Hace dos años participé por primera vez en la TMT de 25km. Recuerdo que fui muy lenta, tanto, que me acabé cruzando con los corredores procedentes de la de 50km e incluso alguno de la de 100km (no se ha vuelto a hacer). Me parecieron unos titanacos, como diría Marquitos, y yo quería emularlos. Soñaba con emularlos.
El año pasado no pudo ser. Tuve boda de una buena amiga, y fue una fuerza mayor. Ahora que lo pienso, quizá fue lo mejor: no estaba tan entrenada, y desde luego, no estaba tan preparada. Recuerdo que les salió un día cojonudo, medio nubladete y con lluvia intermitente. La envidia me mataba.
Y este año ni lo dudé. Los 5 euros de diferencia entre la prueba de 25 y la de 50 km aún me hicieron dudar menos. Es cierto que participo en las trail series, y la prueba no me iba a puntuar, pero qué narices, como también diría Marquitos, siempre a la larga…
Conforme se fue acercando la fecha, me fui poniendo cada vez más nerviosa. Madre mía, 50 km y a la 1 de la tarde de un junio… ¿Se me había ido la pinza? ¿Tan loca estaba? Tengo bastante tolerancia al calor, pero 50 km daban para mucho, y no todo bueno…
El jueves previo pasé por Zenit y me abastecí a base de bien con magnesio, geles y sales varias, así como sales recuperadoras, asesorada por Iván. “Guarda energías para el segundo bucle”, “Toma sales”, “Yo tomaría magnesio también en el segundo bucle”, una serie de mantras que me fui repitiendo en carrera… No sé, yo veía los geles y me decía a mí misma que más bien iba a engordar en carrera… Luego, hablando con mi padre, me miraba como si fuera una demente cuando le decía que empezábamos a la 1 de la tarde. “¿A la 1 de la tarde?”. Sí, una hora cojonuda…
El viernes ya estaba como un flan, y el sábado por la mañana ni os cuento. Desayuné “bien” a base de nutella, soja con chocolate, y fui terminando de preparar las cosas, sobre todo la mochila de hidratación que era fundamental. Ahí llevaba todo el arsenal de geles, sales, hasta ropa por si acaso, y por supuesto el móvil, era obligatorio.
Al final salí de casa más tarde de lo que esperaba, y me encontraba recogiendo el dorsal en los 20 minutos previos a la salida. Corriendo al coche, corriendo a por la mochila, corriendo cambiándome el pantalón, corriendo a la salida. A esas alturas estaba con la risa floja, nerviosa que no se me pasaba. Supuestamente estábamos dos chicas apuntadas a la de 50km, aunque finalmente sólo yo hice acto de presencia. Eso quería decir victoria asegurada… si terminaba. Las ventajas de ser minoría…
Y nos juntamos en la salida los azulillos (Jorge el heavy, Pablo y Gorka) con el resto de descerebrados que nos enfrentábamos a los 50km. Recibí muchísimos ánimos como única chica. Abrazos, palmadas y palabras de aliento, que se agradecían. Y arrancamos.
Pablo me dijo que no tenía intenciones de forzar, que me iba a acompañar. Le dije que lo que quisiera, pero que si se veía fuerte, que adelante. Gorka y Jorge tiraron más fuerte para adelante.
A la 1 estaba algo nublado, e hizo que empezáramos el primer bucle con cierta alegría. Rodábamos a 5.30, no estaba mal, y nos juntamos con David y Fran de Corredores del Ebro, que llevaban un ritmo conservador. Era un ritmo con cabeza, y como novata por esos lares, cualquier consejo era bienvenido.
Llegamos al primer avituallamiento de Villamayor casi hasta rápido. Desde la salida, sólo tenía un único pensamiento en carrera: llegar al siguiente avituallamiento (distaban uno de otro unos 8 km). Es lo que habitualmente aconsejan los corredores de ultras: fijarse pequeños objetivos para no venirse abajo. La verdad es que lo hice casi sin pensar, ni por asomo pensaba en “Maaaaadreeee me quedan 49 km”.
