ULTRAPERIMETRAIL DE NUENO, 55km y 3800m D+

la_hansen
Carreras de montaña
12/06/2024

La Ultra Perimetrail de Nueno era una de mis pendientes, la tenía en el ojo desde su arranque post pandemia. Ana del Molino había hecho un par de ediciones, y yo la verdad que le tenía ganas. El año pasado estuve en territorio Añón, y este año quise cambiar de tercio, así que me apunté a la versión ultra: 55km con 3800m de desnivel positivo, lo que era algún km menos que otras ediciones, pero con algunas variantes. Se parecía a la edición del 2023, que a su vez cambiaba mucho con respecto a la de 2022. El terreno era completamente desconocido para mí, salvo una subida al pico del Águila que hice con Silvia Duerto y Dani Ferrer (hermano de Monrasin).

Lo que no sabía cuando me apunté a la carrera es que los días previos serían un tanto “complicados”. Resumiendo muy mucho, a papa Tony lo tuvieron que operar de una fractura en la cabeza del fémur, por una caída en la bicicleta, así que los días previos fueron raros, y no fue hasta el viernes cuando volvimos un poco a la normalidad.

La carrera comenzaba a las 7:00. El punto de arranque se había trasladado desde el embalse de Arguis hasta el pueblo de Arguis, para hacerlo más protagonista, desde un pabellón nuevo. ¿La pega? El parking estaba a 900 metros, pegado a la autovía. Como quería llegar bien, me acabé levantando a las 4:00, después de un sueño un tanto inquieto, y antes de las 5:00 ya me iba hacia Arguis. Llegué al parking sobre las 6:00, y allí me encontré con Borja. Iba solo, que tenía que salir pitando nada más terminar (y seguro que terminaba unas cuantas horas antes que yo). También estaban ahí Paula Figols y Elisa Baquedano.

Borja me dijo que se podían dejar las cosas en el pabellón, así que me llevé todo para la salida, y así me evitaba dos viajes más al parking, que ojo, 900 m x 3 ya era demasiado. El camino al pabellón era un sendero que obviamente no conocía (lo remarco para después, ya se me entenderá).

Llegamos al pabellón, recogí mi dorsal y mi bolsa. Nos regalaban una chaqueta de Trangoworld, era una talla M de mujer. Me pareció raro (escojo la más pequeña, o si no me paso ya a talla de chico, para Raúl), me la probé y me quedaba grandona. Borja y yo le preguntamos a la organización, y nos dijo que, según plazo de inscripción, quedaba lo que quedaba. Yo me había apuntado a finales de marzo (no creí que fuese tan tarde). Sin embargo, nos dio opción a cambiarla, y como sí que había tallas L de chico, le cogí una chaqueta a Raúl (le vendría mejor que a mí, que tengo demasiada ropa). Mi elección era la verde lima, pero él prefirió la azul (la que al final le cogí, pero eso ya cuando llegué a meta).

Antes de la salida, vi caras amigas, David Sánchez, Myrvete (recién pasado el Covid), Josevi, Carmen Palacín (una campeona a la que conocí como voluntaria en la Trailcat100, pero cuyo nombre me sonaba de numerosas clasificaciones), y cómo no, mi compi Óscar, al que no vi hasta justo la salida. Elisa estrenaba categoría (había cumplido los 50), pero, como siempre, yo apostaba por ella y por Paula, ambas corren ligeras. En el pabellón también estaba Paul Sánchez, que iba a hacer unas fotos, y que poco a poco iba viendo la luz después de su operación.

Y a lo que me quise dar cuenta, pistoletazo de salida, y arrancamos. Llevaba puestos los manguitos y los guantes, los primeros me sobrarían enseguida, y los otros poco después. Dimos una vuelta por el pueblo, al paso de la gente, y ya nos adentramos en el sendero. Primero tocó un poco de llaneo, y en seguida el camino comenzó a picar hacia arriba, nos dirigíamos a la cumbre de la Calma Alta, en el km 4,2, y tras salvar unos 500 metros de desnivel. Transcribo de la descripción de la organización, “tomamos la senda de la Ermita de Soldevilla del siglo XVII, y de ahí la pista que luego convertida en senda nos dirige hasta la cola del Pantano de Arguis. Tras meternos de lleno en la zona de las margas, salimos de la zona cogiendo un sendero que nos llevará hasta la pista que viene de la presa de Arguis”.

