Las carreras de Bronchales ya las conocía de hace un tiempo. A la maratón de finales de junio ya le tenía ganas, el año pasado estuve a punto de apuntarme, pero al final fui incapaz de encontrar alojamiento en un radio de distancia razonable, y lo descarté. En su lugar, después de descartar también la Garmin Epic Trail, me fui a Sallent de Gállego con Susi y Ana Mayayo (y no fue una mala elección, os lo aseguro).
Este año en Bronchales estrenaban nueva distancia, la ultra de 75 km, que era añadir un bucle adicional a la maratón ya existente. No tenía muy claro si me encajaba en el planning de carreras, ya que la Ultra de Andorra era el 15 de junio, y la idea original era hacer algo “gordo” en julio (que no Aneto Posets). Ese “algo gordo” podría haber sido Ehunmilak, pero no quedaban dorsales para la de 90 km, y las cien millas (que me gustaría hacer algún día) me parecían demasiado estrés y tute para justo antes de las vacaciones, pero, sobre todo, para antes de UTMB. Sí, es así, parezco una cabeza loca, que voy a todo, pero ni mucho menos: hay planificación, y horas de darle al coco de lo que me encaja y lo que no.
Descartado Ehumilak (por nervios y por vacaciones, ya que me hubiera exigido pedirme días que ya tenía encajados por otros lares), pensé que para julio mejor me dejaba algo más “suave”, y de esa manera me encajaba ir a Bronchales. Pero estaba en las mismas, los alojamientos quedaban todos como poco a media hora. En la carrera de Alcaine coincidí con Alicia Moreno (la hermana de Agustín), estuvimos hablando de futuras carreras, y cuando le dije que estaba a vueltas con Bronchales y que no sabía qué hacer, me dijo que ella tenía espacio en su caravana, que se iba con la familia esa semana de vacaciones, con la intención de correr el domingo, y que fuese sin dudarlo. Y ahí no lo dudé, aunque esperé a apuntarme justo el último día de inscripción con opción a camiseta (tengo un millón, pero la camiseta y las mallas de la prueba, de Land, me gustaban mucho).
Lo demás es historia: hice la ultra de Andorra, y conseguí recuperarme mejor que de la Perimetrail de Arguis, sobre todo porque me tomé con calma las dos semanas entre Andorra y Bronchales. Yo iba mirando el pronóstico del tiempo en meteoblue, y parece que llovía la madrugada del viernes al sábado, y que cabía la posibilidad de que nos cayera algo de agua a primera hora (salíamos a las 5 de la mañana).
Los nervios que había pasado con Andorra ante lo que me imponía el terreno, disiparon un poco los nervios de cara a Bronchales. Y es que, dentro de lo que cabe, la veía una ultra “llevadera” (que no asequible). Entendiendo por llevadera que, aunque estuviésemos en altura, entre 1400-2000 (casi) metros, el terreno, perteneciente a los Montes Universales, no era tan técnico ni montañoso como ultras en el Pirineo. Yo lo había explorado a golpe a de gpx studio, y se adivinaban pistas forestales amplias, y senderos entre los bosques de pinos que estaba convencida de que eran toda una tregua. Además, 3100 metros de desnivel repartidos en 75 km me parecían razonables. La realidad es que salió más de ambos, pero eso es otra historia.
¿Y tiempos? En mi cabeza, yo estimaba unas 12 horas de las 15 horas máximas que nos daban. No lo tomaba como ambicioso, pero me basaba en carreras similares en distancia y/o desnivel. La ultra del Moncayo (69km, 3800 de desnivel) me llevó 12 horas, la de Arguis, algo más corta, 12:39. Bueno, ya veríamos sobre la marcha, y ya me adaptaría. Estábamos inscritos 110 corredores, y unas cuantas corredoras. No había publicado un listado de inscritos hasta justo la semana previa (por tema de protección de datos), yo había chafardeado un poco por ver el nivel, pero vamos, que vi que ahí no había nada que rascar, y me olvidé del tema. Por otra parte, vi que Lucas del grupo 7:45 estaba inscrito, y hablamos antes. Me preguntó si tenía el viaje resuelto, pero como yo volvía el sábado después de la carrera, no pudo ser. Él dormía la noche del viernes y del sábado en Griegos.