Ya llegando al segundo avituallamiento empezó a hacer más calor. El día se iba despejando y Lorenzo sacudía de lo lindo. Yo hacía caso a David, y si había que andar, andaba. Fran estaba pasándolo un poco mal, le había dado un bajón de azúcar. A unos 2 km de llegar al tercer avituallamiento, el que pasaba por meta, me adelanté un poco a ellos con la intención de poder estar un poco más en la parada en boxes. A la llegada a La Puebla, aplausos y gritos de ánimo de los corredores que en breves iban a arrancar la prueba de 25km. El speaker me recibió entre ovaciones. No iba mal, la verdad… de momento. Llegué al punto de control a las 2h y 43 minutos de haber empezado la carrera, dentro de las tres horas límite.
Esperé a David, Fran y Pablo, bebí agua, me refresqué, y decidí cambiarme de ropa. Me estaba empezando a rozar los muslos y eso podía ser morir. Me cambié de pantalones y como iba empapada de sudor, de camiseta. Esperé a Pablo, mientras David y Fran arrancaban y tiraban para adelante.
El calor, a estas alturas, era criminal. Comencé caminando el segundo bucle, mientras Pablo comentaba que se iba a retirar porque iba con una rozadura y aparte hacía mucho calor. Me tomé mi segunda dosis de magnesio (¡bendito magnesio!). Yo miraba la hora y sabía que en breves iban a arrancar los de la prueba de 25km. Finalmente Pablo me dijo que se marchaba, que estando cerca de meta que mejor. Y yo decidí proseguir. Los primeros tramos del segundo bucle básicamente caminé, hacía calor, estaba achicharrada, y ya llevaba 25 km en las patorras.
No sé cuánto llevaría del primer bucle, pero entonces apareció Iván, encabezando la carrera de 25km. Iba ligero, igualito que yo, jajajajaja. Ganó la carrera. Poco a poco vimos ir pasando a los primeros corredores. Realmente, vi pasar a muchísima gente, a la primera chica también. “Esa campeona”, me dijo. “Esas trencitas inconfundibles”, me decía Mario de 080. Me encontré con David y Fran de Corredores. David tiró para adelante y Fran se quedó hacia atrás con otro corredor que iba a su ritmo. David no quería, pero Fran se lo pidió.
Luego vi a Neme. Me decía, “Pero qué dura es esta carrera, Vanesa”. Yo no iba mal pero iba economizando fuerzas, este bucle me lo tomaba con calma porque no quería cascar a mitad. Y le dio como cosilla pasarme. Yo le dije que no se preocupara, esa no era mi batalla, lo mío era otra cosa. Recuerdo la bajada más fuerte de la carrera. Literalmente, me bloqueé en ella. No tenía piteras a bajarla, acabé reptando por el suelo como si fuera la niña del Exorcista…
Llegamos al primer avituallamiento de la de 25, mi cuarto avituallamiento. Paré un buen rato, fui viendo llegar a más corredores, a Adela, que me dijo que estaba mal. Me molesté en intentar buscar un “baño”. Y volví a arrancar.
A lo lejos se observaban nubarrones, y se oía la tormenta que se avecinaba. La cosa pintaba bastos, pero el nublado se agradecía. Eso nos dio fuerzas y alas a todos. Jessi me pasó, y me dijo que eso le había ayudado a remontar. El nublado dio paso a un viento que literalmente me empujaba a un lateral. Y finalmente llegó, la lluvia.
Tuve relativa mala suerte. La lluvia me pilló en la zona del barranco, la parte encañonada de la carrera. Empezaron a caer enormes goterones, incluso granizo. Yo avanzaba como podía, apartando las hierbas y empapada por completo. La tierra empezaba a resbalar. Era interminable, no acababa nunca. Se me hizo eterno ese tramo. Literalmente, chapoteaba en agua. A toro pasado… lo pasé un poco mal en este tramo.
