NAFARROA XTREM GR 322

la_hansen
Carreras de montaña
31/05/2022

La Nafarroa Xtrem era una espinita que tenía clavada desde el 2019. Ese año yo me había apuntado a la maratón de Horcajuelo, y también a la lista de espera de la Nafarroa (coincidían en el día, o era una o era otra). El caso es que me llamaron de la lista de espera, pero por las circunstancias de entonces, me era imposible correr cualquiera de las dos. Y tuve que decir que no a ambas. La Nafarroa Xtrem es una carrera emblemática en el calendario navarro, y con una suegra de San Adrián, ¿cómo no la había hecho antes? El marido de Yosune, compañera y amiga mía de la carrera, la había hecho ya unas cuantas veces, y Yosune me decía que sí o sí era una carrera que debía hacer.

Así que con ese panorama, y aun distando sólo tres semanas entre el Gran Trail de Sobrarbe y ésta, decidí apuntarme, con tal ansia que no me fijé en que caía en puente (el 1 de mayo en domingo lo trasladaban como festivo al lunes), porque de haberlo sabido, hubiera replanteado el calendario, y ese puente lo hubiera aprovechado para viajar. Así que sí, Raúl, de verdad que no fue deliberado.

Una vez que me apunté, yo era ya como una locomotora que no echaba marcha atrás, la espina era tan grande, que había ganas imperiosas de quitársela. Lo demás es ya historia, corrí el Gran Trail de Sobrarbe, luego me fui en Semana Santa a Polonia, y con las piernas y la espalda recuperadas, afrontaba con ganas la carrera.

Los pronósticos climáticos eran bastante buenos. Había llovido el fin de semana de San Jorge, pero para la carrera no daban lluvias, al principio la mañana era fresca pero en las horas centrales íbamos a alcanzar los 20 ºC. Me las prometía bastante felices, en un terreno que aunque con desnivel, no presentaba grandes dificultades técnicas. Había decidido ir y venir en el día, una paliza considerable (2 horas de ida por autopista de pago y otras tantas de vuelta y la carrera de por medio), pero entre que no íbamos al pueblo, que hay obras en casa de mis suegros, etc., decidí dormir en casa y madrugar mucho muchísimo, digno de Marquitos el de mi club. Me pasé toda la tarde del viernes dormitando, que conste en acta, pero la verdad que el run run en el estómago ahí estaba.

Como volvía el mismo sábado, le dije a Álex (Varela) que podía llevar a su chica a Zaragoza, y además, ante la supuesta ausencia de barro, creía que podía terminar en un tiempo razonable. Yo firmaba por 12 horas...

Así que después de un viernes tarde descansando, apenas pude pegar ojo por la noche de puros nervios. A las 4 de la mañana me levantaba, y a las 06:30 ya estaba aparcando en Zubiri. La mañana era fresca, pero no demasiado. Me fui a por los dorsales, y primera sorpresa: se supone que no repartían dorsales hasta las 07:00, cuando me había asegurado de que empezaban desde las 06:00. Y la carrera salía a las 07:30. Nerviosica perdida, fui al coche a por lo menos quitarme la ropa de abrigo, buscar la mochila y salir ya preparada. Llevaba encima el kit porque me tocaba la regla, pero cosicas del cuerpo, me quiso respetar y se esperó a que terminara la carrera (mejor para la logística).

Por fin abrieron algo antes de las 07:00. En el pabellón estaba Ramón Ferrer, y también Paul Sánchez, que aunque tenía dorsal, finalmente no la corría, pero venía con Cruz para pasar el fin de semana. Me puse en la fila, por delante estaba Elisa Baquedano, que también la corría, y con la que coincidí en Canfranc. Ambas abandonamos, y ambas queremos repetir (y terminar). Planteamos la posibilidad de hacer equipo para la Canfranc.

Dorsal en mano, me fui a dejar la bolsa de corredor en el coche, y ya me fui hacia el pabellón, desde donde salíamos. El cielo estaba menos despejado de lo que hubiera querido, estaba plomizo y barruntaba niebla. Un par de visitas al baño de puro nervios, y ya me metí entre el mogollón de corredores. Me situé al lado de dos corredoras, Edurne y Virginia. No lo sabía, pero Virginia se iba a convertir en mi compañera habitual. En la primera fila se pudo ver el aurresku, y tras unos instantes de silencio, nos dieron la salida. Arrancamos frenéticos. Hablé un rato con un corredor polaco, recordando los pierogis. La gente, fuerte como el vinagre, zumbaba a mi alrededor.