Llegó el viernes previo a la carrera. Dado los pronósticos de tiempo, había pasado a material obligatorio el chubasquero y una manta térmica, además de silbato (que todas mochilas suelen llevar) y recipiente para la bebida. Yo me llevaba además un cortavientos, el de siempre, de Dynafit, porque prefería utilizar el chubasquero única y exclusivamente en caso de lluvia. Hasta ahora me ha ido muy bien esa estrategia, y como no iba tan cargada, tenía espacio de sobra. Iba de corto (Hanker), térmica de X-Bionic y manguitos. Las zapatillas eran las New Balance que ya había llevado en Andorra. Teníamos la posibilidad de dejar tres bolsas de vida: en Orihuela de Tremendal, km 30, en el km 52 (Peña Blanca) y en Noguera, en el km 66. Para ultras tan “cortas” en el tiempo no me suelo plantear una bolsa de vida (muchas veces ni existe esa posibilidad), pero sí que opté por dejar una bolsa en el km 30, cuyo corte era a las 6 horas de carrera, porque, aunque no era exactamente el ecuador de la misma, no me vendría mal tener ropa de recambio en el caso de que nos cayera un aguacero de primeras. La verdad que es cuanto menos curioso que esta carrera ofrezca la posibilidad de tres bolsas de vida, y en la UTMB sólo tengas una.
El viernes por la tarde llevé a Raúl a la estación de tren de Miraflores (se iba al pueblo) y ya me fui hacia Bronchales, tenía algo menos de dos horas de viaje. Paré a echar gasolina, y además hubo algo de atasco en Paniza (están reasfaltando un tramo), pero llegué con tiempo, sobre las 8 de la tarde. Ahí junto al pabellón me encontré con parte de los Ubuntu que corrían alguna de las carreras: Eduardo (que me había pedido consejo previamente) y Durfay (al que no veía desde que entrenábamos con Iván), que corrían la ultra, además de más compañeros a los que conozco de vista, pero no me sé sus nombres. También vi a Felipe, el padre de Sergio (uno de los dragones de la maratón de Zaragoza). Yo bromeé un poco con aquello de que “por menos de 50 km no salgo de casa”, pero la realidad es que a las carreras siempre hay que tenerles respeto, que te puedes abrir la cabeza en cualquiera de ellas, y no deja de ser una afición.
Entré al pabellón para recoger mi dorsal, y también de paso el de Alicia (así no tenía que desplazarse a Bronchales). Ahí me puse a hablar con el madrileño que estaba echando una mano, y me puse mala, literalmente. Me dijo que el pronóstico había empeorado, que esperaban lluvias todo el día, hasta las 5 de la tarde, con aparato eléctrico (lo que imposibilitaría la prueba), y que, aunque era un terreno bueno, que si había torrentes de barro se haría complicado según qué subidas, y que era un terreno blando, con piñas, que se podía hacer pesado. También me dijo que en realidad salían 78 con 3500 de desnivel, y no es que me sorprendiera, porque pocas veces en el monte los resultados salían tal cual lo anunciado. A mí se me estaba poniendo el cuerpo del revés por momentos ante semejante percal, y me tuve que ir. También por la hora, que conste.
De ahí me dirigí al camping de Orea, no el de Bronchales. Alicia me había dicho que ella confiaba en poder estar en Bronchales, pero para cuando llamó, estaba todo a tope, y se tuvo que ir al de Orea. En su momento, pensé en alojarme en otro sitio, pero no ganaba nada de tiempo, al contrario. El camping estaba a 17 km por carretera/pista y 24 dando un rodeo por Orihuela (mejor carretera). Opté por acortar por la pista, pasé junto al camping de Bronchales, y de paso, atisbé cintas naranjas en alguno de los lados de la carretera (cruzábamos la pista). Había una parte bastante mala por terreno con gravilla, y por fin alcancé el camping, tras 25 minutos.
Ahí me estaban esperando Alicia, su marido Josema y sus dos hijos Amael y Baldesca. Dejé el coche fuera, procurando no estorbar, y me llevaron a registrarme y a su alojamiento, una caravana súper apañada con un montón de espacio. Me organicé un poco y me puse el pijama, no sin antes percatarme de que, muy a pesar, me iba a acompañar “ovario furo” en carrera. Me tocaba el domingo, pero en un acto de rebeldía, la regla se me adelantó al viernes noche para amenizarme la jornada. Y cómo me iba a amenizar... Me había llevado de todo, por si acaso. Es que de estas cosas se habla poco, pero forman parte de nuestra biología, y hay que tenerlo muy en cuenta.
Estuve con ellos cenando, yo me había llevado una ensalada de pasta de esas que vienen hechas, de Carretilla, que me funcionan fetén. Como comentaba, en estos casos salgo en ayunas, ya cuando se me entona el cuerpo es cuando empiezo a comer. Con ellos estuve compartiendo risas, anécdotas y conversaciones, y podría haber estado hablando horas y horas si no fuera porque tenía que madrugar, y mucho, al día siguiente. Los chiquillos (nena y nene) preguntaban inquisitivos por la larga distancia, y la verdad que me resultó un encanto de familia.
