Vaya por delante, que diría Jordi el de mi club, que es cierto que, hace un año, y ante mi neutralización en UTMB, dije “no vuelvo en mi put* vida” (palabras textuales en un audio a Raúl). Ese discurso, desde la mala leche y la frustración, fue cambiando poco a poco con los días, y al final, supe que volvería a echar papeletas en el sorteo de UTMB. Porque a cabezuda no me gana nadie, y me tenía que sacar esa espinita.
Yo tenía como unos 15 “rock stones”, esto es, papeletas para el sorteo, conseguidos gracias a la PDA de 2021 y la VDA de 2022 (esta última me dio 8 de esos puntos). No garantizaba que me fuera a tocar, pero lo facilitaba. Lurdes Palao también iba a echar, pero contaba con menos puntos que yo. Así que no fue sorpresa del todo cuando el 16 de enero de ese año, recibí un correo de UTMB en el que se me informaba de que me había tocado el sorteo (tal y como Borja había augurado unos cuantos podcast atrás).
Disponía de unos días para formalizar la inscripción, esto es, pagar la dolorosa. Pero primero tenía que ver que no descuadrara ningún plan vacacional, y aparentemente, no los chafaba. Este año Raúl tenía vacaciones hasta el 28 de agosto, incluido, y mi intención era empalmarlo con la carrera, esto es, llegar a casa y volverme a marchar. Una locura, pero el que algo quiere... algo le cuesta. Me recordó aquello de “no vuelvo en mi vida”, pero la palabra de runner en estos casos vale poco, muy poco. Y en mi caso, sabía que, si lo conseguía, quizá ya no volviese.
Y después de pagar el dorsal y el correspondiente seguro de anulación (por si acaso), me tocó ir resolviendo toda la logística: buses, trenes, transfer, y alojamiento. El tema de alojamiento me generó muchas dudas. Mi idea original era reservar un hotel en el aeropuerto, lado suizo, y dejar mis cosas hasta el domingo. Baratos no eran, pero, por el contrario, estaría en las mismas del año anterior: dormiría algo menos, y si me retiraba, no tendría a dónde ir. Yesi, la chica ecuatoriana a la que conocí en el bus al año pasado, volvía, su marido Eric volvería a correr la carrera. Pensé si era posible compartir apartamento con ellos, pero esta vez los acompañaba su hija. Pensando y pensando, hablé con Almudena, una chica de Cuenca con la que he ido coincidiendo en carreras, ellos iban a un apartamento, ella también corría UTMB, pero no dormía en Chamonix, y me dijo que le echara un ojo a Chamoniard Volant, un albergue muy cerca del centro deportivo donde se dejaban las bolsas de vida. Elena Vera, la mallorquina a la que conocí en la Ultra de Andorra, iba con su marido a una mini casa, la misma que llevaba alquilando desde 2015.
Y entonces se dio una casualidad muy grande, y es que había disponibilidad para cuatro noches seguidas, esto, es, del viernes al lunes, pero en la habitación de 18 camas. El precio por noche rondaba los 27-28 euros, y por 111 euros aproximadamente, me resolvía la papeleta, así que no lo dudé, y reservé. Los horarios de los vuelos eran similares a los del año anterior, y esta vez decidí facturar, para asegurarme que en ningún control me echaban para atrás los bastones, yo quería llevar los míos. El único punto conflictivo era encontrar un transfer para el lunes por la mañana que llegase a tiempo al aeropuerto, y reservé un Flix bus a las 3:20 de la mañana, que me llevaba a Ginebra centro, pero que me daba tiempo de sobras para ir a por mi vuelo. Quién me iba a decir que este detalle de marras se iba a convertir en mi mayor (y costoso) quebradero de cabeza a la vuelta.
Pasaron los días, y llegaron las vacaciones, en las cuales estuve 3 semanas fuera de plano. Como este año el destino era Sudáfrica, y alquilábamos coche casi todos los días para los desplazamientos y los safaris, caminar, lo que es caminar, no caminamos apenas. Lo único, uno de los últimos días, hicimos una pequeña caminata al pico Cabeza de León, pero una ruta de 5 km con 300 de desnivel no es que sea muy duro precisamente. Pero bueno, el año pasado había llegado tan cansada de Vietnam, que lo mismo me venía bien y todo llegar descansada de Sudáfrica (país que además está en el mismo huso horario).