Enfilamos los senderos, no eran técnicos (de momento) e invitaban a correr. Los primeros km pasaron relativamente alegres. Un corredor ya volvía a meta. “¿Estás bien?” “No, que he cagado ya dos veces”. Vale, no me hacía falta tanta información, jajajaja. Entonces comenzó la carrera diferenciada en dos bloques muy claros: la primera mitad de niebla (no veo un pijo), y la segunda mitad con un sol que aplanaba (madre mía qué calor), ambas partes separadas por muerte y resurrección, que diría Gorka el de mi club.

Empezamos a subir, era llevadero. El paisaje parecía sacado de un cuento de hadas. Alcanzamos el primero avituallamiento en Gurrutxaga, km 6,8, llevaba algo más de una hora corriendo. Cogí un par de barritas y rellené botellines. El cielo seguía con su color plomizo, y parecía que no mejoraba, pero al menos no hacía excesivo fresco, me apañaba con los manguitos que iba subiendo o bajando en función de lo acalorada que iba. Mientras la niebla nos iba engullendo, y caía agua de los frondosos hayedos, comenzamos la fuerte subida al Adi (1.456m). Aunque picaba en las patas, no era una subida técnica. Saqué los palos enseguida. En el recorrido vi a Álex, que estaba grabando. También a Lucas del grupo 7:45, lo había llevado un buen rato detrás y no nos habíamos visto.

Una vez alcanzado el Adi (donde la niebla impedía apreciar absolutamente nada), llegó el avituallamiento de Leñadi (km 13,4, 2h13’).  A partir de ahí, tocaba bajar, y ahí hizo su aparición el barro en todo su esplendor. Ahí entendí que “poco barro” seguía siendo “mucho barro”. Me resbalé e hice la croqueta humana, mientras Lucas se lanzaba colina abajo sin tanta problemática (ya no lo volvería a ver). Bajé como pude hasta que mejoró un poco el sendero. Alcancé el avituallamiento de Urkiaga (18,5km, 3:11:39). Apenas poco más de tres horas y parecía una eternidad. Me crucé con Virginia, parecía que había salido de la ducha. Me palpé las trenzas, y efectivamente yo también las llevaba empapadas. A partir de ahí nos fuimos cruzando intermitentemente. Ella iba con un par de conocidos a la par, yo sola, dando conversación a los árboles.

En el km 24 más o menos, y en medio de la niebla, una de las señales del GR parecía querer tirar fuera de sendero. Lo seguí pero no vi más, y me di cuenta, como me dijo un chaval, que había que seguir por el camino aparente. Yo había visto a Virginia tirar para adelante. Desde el sendero, oíamos voces, y les chillamos para que volvieran al camino. Total y absolutamente imposible distinguir a nadie. Seguimos corriendo hacia adelante, hasta alcanzar una zona que iba pegada a una alambrada de espino a la que traté de arrimarme lo menos posible (que nos conocemos).

El siguiente avituallamiento en Artesiaga (km 27,6) lo alcancé tras unas 4 horas y media de carrera. Justo antes, no sé cuántos corredores salidos de la nada aparecieron de repente pegados a mi culo, eran los desaparecidos en medio de la niebla por la confusión de la marca GR. Repuse botellines, descansé lo justo y nada, y sin mucha dilación, tiré para arriba con fuerza rumbo a la cumbre del Saioa, en medio de la animación de los voluntarios (aúpa neska). La niebla persistía, y el sol quería como aparecer. Para la niebla que había, y aunque estábamos subiendo, no estaba pasando frío. Me metí garbo en la subida.

