Lo confieso: llegaba con pocas ganas de correr. Hacía días que me había apuntado a Daroca, tras descartar mi participación en la Media Maratón de Zaragoza. Le tengo un poco de manía a la Media desde mi intento fallido en el pasado mayo, quiero hacer una bien e intentar ir a por marca (1h35’), para rebajar mi marca de Tudela en 2016, pero eso me obliga a un sobreesfuerzo considerable que de momento no me veo capaz de hacer. Ya llegarán ocasiones, ya.
El caso es que, con la mente ya en la maratón de Zaragoza (a la que sí le tengo ganas para ir a por 3h 30’), me daba un poco de pereza correr por el monte. No sabía si me iba a ir muy bien, porque los sube y bajas rompen a cualquiera, y era consciente de que no era bueno forzar. Así que bueno, me dije a mi misma que no me pasaría. Desde Motorland había estado yendo al fisio intermitentemente y entre pitos y flautas y falta de tiempo, no había entrenado como hubiera querido. De tiradas por el monte ya ni hablamos, y de tiradas largas, salvo la carrera del Ebro, tampoco.
La noche previa a Daroca dormí poquísimo. Me eché a las mil a dormir y luego me pegué un madrugón considerable, iba con Beatriz Lozano y compañía en el coche, que corrían las diferentes distancias 8 y 16km, además de la de 30 a la que iba yo. Nada más salir de Zaragoza nos pararon en un control de alcoholemia, yo iba ya nerviosa por si no llegábamos y vamos, yo creo que con las pintas de runner que gastábamos parecíamos de todo menos escapadas de un after. Yo ya iba “vestida” para la carrera, y había optado por ir embutida en unas mallas compresivas Hoko y una térmica corta. Iba a hacer calor, pero las mallas al menos me sujetarían los cuádriceps.
Y ya llegamos a Daroca, donde nos reunimos con Ana. Recogimos los dorsales, y guardamos las cosas en el guardarropa. Yo ya iba preparada, porque los de la larga salíamos a las 9:30, el resto de participantes a las 10:00. Tras un café y parada técnica en boxes, ya nos dirigimos al punto de salida, donde me encontré a Gorka el incombustible, de mi club. Caras y amigos: Héctor de Corredores del Ebro, Jesús Adiego, David “Cierzo”, Curro, Javi y Cristina su mujer que corría la corta… Pasamos al control de material (1 litro mínimo de agua y móvil encendido), y ya nos mezclamos con el mogollón. Me quité el pulsómetro porque el reloj no lo pillaba y lo eché a la mochila. Ana y yo nos miramos, ¿éramos las únicas chicas? Luego vi que no, estaba Susana Arostegui de 080 running y otra chica más que no conocía. Y de repente la falta de ganas se disipó, y le dije a Ana, “Pues habrá que apretar, ¿no?”.
Y arrancamos. Comenzamos a correr por las calles de Daroca, e intenté coger un buen ritmo mientras ascendíamos ligeramente. Mi reloj pitó tras pillar la señal del pulsómetro… en la mochila. Tomamos ya el primer sendero de tierra, y tras un pequeño ascenso, atravesamos una pradera, ascendiendo por el exterior de las murallas. Y subir y subir…
A lo que me quise dar cuenta, primera bajada de piedrecitas sueltas. Las bajadas y yo no nos llevamos bien en terrenos sueltos, se me anclan los pies al suelo del miedo y bajo fatal, con el miedo de perder el equilibrio y caer de cabeza. Pero bueno, dando traspiés bajé como pude (hace que no hago el cabra por el monte eones, porque las bajadas cuando el encuentro de corredores eran sencillitas). Al bajar alcé la vista y vi a Ana al pie de la misma, sonriendo. “Anaaaaaa que me pillaaaaas”, le chillé desde abajo. La vi bien, la noté bien, y tuve la certeza de que iba con ganas y de que lo conseguiría.
Seguí corriendo, Ana me seguía. Esta moza me iba a hacer sudar, jajajajaja.
Enseguida llegamos a uno de los cruces, y a mano derecha seguía nuestro recorrido. Nos enfrentábamos a la primera cuesta de las gordas, en las que tocaba trepar. La del Cementerio de los Burros, creo que se llama. Invitaba a los de detrás a que me pasaran si querían, pero no quisieron, no. Iba subiendo a buena marcha y una vez que recuperé el aliento arriba, la vi. A otra chica más, a la que no conocía. Pues sí, me iba a tocar sudar pero bien. Le volví a lanzar otro chillo a Ana: “Anaaa, píllame.”
Aceleré un poco el paso mientras nuestro camino discurría por árboles, picando un poco hacia arriba. Se me había metido el modo competitivo e iba a acabar agotadica.
Cuando llegamos al cortafuegos, vi a la madre de Ana, que en cuanto me reconoció, se puso a animarme y aplaudir. Ahí pude recuperar el aliento, mientras acelerábamos el paso en la bajada. Iba rodeada de alguno de los rojillos, los Corredores del Ebro, entre ellos Jesús Adiego. Después de una subida, tuvimos un tramo de pista de los sencillos que me vino fenomenal para recuperar ritmos y acelerar un poco, así hasta el segundo avituallamiento en el que prácticamente ni paré salvo para echar un trago rápido de agua. “Vas primera”, me decían, y yo no dejaba de mirar de soslayo porque no me fiaba un pelo de la “desconocida”.
