Esta llamada tuvo un efecto cafeína, que ni todos los geles que me había tomado antes juntos. De hecho, fue como si me pusieran un cohete en el culo, empecé a trotar ligerito. Hasta conseguí soltar las piernas. Pero claro, tuve que complicarme un poco la vida, y en un momento dado, me empeñé en seguir el sendero por donde no era. Aún perdí un rato el tiempo entre arbustos, matorrales, bajando como podía, y de nuevo entre viñedos. Cuando vi clarinete por dónde era el sendero, lo retomé con ganas. Qué manera de añadir desnivel donde no había necesidad.
Por fin empecé a ver cada vez más cerca el pueblo de Porrera, punto en el que había acordado con Santi comunicar mi decisión. Mientras salía del pueblo, le llamé, y le dije que había decidido continuar, que me encontraba bien, y que asumía mi decisión. Es decir, que subiría hasta el punto más alto para luego encaminarme a la base de vida, tardara lo que tardase. No obstante, estaban pendientes de mí, y habría alguien esperándome en la base de vida. Esperaba un milagro con la niebla, aunque me dijo que no contase con ello.
A la salida del pueblo me llamó Xavi Moré, se había retirado en el 180 km (en el punto al que me estaba encaminando). Me quería esperar, pero le dije que suponía que tardaría un poco. Le había dicho a la organización que yo iba a dar guerra y pelearlo, y no se equivocaba. Me dijo que el repecho final de la subida que me quedaba había sido malo y lento, un par de km en hora y media. Madre mía, eso me complicaba las cosas. Le tuve que dejar, estaba pero que muy concentrada en lo que tenía por delante. Mientras tanto, le pedía en voz alta a la Virgen del Pilar que me despejara la niebla y me facilitara un poco las cosas.
Los primeros km, en subida paulatina, eran sencillos y bastante pisteros, así que pude trotar en la medida de lo posible. No lo he comentado, pero comía mucho, tirando de barritas cosa mala. Seguí trotando, pero no terminaban de aparecer los km en subida fuerte, hasta que por fin el sendero empezó a picar más hacia arriba, en las inmediaciones de Mas del Vicari. El milagro en el que no creía Santi se estaba obrando, y es que la niebla había empezado a desaparecer. Cada vez con más fuerza, subía como una bestia parda. Hubo un pequeño tramo de subida donde me costó localizar el sendero, pero pude verlo y seguir subiendo. Alcancé la zona de molinos de viento, y tras un tramo de cresteo, pisé de nuevo sendero firme. Sendero firme, y vuelta a las galletas campurrianas. Yo trotaba con ganas, pero como si llevara mancuernas en los tobillos. Entre la arcilla roja, y la arcilla blanca, me estaba marcando un Ghost, que diría Quique, que quitaba el sentido.
Estaba yo pensando en si me iba a dar tiempo, faltaba un poco para la 1 del mediodía; si tenía que seguir bajando, lo veía complicado, hasta que me di cuenta de que los dos km que me faltaban eran llanos, ya que lo más lógico es que el Santuario estuviera en alto (de hecho, ya lo estaba viendo). Me dio un subidón tremendo y comencé a acelerar, hasta que vi a lo lejos a uno de los voluntarios, que salió a mi encuentro. “Tranquila, que llegas, vaya acelerón has pegado”. Llegué al Santuario de Puigcerver sobre las 13:11.
Me dio tiempo a bastantes cosas. En primer lugar, me cambié los calcetines, aunque primero me coloqué un trozo de esparadrapo en la planta del pie izquierdo. En los últimos km había notado una molestia creciente, y es que se me estaba haciendo un pliegue en la planta, fruto de la lluvia (el pliegue de siempre, vamos, el que me salió también después de los pedrolos de Salenques). Efectivamente, ahí estaba el pliegue, y como no quería ampollas, me pinché la piel, una que es muy bruta. Me cambié también las zapatillas, para salir con los pies secos (la alegría me duró hasta que, intentando esquivar un charco, resbalé en el barro y metí todo el pie). Me quedé con la misma ropa, y guardé el frontal en la mochila, cogiendo además uno extra por si acaso. También comí caldo con garbanzos (un plato típico de la zona cuyo nombre no recuerdo), y bebí coca cola. Cogí más barritas, y todos los geles de cafeína que me quedaban. Sin más dilación, y antes de las 14:00, hora límite, salí del avituallamiento, dispuesta a completar los 50 km que más o menos me quedaban a meta. Es que además ahí dentro se estaba demasiado bien, que dirían los colombianos. Era la última en carrera (los que venían por detrás habían sido neutralizados o habían abandonado, y los corredores de las 200 millas hace rato que habían pasado). No lo sabía, pero más adelante abandonaría uno de los veteranos, y quedaríamos cuatro en carrera.
