Estaba dudando de si escribir una crónica del Trail Valle de Tena. Pero creo que de todo se aprende, incluso de las experiencias que no salen como hubiéramos soñado. Así que allá va mi crónica de esta carrera en este valle tan espectacular.
Las inscripciones del Valle de Tena salieron realmente, si mal no recuerdo, a principios de año. Yo sabía que este año las fechas escogidas eran 1 y 2 de septiembre, debido a que se celebraba el Campeona de España de Ultratrail. En las dos ediciones previas siempre había caído a finales de agosto, y como para mí las vacaciones son sagradas, nunca me había podido plantear ir a esta prueba. Había visto las fotos de publicaciones de algún colega corredor, y lo que sí tenía claro era que era una carrera que tarde o temprano quería hacer.
Así que como este año caía en septiembre, podía ir. Era una circunstancia excepcional. Se disputan tres pruebas, la 4K y la 8K el domingo (maratón y ultra de 78km, respectivamente) y una prueba de 20km (la 2K) el domingo. Aunque de normal me hubiera apuntado primero a la maratón (por tener cierta experiencia previa en carreras de cierto desnivel), decidí hacer un salto de fe y me apunté a la 8K, sabiendo que la coincidencia de fechas era complicado que se volviera a dar en el futuro. Un locurón, pero tenía todo el año para prepararme. A esas alturas estaba apuntada a Peñalara, así que era un buen aperitivo previo (aunque sobra decir que no tienen nada que ver la una con la otra).
Así que me apunté, me federé en montaña a posteriori (requisito indispensable para la 8K), y dejé el tema aparcado.
Tiempo después me planteé preparar la maratón de Zaragoza, y al final, con el retraso de la prueba, posterior maratón de Laredo, Peñalara, Ultra del Aneto… los fines de semana fueron pasando y al final no hice lo que querría haber hecho, que era al menos subirme el Garmo Negro (un 3000) antes de la prueba, y qué menos que alguna pateada por la zona para reconocer el terreno. Porque Tena no se prepara corriendo. Es corrible poco o nada (bueno, los que son buenos deben de ir que da gusto verlos, pero desde luego no es mi caso). Tena se prepara pateando por alta montaña para familiarizarte con la altura, el terreno complicado, los bloques grandes… Y ya me tocó irme de vacaciones. Yo cuando me voy de vacaciones paro de correr, pero no paro de andar. La verdad es que el concepto del común de los mortales, que es relajarse, no va conmigo. Tras 5 minutos tumbada en la arena el cuerpo me pide pegarme una pateada en la playa, así que Raúl y yo nos pasamos las vacaciones haciendo más km que el baúl de la Piquer, que hace que lejos de engordar, nos quedemos en el espíritu de la golosina. Este año, los primeros días en Cuba me dejaron en el chasis (es lo que tiene el calorcete también), y tras volver por EE.UU., recuperamos alguno de los kilos perdido. Así que de aquellas formas, me mantuve activa hasta la vuelta de vacaciones. Al menos, no llegaba en baja forma del todo.
Y volví de vacaciones, y volví al tajo, y casi sin dame cuenta, me tocaba irme a Panticosa, donde estábamos unos cuantos azulillos (Fonsi, Jordi, etc), además de Natalia, que tras abandonar el año pasado, este año venía con fuerzas renovadas y una preparación admirable. Yo iba con temores a lo desconocido. Aunque me decían que ya tenía la preparación mental, era plenamente consciente de que podía no llegar, había que ser realistas. Así que haría todo lo que pudiera, hasta donde los cortes horarios me lo permitieran, que me conozco, y soy tan cabezuda que lo de abandonar me es imposible.
Tras cenar, nos fuimos a dormir, y tras unas 4 breves horas, tocó levantarse. Con todo preparado, arrancamos ya a la salida, donde dieron el pistoletazo de comienzo a las 5 de la mañana. A mí me daba volteretas el corazón, me sentía en un terreno desconocido.