Finalmente, sobre las 11 de la noche me metí a dormir, y la verdad que me dormí pronto... Pero me desperté antes. Poco después de la medianoche, como si se tratase de una profecía, comenzó a llover, pero con ganas. Conforme golpeteaba contra la caravana con furia, a mi me entraban los canguelos de la muerte, pensando en la carrera y en la poca gana que tenía de correr bajo la lluvia. Ya me había tocado el año pasado en Luesia, 18 km bajo lluvia y pisando barro como si no hubiera un mañana, pero una cosa eran 18 km y otra 75. Yo hacía mis ejercicios de respiración, 4-7-8, inspirar 4 segundos, retener 7, espirar 8 segundos, una y otra vez, una y otra vez, pero oía el agua, el granizo, las piñas que golpeaban el techo de la caravana con furia y el sueño no llegaba.
Terminé dormitando a plazos, soñando entre medias que me entraba el sueño en carrera, y que trataba de hablar, pero farfullaba, y que me dormía, y ya no me quedó otro remedio que levantarme a eso de las 3 y media (de la madrugada, claro). Como un gato ninja, me deslicé fuera de la caravana, con mis zarrios, y me fui al baño, para prepararme tranquilamente. Apenas caían cuatro gotas, y cruzaba dedos mentalmente para que así siguiese. En el baño saqué todo el arsenal, me tomé un naproxeno (ovario estaba más furo que nunca), me llevé para cambiarme, y me puse mis mejores galas. Llevaba ungüento del que evita rozaduras, y me di en los pies, ante la posibilidad de que se mojasen.
Sobre las 4 de la mañana, un pelín más tarde (¡que no llegamos!) salí del camping hacia mi coche. Y me fui para la salida.
Me entró un poco de miedo de coger otra vez la pista forestal que había cogido a la ida, más que nada por si algún corzo/ciervo se me cruzaba, y opté por dar más rodeo. La noche estaba más oscura que nunca, y ahí estaba yo, zigzagueando por la pista camino de Bronchales. Un corzo se cruzó por la carreta, a lo lejos (ya había visto alguno a la ida del viernes). A la altura de Orihuela del Tremedal, me pareció ver en la distancia tormentas lejanas, con sus rayos. Confiaba en que se estuvieran alejando y nos dejaran en paz. Y por fin llegué a Bronchales. Ya había corredores caminando a la salida. Yo había puesto en Google una calle perpendicular a la salida, la calle Zaragoza. Vi parking en otro sitio y lo puse en bajada, pero acabé reculando, y aparcando en otra calle, en llano (mejor). A ver si se me iba a deslizar por la cuesta y la liaba. Estaba a un paso de la salida.
Me había llevado las mallas que daban en la inscripción, yo tenía puesta la talla S pero se liaron y me dieron la M. Me dijeron que ya una vez en meta, me podrían hacer el cambio, así que las dejé en el coche. En el almacén junto a la salida me topé con Ángel Salvo. Él había venido desde Zaragoza de madrugada, y me dijo que la lluvia casi le obliga a dar media vuelta. Estaba apurado, no encontraban su dorsal, y le acabaron dando uno de escoba (aunque no fuese a ser escoba). Yo tenía su bolsa de Andorra en el coche, pero como él no tenía el coche tan a mano como yo, optamos para dejarlo para después (error).
Ya sin más dilación me dirigí al corralito de salida. La madrugada se me antojaba un poco fresca y llevaba puesto el cortavientos. Entre mi recogida de dorsal y la salida, habían reculado con el material obligatorio, que pasaba a ser recomendable. Como no me había coscado, yo seguía llevando todo, y tampoco pasaba nada, que nunca se sabe... En un acto de confianza ciega, me había llevado hasta las gafas de sol. Me coloqué el frontal, que necesitaría para la próxima hora y media, más o menos, y ya me metí entre el poco más de centenar de corredores que estábamos. Las conversaciones giraban en torno a la pasada noche, parece ser que no era la única que no había pegado ojo, unos u otros habían escuchado la tormenta en todo su fragor. Por allá los Ubuntus, yo me coloqué un poco entre medias. Vi a Rubén Zabal, puede que no lo viese desde el encuentro de corredores de Sin del año 2016 (ahora que lo pienso, creo que lo vi de voluntario en la VDA, con Estelita y Paula). Ejercía de escoba, pero estaba al lado de una moza (Silvia) que era su novia, que me dijo que se había inscrito a ultimísima hora. Yo no lo sabía, pero estaba ante la futura ganadora de la prueba. Intercambiamos impresiones y me puse un poco por detrás. Y a lo que nos quisimos dar cuenta, arrancamos los cronos.
Pasamos por el pueblo rápidamente, marcando nuestro paso un quad o todoterreno (me pillaba pelín lejos), y la gente corría que se las pelaba, yo iba concentrada, muy concentrada. Tenía los palos en un cinturón nuevo y me bailaban demasiado para mi gusto. El llano duró muy poco, y nos pusimos a subir enseguida la cuesta que llaman la vicidilla, en medio de los pinos. Como yo ya había estado chafardeando el track, ya había visto que la carrera tenía muchas cuestas, cortas pero intensas. Cuando digo cortas me refiero a subir 200-300 metros, y en poco espacio. Esta era la primera.