El voluntario me dijo que iba tan bien que lo mismo acababa a las 2 de la mañana (iba a ser que no, pero de ilusión también se vive). Lo que me quedaba por delante era mucho menos complejo que lo que había hecho hasta ahora. Aproveché a echar un ojo al WhatsApp, donde los Andandaeh me mandaban mensajes de ánimo, alucinando con la cabeza dura que tenía.
Llegué a un par de pueblos, Sant Antoni y la Alforja, punto en el que le dio por llover un poquito más. Yo pasaba junto a los vecinos del pueblo, que me miraban como si fuera una pirada escapada del manicomio. Pasé junto a una granja de cerdos, que olía mejor que yo. En la subida, me paré a hacerle una foto a una pedrera (de Crosos). Me llamó la atención. Tuve un rato de calor en el que me sobraba alguna de las capas, pero opté por seguir tal y como iba, e incluso eché en falta las gafas de sol (que había optado por dejarlas en la mochila de vida). Las patas estaban bastante cargadas, y una de las rodillas me protestaba un poco en las subidas, así que adapté el paso para minimizar el impacto.
Alcancé Arbolí, tuve que pasar por un camino en obras, y comencé de nuevo a subir. Llegué a un punto de una pista donde era incapaz de ver el sendero, así que resignada, seguí por la pista, después de ir y volver varias veces, y decidirme al final a seguir las pisadas.
Cuando llegué al pueblo abandonado de Gallicant, sin recordarlo al 100%, me estaba adentrando ya en terreno de sobra conocido: esa parte del recorrido la había hecho en la Prades Epic Trail, pero en sentido inverso. Alcancé una parte del río encañonada, y aquí vino el lío. Primero, me puse por el lado que no era, retrocedí y volví al sendero. Se había hecho de noche, y me costaba distinguir el sendero como tal. Luego vi un antiguo letrero de “Naturtime Events”, que marcaba justo al contrario (ahora solapando recorridos me doy cuenta de que era de la Pardes Epic Trail o alguna similar, pero en dirección opuesta). Había marcas de PR y GR, así que aparentemente iba bien. Pero de repente llegué a un cartel que marcaba diferentes direcciones, y ahí me hice la picha un lío total. La Febró por aquí, la Febró por no sé dónde. Yo iba a La Febró, pero me ponía a seguir las direcciones, y el GPS se iba de madre. Ya estaba brincando como un loco, mandé un audio a Santi sin éxito, la cobertura era inexistente, y yo no me aclaraba. Vuelta al letrero, venga, piensa con la cabeza, si el sendero pasa junto al río, tendrás que cruzarlo. Cogía el sendero que iba a la izquierda, pero cruzaba el río demasiado arriba (o abajo, según se mire). Vuelta al cartel, ¿y si salto el cartel? Me puse a deshacer los pasos, el sendero tenía que estar más cerca de lo que creía. Tranquilamente transcurrió cerca de una hora, yo me veía quedándome a vivir (o volviendo para atrás), pero por fin, por fin, interpretando bien el mapa, me di cuenta de que tenía que bajar. Y fue poner un pie en la orilla del río (que ahí ni había río ni nada), y verlo clarinete: marcas de PR, y un sendero clarísimo que subía. Fue poner un pie ahí, y el cursor volver mágicamente al trayecto.
El sendero fue mejorando hasta que llegué a una pista transitable que daba poca opción a pérdida. Ahí me llamó Santi, le había entrado el audio (tarde), pero ya pudo comprobar que estaba bien, y que había salido del atasco. Viendo el track, veo algún tramo que eché para atrás, pero desde luego nada que ver con las vueltas como un pirulo que acababa de dar. Luego que me salían más km...
Por fin alcancé el avituallamiento de La Febró poco después de las 10 de la noche, el corte era a las 11 de la noche. Peor de lo que me hubiera gustado, pero ni tan mal. Lo de llegar a según qué hora se iba al traste, no caí en la cuenta, porque si no, le hubiera mandado un audio a Raúl para explicarle.
