Hace ya un tiempo (antes de la pandemia, que parece que marca una era y todo), se anunció que se iban a hacer una serie de carreras en el valle de Arán, organizada por UTMB. La más larga de ellas, la VDA, de 162 km, daba pase directo (aparte de tener que cumplir con los puntos requeridos) para la inscripción a la mítica Ultra Trail de Mont Blanc, que rodea el Mont Blanc atravesando tres países (Francia, Suiza e Italia) y que mis azulillos que la han corrido dicen que es sin duda alguna “la carrera”. Yo me hubiera podido apuntar al sorteo en 2019 y en 2020, pero lo dejé pasar, ya habría tiempo. Ahora casi me arrepiento, pero bueno, eso es otro tema (cosas de puntos).
El caso es que aparte de esas carreras, se organizaban otras en paralelo haciendo algunos tramos de la más larga: la CDH (105 km finales) y la PDA (55 km finales), además de otra más corta con recorrido diferente. Yo no tenía intención de ir a ninguna de ellas (me había apuntado al GTTAP de 2020, dos semanas después), pero sí que me apunté al sorteo de un dorsal que hizo Paula Fernández-Ochoa (hija del mítico Paquito Fernández-Ochoa). Y con la suerte que me caracteriza (ya me habían tocado otros dos en el pasado), me tocó un dorsal para la PDA.
Cuando me tocó, pensé en el follón que iba a ser organizar ese fin de semana. Al ser una carrera completamente diurna, tendría que buscarme alojamiento para viernes y sábado. Estaba yo en mis cábalas, que si reservaba ya sitio, que si podría ir, que si era mucha tela teniendo Aneto Posets, que si me federaba o no para no coger seguro aparte... Cuando entonces estalló la pandemia, confinamiento, todo lo que ya sabéis, y ni Aneta ni Aneto. Y ya me olvidé del dorsal.
No obstante, me llegó un correo de la organización, con la opción de guardar dorsal o devolución del importe. En mi caso, no había importe que reembolsar, así que lo guardé para el 10 de julio. En ese momento había restricciones perimetrales, toque de queda, y el panorama pintaba cuanto menos confuso después de un verano relativamente llevadero (y la carrera de Canfranc, claro), pero lo dicho, yo guardaba por si acaso, y ya veríamos lo que pasaba...
Hasta que no defendí la tesis y se levantó el estado de alarma, no me puse a pensar en el dorsal y a sopesar lo que hacía. Los alojamientos en Vielha, lugar de la meta, estaban en la estratosfera y no veía nada decente. Le planteé a Raúl la posibilidad de venir conmigo. Tampoco lo tenía muy claro: la carrera arrancaba a las 6:30 del sábado, y el cierre de meta era a las 20:30. Es decir, 14 horas límite para cubrir una distancia de 55 km, con 3100m de desnivel + y 3900 de desnivel -. Así es, la PDA era una carrera “cuesta abajo” (es un decir) porque el lugar de salida, Pla de Beret, estaba a una cota superior que la meta (Vielha). No me conocía el terreno y 14 horas se me antojaban pocas. Así que si se cumplían los pronósticos más lentos, es que Raúl ni me veía el pelo. Podía pasar también que no llegara a algún corte, no tenía ni idea.
Empecé a analizar el recorrido a golpe de google maps. No es manera de reconocer el terreno, pero me pareció ver que tenía senderos como muy “limpios” y marcados. Es más, el primer corte horario era hasta generoso, ya que daban un margen de 2 horas para cubrir una distancia de no más 10 km, cuesta abajo, y atravesando varios pueblos antes del avituallamiento. El circo de Colomers, un caos de rocas, me pareció otra cosa, e intuí que era el hueso duro de roer del recorrido. Pensé que a lo mejor si daban 14 horas era porque se trataba de un terreno que yo denomino “amable”, entendiendo por amable un terreno que te permite “correr”. La Vuelta al Aneto, con 55 km y un desnivel + y – de 3600 metros, es un terreno bastante duro, con piedras grandes que el que brinque pues cojonudo, pero yo me hago la picha un lío, y luego pasan las horas pero no los km. No recuerdo las horas límite que daban (eran bastantes, 20, creo), pero sí sé que yo necesité 17 horas.