A mí me pesaban las piernas una barbaridad en el llaneo. Decía Óscar el del mi club que le pasaba lo mismo, pero la verdad que llegó bastante antes que yo a meta, así que lo mismo no le pesaban tanto como a mí. La subida se hacía entre árboles, zigzagueando en algunos tramos. Me encontré un poco mejor subiendo, pero era consciente de que, aun adelantando a algún corredor, sabía que me adelantarían en la bajada, y que probablemente me encontraba en el vagón de cola. Una corredora veterana, justo delante de mí, casi se atragantó con un mosquito. “Proteína gratis”, le dije. Me comentó que era vegana, pero creo que se lo podíamos perdonar...

Coronamos la Calma Alta, comenzaba el descenso. Como era de esperar, tuve que aflojar el paso, hasta que alcanzamos un cruce de caminos. Seguíamos descendiendo por nuestra izquierda, dirección hacia Nueno (ese tramo me costó más). Me mojé los pies cruzando un río (el Isuela, que me lo he leído en la crónica de Óscar, mi compañero). Llegó un momento en el que pude correr un poco más, ya que había mejorado el sendero. Y alcanzamos el avituallamiento de Nueno, km 10. Yo iba en ese momento a la par que David Sánchez. Nos iríamos haciendo la goma gran parte del recorrido, hasta que finalmente le perdiera la pista en la última mitad.

Comí algo y rellené uno de los botellines (llevaba 3). La tónica habitual sería rellenar el gastado, y llevar (después) el tercero también lleno, por si acaso. Además, comer alguna gominola y algo de chocolate. Yo también llevaba barritas, a una de ellas ya había recurrido antes de llegar, porque no había desayunado nada (los nervios me hacen trizas al principio, y tengo que salir “vacía”). Sin detenerme demasiado, seguí la marcha, porque no tenía yo muy claro el tema de los cortes horarios. Mi idea ideal mental era hacerla en unas 12 horas, comparando con carreras de distancia o desnivel similar, pero era mucho suponer, porque ya me habían anticipado que el terreno no era demasiado llevadero. “Corrible”, que me gusta decirle a mí.

Dejamos atrás Nueno, y aproveché que se podía correr un poco todavía. Pasamos por un túnel bajo la Autovía Mudéjar, y posteriormente cruzamos la carretera que viene de Nueno a Sabayés por encima, tras dejarnos paso la Guardia Civil, trotando por un tramo asfaltado. Comenzaba el ascenso a Santa Eulalia de la Peña (Santolarieta), km 14,2, y nuevo avituallamiento, donde hubo que salvar unos 400 metros de desnivel. Aquí le cogí un poco de ventaja a David, pero básicamente lo que fue ocurriendo es que yo conseguía tirar bastante en las subidas, pero las bajadas las hacía mejor David. De los llanos mejor ni hablo, las piernas (o quizá el culo) me pesaban como una tonelada. Alcanzamos el pintoresco pueblo, remetido en la piedra. Nuevo avituallamiento, no me había casi dado tiempo a gastar el agua. El calor ya apretaba de lo lindo, los manguitos estaban bajados y los guantes, guardados. Yo no lo sabía, porque esto se comenta en la descripción de la ruta (no en el listado de cortes horarios), pero aquí había un corte a las 3 horas y media de carrera. Ya hacía rato que nos habían ido pasando corredores de la distancia intermedia (había salido media hora más tarde, pero por supuesto, iban mucho más ligeros), y en esta localidad nos pasó una chica que no conocía y Yaiza Miñana, iban prácticamente a la par, aunque finalmente Yaiza quedaría segunda.

santa eulalia
Foto en Santa Eulalia, cortesía de Ramón Ferrer

La subida hacia la cima del Tiacuto pasa junto a unas pinturas rupestres, tal y como me explicó David. Seguimos subiendo, poco a poco, incluyendo un pequeño tramo de llaneo (collado de San Mamés). Alcancé por fin el control de la cima, eran las 10:24 de la mañana, llevaba 3 horas 23 minutos de carrera. Tocaba bajar. El primer tramo era algo más empinado, tuve cuidado, y después tuve un pequeño tramo de pista, en el que aproveché para trotar y tratar de soltar las piernas. No obstante, tuve cuidado de nuevo en la parte del sendero, para no caerme (sé que tuve un pequeño resbalón en una de las subidas iniciales, pero no recuerdo dónde, pero sí que recuerdo que no hubo daños). Tras un nuevo tramo de pista, seguí descendiendo hasta la Ermita de Ordás, km 19,8, avituallamiento y punto de control. Como siempre, recargué botellines, y bebí coca cola, algo que me daba infinita vida. Creo recordar que fue en este avituallamiento donde vi a Borja (uno de mis escobas de mi primera ultra de Guara Somontano, y quien junto a Sergio Wetis me recogió en Eriste en 2019, el año que abandoné el Gran Trail Aneto Posets) y a Marta Vidal. Estaban de voluntarios. Me remojé la cinta de la cabeza con el agua que había en unos cubos, y tras refrescarme lo justo, proseguí.