El primer tramo hasta la cabaña de Yenefrito era de 7.5 km, para el que teníamos un tiempo máximo de 2 horas para completarlo. Aunque empezaba a picar para arriba, permitía correr a ratos. El cuerpo me sorprendió mejor de lo que esperaba y a pesar del fresquete inicial, enseguida entré en calor, mientras iba a la par de Natalia a ratos. Había algún tapón en senderos de subida, pero podía llevarse el ritmo. Saqué uno de los palos para ayudarme. Un corredor me dijo que si sacaba el otro, y un poco antes de alcanzar el control, decidí desplegarlo. Y ahí, primera piedra en el camino. El palo no salía. Estaba plegado, y el último tramo, que era el que permitía bloquear el bastón, no salía. Claro, alma de mi corazón… ¿Cuándo plegué los palos por última vez? Pues tras el Aneto, probablemente había algo de humedad, y el óxido había hecho el resto, o estaba medio doblado. Pos cojonudo.
La cabeza me empezó a jugar malas pasadas. Con un palo atascado e inútil era inviable completar una carrera en la que había que tirar de palos para no acabar apalizada en sus tantos pechugazos de subida y bajada. ¿Podría sacarlo? Tiraba y tiraba y no había forma. Llegué al avituallamiento dentro de tiempo (hora y media, disponíamos de dos horas), me ayudaron… y nada de nada. Natalia me preguntaba, y le dije que fuera para adelante. Resignada, emprendí la marcha hasta el siguiente control, tirando de un bastón. La subida entre rocas y pradera me dio para hablar con algunos corredores. Uno al ver mi problemática me dijo que abandonaba en el siguiente control (cabaña de Brazato, a 9.5km) y que me cedía su bastón, así que acordamos que yo le daba el mío y él el suyo y en Panticosa pueblo ya los volveríamos a intercambiar. Me dio la vida.
Todavía con la ilusión intacta por terminar...
Entre rocas de granito, acabamos alcanzando el siguiente control, donde di buena cuenta de unos bocatas de nocilla. Me quité el frontal, ya había amanecido, y poco después me alcanzaba el escoba de ese tramo, que iba con su perra, y me dijo que no me preocupara, que llevábamos cierto margen sobre la hora de corte. La verdad que como era de esperar… me había quedado en el vagón de cola. Nada que no me esperara, francamente.
El siguiente control era en Casa de Piedra, ubicada en el Balneario de Panticosa, y tenía hasta la 1 del mediodía para llegar. Acompañada por el escoba, fui tirando de pitera en la subida (que al final se me dan mejor que las bajadas), a la par que algún corredor, pisando con cuidado en la bajada y por desgracia dándome con la rodilla en algún pedrolo. Aquí tengo un pequeño morado para el recuerdo.
Al final alcanzamos la senda final en zigzag. Poco a poco el terreno se volvió más apto para correr, el escoba me fue advirtiendo del tiempo, y con ideas de llegar lo antes posible, me vine arriba, aceleré el paso… y hostión al canto. Planeé sobre la tierra, y di con mis huesos contra el suelo con toda la fuerza posible, boja abajo, arrastrando las manos. El escoba me ayudó alarmado por mis rodillas (estaban mejor de lo que esperaba, benditas mallas Hanker), yo estaba con la respiración cortada, piel levantada en las manos que daba cosica verlas, y sacudida de arriba a abajo. Con miedo en el cuerpo ya metido y como pude, me recompuse para seguir emprendiendo la bajada, con algo de dolor en el pie y en la mano del golpetazo.
Por fin alcancé el avituallamiento, eran las 12:45, así que los voluntarios me metieron la prisa necesaria porque sólo tenía 15 minutos para abandonar el punto de control. Fui al grano: me cambié los calcetines (el dedo gordo del pie derecho me dolía algo del golpe, pero lo vi bien), me rellené los botellines, pasé de comer (llevaba barritas suficientes) y fui a la ambulancia a que me curaran las manos. Me preguntaron en varias ocasiones si quería seguir, pero tenía claro que tiraba para adelante. Me curaron, me pusieron apósitos, y abandoné el puesto de control con tres escobas franceses.
Era la 1 del mediodía, el calor pegaba de lo lindo, y me tocaban los 11 km del siguiente tramo hasta Bachimaña, es decir, coronar Garmo Negro (3064m) y bajar hasta el refugio a 2100m. Para ello tenía 5 horas y media máximo. Intenté cargar la batería del reloj pero no había forma (ahora he aprendido el truco, y es que sólo me funciona si a la vez pongo a cargar un móvil, manda narices).