Entré al interior del pabellón, había dos chicos valencianos que me habían estado esperando pacientemente. Ahí había estado la bolsa de vida de las 50 millas, que había sufrido un retraso en la salida, para esperar un poco a las lluvias, y un recorte en el recorrido, para evitar ciertas zonas especialmente resbaladizas, después de la lluvia y el trasiego previo de corredores. Uno de ellos me calentó tres trozos de pizza, que me pimplé sin rechistar, tenía hambre y estaba hasta las pelotas de barritas del Decathlon y de unas proteicas de Nick (que, por cierto, estaban cojonudas). Comí dulce, golosinas, y lo que pillé. Si es que en carrera el estómago no me suele fallar, parezco un aspirador. Eché un pis en el baño y me recoloqué los pelos y la cinta de la cabeza, parecía la loca de los gatos. Me embadurné los morros con cacao, aunque siempre se me cortan y no tienen remedio. Rellené botellines, y tras tomarme un café, salí del avituallamiento, antes de que diesen las 11 de la noche. El siguiente objetivo era llegar a Capafonts antes de las 8 de la mañana.
Me interné en la oscura noche, hacía más frío. Llevaba la segunda batería del frontal, pero como le había dado jarrete, me puse el frontal adicional, que para rato tenía. Tenía por delante una pista que me permitía correr, pero tuve que parar una vez a descansar lo justo. Tampoco es que hubiese piedras cómodas como para tumbarse, y no aguantaba mucho rato parada, porque me quedaba helada. 2 minutos con los ojos cerrados parecían media hora. Así que me obligué a trotar ligeramente, pero con el frío, las piernas estaban algo entumecidas. Y en cansancio, nos ha jodido mayo con las flores... Hubo algún tramo que me generó dudas, sobre todo entre los árboles, e incluso tuve que saltar el tronco de un árbol caído que obstaculizaba parte del camino. Lo común con la Prades Epic Trail dejó de ser común en un tramo concreto, donde tuve otro pequeño lío. Era la zona del antiguo refugio de la Mussara (Xalet de les Airasses).
Siguiendo el sendero, llegué a unas construcciones y una carretera que terminaba ahí, junto a una balsa. Seguí para arriba, el viento ululaba todo loco, y, de hecho, tuve que pararme a ponerme la térmica de manga corta encima de la de manga larga, y a encasquetarme el frontal por encima de la capucha de la chaqueta, para que no se moviera. Vale que soy la mismísima hija del cierzo y de Odín, pero madrecica del Pilar, cómo soplaba el aire. Yo veía que el camino seguía por detrás de las ruinas, pero no veía cómo acceder a él. Y vuelta la burra al trigo, y que no sabía. Veía un sendero por abajo, pero me parecía imposible alcanzarlo desde donde estaba, salvo que me tirase en plancha, y no era plan. Haciendo zoom en el reloj, vi un camino junto a la carretera que me dejaba en el mismo sitio, así que finalmente lo seguí, porque yo por más que volviese sobre mis pasos, no veía por dónde seguir. Seguro que de día se me hubiera abierto un mundo de posibilidades. Y por fin alcancé el sendero. Me puse a trotar para entrar en calor. Todo esto hablando sola.
Alcancé el refugio actual de la Mussara (recé para no despertar a nadie, si es que había alguien durmiendo dentro), y alcancé la carretera (que, sin yo saberlo, era la misma que había visto antes). Troté un rato por la carretera, hasta adentrarme de nuevo por los caminos. Los km transcurrían demasiados lentos, las horas demasiado rápidas, y todos los caminos parecían iguales. Hubo alucinaciones, no podía ser de otra forma. Gente, sombras, corredores, animalicos. En un momento dado, alcancé de nuevo el camino común con la Padres Epic Trail (en Camí Des Motllats). Pasé junto a algunas construcciones abandonadas (Mas des Cisterer), y pasé por el pueblo de El Bosquet, al que le di un rodeo (tal y como venía en el track). No sé si había un voluntario, o me lo estoy imaginando.
Según mi reloj, se habían cumplido los km de carrera, pero yo sabía que me iban a salir más de los marcados, entre vueltas por mi parte y brincos del GPS. De hecho, los siguientes km iban a ser la mar de entretenidos.
Comencé a subir, la subida se hizo interminable. Yo pensaba que era subir y bajar al avituallamiento, pero no, no fue así. Realmente, fue una subida fuerte, seguido de un continuo sube y baja, mientras rodeaba unos pedrolos tremendos, y quería sonarme de algo (por ahí había pasado, efectivamente). Vi unas luces al otro lado del cañón, hasta pensé que me llamaban, y quise pensar que era el avituallamiento, pero no podía estar más equivocada. De hecho, empecé a bajar, y yo pensaba que me dirigía ese punto, pero entonces, comencé de nuevo a subir. En un momento dado, hasta me entraron dudas, y cargué el track por tramos. Por supuesto, no veía ningún signo de civilización. En un momento dato, me pareció oír un rugido (¿?), de un felino que no era precisamente un lindo gatito. Aceleré el paso. Me tuve que parar también a recolocarme la cinta del pie, no sé qué había hecho que me molestaba más. Aparentemente todo estaba en orden, no habría que amputar.