Sin embargo, algunos negros nubarrones se cernían sobre mí, y que hacían que me estuviera entristeciendo de cara a la salida de UTMB. El primero era el pico de forma, yo lo había alcanzado tras la maratón de Molières, y sentía que ese pico se había alejado mucho muchísimo. Algún kg extra me había echado al cuerpo, aunque admito que como los nervios (por otras cuestiones) me habían dejado tan “seca” previamente, tampoco me venían mal. Vamos, que me preocupaba algo, pero más que nada que eso de llegar y ponerse a correr una ultra sonaba a barbaridad. El segundo nubarrón era la fascitis plantar del pie derecho. La semana previa a las vacaciones le había dado por dolerme de nuevo (en 2016, cuando empezaba a entrenar, me dio mucho la lata, pero lo mantenía a raya desde entonces). No me dio tiempo a ir al fisio, y empecé las vacaciones con la esperanza de que se fuese pasando con el reposo. Nada más lejos de la realidad: a veces me daban unos garrampazos del demonio, y no se pasaban por mucho que me masajeara la planta del pie. Y el tercer nubarrón surgió en los días previos. En Sudáfrica era invierno, pero los días habían sido muy buenos, hasta que llegamos a Ciudad del Cabo. Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe, y tanto contraste frío - calor, día - noche, etc., hizo que Raúl se pusiera fatal de la garganta y con tos, teniendo una vuelta de Sudáfrica gloriosa. El martes estábamos en Lisboa y yo noté que algo no iba bien del todo. Él decía que no, que me iba a librar, pero sabía que iba a caer. Caí, el miércoles ya en casa, estuve tomando combinados de paracetamol para los catarros. Tenía congestión; estaba claro que iba a tener una carrera entretenida. Además, debía evitar el ibuprofeno, que está en la lista de prohibidos en UTMB (tal y como me contó Elena en Andorra).
El miércoles de vuelta hice lo justo, y me eché lo antes posible a dormir. Yo ya tenía todo preparado de antemano, con la salvedad de la ropa que me iba a poner en carrera. Me dejé dos conjuntos preparados, y escogería el adecuado en función de la meteo de última hora. Yo había estado haciendo un seguimiento los últimos 15 días, y aunque había alguna previsión de lluvia, la realidad fue que, debido a las altas temperaturas previstas, se activaba el kit canícula. Esto es: crema solar, gorro o conjunto de lo que fuese que cubriese la cabeza por completo, y gafas de sol. Así que me llevé el conjunto más “fresco”, térmica de Compressport blanca y algo más fina (y no la de X-Bionic que tenía preparada), y pantalón corto con malla fina de Karpos, que me apretaba un pelín para mi gusto en los muslos, pero que me daba igual con tal de ir fresca. Descartadas mallas de otra tipología, que ajustan más el muslo, pero me hacen pasar más calor. Y como zapatillas me llevé las New Balance, que, total, como la carrera no es muy técnica, para qué estrenar las Scarpa Spin Planet (y que no quería estrenarlas así, qué menos que domarlas antes).
El jueves fue el viaje, todo fue como la seda, sin incidentes ni retrasos. Bueno, como la seda es un decir. Por la mañana me llevó un vecino del rellano que justo salía entonces a la estación de Delicias, y cuando aterricé en Ginebra, metí el móvil del curro, que llevaba encima, en la maleta de mano. Montada en el bus a Chamonix, yo ya no me acordaba de eso (fue un poco acto reflejo) y creí que me lo habían robado. Tanta angustia para nada. Y sobre las 20:30 ya estaba en el albergue, ahí el dueño me llevó a la habitación compartida, yo había mandado un correo indicando la preferencia por una cama sola, y no una tipo litera (ya que iba sola), y lo tuvo en cuenta, cosa que agradezco. Me hice la cama, me duché, cené algo, lo justo, y me eché en los brazos de Morfeo, necesitaba dormir.
