el hito de la cumbre.
Hay que bajar hasta el final
Ahora sí que sí, tocaba bajar. En concreto, 5,5 km hasta el avituallamiento de Conangles, descendiendo 1327 metros (casi nada lo del ojo, y lo llevaba colgando). Guardé los palos, me lo sugirió un voluntario, pero entraba dentro de mis planes, que en los tramos técnicos prefiero tener las manos libres, para agarrarme al suelo como una garrapata.
La primera parte fui con cuidado extremo, avanzando entre rocas graníticas, caóticas. Un pie aquí, otro allá, no me corría prisa. Era un breve tramo de cresta antes de bajar por una pequeña canal. A lo lejos, vi a Clara cruzando un nevero, se le fue un poco el pie, pero bajó bien, y ya no la volví a ver.
En la canal de bajada había una cuerda instalada. Unos cuantos voluntarios nos señalaban con todo detalle dónde debíamos poner el pie para descender lo mejor posible. Nadie iba con prisa, y menos en ese tramo. En el nevero de justo debajo, un corredor cayó al suelo y bajó resbalando. Había posibilidad de pasar por un lateral, pero con cierta pendiente, o bien agarrándonos a una cuerda instalada, rapelando, que no rapeando. Me preguntó un voluntario si había rapelado, le dije que no; pues habría que apañarse. Opté por la cuerda. Llevaba puestos unos guantes de Dynafit, que más que de correr, son de bici, porque llevan un refuerzo de cuero en las palmas de la mano, y francamente, fueron providenciales.
Me agarré al a cuerda como si no hubiera un mañana, y poco a poco fui bajando, aunque de cuando en cuando hincaba la rodilla en el suelo. Como llevaba unas mallas tan cortas, me acabé “quemando” un poco justo en el límite de la malla, fruto de la nieve y después del sol. Bueno, y de mi muslamen blanquecino, que no había visto la luz del sol a esa altura de la pierna. Llevaba el cortavientos todavía, porque al otro lado del collado el viento nos había azotado de lo lindo. En este lado no soplaba ni gota. Por fin atravesé el nevero, y volví a pisar suelo firme.
Y comenzó la travesía agónica, lo de agónico más que por el sufrimiento, era por la penitencia que suponía avanzar tan pocos metros y que el tiempo transcurriese tan rápido. El suelo tenía piedra suelta, trozos de barro, más neveros (estos los atravesé de cuclillas), piedras grandes, piedras pequeñas... Piedra, piedra, piedra, que diría Xavi. Ahí me hubieran venido bien las Scarpa. Me tuve que quitar el cortavientos del calor que tenía ahora. El primer tramo de 1 km me costó la friolera de una hora. Poco a poco y con cuentagotas, dejaba pasar a corredores (una de ellas Anna, iba con Jaume, su marido, el que me dijo que no se podía ir tan mona en el tobogán de Artiga de Lin, y que había pasado en la anterior subida), yo de verdad que ahora sí me veía al final del todo. Si es que no podía quedar ya nadie por detrás. El siguiente km se hizo algo más rápido, pero no mucho más. Los bloques de granito no permitían correr precisamente, pero me iba apañando.
Esta bajada la compartí mayormente con Isaac, un catalán afincado en Madrid, nuevo en estos lares porque venía del ciclismo. Era incluso más cauto que yo bajando. Le iba dando conversación mientras bajada como podía. Al pasar algo más de 1 km, nuestro objetivo, o el que yo creía que era, se vislumbraba a lo lejos, y abajo, muy abajo.
Al fondo, la canal por la que hemos bajado
También se podían ver los lagos de Mulleres (en occitano estanhots de Molières), que pintaban también estar lejos. Eché la vista atrás, y observé la canal por la que había bajado. Pues sí que habíamos bajado, y no poco.
Lagos de Mulleres (en occitano estanhots de Molières)
Por fin alcanzamos los lagos glaciares, y aproveché para hacer una foto del entorno.
Los lagos, de cerca
Luego el sendero fue cambiando, cada vez un poco menos de piedra, más tierra, un tramo junto a un río donde el agua caía furiosa, unas cuerdas de acero fijas, vamos, de todo un poco. Sin duda alguna me estaba enfrentando a lo más técnico en lo que llevaba de año, y no exagero. Algún corredor nos alcanzaba y se quedaban justo detrás, otros nos pasaban, pero en general ese tramo se hacía con cuidado.
Cambio en el tipo de camino, más vegetación y menos piedras
Pareció transcurrir una eternidad hasta que por fin alcanzamos una zona más llana, con árboles. El avituallamiento tenía que estar al caer, y cuando vi a corredores de frente (a Anna de nuevo), supe que estábamos ya casi. Porque al avituallamiento se accedía, y luego había que deshacer los pasos hasta la última subida.