Emprendí la subida con mucho calor. En el camino no había ninguna sombra, y bebía agua continuamente. Poco a poco abandonamos el sendero y fuimos alcanzando la peor parte de la subida, piedras y tierra suelta. A estas alturas de la película, el terreno estaba bastante suelto, así que fui subiendo casi a cuatro patas en algún repecho. “Vas bien, vas bien”, me decían los escobas. De repente al otro lado vi a Natalia. Bajaban por el otro lado, habían cresteado, coronado, y emprendían la bajada a buen ritmo. “¿No estaréis abandonando?”, chillé. No, no, seguían… que se bajaba por ahí. Natalia me dije algo de que estaba Carlos. No sabía a qué se refería hasta que me crucé de frente con Monty, mi amigo de carrera que tiene apartamento en Panticosa. Lo saludé, hablamos un ratito corto y seguí en la larga subida.
Por fin llegué al tramo final, tras bordear una cresta que en fotos me daba pánico, pero que en directo me alivió bastante, alcancé la cumbre al son de la gaita de un voluntario, y comencé a bajar.
El escoba (Charlie) me dijo que recogiera los bastones, lo que pasa que el primer kilómetro fue infernal, invertí como 45 minutos en tratar de no esnafrarme, resbalando poco a poco, y apoyándome en él. Demasiado tiempo se me fue ahí. Mientras, otro voluntario más adelante ya iba quitando banderines amarillo fosforito, y yo comenzaba a agobiarme porque las horas pasaban y no veía el refugio ni de lejos. El reloj lo había parado (me hizo la misma puñeta la batería de marras que en el Aneto), y seguí registrando los km en el móvil. Y venga a bajar, y piedras, y tierra suelta, y venga a agobiarme…
Tras lo que pareció infinito, vimos a lo lejos el refugio de Bachimaña. Ahí el cazo de agua fría de realidad me cayó de golpe. “Chicos, ¿hasta ahí tengo que llegar? Es imposible, ¿lo veis?”. Porque el refugio pintaba lejos lejos, el sendero no había mejorado de manera notoria, y así no había forma de avanzar.
Cuando quedaban 5 minutos para el corte, por walkie hablaron por nosotros, como que estábamos a media hora como poco. Sacudí la cabeza, le dije al escoba que yo creía que 10 minutos, y aun sabiendo que estaba lejos de lograrlo, me metí un turbo de infarto, y corriendo corriendo, volé por el sendero, volé por las piedras, y mientras me animaban unos cuantos escobas que ahí esperaban, alcancé el refugio, con la cara de desaprobación de los voluntarios. “Me vais a neutralizar, ¿verdad?”. Eran las 18:35, y el control había cerrado 5 minutos antes.
Pues qué queréis que os diga, el bajonazo fue cojonudo. Uno de los escobas llegaba poco después, que si si, que si no, que siga, que no se puede, que fíjate, que yo ya he informado que no… La mujer ahí era la misma que me había limpiado los pies en el Ángel Orús, y le dije, “Ese día me diste la vida, ahora me la estáis quitando”. Con la adrenalina a flor de piel, yo estaba todo lo drama queen que se puede estar.
El dorsal lo tenía que dejar, y hubo un breve debate de si podía o no continuar bajo mi cuenta y riesgo, siempre y cuando alcanzara a los últimos de la cola. Que qué más daba aunque no saliera en las clasificaciones, si era cosa mía personal. Pero no lo vi claro, ni lo vi sensato, y por primera vez en los 5 años que llevo haciendo carreras, se produjo mi primera retirada de carrera, porque a estas alturas lo más normal es que me marchara y que dejara de pensar en ello. Los voluntarios me decían lo mucho que me quedaba, y yo lo sabía, y aunque confío en mi misma y en mi capacidad de remontar, como otras veces me ha pasado, no me la quise jugar en un terreno que no conocía nada de nada.
Así que emprendimos la bajada unos cuantos hasta el Balneario de Panticosa, otros 3 km adicionales, desde donde uno de los corredores me acercaría a Panticosa pueblo, que es donde tenía el coche. Él se retiraba porque la térmica se la había olvidado en no sé dónde, parte del material obligatorio para poder seguir en carrera.