Encontré alojamiento en Salardú que me encajaba a la perfección, que estaba como a unos 10 km de Pla de Beret, la salida. La organización había dispuesto autobuses para desplazarnos a la salida. Como yo había dicho en un principio que iba a estar en Vielha, el autobús me recogía a las... ¡¡3:35 de la mañana!! Se me hicieron los ojos chiribitas, era inviable, más teniendo en cuenta que yo dormía a mitad de camino. Era pasar la noche en vela. Contacté con ellos, y al cambiar el lugar de la recogida, la hora pasó a ser las 5:25. Nada que ver, podría dormir por lo menos.
Resuelto este tema, volví a comentárselo a Raúl. Ana (del Molino) había pasado unos días de acampada por la zona, y me dijo que mi recorrido estaba bastante bien, y que había sitios en los que podría correr guay. Con estos planteamientos, le dije a Raul que creía que podía hacer la carrera en unas 12 horas. Ojalá menos, pero lo dudaba bastante. Eso implicaba llegar a las 18:30 del sábado, lo cual pintaba mejor, y nos dejaba tiempo para dar una vuelta y cenar. Raúl arrugaba la frente con serias dudas, pero finalmente, y viendo que la zona era bien chula y con puertos bien majos, decidió venirse conmigo y traerse la bici y aprovechar mientras yo corría. Yo normalmente no quiero que venga a estos saraos cuando me pego todo el finde perdida por los montes de Dios, pero quizá esta vez fuera diferente.
El viernes por la tarde, apurando demasiado, nos fuimos para Vielha. Llegué justa a recoger el dorsal (no me revisaron la mochila, y eso que la llevaba para enseñarla), vimos el ambiente que había, y ya decidimos ir a Salardú. Dimos una pequeña vuelta y ya cenamos, yo me fui a dormir lo antes posible, pero me costaba pegar ojo. Por la mañana no había oído el despertador del curro, y estaba acojonada con que me pasara lo mismo. Cuando pude dormir, un tiparraco (no se le puede llamar de otra forma) se puso a hablar por teléfono a las 2 de la mañana, en inglés, con la que intuyo era la novia. Farfullaba como si estuviera borracho. Podría haberlo matado, os lo juro.
Por fin me levanté sobre las 4 y media de la mañana. Lo había dejado todo preparado, pero quería desayunar algo (lo justo) y ante todo ir al baño, que me conozco los nervios. Raúl intentaba dormir y yo iba con la linterna. Después de calmar los nervios en la medida de lo posible, ya salí a la calle, hacía algo de fresco y me puse los manguitos. Fui hacia la parada del bus que me llevaría a la salida. Ahí ya estaban esperando unos cuantos corredores.
El bus llegó puntual sobre las 5 y media. Ya estaba con bastantes corredores en el interior, y nos subimos, con la mascarilla. Intercambié impresiones con el corredor de al lado, creo que era de Madrid. Subimos hacia Pla de Beret, y llegamos a una cafetería, donde ya en su interior había otro buen montón de corredores. Ellos ya llevaban esperando rato (algunos venían de Vielha), y según me comentaron, primero habían estado bastante rato al aire libre, quedándose bastante fríos. Mal plan para empezar. Localicé a Antonio Cullell, el madrileño con el que coincidí con Peñalara y a las 3 semanas me encontré en medio de los pedrolos de Salenques. Nos hicimos una foto y ya nos dirigimos a nuestros cajones de salida, el mío era el A.
Había mucho ambiente, muchos corredores y corredoras, algunas monísimas y muy atléticas, a veces hasta te hace dudar de lo que pintas ahí. El speaker animaba el cotarro, sonó música de ACDC para motivar y la verdad que era emocionante estar ahí. Las montañas se extendían majestuosas como telón de fondo. Cuenta atrás, y a lo que nos quisimos dar cuenta, arrancábamos a las 6 y media de la mañana.
Los primeros instantes fueron frenéticos. En un perfil inicial cuesta abajo y sin frenos, por un terreno corrible, “amable”, empezamos a correr como si no hubiera un mañana. Salían geles disparados de alguna mochila mal cerrada, mientras las vacas y terneros, que pastaban en esa pradera, correteaban a la par en una estampa cuanto menos idílico. Corrí con ganas, tampoco sin talento, no quería petar los cuádriceps a la primera de cambio. Pero sí que corrí para aprovechar el trozo amable, que luego llega Paco con las rebajas y los cortes horarios se aproximan a pasos agigantados. Los bastones me rebotaban como locos en el cinturón, me acabó doliendo la parte baja de la espalda. Pasamos por Unha, también por Salardú.