Las horas pasaban, y los km seguían transcurriendo muy lentos. Miraba el reloj tras un millón de años, y había recorrido 200 metros. Yo estaba haciendo cuentas con lo que me quedaba de track, y pensaba erróneamente que desde Capafonts hasta Prades había 10 km. Y claro, no cuadraba con lo que me faltaba al pueblo. La noche empezaba a dejarnos, y se veían las primeras luces del alba. Estaba amaneciendo, y eso quería decir que eran cerca de las 7 de la mañana, y Capafonts sin aparecer en el plano. Yo creía que llegaba, pero me iba a ir más justo de lo que hubiera querido. Que no llegamos, me estaría diciendo Quique.
Apreté el paso, las piernas que km atrás estaban entumecidas, ya no lo estaban tanto. Trotaba con ganas, bajaba con ganas, hasta que llegué a un río y de nuevo, las dudas. Con lo cerca que estaba, no podía ser. Venga, que parece que el sendero sigue por aquí, pero los arbustos no me dejaban seguir. Hasta ahora, algunas dudas del camino se habían quedado despejadas al ver pisadas que seguro que correspondían a corredores. Pero aquí no lo tenía nada claro.
Me bajé otra vez al río. Me quería venir a la cabeza que ya dudé en ese tramo en su momento. De hecho, yo había pasado por ahí en la Prades Epic Trail, aunque en sentido inverso. Me empeñé en que el cruce era más arriba, y me puse a trepar por una especie de pared en una roca (roca+agua=error). Puse un pie, y a lo que puse el otro pie, se me fue el primero, y me deslicé ese pequeño tramo como en un tobogán, boca abajo, con tan mala pata que justo me di en la mejilla derecha un golpe. Me la toqué, todo en su sitio, pero yo iba como una moto. Acelerada perdida, me cagué en todo, volví a recular. Al final me subí, por supuesto el sendero no iba por ahí, tenía que ser mucho más sencillo.
Me bajé, arrastrando los pantalones (pobrecicos cómo iban a quedar), y cuando me volví a subir al sendero del principio, entonces lo vi clarísimo, un poquito más abajo, un mojón de piedras, y un sendero en clara subida. Vuelta a bajar, y vuelta al sendero. Ya eran las 7 y 20 pasadas, e iba cronometrando los km.
Poseída por una cabra montesa (bueno, estoy exagerando), empecé a correr como una locomotora, poniendo cada pie donde debía con precisión quirúrgica, no me reconocía. Veía el pueblo, por fin alcancé la pista, y mientras subía la última cuesta, sonaban las campanadas. Madre mía, que no llegaba... Alcancé un mural con una gran estelada (la había visto en la anterior carrera, pero no me acordaba de dónde con exactitud), y a mi encuentro salió una voluntaria. Con el corazón al mil, le dije que si podía seguir, y me dijo que no había recibido orden de lo contrario. ¡Menos mal! Pasé al interior, le dije que me había dado un golpe en la cara, y me dijo que ya veía el golpetón. Me toqué la mejilla, tenía un huevo. Al final, recargué sólo un botellín, comí un poco y aproveché para quitarme el cubrepantalón, que estaba con barro (y un siete en la culera), la térmica de manga corta, el frontal y los guantes. Entonces vi un WhatsApp de Raúl, que se había levantado, y al no verme, había entrado en pánico. Claro, en el fragor de la batalla, no había mandado finalmente ningún WhatsApp, creyendo que a ese avituallamiento iba a llegar antes de que se levantara. Le mandé un audio tranquilizador, le dije que no se asustara del golpe (porque vaya huevo llevaba), y le dije que aún me quedaba un cacho.
Y ya salí del pueblo, hacia el camino que me quedaba por recorrer, al final unos 6,7 km, con algo de repecho final, pero vamos, que lo tenía ya casi. Total, estaba yo ensimismada en mis pensamientos, cuando miré la hora, las 8:55. De repente, se me iluminó una bombilla en la cabeza (inserte aquí emoticono de “facepalm”), pero chiquilla, que sólo tenía hasta las 10:00 para llegar, ¿en qué momento se me había ido de la cabeza? Si además es que era llegar, hacer chufa e irme, nada de acicalarse ni cosas varias. Madre mía, no me lo podía creer, me tocaba correr, y no poco precisamente.