La ventaja de tener el alojamiento para todos los días es que no me corría prisa levantarle, yo había escogido como franja horaria para recoger el dorsal el viernes de 11:00 a 13:00. Con la calma, me levanté, fui a por el dorsal, y de paso, me di una vuelta por la feria del corredor, esta vez con tranquilidad, sin peso encima, e intentando no hacer el capullo y comprar cosas que estuviesen lo suficientemente rebajadas. Al final, caí, con unos calcetines que tenían buen precio, y con una riñonera porta bastones de una marca argentina que hasta dudé de si estrenar en carrera (me hacía más juego con la ropa que la que pensaba llevar). Y la camiseta de la carrera, con los nombres de todas las corredoras inscritas en todas las distancias. Ahí estaba mi nombre, entre todos, y esta vez sí sentí que me merecía la pena comprarla. También me pasé por el Carrefour Market, y como vi Nesquik Noisette, lo compré (a Raúl le encanta y es una rareza francesa).
Ya me retiré, comí algo, me duché y descansé lo que puede antes de la salida. En la habitación común hablé con un par de chavales de creo que Colombia y Argentina, y hablaban de que ellos habían podido viajar con los bastones a bordo (me cedieron un bote de agua oxigenada que no iban a llevar con ellos). Nombro esto para el final. Sobre las 4 de la tarde o así, comencé a moverme ya, porque quería dejar la bolsa de vida antes de las 17:00, e ir a una hora razonable a la salida (pero sin exagerar, lo mismo me daba salir atrás, con tal de no esperar mil horas de pie y al sol, que me conozco ya eso). En el albergue había dos chavales, Héctor y otro más cuyo nombre no recuerdo, que corrían como yo.
En esto que estaba a punto de salir, cuando me llega un mail: FlixBus había cancelado el viaje de autobús del lunes, y me reasignaba un billete que no tenía ni pies ni cabeza, con una espera de dos horas en Annecy. ¿En serio? Traté de cancelarlo, pero me cobraban, así que intenté mandar un correo. Es decir, no tenía transfer al aeropuerto, pero no estaba ahora mismo para buscar ninguno. Héctor, que viajaba en coche a Barcelona, se ofreció a llevarme ese lunes, pero era una putada para él, ya que se supone que quería descansar lo posible antes de salir. De hecho, se ofreció por ofrecer, ya contaré después lo que pasó.
En esto ya salí para el pabellón, dejé mi bolsa y me ubiqué en la salida, entre la marabunta de corredores. Aún traté de trastear el tema del transfer, pero evidentemente, y con 2700 corredores en la salida, la cobertura era un asco y las redes estaban colapsadas. Mandé un mensaje a Raúl como pude, y escuché algún mensaje de ánimo, entre ellos el de Samu, el burgalés de la Canfranc que este año sí que había terminado la TDS. Junto a mi había una mallorquina, María Antonia, que conocía a Elena (la mallorquina de la ultra de Andorra).
Me tocó esperar un rato de pie, pero no había opción a sentarse. La hora se aproximaba, y comenzó el discurso habitual en francés. Me puse a grabar. Yo quería ser fría como el acero, y actuar con precisión quirúrgica. No quería llorar, pero se me estaba erizando el vello de los brazos, me estaba emocionando. Cuando finalmente sonaron los primeros acordes de Vangelis y su “Conquista del Paraíso”, yo ya tenía lágrimas en los ojos, no pude evitarlo. Me había vuelto a emocionar. Tenía una mezcolanza de sentimientos, había sido un año tan raro, por circunstancias familiares, que estar ahí en ese momento, en la plaza del Triángulo de la Amistad a reventar, se me hacía hasta extraño.
Las 18:01, pistoletazo de salida. Arrancó la marabunta y me era imposible correr (no tiene sentido), así que caminamos, encajonados, mientras la calle estalla en vítores de ánimo. Pasaron unos 4 minutos y crucé por fin el arco de salida, la gente se abrió y fue posible trotar un poco. Me sentía como en una nube, mentalizándome de lo que tenía por delante, Troté con ganas, y me dejé llevar por la masa.
Los primeros km de la ultra se corren solos. Están tan embriagado que ni te das cuenta, y, además, la calle es un continuo de ánimos, aplausos, gritos y pancartas. Mi objetivo estaba claro: correr todo lo que pudiera, y generar un colchón de tiempo lo suficientemente generoso como para no andar agobiada. En definitiva, hacerlo lo mejor posible, este era el examen final, y sí, quería que saliese bien (aunque no pasaba nada si ocurría lo contrario). ¿Y el pie? Creo que tardé apenas 5 km en olvidarme por completo del dolor de pie.