A mi me entró calor enseguida. Al poco, una voz familiar me saludó: era Lucas. “A ver si la pillo”, me decía. Lo veía bien, y nos pusimos a la par subiendo. Como me sobraba el cortavientos, me lo acabé quitando, y lo guardé junto al chubasquero (no me lo volvería a poner). El pelotón comenzaría a estirarse, y nunca se llegaría a respirar agobio de gente. Este tramo era común con la maratón, y yo andaba preocupada porque el circuito me parecía un poco ratonera (pasabas a veces por el mismo sitio), pero además de llevar el track (obligatorio), el marcaje era impecable, tal y como me habían dicho. Y era verdad.
Tras una subida corta pero intensa, alcanzamos Peña Cervero, a unos 1750 metros. Comenzamos a bajar por la pista de Peña Cervero a toda pastilla, el terreno era muy llevadero. Nos metimos entre los pinos y comenzamos a zigzaguear en un terreno menos suelto de lo esperado (en parte gracias a la lluvia de la noche). Se podía bajar bien, aunque yo iba a mi marcha, con un italiano justo delante que iba precavido como yo. Alguno adelantaba cuando podía, pero la verdad que la cosa estaba bastante estirada ya. Llegaba el km 3, y ya estábamos abajo del todo.
Comenzamos a corretear por la pista senda Fuente Ojuelo, en subida. Pasamos por la Fuente Ojuelo y alcanzamos el avituallamiento del km 5, donde recargué uno de los botellines (no me había bebido más). Había gominolas y algunas barritas, lo que no había era coca cola, que estaba listado en los avituallamientos (yo ni me acordaba). De momento no me hacía falta, pero lo iba a echar en falta.
El sendero por el que íbamos ahora era el de Peña Huerta, a donde subimos, y de ahí rápidamente a bajar por el sendero BTT Bronchales, girando ligeramente a la izquierda y cruzando la carretera del <canto, que es la pista asfaltada que yo había tomado el viernes para ir al camping. Los km 7,9 al 9 serían comunes con el segundo bucle, y volveríamos a pasar por ahí. A mi esos km me rallaban un poco por si me liaba y cogía el segundo bucle antes de hora, pero lo tenían todo coordinado a la perfección, con voluntarios que te indicaban esos puntos conflictivos. Cruzamos el río del Puerto, y otra vez a subir.
Esta subida corta nos lleva a la Era Carrasco. Del km 10 (había otro avituallamiento) al 14 era mayormente bajada y algo de llaneo, tomando el sendero Era Carrasco y Fuente del Canto, hasta cruzar nuevamente la carretera del Canto y tomar la pista Puerto de Griegos, una pista ancha y cómoda. Ahí aproveché y me hice una foto entre los majestuosos pinos. Todo este tramo lo estaba compartiendo principalmente con Lucas. Mientras amanecía, nos habíamos ido poniendo al día, no nos veíamos desde el Trail Zoquetes en Alcorisa, en enero. Él me comentó que había hecho de nuevo el Desafío Platino de las carreras de Añón del Moncayo, y que se había comprado unos geles nuevos a ver si le caían mejor al estómago. Volvía en julio al Gran Trail Aneto Posets. Yo le decía a Lucas que si quería podía tirar más, pero me decía que estaba cómodo con ese ritmo. En el segundo avituallamiento había guardado ya el frontal, pero no saqué las gafas porque estaba nublado, lo cual, no obstante, se agradecía. La temperatura era ideal, y la lluvia estaba respetando mucho. Por esos km estaba también Eduardo de los Ubuntu y algún compañero suyo, con el que me haría la goma más o menos hasta el km 30.
Pasamos junto a unas construcciones: Casa Forestal del Puerto Orihuela del Tremedal y la Casa de los Cazadores.
Abandonamos la pista, fuimos por detrás de la construcción y cogimos un camino, algo más pedregoso (senda del Santuario). En el avituallamiento anterior, creo recordar, me habían dicho que iba séptima de las chicas. No le di demasiada importancia y hasta me encogí de hombros, porque, tal y como dije, salvo que pillara de viejunas, no tenía mayores pretensiones (salvo acabar lo mejor posible, claro). El siguiente avituallamiento estaba en torno al km 17,5, en la Fuente de Majada las Vacas, cerca del merendero del mismo nombre y de un campamento juvenil. Más o menos, los avituallamientos se ubicaban cada 5 km. Debido a la frecuencia de estos, por lo general llenaba botellines en avituallamientos alternos, pero sí que comía algo en todos ellos.
Atravesamos la carretera A-1512, y no tardamos en alcanzar el refugio forestal de La Portera, junto a una torre de vigilancia de madera. En la puerta, un voluntario nos hacía fotos, y nos recordaba del Trail Zoquetes de enero. Pasábamos por la parte de atrás y retomábamos un sendero.