Fotaquen de Marta, una chica de Daroca. ¡¡Muchas gracias!!
Después venía el famoso Manchones del que Ana tanto hablaba. No iba mal de piernas, la verdad. A mitad de carrera decidí tomarme un gel, porque ya llevaba un rato considerable corriendo. Las bajadas las afrontaba al final echando el culo a tierra, y a veces, en la lejanía, me volvía a aparecer la “desconocida”. ¡¡Puñetas, me iba a hacer apretar!! Luego en otros tramos más tendidos le perdía la pista, pero admito que no hacía más que mirar por el retrovisor. En una de esas bajadas acabé perdiendo la pista de Jesús Adiego y los rojillos que iban con él, que iban un poco más fuertes que yo. Hacía calorazo y solazo, y agradecí llevar las gafas de sol.
Afrontábamos un repecho duro de coj**** hasta alcanzar la Casilla de los Cazadores. Unas pendientes de morirse mientras daba pasos largos con el gemelo a punto de subirse a la nuca. Tiraba como podía, y sin bastones. Alcanzaba el tercer avituallamiento, y mientras aplaudían y me decían que iba primera, dije “uy, pues ni me paro, que no me fío un pelo”, y correteé en la bajada intentando no partirme la crisma por el camino. Los voluntarios nombraban a Ana, estaban expectantes de verla pasar. Por mi parte, el cansancio se iba notando y cada vez levantaba menos los pies del suelo, que ya es decir.
El camino aún nos deparaba algún repecho gordo antes de alcanzar San Cristóbal. Entre medias, volvía a reconocer tramos del camino de los cuales creía que me iba a librar, pero no. Por supuesto, Gonzalo, el amigo de Ana, iba y venía y subía y bajaba el cerro, mientras yo posaba ante la cámara y que postureo no faltase. Le pregunté por Ana y me dijo que iba bien en el avituallamiento que la había visto. En uno de los avituallamientos rellené botellines, y yo decía que no podía parar, que me seguían de cerca. El señor que estaba me dijo “No te preocupes, es la 1, yo te aviso”. Y puso una piedra sobre la mesa. Y dijo su compañero: “Vale, ¿Y ahora cómo la avisas de cuándo pasa la siguiente moza?”.
Última subida, esta sí que era la última. Y otra vez la desconocida, iba por detrás. Nada, no había forma de poner distancia. Coroné la subida mientras los voluntarios me animaban y me decían que ya no quedaba nada, y yo no dejaba de mirar de refilón, acojonadita porque me alcanzaran en el último momento. Ya no quedaba prácticamente nada, era la bajada de las murallas, eso sí, procurando no dar traspiés porque las fuerzas estaban ya al límite.
Cogí buena marcha por las calles de Daroca donde finalmente atravesé meta en un tiempo algo mejor que el del año anterior. Sergio de 080 me dio la enhorabuena, así como los padres de Ana que esperan con una amplia sonrisa. Al poco de cruzar meta, llegó la “desconocida”. Le di la enhorabuena, iba escoltada por un chico, y me llamó la atención que no llevara mochila (ella), pero bueno… No dije nada.
Al final me fui para las duchas, para no quedarme destemplada, y ya una vez en el pabellón supe que era posible que descalificaran a la segunda chica por no llevar el material obligatorio.
En el pabellón mil caras conocidas, y ya al rato vi a Ana, que había completado el recorrido en algo menos de 4h y 40 minutos, con una felicidad inmensa que delataba su cara sonriente. Bien hecho, Ana. Tras la comida tuvo lugar la entrega de premios, donde finalmente, por la descalificación de la segunda clasificada, subimos al podio Susana Arostegui, Ana y servidora. Ahí desplegamos la bandera de Gallitos que nos dieron en el encuentro de corredores.
Había una sorpresa guardada para el final, Sergio pronunció unas palabras recordando a Iván, y le hizo entrega a Ana de una placa conmemorativa, en señal de apoyo y ánimo en su situación actual. Me vino a la cabeza todo desde el 7 de octubre, al ver a Ana emocionada… pues que me acabé emocionando… Sobran las palabras.
Ya después de comer me marché a casa con Curro, y nos pusimos un poco al día durante el camino.
Así que sin duda, aunque hay días que te levantas con cero ganas de nada, acaban siendo redondos. Y en mi caso, aunque esperas que vaya a salir fatal, hasta te acabas sorprendiendo. Fue una gozada poder compartir esa mañana con los entusiastas del club de montaña de Daroca, entre ellos cómo no Gonzalo, el pelocho, el incombustible, un chaval majo majo que más vale que corra la carrera al año que viene, que ya le toca ;). ¡¡Gracias Gonzalo!! Y Ana, orgullosísima de su pueblo e ilusionada como nunca. Buena manera de quitarse la espinita de la pérdida del año pasado, jejejeje. Me alegró de corazón verte con esa ilusión. No te digo ná y te lo digo tó: Keep on running, keep on smiling.
Ahora tocaba recuperarse, y cambiar el chip para la maratón de Zaragoza.