Había tramos en los que podía correr, en otros estaba más atascada, había tapones de gente, pero procuré no agobiarme. Mentiría si dijera que recuerdo palmo a palmo esta parte del recorrido, porque había tanta gente que te dejabas llevar. Aunque llevaba las gafas de sol, enseguida el día comenzó a decaer. Las últimas luces iluminaban el paisaje cuando asciendo Col de Voza, y es entonces cuando oí una voz familiar.
Por ahí estoy, aunque se vea mal
Es Elena Vera, yo pensaba que estaba más por delante (me dijo que iba a estar con tiempo en la salida), pero me dijo que al final optó por descansar más y salir más atrás. Iba muy bien, e inmortalizamos el momento con una fotografía. Yo iba entonces con ímpetu, y tiré un poco más, pero porque me conozco de sobra y sabía que los tramos de bajada me iban a costar más.
Alcancé el primer avituallamiento, Les Houches, a las 20:09. El año pasado pasaba por aquí a las 19:56. No sé si es que estaba corriendo menos, que había salido algo más tarde, pero quedaba todavía mucha carrera por delante. Recargué los botellines y picoteé algo de las mesas. Sin más dilación, seguí corriendo.
Pronto me tocó guardar las gafas de sol y sacar el frontal, me anticipé un poco a que hubiese oscuridad. De nuevo, en piloto automático. Tocaba correr 13,6 km con 798 metros de subida y 991 de bajada. Parece mucho, pero la bajada era vertiginosa, y aunque corría bastante, la gente zumbaba a mi alrededor. Iba con buen pie, que no quería caerme. Siempre he mantenido que la UTMB no es una carrera técnica, y la verdad que en este tramo nocturno lo ratifiqué. Eso no impidió que el año pasado me cayera en uno de los pueblos. Las bajadas son llevaderas, y aunque no soy especialmente rápida, consigo bajar ligera (luego lo pagarán mis piernas).
Llegué a Saint-Gervais a las 21:17 (frente a las 21:05 del año pasado). La barrera horaria de este avituallamiento es a las 22:00. Siempre da un poco de agobio, pero era consciente de que, si lo hago bien después, puedo generar colchón de tiempo.
Animación en Saint-Gervais
Este avituallamiento se hace algo “pesado”, ya que te recorres medio pueblo para ir, mientras observas de frente a corredores que ya salen de él. La animación era brutal, eso sí. En el avituallamiento comí algo y de nuevo recargué botellines (estaba bebiendo bastante). El año pasado llegué a pararme en un bar para mear, esta vez no repetí la jugada. A estas alturas, lo normal hubiera sido ponerme ya la chaqueta, pero hacía una temperatura ideal. No recuerdo con especial emoción la comida, y es que echaba en falta alguna cosa del año pasado (las barritas de Snickers, sin ir más lejos).
Saint-Gervais
Ahora tocaba subir hacia Les Contamines, 9,6 km con 426 m de subida y 88 de bajada. El primer tramo es muy corrible, así que aproveché todo lo que pude. Alcancé el avituallamiento a las 22:53 (vs las 22:49 del año pasado), esto es, había recuperado un poco en este tramo. El corte horario era a las 12 de la noche. Recuerdo entre cero y nada el avituallamiento.
Entrando en el avituallamiento de Les Contamines
Lo que sí recuerdo es que se hace muy largo el tramo de asfalto, aunque no viene mal para aprovechar y correr. Salí del avituallamiento, sabía que pronto empezaba aquello donde todo comenzó a torcerse. De momento, no tenía sueño, no tenía ni por asomo el sueño que me entró al dejar este avituallamiento. Y es que a lo mejor las casi 12 horas de sueño habían hecho su función. Comencé a corretear por el tramo asfaltado, me separaban 4,4 km prácticamente llanos hasta Notre Dame de la Gorge, donde su volvía a ubicar un túnel de luces de Hoka (Fly Zone) que te llevaban a borde de un ataque epiléptico. Dice mi padre que no sonreía a la web cam, que estaba seria, y no es para menos: estaba absolutamente concentrada en la carrera. Pasé por el túnel a las 23:24 (no tengo registro del año pasado).
Mirando la hora, que no llego a almorzar
Notre Dame de la Gorge
Pronto tocaba subir al punto más alto de este tramo, antes de cruzar la frontera con Italia. El primer punto de control y avituallamiento, La Balme, está a 4,2 km, tras ascender 493 m.