Yo llevaba ya rato con ganas de parar a mear, pero entre que iba todo el rato acompañada, y que no veía dónde esconderme, tardé un rato en decidirme, hasta que, pasado un avituallamiento, me puse detrás de unos matorrales, dejando pasar a Eduardo y compañía y también a Lucas. Le dije que tirara: lo estaba frenando, y estaba convencida de que podía dar mucho más de sí. Aunque volví a pillar a Eduardo, con Lucas fue imposible: no lo llegué a ver ni de lejos.
Yo notaba que no iba fina del todo, y que ovario furo estaba más furo que nunca, pero aun con todo, retomé con ganas la subida hasta el Caimodorro, en el km 21,4, pasando por una pequeña cima secundaria, cuyo nombre soy incapaz de encontrar. En la cima, hacía algo más de fresco y una nube baja daba un poco por saco, así que me puse a bajar lo más rápido que pude. Desde este punto y hasta el km 30, en Orihuela del Tremedal, era todo bajada. Había un avituallamiento a unos 3 km de Orihuela, en el que ni me paré, ya que no me merecía la pena. La bajada era muy llevadera, parte por caminos, parte por pista. El sendero incitaba a trotar. En esta parte del recorrido coincidí mayormente con un par de corredores (según la clasificación creo que se llamaban Javi ambos), con los Ubuntu a ratos y algunos que al final me acabarían sonando ya de tanto que cundíamos. Es probablemente el único tramo en el que me hubiera podido poner las gafas de sol, pero al final no lo hice, y tampoco me haría falta después.
Alcancé por fin el pueblo de Orihuela de Tremedal, y correteando por sus calles, alcanzamos el avituallamiento ubicado dentro del pabellón deportivo, donde se ubicaba además la bolsa de vida, la primera de las tres posibles (la única en mi caso). Eran las 9 y media, más o menos, es decir, estaba una hora y media sobre el corte horario de las 11:00. Fue la única bolsa que estaba a cubierto, así que creo que hice buena elección (aunque no lo sabía entonces). Justo antes de llegar, me informaban de que era sexta. Yo no había adelantado a ninguna moza, así que le di la importancia justa, aunque admito que ahí sí que vi posibilidades de podio viejuno (puesto que los trofeos no eran acumulativos). Mierda, con lo tranquila que iba.
Yo no llevaba idea de cambiarme de nada, salvo que nos hubiese llovido a primera hora, como estaba previsto. Así que opté por quedarme tal cual, a excepción de los calcetines. Llevaba algo mojados los pies de atravesar césped y algún riachuelo, así que, si me quitaba eso, pues mejor. Comí algo, me cogí alguna barrita (poco más, que con la comida de los avituallamientos casi iba servida), y aproveché el baño para cambiarme. Y sí, así era, ovario estaba fatal. Tenía molestias, pero además del dolor, yo notaba que algo no iba bien del todo, tenía molestias al ir al baño. Era como un amago de infección de orina, sin serlo (no he tenido nunca), así que ya podía espabilar y beber más agua de la que estaba bebiendo. Iba a tener que lidiar con eso, desde luego.
Comí algo, recargué los botellines a tope, y entre que sí, que no, que no arranco, dos mozas aparecieron por el avituallamiento. Pero qué poco duraba la alegría en la casa del pobre. De Lucas no había ni rastro (supuse que había tomado mucha delantera), y Eduardo se estaba cambiando de ropa. No me entretuve demasiado, por el gusanillo de la competición (ya ves tú), y aparte que me estaba quedando pelada de frío, y que lo de los cortes no lo tenía muy claro. De momento aguantaba con la térmica y los manguitos, que iba subiendo y bajando a demanda.
Salí del avituallamiento y afronté la subida con ganas, muy concentrada en beber agua y en controlar las molestias (era como una pesadez en la vejiga cuando me ponía a correr). Cuando alcancé la ermita de Santa Bárbara, me adentré de nuevo entre los árboles. Iba a paso vivo, y casi alcanzaba a algún corredor que tenía por delante.
Comenzaba una subida hacia el km 35. Pasé junto al área recreativa Fuente de Los Colladillos. En esa zona, la senda “incitaba” a ir hacia abajo, pero las marcas del camino picaban hacia arriba, hacia una subida algo más empinada y pedregosa. De hecho, conforme empezaba a subir, vi que unos corredores venían por mi derecha: se habían liado con el camino, y se habían comido algún km de regalo. Alcanzamos el Santuario de La Virgen del Tremedal.
Tras un tramo de llaneo y algo de pista, comenzamos a descender en el km 36,7, más o menos. Así hasta el km 39, Los Pradejones, paré en el avituallamiento. En realidad, debía ser en torno al km 36, pero, como me había anunciado el madrileño en los dorsales, ya se estaban yendo los km. De aquí, se subía al cerro de Linares por el GR-10, para a continuación bajar por el Sendero Pineda de la Toga. Estábamos a punto de finalizar el primer bucle, para pasar por terreno ya trillado al principio.