El corte horario se ubicaba en Tredòs, avituallamiento únicamente líquido. La hora de corte eran las 8:15, más que generosa. Tardé como una hora en llegar, quizá algo menos. Repuse líquidos y seguí corriendo con ganas hasta el avituallamiento de Banhs de Tredòs (17,1 km). Entre ambos avituallamientos, una zona preciosa entre árboles, junto a ríos, puentes, en un entorno idílico. A ratos se podía correr mejor, a ratos peor, pero era un tramo bastante llevadero. Hablé un rato con dos corredoras, una hizo Aneto Posets hace unos años, decían que llevábamos buena previsión, que íbamos para menos de 12 horas a ese ritmo... Yo con las 12 horas me conformaba. Me topé con un sueco, saqué a colación mi madre noruega, cuatro chorradas en noruego, y chapurreando inglés a trote cochinero. Recordaba los pedrolos de Salenques y agradecía el terreno. Vamos, habladora, en mi línea, que diría mi padre, jajajaja. Casi me resbalo con el barro, y sonreía a las cámaras que se situaban estratégicamente en el recorrido. Hablé con un Alicantino, nos acabaríamos adelantando varias veces en carrera.
Aquí aproveché a comer alguna barrita (ya me había tomado algún gel y alguna sal), y recargué botellines. Nos enfrentábamos al hueso duro de la carrera, el circo de Colomers. Yo llevaba un tercer botellín de agua, pero se me fue el santo al cielo, y no lo rellené. Cuando rato después comprobé que el siguiente avituallamiento era 12 km después, supe que había cometido un error... Pero sin saberlo, salí toda animada del avituallamiento.
Los primeros tramos eran espectaculares, ibones, montañas de fondo, un verde intenso. Quise tomar una fotografía y me di cuenta de que mi cámara no captaba ni de lejos lo que estaba viendo. El sendero se empezó a complicar, y poco a poco empezaron a aparecer las piedras del circo de Colomers, y el primer gran pechugazo hacia arriba. Hasta ahora no había sacado los bastones, y para el rato que los saqué, los acabé guardando porque con tanta roca, me estorbaban más bien. El esfuerzo se notaba, y me tomé otro gel, mientras los corredores, en un reguero incesante (que es lo que tienen las carreras multitudinarias) me adelantaban al estar parada. Mentalmente, el terreno te destrozaba. Había toreado en peores plazas, pero hacía días que no toreaba en una como esas.
No me importaba mucho quien me adelantara, lo que no quería era caerme ni hacerme daño. Aun con todo, me rocé con una de las rocas (moratón que me llevé en toda la espinilla). El agua de los botellines empezaba a escasear, tomé alguna sal más. Tras lo que parecía una eternidad, coroné el circo, y le pregunté agotada al voluntario que si la bajada era muy “mala”. Me dijo que si, que mucha roca. Y sí, es verdad, al principio mucha roca, pero mejoró bastante. Mucho, de hecho. Vi el río, me vi tentada a coger agua, una corredora decía que mejor no, pero sinceramente, prefería llevarme unas cagaleras que no acabar deshidratada. Lo rellené y sorbí lo justo, sabía “rara”, pero qué más daba.
Seguí corriendo, el terreno no era tan malo como lo pintaban, pero el calor era de justicia a esas horas. El avituallamiento de Colomers se hizo de rogar, y por fin apareció ante nuestros ojos como un oasis en medio del desierto. Bebí bien, bebí coca cola, rellené el tercer botellín (no me volvía a pasar) y comí lo que pude, sin pasarme. Era el km 32,2 de la carrera, y a mi juicio, habíamos pasado la peor parte del terreno. Algunos corredores eran asistidos por familiares, yo me entretuve lo justo, y comencé a caminar por la pista que me llevaba a la fuerte pero corta subida que teníamos a continuación.