A continuación, tocaba subir al pico del Águila (km 23,6). No hasta las antenas (el acceso está restringido), pero sí “cerca”. Aunque se hace largo, acabé alcanzando el punto de control (y avituallamiento líquido) a las 11:37 (llevaba 4 horas 37 minutos en carrera). No recuerdo grandes pormenores de la subida, salvo calor, a ratos, y algún soplo de aire fresco, también a ratos. Aquí había un corte horario a las 6 horas 15 minutos de carrera. Es decir, estaba 1 hora 45 minutos por encima del corte. Nos daban 14 horas (¿o eran 15?) para completar la carrera, así que, ni tan mal. Ya iría viendo si esa ventaja se mantenía hasta el final (spoiler: NO). Que no lo había dicho, pero me tocaba justo en carrera estar con la regla. Es decir, iba con naproxeno y pendiente de cambiarme. No era el escenario ideal, pero es lo que había. Así que, en este avituallamiento, y entre los matorrales, me tocó parada en boxes. Los dolores iban bien, menos mal.

Proseguimos la subida a una pequeña zona de cresteo para coronar dos cimas secundarias y el Pico del Águila. En este tramo volví a coincidir con dos corredoras veteranas de Peña Guara, Natalia y Eva, que bajaban con mucha más soltura. Les acompañaba en ese tramo Daniel Ferrer. Tras las cimas secundarias, tocaba descender hacia Mesón Nuevo (km 26). Parte de esa bajada la había hecho con el propio Daniel y Silvia Ferrer. Alcanzamos una zona boscosa, y les dejé pasar por delante, que estaba claro que iban mucho más ligeros. Volví a alcanzarlas en un tramo de pista muy amplio, donde ya no estaba Daniel. Aproveché a trotar un poco en ese tramo, hasta que el sendero se adentró entre los árboles, y fuimos paralelas un rato al río Flumen. Este tramo era muy chulo, y gracias a los árboles, se evitaba algo de calor. Entre trote y trote, charrábamos de carreras pasadas y futuras, las conversaciones cansinas de los corredores.

Alcanzamos Mesón Nuevo, donde había un punto de control y voluntarios. Justo entonces me pasaba Marimar, la hermana de Silvia, que corría la distancia intermedia. Muy maja, me reconoció y me dio dos besazos, aun teniendo que parar. Justo en ese trozo nuestros caminos se desviaban, los de la distancia larga debíamos cruzar la carretera, mientras que los de la distancia intermedia, giraban hacia la izquierda.

Hacía calor, y los brazos me quemaban, así que aproveché para ponerme algo de crema en los brazos, que no quería liarla, y de paso en la parte de atrás de las rodillas, que alguna vez me he quemado ahí (en Tozal de Guara, en 209). Iba sola, y poco a poco fui subiendo hasta el siguiente avituallamiento y punto de control. Tras rodear una charquera, con un centenar de ranas/sapos Por fin alcancé la Ermita de la Malena (es la Ermita de Sta. Magdalena, reconstrucción de Refugio La Malena), y aquí me hice un poco de lío con los km. Me marcaba el km 30, y tenía anotado que el avituallamiento era en el 33, por lo que pensaba que a continuación alcanzaría otro, pero no. En este avituallamiento, de nuevo, recargué de todo, bebí coca cola (no sabía que por última vez), y comí unas cuantas chucherías. Cuando yo llegaba, justo salía David. Sería la última vez que lo vería tan cerca; lo llegaría ver, a lo lejos, en alguna subida, pero ya no me pondría a su par. Junto a mí, algunos corredores con los que, de manera intermitente, iría coincidiendo, haciéndonos la goma.