Zona de avituallamiento
Justo entonces me sonó el teléfono. Era una chica de la organización, me preguntaba si estaba bien. Yo creía estar viviendo la Trail Cat otra vez. Me estaba llamando porque la estimación de hora de paso del avituallamiento por llegar no les cuadraba. Se lo expliqué fácil y sencillo: subo muy bien y bajo como el culo. Mi subida había sido frenética, pero en la bajada había desbarajustado todas las previsiones de la aplicación LiveTrail. Se descojonó, y ya me fui al avituallamiento que tenía justo delante, eran las 16:02 y el corte estaba establecido a las 17:00. Pues para bajar tan mal, aún me sobraba algo de tiempo. El avituallamiento no era exactamente lo que yo había visto a lo lejos, pero estaba muy cerca, en una carpa de la organización. Aquí se ubicaba la bolsa de vida (que ni tenía y menos mal que tampoco eché en falta). No me planteé cambiarme de calcetines, que llevaba en mi mochila.
Antiguo hospital de Vielha, lo que yo creía que era el avituallamiento. Está cerrado
Me puse fina de comer. Me pimplé tres mini sándwiches de nocilla, mientras hablaba con una voluntaria que resultó ser de la zona de Alcorisa (el pueblo no recuerdo), ya que habló del Trail Zoquetes. Eché un pis por donde pude, básicamente detrás de una furgoneta. Bebí coca cola y recargué a tope los botellines, me guardé alguna barrita extra, por si acaso. Aún estuve un rato recuperando. Cuando la voluntaria me dijo que sólo quedaban 16 km, casi me pareció alucinante. Claro, te acostumbras a kilometradas de la muerte, que estas distancias hasta son de persona humana. En este punto había pasado de la posición 328 a la 381, lo que quería decir que me habían pasado bajando un huevo de personas y parte del otro.
Y ya salí de ahí con ganas, dispuesta a volver otra vez loca a la aplicación LiveTrail. Fruto de la nocilla, había resucitado. Era la última subida hasta el Puerto de Vielha, situado a 2434 metros de altura, a 4,8 km de distancia. Había que salvar 762 metros de desnivel de subida.
Iba con tanto ímpetu, que tardé poco en adelantar a Isaac, que ya había salido hace un rato del avituallamiento (ya no volveríamos a coincidir). Pasé a una pareja de corredores, ella llevaba una cinta de la carrera organizada por OTSO (que no me recomendó). Y seguí tirando. Un par de fotografías del avituallamiento, y a darle con ganas.
Al fondo, a la derecha, el avituallamiento que hemos dejado
La zona combinaba senderos en zig zag, algo de piedra, pero pequeña, vegetación, y hasta tocó cruzar un río, donde me resbalé y casi se me va un palo, pero no hubo daños. Adelanté a un par de corredores que alucinaron con mi ahínco. Que te digo yo que iba con unas ganas exageradas de acabar. El camino giraba levemente a la izquierda, y después, volvía a girar hacia la derecha, hacia una zona más pedregosa, donde soplaba más el aire. No hacía excesivo frío, pero me puse el cortavientos.
Tramo de subida al Puerto de Vielha
Una corredora por detrás subía con muchísima rapidez, la había visto en el avituallamiento. Alcancé el punto más alto de ese tramo, donde un par de voluntarios nos ofrecían agua y coca cola. Recargué los botellines, ya por última vez, aunque había otro avituallamiento a nada de meta, y proseguí la marcha.
La primera parte de la bajada era más pedregosa, del estilo del collado de Pessons en Andorra, pero algo más sencillo. De hecho, el sendero zigzagueaba y eso permitía ir bajando bastante bien, a mi ritmo, eso sí.
Tramo de bajada más pedregoso desde el Puerto de Vielha
Hacia el final del tramo más pedregoso, me pasó la corredora que había visto subiendo a toda pastilla; le dije que probablemente era de las “buenas”, y que si le había pasado algo y había tenido que parar. Parece ser que lo había pasado mal bajando, y había tenido que reponer fuerzas en el avituallamiento de Conangles.
Seguí bajando, algún corredor me pasó en este tramo, pero ya no debíamos de quedar muchos. El sendero pedregoso fue dando paso a una zona más verde, a tramos de pradera, y a unos caminos cada vez más cómodos, festoneados de vacas (algunas en medio, que opté por esquivar), árboles y vegetación. El entorno era precioso. Me paré a quitarme el cortavientos, que me estaba sobrando, y también a hacer fotos, aunque lo que la cámara captaba no hacía justicia a la realidad del paisaje.
Paisaje precioso y cada vez más verde
Pasé junto a una construcción, la cabaña de Pontet, donde había un señor que me sonrió a pasar y me animó, yo estaba feliz como unas castañuelas y gozándolo como una niña pequeña con zapatos nuevos. En ese momento, en ese instante, era pura felicidad y no podía dejar de sonreír.
Zona de la cabaña de Pontet e imagen web de la cabaña
Me adentré en el bosque del mismo nombre, y seguí corriendo con ganas. Aún pasé por otro avituallamiento, el de Sarraera, a 5,4 km del puerto de Vielha.