Enfilé el sendero de subida, algo estrecho, a la par que una vasca (Nekane) que hablaba casi tanto como yo. “Eso es que vas de sobra”, le decía entre risas, y me decía que no tanto. Muy maja la mujer. Me vi bien y tuve una de mis resurrecciones en carrera, y me vi con ganas de tirar. El sendero era algo malo para adelantar, y como pude y cuando se ensanchaba, pedía paso como disculpándome. Leches, luego cuando yo bajo mal, la peña no se corta en zumbarme alrededor. Pero bueno, yo poco a poco iba adelantando, aprovechando esa ventana espacio temporal de sensaciones cojonudas. Eso sí, yo siempre procuro ir pasando con educación, ante todo. Por fin alcanzamos lo alto de la cuesta, y nos pusimos a bajar otra vez como locos hacia el siguiente avituallamiento fuerte, el de Ressèc. Ahí servían pasta y comida caliente, donde se podía hacer uso del plato y cubiertos obligatorios impuestos por la organización. Mi plato, de plástico, estaba en las últimas porque lo había llevado doblado en la mochila, pero la verdad que el cuerpo no me pedía tanta historia. Me puse a hablar con un corredor mayor mientras me quitaba las piedras de las zapatillas, bebí coca cola, comí algo, fui al baño y repuse los botellines. Hablé con una americana, de vacaciones en España (nosotros NO podemos viajar allá), que me decía que su hijo había hecho la corta, y su pareja también estaba corriendo. Practicando idiomas, claro que sí. Le pregunté a otro corredor lo que quedaba:
-Pues calcula que dos horas de subida, hora y ¾ de bajada...
Eran las 3 de la tarde, hice cuentas, y eso significaba que llegaba a meta sobre las 7 menos cuarto de la tarde. ¿Podría meter algo de caña y llegar a las 6 y media? Me lo propuse. Lo peor, a mi juicio, había pasado. Las dos subidas que quedaban iban a doler un poco, pero le iba a echar el resto. Me encontraba bastante bien, y las piernas no iban mal del todo. Pues para adelante.
Primera subida fuerte. Primero discurría por un sendero entre árboles. Volví a encontrarme con el corredor mayor, se estaba poniendo esparadrapo en la nariz y le ofrecí crema solar. Me iba hablando, me decía carreras internacionales que había hecho (cuando dije que algún día quería correr la de Mont Blanc y Lavaredo, en las Dolomitas), y me salió la vena repelente hablando de viajes. Lo acabé adelantando, estaba caminando en un tramo de los amables que digo yo y os juro que yo quería llegar ya.
Me puse a correr y tiré con ganas en el sendero de subida. Sube que te sube, unos corredores se habían topado junto a una pequeña cascada donde caía agua a chorro muy fresca. Iba bien de botellines, ahora sí, así que seguí tirando. Alcancé un llano, y me topé a lo lejos con María, una de las corredoras de 080, me sonaba un montón. Me dijo que abajo en el avituallamiento estaba Mónica, Ángel y Paula.
Me puse a correr cuesta abajo y sin frenos, el sendero lo permitía. Un corredor lo tenía detrás, le dije que si quería pasarme, me dijo que no me preocupara, que iba bien. El avituallamiento se veía a lo lejos, y ya desde la distancia, los tres me empezaron a animar y chillar. Me di un abrazo de oso con Mónica (apapacho) y me detuve a comer algo y volver a rellenar botellines.
Ángel me dijo que estaba de escoba en Biadós en la Gran Trail de Aneto Posets. Buena señal si no me pillaba... Intenté avisar a Raúl de mi hora de llegada, me comprometía a llegar a las 6 y media. No conseguía mandar el mensaje por la falta de cobertura y Paula me puso en un sitio para hacer una llamada con su teléfono (esta niña es un sol). Era poco antes de las 5 de la tarde, y le planteé a Mónica mis dudas de si iba a poder llegar en el tiempo que me había propuesto. Quedaban 2 km de subida y 6 de bajada. El señor mayor había salido ya, porque como era de esperar, había bajado mejor que yo.
Salí con ganas, tirando con fuerza. En cuanto el sendero empezó a picar, bastoneé con ganas. Me volví a encontrar a una corredora, Almudena, llevaba una venda en la rodilla. Iba bien. Resulta que nos seguimos en Instagram, ella estuvo también en la de 75 km de Canfranc, pero se retiró, y este año lo volvía a intentar (y lo conseguirá).
Adelantando a algún corredor, luego me sobrepasó un hombre que subía a toda pastilla. Llegamos a lo alto de la subida, y ya nos pusimos a bajar, una bajada frenética, sin frenos, en un sendero que lo permitía, que se abría a trozos. Alguna nube nos daba tregua en un día que había sido caluroso. En la parte pedregosa, la americana de antes pasó a mi lado, pero cuando el terreno me resultó favorable, no había quien me frenara, y la sobrepasé. Almudena iba a mi par, le dije que si se veía con ganas, que adelante, que me pasara. Aunque iba bien, supuse que alguna uña del pie se me iba a ir en el camino, si es que estábamos bajando 1000 metros de golpe. Pero la verdad que era una gozada, se podía correr, y aproveché, porque me quedaban piernas. Miraba de refilón el reloj, 1 km, otro km, y la hora cojonuda. No me lo podía creer.