Alcancé la cumbre (1.418m), y ya que estaba, aproveché a sacar el móvil por primera vez y hacer una foto de la pequeña caseta que había como hito. Virginia y sus acompañantes aprovecharon también. Y comencé a bajar. La bajada era herbosa y relativamente cómoda, aunque a esas alturas las piernas ya empezaban a ir cargadas. En medio de la bajada vi a un corredor en el suelo, iba con un amigo. No se había caído, pero se había retorcido el tobillo y se estaba colocando una especie de venda para poder terminar. Nuria, una corredora de Tarragona, iba ligera; las subidas las llevaba mal pero las bajadas las llevaba genial, le di una pirula de sales, y debió de sentarle de maravilla, porque ya no la vi más, jajajajaja.

El siguiente tramo era un cresteo por zona herbosa, pasando por la cumbre del Zuriain (1.408m). Poco a poco la niebla nos fue dejando, y empezó a calentar el sol. Alcancé el avituallamiento de Iturrondo (km 33,69) tras 5 horas 49 minutos de carrera. Repuse líquidos, y seguí avanzando.

El siguiente tramo era precioso pero fue sin duda el más accidentado de toda la carrera. Comenzaba un descenso por un camino ancho pegado a la roca y con una vista preciosa de los bosques. De repente, perdí la concentración, y mi pie izquierdo dio con una piedra del suelo, salí despedida y caí contra el suelo. Me golpeé la cadera, y en la mano no me hice nada porque llevaba guantes reforzados en las palmas. Virginia, que iba justo por delante, se giró para ayudarme, me levanté y seguí correteando, pero ya se me había metido el susto en el cuerpo. Así que reduje la velocidad, mientras me iba pasando todo cristo.

Empezó a hacer más calor. Al intentar esquivar un gran charco de barro, me fui a la parte derecha del camino, con tan mala pata que acabé raspándome con unas zarzas que me dejaron unos cuantos arañazos en la pierna derecha. Empezó a salir sangre. Pues íbamos bien. Y seguí corriendo. Más barro. Un riachuelo, metí los pies aposta, había voluntarios, y me limpié la sangre como pude. Como 100 metros más adelante, volví a caerme, y esta vez sin tropezarme en ningún sitio, madre mía... El GPS se me perdió en torno al km 42, justo al entrar en una zona boscosa. No seguía el camino, y eso que iba por encima del sendero seguro. Menos mal que la organización había reforzado la señalización en algunos puntos confusos, poniendo banderines. Paré el reloj, y al volver a darle al track, consiguió ubicarse. Tras lo que me pareció una eternidad de barro, ríos y senderos, por fin alcancé el avituallamiento de Aritzu (km 46, 8 horas 7 minutos de carrera). Después de la muerte, por fin había llegado la resurrección.

Este avituallamiento era el más completo, pero hacía mucho calor, y no tenía ganas de apalancarme demasiado. Me dijeron que me curara las heridas en la ambulancia. Comí arroz con leche, y paré lo justo. Virginia, que había llegado antes que yo, paró un poco más, pero yo ya estaba haciendo cuentas mentales y me salía humo por las orejas. A ver, había cubierto 46 km en 8 horas, me quedaban 20-22 por delante, y le había dicho a Álex que quería intentar llegar en 12 -12:30 horas. Uf, hacía cuentas y me salían rosarios. Entre que hacía más calor, y me veía más cansada, lo veía complicado. Saqué el móvil pero no había cobertura, así que me propuse ir lo más rápido posible. Entablé conversación con un corredor a la salida del pueblo, pero en cuanto empezó a picar el sendero por arriba, intenté tirar más. Me tomé otro gel, sí que se notaba el calor y me costaba encontrar el ritmo.