Refugio de La Balme, el avituallamiento estaba en el exterior
Más o menos a estas alturas se empezaba a notar más fresco, y decidí sacar el chubasquero, uno de Dynafit que aún no había estrenado, y que tiene una apertura en la espalda, lo que te permite ponerlo por encima de la mochila sin tener que estar quitándotela y poniéndotela. Lo tiene Xavi Moré, me lo recomendó, y he de decir que es una maravilla (con buena picha, bien se jode). Alcancé La Balme a las 00:33 (00:46 del año pasado). Bien, la cosa iba bien. Pero, sobre todo, cada vez me encontraba mejor. La barrera era a las 2 de la mañana. Si la memoria no me falla, el avituallamiento estaba en el propio camino, y consistía en un cerramiento, una especie de tienda de campaña gigante. Hago lo habitual, picotear alguna cosilla y agua para los botellines. Hasta ese punto, todo el recorrido había estado trufado de pueblos, y hasta gente en algún refugio o restaurante del camino. A partir de ese punto, se puede decir que nos adentrábamos en la más oscura noche, pero habiéndonos sacudido ya 40 km, que se dice pronto.
Siguiente punto de control: Col du Bonhomme, el cual alcanzamos tras 3,8 km y 614 m de ascenso. El control estaba en Refuge de la Croix du Bonhomme, 2 km más arriba, ascendiendo 171 m y descendiendo ligeramente. Lo alcancé a las 2:07 (2:23 el año pasado). A estas alturas, y ante el picorcillo de ojos, me enchufé un gel con cafeína, uno de Victory Endurance ya comprobado que era el que mejor me iba. En estos puntos de control no había avituallamiento.
Refuge de la Croix du Bonhomme
A continuación, tocaba bajar vertiginosamente al avituallamiento de Les Chapieux, 5,2 km y 903 m de bajada. No recuerdo gran cosa, así que probablemente no era mala bajada. Me viene a la cabeza zetas en medio de la noche, pero vete a saber, reconozco que lo mezclo un poco.
Chequeo de material en el avituallamiento
Avituallamiento de Les Chapieux
Llegué al avituallamiento a las 2:50, y lo dejo unos 12 minutos después. El año anterior pasaba a las 3:09 y me iba a las 3:27. Bueno, la cosa iba mejorando. En el avituallamiento había control aleatorio de material, y me tocó enseñar móvil, manta térmica y los dos soft flask adicionales. Uno de ellos se resistía a salir. Fui hacia la zona de comida, y volví al control, por si acaso, por si no había visto el segundo botellín (sí lo había visto). Algún corredor comentaba que no llevaba todo el material (no sé cómo les penalizarían). El avituallamiento estaba hasta los topes de gente. Yo paso prácticamente de puntillas, y comienzo a darle a la coca cola, y eso que no me gusta una pija la que preparan. En lugar de ser de la comercial, ya preparada, la preparan in situ, con agua con gas (que obsesiona a los franceses) y polvos de Pepsi. El saborcillo es como la coca cola de las máquinas de los “free refill”, tiene un regusto un poco “terroso”. A la salida del avituallamiento echo una meada.
Y ahora sí que sí, llegaba la prueba de fuego. Mientras corría por el sendero que me resultaba tan familiar, recordé la soñera que me entró el año anterior. Comencé a ver a corredores por los laterales del camino (alguno ya no podía más), y pasé por la construcción con un banco donde eché una de las múltiples cabezadas del año anterior. Esta vez iba fresca y con unas ganas tremendas de subir la pedazo de cuesta que teníamos delante hasta Col de la Seigne (10,7 km y 1024 m de ascenso). Pero esta vez iba con los deberes hechos.
Aquí me eché una siesta el año anterior
Emprendí la subida con ganas. Eché la vista atrás, observando la fila de corredores con frontales, serpenteante, hipnótica, espectacular. Un corredor se paró a hacer una foto, yo ni me molesté con mi móvil. Seguíamos subiendo, yo me veía con fuerzas. Poco a poco fuimos salvando el desnivel. Recordaba la soñera en la parte final, que me tuve que parar, que empecé a alucinar y hasta flipar que oía mi nombre. Esta vez no me pillaba igual, y pronto vi a lo lejos la fogata que yo recordaba. Era la parte más fría del recorrido, y tenía las manos peladas, así que me arrimé a la fogata, para quitarme la chaqueta, la mochila, y poder sacar los guantes. Comprobé la hora, eran las 5:28. Comprobé la hora de paso del año pasado (la llevaba en la chuleta de tiempos): las 6:12. Abrí los ojos como platos, ¿en serio había ganado casi tres cuartos de hora? Les dije a los voluntarios lo contenta que estaba, estaba claro que estaba yendo mucho mejor de lo que hubiese imaginado.