Así que ahí, en el refugio de Bachimaña, después de 13 horas y media en carrera, y unos 36 km, di por finalizada la carrera. No era el fin del mundo, ni pasa nada, ni es un fracaso, ni nada del otro mundo si después lo piensas fríamente, pero allá, a 2100 m de altura, me sentía fatal, triste y desanimada, porque precisamente esa carrera era como mi despedida en una temporada necesaria de descanso físico y mental, y no podía haber tenido peor despedida. Porque después de un año fabuloso (me llevo por delante momentos irrepetibles), hay que darle una tregua al cuerpo, que hay tiempo para todo. Las circunstancias eran esas, 5 minutos son pocos minutos, pero en carrera todo suma, todas las paradas, y yo no lo había gestionado bien. Ojalá los escobas me hubieran dado un tirón de orejas y me hubieran dicho lo mal que iba, quizá entonces hubiera reaccionado, quizá hubiera bajado directamente al Balneario, pero bueno, lo hecho, hecho estaba, y ya no había remedio. Ellos me acompañaban a mi ritmo para que pudiera hacerlo lo mejor posible, pero estaba claro que yo no lo estaba haciendo bien.
Ya en Panticosa localicé a Ana, que en la 4K tuvo algo parecido a mí (neutralizada por 7 minutos a mitad de carrera), cenamos algo por ahí. Vivimos un momento surrealista, juraría que dos mozos se acercaron con intenciones de ligar, y eso que yo no me había duchado y olía a choto que echaba para atrás, pero chica, no sé, la gente está muy loca. Estaba yo para que me tocaran los cojones, así que farfullé algo de que no había podido seguir en carrera y se fueron pensando que era la loca de los gatos. Y ya me marché al apartamento de Jordi, donde casi le provoco un infarto de miocardio a su mujer, que no sabía que yo iba…
Me quité la ropa y me acojoné al ver el dedo gordo del pie. Estaba morado, así que tocaba ir a urgencias en cuanto llegara a Zaragoza (en urgencias supe que mi mano estaba bien, pero que mi dedo gordo tenía un pequeño esguince, que ahora está reposando, en 5-7 días como nuevo, así que si lo pienso, a saber cómo hubiera terminado si decido seguir). El domingo por la mañana estuve desayunando con Jordi, había terminado a las 3 de la mañana, y Natalia también, después que él, tras 25 horas de carrera. Me quitaba el sombrero, aunque yo tenía clarinete que ambos terminaban, Natalia iba con muchas ganas y fuerte como nunca.
Antes de irme a casa el domingo me acerqué a Panticosa para recuperar mi mochila de vida y mi dorsal. El dorsal no estaba todavía (me lo mandarían por correo), vi a un buen puñado de los chicos de Trail running Zaragoza, a Miguel Ángel, a Sergio Lanuza, que habían abandonado, vi a Isabel que había quedado octava y primera de veteranas en la 4K. La fortaleza de esta chica no dejará de sorprenderme. La verdad que Isabel se ha portado conmigo genial, me ha animado un montón estos dos días, es un amorcete de chica. Yo me sentía en una burbuja, como que el ambiente no iba conmigo ni yo pintaba nada en esa fiesta y ese jolgorio, la verdad que todavía no se me había pasado la tristeza de no poder terminar y me sentía rarísima. Cosas que pasan. También vi a Carl (estuvo de voluntario) y pude felicitar a Natalia en directo.
Y me marché, no me quedaba a comer. Ya en Zaragoza pude saber que Gorka había terminado la Ultra Trail de Mont Blanc (170km) y también Antonio, el chico de Madrid con el que coincidí en Peñalara y en el Aneto. Impresionantes, chicos. Gorka, no tienes techo. Enhorabuena de corazón. Tuve que masticar los sentimientos agridulces durante un par de días antes de animarme a escribir estas líneas. Porque los sentimientos encontrados eran inevitables. “Esto no te define como persona”, me había dicho uno de los voluntarios. Claro que no, pero eso no quitaba para me sintiera baja de ánimos.