Yo esta parte iba sola. Desde el km 40 hasta el 44, más o menos, eran comunes a lo que habíamos hecho al principio. La diferencia estribaba en que al cruzar el río del Puerto seguíamos recto, en lugar de girar a nuestra izquierda. Los voluntarios, cual mágicos duendes, ya habían marcado encarecidamente el camino, y no había lugar a dudas. El camino era recto, muy llano, con un ligero sube y baja, y entre árboles majestuosos. A ratos trotaba, todo lo que podía, para avanzar lo más rápido posible. Las molestias al hacer pis habían remitido, y a pesar del ovario furo, me encontraba mejor. Hasta tenía ganas de hacer pis, pero de verdad. Oí un chasquido a mi espalda: era una corredora. De manera instintiva (y pensando que era mayor), le pregunté por la edad, tenía 40 años. Me olía la tostada que nos pisábamos categoría, pero pensé que no me iba a poner a correr como si no hubiera un mañana, y que, si me pasaba, pues es lo que había. Decía que venía floja (es el típico mentirusco gordo de los corredores) porque había tenido no sé qué carrera, yo venía como podía, para qué íbamos a engañarlos. Me acabó pasando, y no me penó demasiado, aunque por circunstancias, nos acabaríamos haciendo la goma bastante rato.
Esta parte correspondía a la recta del puerto de Bronchales, uno de los caminos forestales lo sorteamos por uno de los túneles. No me quedaba otra que pisar piedras del río y de la zona húmeda, y si, un pie fue enterito al agua. Gajes del oficio. Justo al otro lado del túnel había un avituallamiento. Paré lo justo. Cogí una barrita, no conocía la marca, pero igual me venía bien después (spoiler: sí).
Yo iba pelín con prisa, porque tenía que llegar al siguiente corte horario de las 15:00. Y sobrada, pues no es que fuese muy sobrada. Apreté el paso. A la chica de mi categoría la tenía por ahí cerca, y los dos mozos de siempre más o menos compartían la carrera conmigo a tramos. También coincidí, a tramos, con un corredor, Iván, que tenía la misma mochila de Dynafit que yo, y que es el mayor error mochilero que he comprado, porque no le caben los botellines grandes (he vuelto a Salomon). Había un tramo de bajada en torno al km 50-52, y por pensar en las avutardas, me metí una hostia. Se me fue el pie, aterricé sobre el costado derecho, y me llevé un moratón de regalo. Pues cojonudo. Como el terreno no era excesivamente duro, no me llevé muchos raspones, pero ya tenía una bola que se iba a poner de todos los colores.
Después de bajar, tocó subir al avituallamiento, y de qué maneras. La subida era corta e intensa (pendientes de un 30% tranquilamente), te obligaba a clavar bastones para no irte para atrás. En lo alto, los voluntarios estaban animando a seguir. Y por fin llegué a la parte superior, tras unos dos km, más o menos. Era el avituallamiento de Peñablanca, a 1800 metros, ubicado junto a la Torre de Vigilancia de Incendios del mismo nombre. Era nuestro km 52, aunque a mi me marcaba más, el km 18 para los que corrían la maratón.
Al ser bolsa de vida (aunque yo no había dejado nada), pensé que habría algún lugar cerrado, un baño. No había ninguna de las dos cosas. A estas alturas de la carrera yo me tenía que cambiar, así que no me quedó más remedio que ponerme detrás de un todoterreno. A lo que yo estaba a punto de salir, la moza veterana (Maricarmen) llegaba, y los dos Javis estaban por ahí cogiendo cosas de la bolsa de vida. Había mucha humedad ambiente y las pobres chuches del avituallamiento estaban chuchurrías. La hora no la tengo registrada, pero era poco más tarde de las 14:00. Habida cuenta de que el corte era a las 15:00, la cosa había menguado, así que, o iba mal, o es que no daba para más. Y el siguiente corte era a las 17:00, en Noguera. Pues ya podía correr...
Salí de ahí con los chicos. Una mujer en el avituallamiento nos dijo que la bajada era “como la subida” (mala, vamos), y me vine un poco abajo al principio porque yo veía que la cosa iba muy ajustada. Lo bueno es que en estos casos las agonías duran menos que en la alta montaña, y aunque es cierto que el primer tramo nos obligó a aflojar, luego pudimos correr. Yo compartía mis inquietudes con los corredores. Uno de ellos ya había hecho la maratón en otras ocasiones, y nos describía lo que estaba por venir, pero nos decía que llegábamos. El otro chico era vitalista, y la verdad que su historia de superación era digna de elogio.