Inmersa en el bosque de Pontet
Había descendido 1070 metros y eran las 18:52. Paré muy poco y ni siquiera recargué agua, porque estaba a punto de terminar. En este punto estaba en la posición 361, lo que suponía que había recuperado unos 20 puestos entre subir y bajar desde la bolsa de vida.
Cada vez más cerca
Sólo me quedaban poco más de 5 km hasta meta, ascendiendo 63 metros y descendiendo 488. Este tramo no es que fuese llevadero, es que, si conservabas patas, podías correr con muchas ganas y hasta rápido. Rápida no soy, pero los km avanzaron con mucha más alegría, y a lo que me quise dar cuenta, estaba ya tocando pista de hormigón. Alcancé a un par de corredores, a los que invité a correr.
Casi llegando
Y por fin vislumbré el arco de meta, que acababa atravesando a las 19:27, esto es, “casi” 13 horas después de haber arrancado la carrera. Me acerqué a la zona de avituallamiento final, donde había unas simpáticas señoras que me dieron dos bocatas, uno de atún y otro de fuet (me los comería después). Ahí me puse fina de mini magdalenas y bebí coca cola. Comprobé la clasificación, y me alegró mucho ver que Clara se había marcado un carrerón de 11 horas 49 minutos. La felicité por WhatApp (inyección positiva de cara a la Ultra de Tena que tiene en septiembre). La chica de Singapur llegó a la vez que ella. Y es que no os podéis ni imaginar la de tiempo que puedo llegar a perder bajando. Había quedado finalmente la 358 de la clasificación, y finalizamos 390. De clasificación femenina o de veteranas ni hablamos, pero vamos, ninguna sorpresa al respecto.
Yo en meta, y mis dos bocatas
Había una mujer cuyo hijo era el que organizaba la carrera, y se le henchía el pecho de orgullo cuando me deshice en halagos hacia la carrera. Y es que era verdad, me había parecido un carrerón con mayúsculas, precioso de principio a fin, y con una variedad en el recorrido digna de mención. El marcaje había sido perfecto, los voluntarios habían guiado a la perfección, y los avituallamiento estaban bien surtidos, y con bien de coca cola, que no faltase. Por no hablar del detalle de la organización, llamando y preguntando si estaba bien, porque no les cuadraban mis tiempos de paso. Sientes que velan por ti en todo momento.
La verdad que no me hubiera importado quedarme por ahí. A Isaac no lo vi, llegaría casi una hora más tarde, y la que no tardó mucho en llegar fue la pareja de corredores que había adelantado en Conangles. La chica lloraba de emoción y yo le di la enhorabuena. También estuve un rato de charreta con Anna y Jaume, además de intercambiar impresiones con otros corredores con los que había coincidido. El hombre que me había hablado de la estimación de las horas, que ya la había hecho, había llegado antes, le expliqué que la bajada de Molières me había llevado mucho tiempo.
Me fui al parking, ahí me cambié de ropa (lo justo), y fui a tomarme un café y un donut en una cafetería, mientras mandaba audios a Lurdes Palao, a Raúl y hablaba con mi madre. Y algo más tarde de las 8 y media de la tarde arrancaba para Zaragoza, pero esta vez pasando por Benabarre, camino más largo, pero con menos curvas, porque no tenía ni gota gana de conducir con curvas de noche. Ahí al volante me di cuenta del dolor de hombro derecho. Era como la tendinitis del supraespinoso, pero una visita a Isa, la fisio, me apañó el hombro y ahora mismo, mientras escribo estas líneas, ya no tengo dolor. Eso sí, os garantizo que ese sábado noche costó dormir, no había rincón de mi cuerpo que no me doliese.
Aquí ponía punto y aparte en las carreras pre vacacionales, y la verdad que no podía estar más feliz del broche escogido. Carrera totalmente recomendable, impecable, para repetir, con unos paisajes increíbles, más bonitos que nunca (dicho por un organizador), una climatología perfecta, salvo las zonas de viento (y del viento estoy curada de espanto), una carrera que, al fin y al cabo, ya no me cuentan. Carrera que me da un chute de optimismo, carrera que me deja con mono de km, así que es lo que toca: descansar, recuperar, desconectar, y pillar con más ganas que nunca los km de UTMB. UTMB, calienta, que sales. Y esta vez no te libras...
Esta carrera va por Lurdes Palao, que cuando la hice estaba todavía en fase de recuperación de la rodilla que tanto le ha dado la lata. Al final salió, y se disfrutó, ahora te toca a ti 😉 Estás en el camino de nuevo, y no sabes lo mucho que me alegro.
Estado: Finisher. Clas.: 358. Clas. F: 45. Clas. VET F: 27
Último punto: Sa. 19:27 Meta: Vielha
Tiempo de carrera: 12:57:02
Velocidad: 3.43 km/h