¿Qué puedo decir? Pues lo primero, que sé que todo esto es relativo. No deja de ser una afición, así que a pesar de cómo me sentía, debo darle la importancia justa. Me sé la teoría, en serio, pero os juro que me cuesta ponerlo en práctica. Me siguen dando infinita rabia esos 5 minutos, y lamento no haberlo hecho mejor, pero al menos hice lo que pude, dadas las circunstancias. A pesar de que no llegara en las mejores condiciones, también tengo cierto orgullo por haberlo intentado. Era un terreno complicado que no daba tregua, pero lo peleé hasta que no me dejaron seguir. De hecho, me sorprendió para bien el poder llevar la altura del Garmo Negro, que no me diera mal de altura ni nada por el estilo. Porque podía pasar… en Perú me pasó…
Y oye, que me quiten lo bailao. Ha sido un gran año, he mejorado mi marca en maratón de asfalto, hice la ultra de Peñalara, hice la ultra del Aneto… esos objetivos pasaron a principales a pesar de estar Tena, a la que me apunté por fechas básicamente. He logrado prácticamente todos mis sueños, así que no debo de dejar de sonreír en lo que ha sido un año increíble, con momentos inolvidables e irrepetibles que jamás olvidaré, con el colofón de la Ultra del Aneto, a la que me apunté con el corazón y que me emocionará siempre, porque lo que ahí viví fue sin duda especial.
¿Cuándo podré volver a Tena? Pues de tranquis seguro que pronto, a competir dudo que en un futuro próximo. No sé cuándo se darán las circunstancias idóneas para que yo pueda ir, pero lo veo complicadete (y de ahí esos sentimientos agridulces). Sin embargo el valle de Tena, a pesar de su dureza, me ha enamorado, y merece la pena disfrutarlo con pausas, con Raúl, andando tranquilamente sin la prisa de llegar a un punto de Corte. Monty, no me extraña que vayas tanto por esa zona, porque es preciosa y espectacular.
Termino la crónica dando la enhorabuena a todos y cada uno de los finishers de esta dura prueba, en todas sus distancias, os envidio pero sanamente. Pero también os la doy a los que, como yo, lo intentasteis, y o bien no llegasteis, o decidisteis no seguir en un ejercicio de reflexión.
Y os invito en que no dejéis de soñar. Soy todo un ejemplo de locura personificada, y es cierto que ahora tengo un dedo como una morcilla de Burgos. Pero ¿sabéis qué? Que me siento viva, que estoy feliz, y que el día de mañana, todas estas experiencias, vivencias, de viajes, de carreras, de vida, hasta de caídas cual saco de patatas, son las que me llevaré por delante, y me harán sonreír cuando sea una vieja cascarrabias en taca-taca con las rodillas hechas puré. Le diré a Raúl, “¿Te acuerdas cuando bebíamos jugo de mango tan bueno en Cuba? ¿Te acuerdas de la basurilla ultraprocesada que comíamos en EE.UU.? ¿De la India, del Machu Picchu? ¿Te acuerdas de las pirámides de Egipto? ¿Te acuerdas del cielo estrellado en el Wadi Rum?”, o le diré al heavy, que seguro que sigue siendo mi colega, “¿Te acuerdas en Laredo, lo bien que lo pasamos? ¿De las trenzas que te hacía antes de las carreras?”. Al coletas le diré, “¿Te acuerdas de las risas en los entrenos, en los chillidos que me pegabas en Mortorland y la de jamones que nos llevábamos?” (mira, otro momentazo que acabo de recordar de este año, jajajaja). O le diré a mi hermana, que estará más tersa que yo, “¿Te acuerdas cuando me chillabas animándome en la media maratón de Valencia? ¿Y lo que te chillaba yo en la 10K? Venga, vamos a dar una vuelta al parque, a ver si te gano con el taca-taca”. Y me imagino que se me caerá la lagrimilla, de pensar en esas cosicas tan buenas que he vivido. Casi se me cae ahora, no os digo más.
Soñad y volad, y no os vengáis abajo, que la vida merece le pena. Y si os venís abajo, levantaos otra vez, y seguid soñando. Yo os prometo una cosa, estoy mucho mejor ahora que cuando he empezado a escribir ;)