Llegamos a una zona arbolada, algo de zigzag en medio de los árboles, mientras el sonido del gentío se sentía más cerca. Pedía paso en inglés y castellano, los pies me iban solos. Por fin alcanzamos el pueblo de Vielha, y me puse a corretear como una loca por las calles asfaltadas, mientras la gente animaba a mi paso.
Dimos la vuelta a la esquina, me hicieron corralillo (había bastante gente), y mientras los speakers me recibían, toqué la ansiada campana de meta con una felicidad que me salía por todos los poros de mi piel. Al poco llegó Almudena, nos dimos la enhorabuena, y fuimos para la salida.
Ahí estaba Raúl, compungido porque se le había parado la cámara al intentar grabarme, y asombrado de haber clavado el tiempo. Efectivamente, eras las 6 y media de la tarde exactas. Ni en mis mejores sueños hubiera imaginado que iba a cumplir mi pronóstico. Como me trajo ropa, me cambié como pude, me lavé un poco las piernas llenas de tierra, y nos fuimos a dar una vuelta. Él se había hecho algunos puertos con la bici, hasta que el calor fue demasiado. Tomamos algo en un bar (me apetecía una copa de cava artesana), y volvimos a Salardú. Ahí me duché, y nos fuimos a cenar a Unha en un sitio que había encontrado por internet. Nos comimos una olla aranesa (sin p, marranos), y repuse fuerzas. Mientras cenábamos, veíamos pasar a corredores de la ultra. Sólo de pensar en lo que llevaban en las patas y los que quedaba... Madre mía, me entraba la modorra. Pero lo más gordo de todo es que esperaba algún día poder emularlos. Y digo lo de poder porque la gestión de los puntos tiene lo suyo. No todas las carreras grandes puntúan, por lo que aunque quieras, no puedes participar.
Caí rendida en la cama, y mientras yo dormía, Raúl salió con la bici por la mañana para ir a un par de sitios que le habían quedado pendientes. Pasó por el hotel y nos fuimos a Pla de Beret para hacer una caminata por la zona. Yo estaba con dolores, y aunque iba paso a paso, reconozco que no me fue mal para soltar las piernas. Antonio Cullell no había terminado la carrera por no llegar a uno de los cortes, lo supe por la mañana, pero nos volvemos a ver en GTTAP, y esta vez él sí que va a terminar.
Y ya tocó volver a casa, cerrando un fin de semana redondo, donde no podía ser más feliz. Ver a Raúl en meta, que él lo hubiera pasado bien, cómo me había exprimido, mis sensaciones en carrera, cómo había llevado la alimentación... Todo era un chute de energía positiva para afrontar con ganas mi nuevo encuentro, cara a cara, con el Gran Trail del Aneto Posets.
Agradezco a la organización el sacar adelante esta prueba en estos tiempos. Hubo quejas (algunos corredores tuvieron problemas estomacales a raíz de uno de los avituallamientos, no sé si por el agua, a mí no me pasó nada pero es cierto que donde trabajo y por donde he viajado te curan de espanto), y faltó en meta un buen avituallamiento. Los tiempos covid lo empañan todo, y hay cosas que no fueron posible por eso. Pero creo que es una prueba muy bonita (al menos mi recorrido), y los voluntarios, como siempre, ejercen una labor imprescindible y muy generosa. Qué voy a decir de mis angelotes particulares, Ángel, Mónica y Paula. Siempre es una alegría verlos en carrera. No pude conocer en persona a Paula Fernández-Ochoa (lo que hubiera ocurrido el año pasado de celebrarse), pero agradecida estoy de esta oportunidad de correr esta carrera. Y por supuestísimo, gracias a Raúl, por velar por mí, por acompañarme, no sabes lo feliz que me hace.
Termino estas líneas a poco más de 24 horas de ubicarme en la salida de Benasque. Hay nervios, claro, pero hay mucha ilusión. La felicidad a veces se encuentra en pequeñas cosas, permitiros ser felices y soñar tal alto como podáis. Mañana soñaremos muy alto, y nuestras piernas e ilusión nos llevarán tan lejos como podamos. Nos vemos en Benasque ;)