Abandoné el avituallamiento y me puse a caminar, todo lo ligera que pude, por el tramo a través del césped que tenía por delante, mientras terminaba de digerir las chucherías que me había llevado. No quería que me pillara el siguiente corte horario. Ascendí la sierra de Bones, hasta alcanzar el pico del mismo nombre (km 33,5), y posteriormente el pico Presín (km 36,6). Entre ambos, una zona de cresteo con algo de descenso intermedio por una zona de trincheras (una zona de senda preparada por la organización, con vistas al valle del Garona y al Pico Peiró, al que subiríamos más tarde). Iba sola, con algún corredor por delante, otros por detrás. Trotaba lo que podía, estaba algo cansada e iba un poco en modo piloto automático, ya que lo de las pocas horas de sueño se notaba. Las vistas eran espectaculares, eso sí.

La bajada a Bentué de Rasal, en el km 38, se me hizo especialmente bola. Llevaba los pies (en concreto, las uñas) algo maltrechos, culpa quizá de las zapatillas Adidas que debería haber jubilado ya, y culpa también de retener tantísimo en las bajadas, lo que me machacaba no sólo las uñas sino también los cuádriceps. Tras lo que me pareció una eternidad, alcancé por fin el avituallamiento en el pueblo, más o menos a la par que las dos veteranas de Peña Guara. Estábamos bastante más allá del ecuador de la carrera, pero como me indicaron las veteranas, que habían marcado parte del recorrido, lo que quedaba era canela en rama (y lo fue). Miré la hora: creo recordar que era algo antes de las 3 de la tarde, y que habían transcurrido algo menos de 8 horas de carrera. Es decir, entre ambos cortes horarios, había empleado cerca de tres horas, no las 2 horas y cuarto estipuladas por la organización, lo que me daba en ese momento sólo un margen de apenas media hora sobre el corte final. Eso significaba que, muy probablemente, algunos corredores por detrás quedarían fuera de carrera (no quedaban muchos, pero alguno había). Lo comenté con la voluntaria, pero me daba la sensación de que ese corte tendría que haber estado en 9 horas y media de carrera. Pedí coca cola, pero no había, mi gozo en un pozo. Cruzaba dedos para tener coca cola en el siguiente avituallamiento (spoiler: NO). En ese avituallamiento estaba Jesús Fernando Ibarra, había tenido que abandonar. Según me dijo, David estaba a apenas unos 5-10 minutos de distancia.

Dejamos el avituallamiento y proseguimos, al principio iba a la par que las veteranas. Yo había metido el pie en el barro justo antes de llegar al pueblo, pero se hizo una costra reseca prácticamente al cuarto de hora. De nuevo, el camino comenzaba a subir hacia el Peiró. Esa subida iba a ser la más infernal, por calor y por cómo era. Les iba dando conversación en medio de la subida. Como una de ellas debutaba en la distancia, le ofrecí sales, por si le hacían falta

Tomé un poco la delantera, y con mucha paciencia, comencé a subir por la gravera, criminal es quedarme corta. Paso a paso, alcancé un cadáver, un chaval se había parado en el camino, a la sombra, para recuperar fuerzas. Le pregunté si estaba bien, me dijo que sí, y proseguí. No sabía que tendría que abandonar a 10 km de meta. Proseguí en la pedregosa subida, el sendero discurría, a tramos, entre arbustos (bojes, que no sabía su nombre), que pinchaban y me cerraban el paso, hubo momentos en los que creí haberme perdido, y eché mano del track del reloj. Parece ser que iba bien, pero vaya camino. Tomé un tramo de cresta, hasta por fin alcanzar el Pico Peiró, en el km 43,7. Eran las 5 de la tarde y llevaba 10 horas de carrera. Yo hasta ahora había intentado completar una media de 5 km en una hora (mucho suponer), pero muy bien se tenían que dar las cosas para poder terminar en las 12 horas que hubiera firmado pero a la de ya.

Tocaba el descenso, muy técnico para mí. Bueno, es que para mí son técnicos hasta los senderos de Cadrete. Aflojé el paso considerablemente. La primera parte es terrosa e incómoda, iba con mucho cuidado. Lenta lenta, me parecía oír voces más adelante. Alcancé una zona de hayedo, hubo tramos en los que pude correr, y las voces se oían cada vez más cerca, pero nunca las alcanzaba. Un fotógrafo me indicó que me quedaba muy poco. Se hizo eterno, pero por fin llegué al avituallamiento en el km 44, donde algún corredor se recuperaba. Ahí estaba Ramón Ferrer, pedí coca cola, y me llevé el gran chasco: tampoco había. Recargué por última vez botellines, comí algo, me eché alguna risa con los voluntarios, y dejé el avituallamiento para afrontar los últimos 9 km teóricos que me quedaban a meta, que muy probablemente sería alguno más (spoiler: me salieron más).