Cuando finalmente salí de esa zona, casi hasta tenía frío. Tenía la tripa helada y la riñonera más de lo mismo. Pero bueno, llevaba las piernas bien, sin calambres, sin dolores, así que tocaba seguir. Miraba el reloj. Madre mía, cada vez quedaba menos. Sólo 15 km, me decía… “Vanesitaaaaa, no te queda nada”. Ya lo tenía, casi lo tenía…
Llegué a la zona que pasa junto a la ermita y que enfila hacia el toro. En el toro me cambié de calcetines, los llevaba llenos de piedrecitas y para los 7 km que me quedaban o así ya que me ponía, prefería ir bien. Pasé por el último avituallamiento. La meta estaba a tan sólo 5 km, tan cerca que ya lo sentía. “Ya la tienes”, me decían, claro que sí.
Y corrí con el corazón. Las piernas no las llevaba excesivamente mal, pero la verdad que lo de tener la tripa tan fría no era muy cómodo que digamos. Un señor mayor se me ofreció a llevarme a meta en coche… Sí, claro, después de todo lo recorrido… Había barro, se pegaba a las zapatillas y hacía que pesaran una tonelada. Vi algún chip en el suelo, y cuando eché un vistazo a mi dorsal, vi que el mío se había caído también. Madre mía, me moría si después de 50 km no me consideraban por válida la prueba…
Y llegué a la Puebla. Emocionada, llegué a la meta, donde el speaker me recibió con una ovación como única fémina participante de los 50km. La alegría me invadió, era tan sumamente feliz… El speaker me cogió por banda y me hizo unas preguntas. Yo no podía parar de reír, pero cómo se podía ser tan feliz de haber estado casi 6 horas y 24 minutos corriendo…
Foto cortesía de Juanjo, y un abrazo en meta que lo dice todo. Gracias, Adela.
Vi a Adela. Me dio la enhorabuena y me dio un súper abrazo, que es de los momentos más bonitos de ese día. Juanjo, Moni, que estaban haciendo fotografías… todos me felicitaron. Yo no dejaba de sonreír y de reír, entre carcajadas me preparé las sales recuperadoras que me recomendó Iván. ¡Benditas sales! Entré trastabillando hacia los vestuarios, más amigos, más enhorabuenas… Estuve un rato picoteando con mis azulillos hasta la entrega de premios. Ahí estaba Tricas, él había optado por la prueba de 25km. Yo estaba en una nube, en pleno subidón y todavía emocionada.
Foto entrando en meta, cortesía nuevamente de Juanjo
Yo lo pienso ahora y casi ni me lo creo. De unos 45 que arrancamos, creo que 25 finalmente entramos a meta. Hubo abandonos, fue un día complicado. Y hubo jetas, no muchos, que recortaron me temo que a sabiendas. Yo tiré fundamentalmente de cabeza. No es que llevara un ritmo infernal de trote… pero la verdad que me reservé lo suficiente para poder acabar entera.
¿Sensaciones? Felicidad máxima, alegría, satisfacción de haber superado ese reto. La verdad que todas las fotografías de meta reflejan esas sensaciones. Era infinitamente feliz. Me sentía fuerte.
¿Reflexiones? Tenía el gusanillo de una ultra metido en el cuerpo. Ahora entendía a esa gente que se mete entre pecho y espalda esas kilometradas, sus caras de felicidad al atravesar meta, de haber superado ese reto no sólo físico, sino también mental. Ahora entiendo a mis azulillos, que se apuntan siempre a las carreras que superan los 50km. No es el momento, hay que asimilar los cambios primero, pero algún día quizá me atreva a una distancia mayor. Había puesto a prueba a mi cuerpo y a mi mente, y hasta yo misma me había sorprendido de ser más fuerte de lo que creía.
Poco más puedo añadir, las palabras se me quedan cortas. Gracias por todos los ánimos recibidos, y por todo vuestro aliento. Gracias a mis azulillos y al míster y al grupo de entreno, como Jorge el coletas que entre chillido y chillido me anima en las series. A mis amigos, y cómo no, a mis padres. La verdad que me han dado alas en todo momento, en carrera me he acordado de todos ellos.
Y nunca perdáis la ilusión, de verdad, ni la alegría de estos momentos. Vinegar is back!