Descendimos durante 5 km, y abandonamos el río Garganta (no es que me lo sepa, es la descripción de la organización de la ruta). Y tocó subir de nuevo por el barranco de Peña Aguda. Cruzamos una carretera, y alcanzamos la zona de La Laguna del Cerro, que pertenece al término de Noguera.
Volvimos a pasar por la Senda Era Carrasco, ya habíamos pasado en el primer bucle, pero reconozco que hasta que no lo vi a golpe de gpx studio, ni me acordaba. Había otro avituallamiento, pero el tiempo estaba pasando demasiado rápido para mi gusto, y ya me estaba metiendo el turbo.
Tras un llaneo, bajada y posterior subida al Alto de la Hierba, cogimos la Pista la Sargatilla. El terreno lo permitía así que me lancé a tumba abierta, tanto, tanto, que dejé a Maricarmen detrás (me había adelantado en la bolsa de vida), pero es que yo quería llegar, que estaba haciendo el canelo. Uno de los chavales insistía en que llegábamos sin problema, pero el caso es que acabamos apretando todos.
Noguera empezaba a verse ya, y afrontamos el último tramo de bajada a sus calles con un pelín de cuidado, pero si, por fin, y nada más que sobrando 10 minutos, llegamos al corte horario de las 17:00. Vale que no soy muy rápida, pero si el anterior era a las 15:00 y este a las 17:00, y tal y como era el tramo entre ambos puntos, no me terminaban de cuadrar del todo los cortes. Noguera de Albarracín, además de avituallamiento completo, era ubicación de la tercera bolsa de vida (que, en mi opinión, poco sentido tenía habida cuenta de lo que quedaba, pero oye, por si acaso, no venía mal).
Era el km 66, pero yo llevaba alguno más. Estaba claro que el madrileño iba a tener razón. Eso sí, ya lo teníamos prácticamente hecho, porque muy mal se tenían que dar las cosas para no llegar antes de las 8 de la tarde. Es más, realmente había otro corte en el km 70, Fuente del Caracol, a las 18:30. Según describía un voluntario, nos quedaba como hora y media de subida y media hora de bajada. Y lo clavó. Ahí cogimos agua, y yo comí algo, que con tanta prisa casi se me estaba olvidando. Ovario furo daba la lata, pero bueno. Evidentemente, mis cálculos primigenios de las 12 horas de carrera eran una entelequia, pero de las gordas, precisamente en ese punto llevaba 12 horas de carrera, y un sueño también considerable. La noche toledana pasaba factura.
Justo a tiempo, llegaba Maricarmen. “Corre, que llegas”, le decíamos. No sabíamos lo que iba a pasar con el resto de los corredores (a Eduardo ya no lo había visto), pero por lo que vi, después pudieron seguir, ya que se permitió seguir a pesar de la hora, como yo ya había sugerido a mis compañeros. Que cuando haces una ultra por primera vez, lo mismo no hilas muy fino con según qué cortes, y hay que “abrir la mano” para que termine gente que realmente entra en tiempo.
Dejé un poco atrás al resto porque yo no veía ya el momento de llegar, y tras una ligera tregua por las calles del pueblo y por la pista de Hornillos, en la zona del barranco de la Tejada, cruzamos el río y, cómo no, tocó subir. Yo lo daba todo, sudaba como un pollo. Los amagos de sueño los había aplacado con cachos de barrita de uno de los avituallamientos (el del túnel tan bonico). Por fin alcancé el pico del Corral del Tío Martín, la penúltima subida, que todavía quedaba una por ahí.
En la parte alta me alcanzaron los chicos. Maricarmen debía estar un poco más atrás. Comenzamos a bajar, algunos tramos peores, pero, en general, no era mala bajada. Enganchamos con un trozo de pista de unos 600 metros. Tocaba afrontar la última subida a Peña Blanca. Había voluntarios y algún avituallamiento adicional que nos iban indicando por dónde ir.
Justo antes de subir, me pillé mosqueo porque había cintas al otro lado de la pista, pero nosotros subíamos por otra parte. Yo creía que íbamos a bajar después por ahí, pero realmente correspondía al recorrido de la carrera rápida de 21 km del domingo, que correría Alicia. En lugar de subir por la directa, como nosotros, ellos daban un rodeo más grande por zona de pista.
En esta última subida, los Javis tiraron más para adelante. Yo estaba más floja y sentía que estaba al borde de la exanguinación, o como diría mi amiga Lurdes Palao, “se me n’ix l’animeta per el xumino”, pero no lo traduzco, que así suena más fino. Pero poco a poco fui metiendo caña hasta llegar al control de la parte alta, Sierra Alta, 1854 metros.
Los voluntarios me animaban, quedaban apenas 4 km hasta meta, y todo de bajada. Un km entre los árboles me dio la sensación de dar círculos sin remedio, en realidad estaba haciendo una especie de bucle hasta volver al avituallamiento que ya había pasado anteriormente.