En la pista en ligera bajada aproveché a correr, a ver si así soltaba un poco piernas, se me habían quedado atascadas bajando. No es que corra para ganar a nadie ni con afán competitivo, básicamente es un correr como mera supervivencia, y para llegar antes, como suele decir Óscar. La alegría duraría muy poco, hasta que tuve que volver a subir. Por una empinada cuesta, la cuesta del gasoducto, a “full gas” o lo que me permitían las patas. Bueno, yo sabía que lo de las 12 horas era una entelequia, pero había que intentarlo. Con fuerza, clavaba los palos para subir lo antes posible. No hacía tanto calor, eso también ayudaba. A lo lejos, vi un cortafuegos, parecía completamente vertical. En medio de este, me pareció distinguir a lo lejos a David, pero no estaba segura. Por detrás, oía alguna voz de los corredores que había adelantado en la pista (y que seguramente me pillarían bajando). Afronté la última subida con toda la pitera que pude, y me planté en la parte más alta, había que seguir hacia la izquierda por una pista en la que me puse a correr más que nada por llegar antes. Se pasa por el Pico Gratal (km 50,9), que no el vértice, el cual quedaba hacia mi derecha. Y seguí corriendo, la pista no terminaba jamás. Qué largos se me iban a hacer los últimos 5 km... Otra cima secundaria, el Pico San Julián (km 52,1).

Llegué a un cruce de caminos. Yo ya no me acordaba (no me conozco la zona y llevaba una empanada nivel premium), pero estaba a los pies de la Calma Alta, otra vez. Estaba desorientada, ¿las balizas seguían hacia arriba? ¿Era posible? Miré el track, yo ya había pasado por ahí. Efectivamente (y de esto no me acordaba), volvíamos a subir la Calma por donde habíamos bajado antes, y bajábamos a Arguis por donde habíamos subido al principio. Aún estuve un rato que no me aclaraba. A tomar por saco las 12 horas. Y me preguntaba yo en esos momentos, ¿no hubiera sido mejor bajar directamente por otro lado más sencillo? Si total llevábamos km de sobra y desnivel también de sobra.

Afronté el último repecho, este sí que era el último, pero la bajada.... Ay, la bajada. De subida, y fresca como una lechuga, era fetén, pero ahora mismo, con las uñas bastante tocadas, y las piernas cargadas, fue una bajada con mucha calma, y nunca mejor dicho. Poco a poco se iba viendo más cerca el pueblo, pero la bajada final fue lenta y muy pesada. Hasta podía oír al speaker. Algún corredor me pasó en este tramo. Casualidades de la vida, justo en ese momento pude oír cómo llamaban a mi compañero Óscar al podio de veteranos B, bien por él. Y luego oí también la llamada al podio de veteranas A (mi categoría). Si las estaban llamando, es que no tenía nada que pinchar (¿pero qué pensabas, alma de cántaro?). Eran las 7 de la tarde, habían transcurrido 12 horas de carrera. Oí el nombre de Paula Figols, y el de Carmen Palacín, segunda y tercera por categoría, respectivamente. ¿Y Elisa? No lo sabía, pero había sido la flamante tercera de la absoluta femenina. Si es que sabía yo que apostar por ellas era una apuesta segura.

Afronté el llaneo medio trotando, medio andando, me crucé con Martin Scofield nuevamente, había hecho de escoba en uno de los tramos, hasta que por fin me puse a los pies del pueblo, por la pista de grava. Justo entonces bajaba de los podios Carmen, que me dijo que qué tal, y en ello estaba yo. Me contó que había ayudado a una corredora (Paula) que se había quedado enriscada bajando del Peiró, creo recordar. Subió y bajó dos veces, le echó una mano, y a la par, corrieron juntas hasta meta. Eso es compañerismo con mayúsculas.