Llegado a un punto de la subida, comenzaron a llegar con cuentagotas los primeros corredores de la distancia de 22 km. Salían por la tarde y compartían con nosotros nuestros últimos 22 km. Así que se daba la confluencia de los “buenos” de la distancia corta, que corrían que se las pelaban (eran buenos e iban frescos) con los “malos” (es un decir) de la distancia larga (que íbamos agotados y hasta el cimbel). Que como le decía a una voluntaria que había en carrera y que nos animaba, ya sabía que no era cuestión de buenos o malos, pero sí rápidos y más lentos, así que hubo unos cuantos km en los que nuestras maltrechas piernas tuvieron que pararse como podían en los laterales del sendero para dejar pasar a quienes iban a una velocidad más que superior. Llegó un punto en el que dejé de agobiarme, tiré para adelante, y confié en que me avisarían de por dónde me iban a pasar, porque si no, no avanzábamos nunca, y yo a estas alturas de km, de cansancio, de la paliza del coche, etc., es que ni les oía venir. Pronto pasó el pelotón de cabeza, incluida Yolanda Martín, que iba primera de las chicas (aunque después tuvo un pequeño percance y no pudo ser), y a su vez el sendero se abrió, lo que nos permitió respirar un poco y que el paso de gente se ralentizara. Alcanzamos Goitiko Gaina (1.232m), y justo antes de llegar al pueblo de Iragi, el GPS se me volvió a perder. Volví a pararlo, me paré, busqué la señal y otra vez a caminar. Hasta ahora, el reloj que había ido mostrando una estimación de mi llegada a meta; después de parar el track, la estimación ya no me la hacía bien. Proseguí el camino, y alcanzamos el pueblo, nuevo avituallamiento, km 58 y unas 10 horas y cuarto de carrera. Me quedaban unos 10 km, y aprovechando un hilo de señal en el móvil, mandé un audio a Álex, lamentando mi tardanza, y rezando en varias lenguas que lo hubiese visto venir y que su chica se hubiera ido a Zaragoza por otros medios...

Nos quedaba el último repecho gordo al monte Baratxueta (1.147m). Yo iba a la par que Virginia: a pesar de no ir aposta juntas, habíamos acabado compartiendo gran parte del recorrido. Los manguitos y los guantes a estas alturas ya me sobraban, y ya no había gota de niebla. Emprendimos la subida con paso firme pero seguro. A nuestra par, algunos corredores de la distancia corta que nos llamaban valientes al ver el color de nuestro dorsal.

Ya en la cumbre, no tardamos mucho en descender de nuevo. Los senderos de bajada nos los habían pintado como algo peligrosos en algunos tramos del recorrido, pero en líneas generales, todos habían sido llevaderos. Y lo digo yo, que soy muy torpe bajando. A estas alturas tampoco tenía muchas ganas de caerme de nuevo, así que bajé con cuidado, por detrás tenía a un corredor tinerfeño al que invité a pasarme si quería, pero tampoco le quedaban ganas. Atravesamos pradera, boj y pino, y el avituallamiento de Usetxi (km 65) donde ya ni repuse agua porque sabía que quedaba poco. Virginia iba caminando, le habían salido ampollas, y yo ya corría de las ganas que tenía de llegar a meta.

Y seguimos corriendo, oyendo al speaker cada vez más cerca. El canario detrás, y justo detrás al final estaba Virginia. Le dije que si quería que tirara más, pero estábamos entrando ya en Zubiri cuando al final dijimos de entrar juntas de la mano. Yo no me jugaba nada y la verdad que era una tontería meterme un turbo al final a lo tonto.

Y así en medio de los ánimos del público, de corredores que ya habían terminado, crucé meta de la mano de Virginia, después de 12 horas y 44 minutos de periplo. En meta, Paul Sánchez me esperaba, cámara en mano, con una sonrisa resplandeciente, lo cual me dio un alegrón tremendo, después de tantas horas de turra por el monte.

Ya en meta me pimplé dos arroces con leche (no me entraba ya más), y estuve un rato hablando con Paul, Cruz (su mujer), José Gallego (con el que había entrado en meta en la maratón de Ogro) y también con Álex. Me había dicho por WhatsApp que no me preocupara, que su chica había salido antes. Yo estaba apurada porque me hubiera gustado poder cumplir con mi palabra, pero contra las circunstancias de carrera poco se puede hacer. Pero me sentía feliz de, a pesar de las adversidades, haber tirado para adelante y haber dado lo mejor de mí. Ahí estuvimos hablando un rato, de carreras pasadas y futuras.

No descansé mucho más, no me quería apalancar y si me paraba mucho, las piernas me iban a doler un montón. Paul me dijo que si no me veía con fuerzas que no dudara en quedarme en la autocaravana, pero tenía preparado un red bull, así que me cambié de ropa, y emprendí el camino a casa. Fue agotador, no nos vamos a engañar, pero entre el red bull y la música a todo trapo, conseguí llegar a casa poco antes de las 11 de la noche, completamente agotada, eso también. Ya Raúl pudo respirar aliviado.