Cruzando la frontera hacia Italia
Este tramo a mí me encanta. Es el tramo con más piedras y quizá más técnico, pero es que son unas piedras muy llevaderas; cuando has pasado cinco veces por el collado de Salenques, cualquier piedra es pequeña. Primero alcanzamos Col des Pyramides Calcaires (2,7km, 291m positivos, 219 m negativos). Aún era de noche y a mí el año pasado se me hacía el día aquí. Para alcanzar el Refuge Elisabetta se bajan 375 metros. En este tramo de subida y bajada yo había tenido el año anterior otra visita de Morfeo. Busqué con la mirada la piedra que me había servido de colchón (donde mi hicieron una foto que ruló por redes), pero todavía no era de día, estaba clareando, y no la identificaba, lo cual me llenó de alegría. Cada vez estaba más en mi salsa.
Lac Combal estaba ya a apenas 3,1 km, bajando. Se veía ya en la distancia. Me tomé con calma la bajada, iba fenomenal, y alcancé el avituallamiento a las 7:11 de la mañana, frente a las 8:07 del año anterior.
Entrando al avituallamiento de Lac Combal
El corte era a las 10 de la mañana, se podía decir que ya empezaba a respirar tranquila. En el avituallamiento aproveché para guardar el frontal sacar las gafas de sol que pronto necesitaría, y me até el chubasquero a la cintura, ahí se pegaría prácticamente todo el día. En este avituallamiento coincidí con Bernat, un amigo de Fonsi, el cual le había hablado de mi. Prácticamente iríamos coincidiendo de manera intermitente a lo largo del recorrido. Un corredor se giró cerca y echó una potada brutal, me parece que no era su día.
Me saqué las piedras de las zapatillas y ya emprendí la marcha, el año pasado me había entretenido más y había dejado el avituallamiento a las 8:35. Eché a correr en el llano, quise echar un pis pero los baños estaban que daba gloria verlos. Total, que me había quitado el chubasquero y me entraba el fresco, me lo puse otra vez sin cerrar la cremallera. Con la tontería, ya llevaba unos 70 km en las patas.
Este tramo es precioso, las vistas del macizo con las primeras luces del día son brutales. Una bonita edificación al otro lado, el refugio Combal. Y comenzamos a subir. Subí con ganas, hasta alcanzar el control de Arête du Mont-Favre, tras 2,7 km y 469 metros positivos. Admiré las vistas y comencé a bajar, volví a entrar en calor mientras descendía la cota. Eran las 8:31 (9:55 el año pasado).
Admirando las vistas
Y ahora tocaba descender al que, sin duda alguna, es mi avituallamiento favorito: Checrouit - Maison Vieille (4,6 km, 12m de subida, 490 de bajada). Fui un pelín más lenta que el año pasado, pero como llevaba ventaja sobre mis antiguos tiempos de paso, llegué a las 9:21 (10:41 el año anterior). En este refugio, amenizado con música, me lo tomé con calma, porque me merecía la pena, y porque sabía que en Courmayeur iba a parar lo justo. Fui al baño, me atusé las trenzas (mi pelo era un desastre), cargué algo la batería del reloj, y aproveché a comer unos macarrones con tomate y parmesano que me supieron como el mejor manjar del mundo. Descansé un poco en un banco al sol, vi que el dorsal me estaba estropeando un poco el pantalón, por el roce (lo doblé para evitarlo) y ya emprendí la bajada que tan pesada se me hizo el año anterior, y que se me volvió a hacer pesada.
Las patas dolían una barbaridad, el frenesí de la noche lo estaba notando, pero bien. El primer tramo es por pista, incita a correr, pero te acabas sujetando un poco porque duele. Así que bueno, trota que te trota, hice lo que pude. Hasta que alcancé el tramo de tierra, ese lo odio. La bajada la haces por debajo del teleférico, es una bajada con mucha tierra, con ramas escondidas y algún escalón de madera que lejos de ayudar, entorpecen (en su cabeza sonaba fenomenal). El terreno estaba muy seco y se levantaba mucho polvo, me iban a salir unos mocos cojonudos de negros. Parecía una eternidad, pero 5 km y 754 metros de descenso nos separaban del avituallamiento. El calor era infernal a esa cota (1191 metros) y a esas horas (10:49 de la mañana). El año pasado llegaba a las 11:51, pero me marchaba a las 12:46, sólo media hora por encima del corte, lo que marcó, sin saberlo (o quizá lo intuía), el principio del fin.