Llegué por fin al pueblo, ahí estaba la meta, pero no, aún tuve que dar una vuelta al pueblo, por si acaso no salían los km. Mi reloj hace rato que decía que se habían cumplido los 55 km. Y ya por fin atravesé el arco de meta, tras 12 horas 39 minutos de carrera. Ahí estaba el speaker, me hizo unas pocas preguntas, y yo, con un mono de coca cola que se cagaba la perra, sólo podía mentar las ganas que tenía de beberla. Vi al voluntario del último avituallamiento, se reía cuando mentaba la coca cola.

Ya me dirigí al pabellón, ahí me esperaban unas migas con huevo frito que opté por guardarme para cuando llegase a casa, que tenía las tripas un poco revueltas. Estuve un rato de charreta con el amigo de Martin con el que había coincidido en la Trail Cat, también con las veteranas, que llegarían apenas 10 minutos después de mí, y con algunos de los voluntarios a los que casi me cargo, desde el cariño, por la falta de coca cola. Me pimplé dos vasos (¡de coca cola!) del tirón en la barra, tocaba conducir y no me iba a poner a beber cerveza. También cambié la chaqueta que había cogido al principio por una azul, más acorde al gusto de Raúl. David había llegado un cuarto de hora antes que yo, y según me dijo después, más nos valdría haber hecho equipo para afrontar la carrera mucho mejor. Y es cierto que la soledad del corredor del fondo te curte en mil batallas, pero en esta ocasión, no había necesidad, y se nos hubiera hecho mucho más ameno. Óscar había completado la carrera en unas 10 horas y media, y mejor ni hablo de Borja, que había volado, por muy “malo” que diga que es bajando. Más quisiera ser tan mala como él. El último corredor atravesó el arco de meta a las 13 horas de carrera, lo que ratificó mi teoría de que el corte de las 8 horas y media de carrera podría haber sido algo más holgado.

Sin entretenerme demasiado (quería ver el festival de Eurovisión al llegar), dejé el pabellón para ir hacia mi coche... o eso creía yo. ¿Recordáis el sendero del principio? Pues yo ya no me acordaba, de hecho, me parecía que si iba por donde creía, atravesaba una finca particular. Empecé a ir de un lado para otro, totalmente desorientada y jurando en todos los idiomas que me venían a la cabeza. No podía ser. Por fin a lo lejos vi a dos corredoras, las veteranas de antes. Las alcancé y después de media hora de vueltas, alcancé el parking. Salí pitando hacia Zaragoza. Llegué algo empezado el festival, me pegué una buena ducha entre canción y canción, y por fin me senté tranquilamente con Raúl a cenar, que fue el momento más glorioso del día. Del festival mejor ni hablo, me pareció un truño mayúsculo.

Y ya por fin a la cama. Tenía dolor de patas y me costó coger una postura buena en la que no me doliese algo. Los días posteriores de bicicleta me ayudaron un poco a recuperar, pero las uñas estaban fatales. Mejor no me pongo a dar detalles, pero los corredores que hayan pasado por lo mismo sabrán el poema que puede llegar a ser.

Por fin había corrido por territorio Arguis, y he de decir que vaya territorio más bestia. No, no es Pirineo, pero poco le tenía que envidiar. Un terreno duro, pedregoso, técnico a tramos, a apenas un paso de Zaragoza. Una carrera que se me había hecho más dura que la del Moncayo, sin duda, ya que concentraba el mismo desnivel en menos km, pero una carrera espectacular. Una ultra “pequeña”, de las “agradecidas”, de las que empiezas y acabas de día, pero con la longitud justa. Pero también una ultra algo complicada, con una segunda mitad más técnica que la primera, o al menos así lo había sentido yo. Y eso hace mella por partida doble, así que, como entreno, había sido brutal, ya que no es la primera vez (ni será la última), que la confianza te hace pensar que las segundas mitades de carrera van a ser más sencillas, y no siempre es así, así que, si al cansancio añades el terreno, te queda una mezcla cojonuda.

Por fechas, quebranté la norma de este año de tener espacio entre carrera y carrera, y al fin de semana siguiente me tocaba correr en Alcaine. Eso sí que no era afán competitivo, pero mi cariño al pueblo, a Carlos, el organizador, y a Jorge el coletas me hacen ir, si las circunstancias lo permiten, todos los años. Y mientras escribo estas líneas, ya tengo el foco en el fin de semana en la ultra de Andorra, otra prueba más, que ya veremos cómo sale, de cara al “examen final” en septiembre. Porque este año, sí que tiene que salir... Pero si no sale... tampoco pasa nada.

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