Semejante jornada maratoniana da para muchas reflexiones y aprendizajes. Lo primero de todo, que lo de ir y venir en el día es factible cuando el trayecto no excede de las 2 horas, pero es una auténtica paliza. La ida la llevé muy bien (iba muy descansada) pero en la vuelta todas las horas pesan el doble. En este caso fue así por las circunstancias (quería cenar en casa, al final no fui al pueblo, etc.) pero de normal la noche de antes la paso en el sitio en el que transcurre la carrera. Así que no, no hay que subestimar el descanso jamás.

Lo segundo, que al igual que el Gran Trail de Sobrarbe, la Nafarroa Xtrem es una ultra compactada, donde las sensaciones que tardas en experimentar en una ultra de las de noches toledanas aparecen enseguida. La Nafarroa, no obstante, a pesar de su ausencia de tecnicismo (lo prometo, y soy un auténtico paquete bajando), tiene un plus de dureza por el mayor desnivel (4000m+, ni más ni menos) así como unas tiempos de corte que te obligan a no bajar la guardia (nos daban un máximo de 14 horas para completarla). Eso sí, como carrera es espectacular, los paisajes son preciosos (cuando se pueden ver) y los bosques parecen sacados de un cuento de hadas. Lo que me hila a lo siguiente: siempre SIEMPRE hay que tener en cuenta que por muchas cuentas mentales (e ideales) que te hagas en la cabeza, los elementos, el tiempo y las condiciones del terreno te van a marcar por completo. Barro, niebla, lluvia o un calor que aplana. Bueno, es algo que sabía, pero de cuando en cuando llega una carrera y te lo recuerda.

Y por último, correr en solitario. Yo esta carrera era una cuenta pendiente que tenía, tal y como he dicho. El año que hubiera querido hacerla hubiera coincidido con muchísimas caras conocidas. Este año sólo conocía a Paula Figols y Elisa Baquedano, pero ambas corren que se las pelan (poco más de 10 horas que tardaron, unas máquinas) así que ni las vi. Coincidí un rato con Lucas, eso sí, pero finalizó en 12 horas, y como se quedó con las ganas, fue a la Perimetral de Arguis a la semana siguiente. Gran parte de los corredores de esta carrera eran habituales de la misma (muchos vascos, muchos navarros, franceses...) e iban en pequeñas grupetas ya establecidas, y eso hace que no termines de engancharte a un grupo concreto, porque aunque es una ultra, es de las “cortas” que digo yo, y a lo que te das cuenta, has terminado y no has hecho grupo con nadie. En mi caso, Virginia me dio la vida. Porque es verdad que estoy acostumbrada a rodar en solitario, especialmente en las ultras, pero siempre se agradece que acabes yendo relativamente a la par de alguien. Y ver en meta a Paul fue todo un puntazo, de verdad que agradecí mucho que me esperara hasta el final (gracias a él tengo foto en meta). De todas formas, todo suma, y evidentemente lo experimentado en esta carrera había sumado, y mucho.

Así que sí, claro que había sido agotador, pero también enriquecedor. Me había quitado esa gusa que tenía dentro, había disfrutado, había sufrido, me había esforzado. Claro que me hubiera gustado hacerla en menos tiempo (hubiera podido volver con más tranquilidad a casa), pero sobre todo por poder llevar a la chica de Álex a casa. Con 21 años en cada cacha que tengo ya, hora arriba u hora abajo no son el mayor de los problemas. Es más, se relativiza tanto todo (la idea es acabar bien), que la lectura es positiva en una afición que me hace feliz. Es cierto que luego hubo que soltar, y mucho, la espalda (gracias Paula), y también las piernas (gracias Isa) pero como que lo haces por gusto, y ya lo ves con otros ojos. Qué difícil es comprendernos... Pero cuando la vida te trata bien, y te da la oportunidad de poder disfrutar de experiencias, que por muy agotadoras que sean, te llenan un montón, ¿cómo no vivirlas?

Preciosa carrera, precioso entorno, voluntarios amables, organización de 10 en una carrera que ya no me tenían que contar. Y así terminaba un abril bastante intenso, con dos carreras que había disfrutado y que hacían que volviese la emoción por colgarme un dorsal. Por más momentos así...

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