Dejé el sendero Portichuelo y cogí el sendero de Bronchales, crucé la carretera del Canto, y pasé junto al camping de las Corralizas. Yo, con las prisas, iba alcanzando a algún corredor rezagado, que iba medio caminando. El ambiente en el camping era espectacular, y la gente nos animaba con ganas a nuestro paso. Yo no podía parar de correr, estaba eufórica por llegar.
Cogimos el camino del camping, tenía a un par de corredores justo delante que, en cuanto me vieron correr, apretaron un poco. Se oía al speaker, y por fin lo vimos, ahí estaba Bronchales. Cruzamos la calle de Quevedo y afrontamos la última recta, cuesta abajo y sin frenos. A pocos pasos de meta, Durfay (que se había marcado un carrerón mayúsculo), Laura Laporta (su pareja y que también estuvo conmigo entrenando en su momento) y un buen puñado de Ubuntus me aplaudían y me animaban en esos últimos metros. Laura me animaba con ahínco, hacía mucho que no nos veíamos.
Y por fin crucé meta, tas unas 14 horas de carrera. Anda que, sí que había atinado con mis previsiones... Pregunté en la zona de meta por mi posición, era sexta y tercera de veteranas. Me dirigí a por mi trofeo (un trozo de tronco grabado muy original), y mientras me lo daban, un chaval de la organización dijo que no, que realmente había sido segunda de veteranas. Los trofeos NO eran acumulativos, entre las tres primeras había una veterana, así que corría una posición (y el tronco pasaba a ser un poco más grande). Eso significaba que Maricarmen, que llegaría unos 10 minutos después (pero no la vi), había picado podio, así que mucho mejor.
La zona de meta era una auténtica locura, estaba petado de gente debido a las carreras infantiles. No había ceremonia de entrega de trofeos en nuestro caso, porque como llegábamos con horas de diferencia, habían optado por darlos sobre la marcha (al menos con las categorías). Y ahí en medio de la gente estaba Lucas, que me hizo foto en el podio. Al parecer había llegado como unos 20 minutos antes que yo, yo pensaba que mucho antes, pero había sufrido más de lo esperado, y el estómago le había fallado (y mira que habíamos hablado de ello en carrera). Había hecho podio de su categoría.
Fui al baño, a cambiar las mallas que me habían dado mal de talla, a por mi bocata y a beber algo. Y entre medias, charreta con los Ubuntu (Felipe me hizo foto con el trofeo), con una máster femenina que había llegado a meta, y alguna chavala más de carrera. Parece ser que el corte horario de Noguera había sido una locura, en un momento dado se quedó sin nadie de la organización, pero sí con voluntarios, y al final habían seguido, y habían terminado en tiempo. Eduardo, de los Ubuntu, llegó a meta a las 19:40, decía que no iba a hacer más esas cosas, pero ya veremos si mantiene esa promesa, eso lo decimos todos... Como le dije, al final la ultra no eran tan llevadera como creía.
Un poco más tarde de las 8 de la tarde me iba ya para casa, previo paso por casa de mis padres a llevarles una Nespresso que había recogido el viernes por la tarde. Llegué a casa destruida, y el domingo por la mañana tocó ordenar todo aquello que dejé desperdigado.
Vaya carrera más bonita, y vaya carrera tan chula. Una ultra de las que yo llamo “llevaderas”, no sé si decirle “asequible”, pero con cifras que van un poco más allá de los 75 km y 3100 metros de desnivel positivo anunciado (me salió más de ambos). Y es cierto que estaba molida (ovario furo y una ultra hace dos semanas a lo mejor tenían algo que ver), pero la había disfrutado.
La verdad que es una ultra muy buena para estrenarse en estas distancias. Cuando digo “llevadera” me refiero a que la resuelves en un plazo controlado de tiempo, evitas noche (un poco de amanecer y ya), pero es una forma buenísima de poner a prueba al cuerpo si quieres dar el salto en la distancia. Por supuesto, y tal y como decía en las pinceladas de esta ultra, una ultra es eso, una ultra, y el cuerpo no deja de recibir un tute cojonudo. Y el terreno, según el madrileño, blandito, a mí me había parecido una gozada, que los bloques de granito te destrozan las plantas de los pies, qué queréis que os diga.
Si hay alguien a quien debo dirigir las gracias es sin duda a Alicia y a su bonita familia, que me acogieron con tanta calidad en su rincón móvil, me arroparon y me trataron con cariño infinito. Alicia corrió al día siguiente, e hizo podio de su categoría, lo cual me alegra. Y por supuesto, gracias al pueblo de Bronchales y a todos los voluntarios emplazados en los numerosos avituallamientos y en puntos tan dispares: zonas altas, zonas bajas, distintos pueblos y que tan bien nos dirigieron, evitando cualquier confusión en el recorrido. Siempre atentos, siempre sonriendo, de verdad que muchas gracias.