Entrando al pabellón
En el avituallamiento recogí mi bolsa de vida, e hice una parada de 16 minutos en la que: me puse crema solar, metí el resto de geles de cafeína en la mochila, me cambié de calcetines (observé la esquina derecha de la uña de en medio del pie derecho que sobresalía demasiado, pero lo obvié), me cambié el Buff que había usado como pañuelo, y poco más. Recargué a tope de agua, y salí pitando, tras picotear algo de aquí y allá (tampoco es que me apeteciese comer mucho). Reconozco que no me estaban entusiasmando demasiado los avituallamientos, porque echaba de menos dos cosas: los snickers del año pasado, y sándwiches de nocilla, habituales en las carreras del Pirineo.
Y ya me marché de ahí. Sabía que hasta cruzar a Suiza iba a pasar un calor del copón, pero me acordaba de una fuente abrevadero antes de subir al siguiente control. Correteé por las calles, a la sombra de los edificios, y al llegar a la fuente metí la cabeza entera y los brazos. Otra cosica era. Algún corredor me miraba sorprendido. La crema solar de los brazos se fue al garete.
Pasando por la fuente abrevadero
El año pasado el sopor me invadió de todas las formas posibles, y acabé tumbándome en varias ocasiones a lo largo de la subida hasta el siguiente avituallamiento (una de esas veces, me pasó un amigo de Martin Scofield). Esta vez no había sueño, o menos. Primero tocaba subir hasta el Refugio Bertone, para lo cual tocaba 5,4 km con 795 m de subida. Como el primer tramo por la ciudad es más bien llano, te comes el grueso del desnivel al final.
Tuve que adaptar el ritmo al calor, no era plan de inmolarse. A mí me daba la sensación de ir lenta, muy lenta, pero alcancé el refugio a las 12:26 (14:56 el año anterior), es decir, estaba ya 2 horas y media de mi tiempo de paso anterior. Ya en este tramo, con eso de no pararme, había ganado 33 minutos. Y es que creo que no era consciente de lo mucho que se me había ido el tiempo el año anterior. Si, dos minutos por encima del corte, pero que no se solucionaba con sólo 5 minutos de aquí o de allá.
Llegando al Refugio Bertone
En el refugio seguí recurriendo a la coca cola, comí algo, y sin entretenerme demasiado, seguí hasta el siguiente refugio, el de Bonatti (7,6 km 290 245).
Dejando el Refugio Bertone
Este tramo me lo tomé con algo más del calma, el año pasado tuve que acelerar porque no llegaba al corte, recuerdo que coincidí con el portugués del pantalón Compressport roto de la VDA (él si acabó). Así que esta vez, medio trotando, medio caminando, en un ligero sube y baja, mientras admiraba las vistas a mi izquierda, fui completando la distancia hasta el siguiente control. Las vistas, simplemente brutales. Hice una foto, que no hace justicia a la inmensidad del entorno.
De refugio en refugio
A las 14:14 hacía chufa en el avituallamiento (16:38 del año pasado). Ahí básicamente había una fuente, un espectador me echó una mano con los botellines. Había que beber todo lo posible, el calor era cojonudo. 5,1 km me separaban del control de Arnouvaz, mayormente en bajada (316 m). Medio trotando, medio caminando, cada vez estaba más cerca. Coincidí brevemente con un corredor con un pantalón muy florido, le expliqué mi problemática del año anterior, y me dijo que iba muy bien esta vez. Dijo que se acordaría de mi nombre porque su mujer se llamaba igual.
Alcanzaba el control a las 15:25, frente a las 18:01 del año pasado (apenas 15 minutos por encima del corte). Madre mía, nada que ver. En ese avituallamiento aproveché para ir al baño. También comí algo y recuperé un poco el aliento, que lo tenía a continuación era cojonudo. Tocaba cruzar a Suiza, pero para eso había que subir Grand Col Ferret, 4,6 km y 757 metros de subida.
Cruzando a Suiza
CONTINUARÁ