Uno de los bastones (el que se había atascado y estiré más de la cuenta) se había quedado fofo perdido, no se mantenía en su posición y no hacía más que doblarse, como una pichina floja (si no meto algún símil bruto, no soy yo). Así que agarré los dos en la mano y me puse otra vez a correr como si no hubiera un mañana, cronometrando cada km. “Venga, cada km en menos de 10 minutos”, y creedme, con las patas como estaban, y encima en subida, eso era todo un reto. Por fin alcancé el último paredón, casi lo subo de golpe. La senda serpenteaba en subida (dudas ahora no, por favor), y por fin, trepando como una posesa, alcancé el alto del sendero. Ya se veía una señal, “Prades por el camino”, poco menos de 2 km. Yo miraba el reloj, corre, que te da tiempo.
Entré en Padres como una exhalación, giro por aquí, pasé junto a mi coche, y cuando vi en el reloj que me quedaban unos 5 minutos, apreté aún más el paso, entrando por fin el pabellón, y dando por fin finalizada mi carrera tras prácticamente dos días (1día 23h 57m 38s). Casi 48 horas frenéticas, dos días con sus correspondientes noches. Ahí estaba Mónica, con la que me fundí en un abrazo, y por fin pude recibir mi medalla de finisher, doradita por ser top 10. Top 4, más bien, los que habíamos terminado (el veterano en carrera había terminado hace 8 horas, casi nada). Segunda de la general femenina, éramos 2.
Fruto de la explosión de los últimos km, de la cafeína, de las gominolas y de todo el batiburrillo que llevaba encima, me puse a hablar por los codos con Mónica, alguna voluntaria, y poco después María y Edgar, los que habían hecho equipo, pero no pudieron finalizar. Yo era un torbellino de emociones, y un guiñapo de mujer, también, con los labios cortados, el moratón en la mejilla, y llena de manchurrones de barro. Mónica me trajo un poco de hielo, que me puse en la mejilla. Justo entonces me llamó mi padre: el seguimiento se había perdido (no lo sabía) y estaba preocupado por mi (por eso era reticente a dar el seguimiento), pero había hablado con Raúl. Y tras la foto en meta, me fui para la ducha a ver si era capaz de quitarme la mugre. Y sí que pude, sí. A temperatura cercana a la del núcleo de la Tierra, me di una ducha de 10 minutos que me dejó en la gloria. Los daños, pues menor de lo esperado: adiós a algunas uñas del pie, la arruga del pie había aguantado el tirón, y sorprendentemente no tenía ninguna rozadora. El hecho de que no hubiera hecho calor precisamente también había ayudado. Y la cara... Pues después de 48 horas, tenía una cara de cansada que se cagaba la perra, como era de esperar. La mejilla me recordaba a Angelina Jolie en Maléfica, y los labios, como estaban cortados, me hacían sonreír como la Duquesa de Alba. Las zapatillas Adidas del 2022 estaban reventadas, con agujeros y hechas un asco, así que decidí que era el momento de jubilarlas, esas no volvían a Zaragoza.
Algo más recompuesta, y bastante más limpia, salí de ahí y estuve un rato en el pabellón, comiendo y bebiendo algo. Martin Scofield, que había estado durmiendo por la noche ahí, vino a verme, me vio la cara de cansada, me dijo que sobre todo durmiera algo antes de irme a casa (era la intención). No cogía ahora el coche ni loca. El speaker se reía conmigo cuando me preguntó por una palabra que definiese la experiencia, y le dije, sin titubear, que “agónica”. Agónica y brutal, si se podía añadir otra. Porque anda que no hubo momentos en los que realmente dudé de conseguirlo. Y es que seguir tu track a tu aire había añadido estrés adicional a la prueba.
Comenzó la entrega de premios para algunas de las categorías pendientes de las 200 millas, y para el resto, y justo en el fragor del momento, me entró una flojera tremenda, vamos, que me iba por todos lados, fruto supongo del relajo y de parar de golpe. Fui al baño (falsa alarma), y con un careto demoníaco, salir a recibir mi trofeo, junto a la alemana, que estaba hecha un pincel, igualito (es lo que tiene dormir y descansar, y, además, ser joven). El trofeo tenía una piedra pegada, para que no se nos olvidasen las que habíamos tenido que esquivar o pisar en el camino. Aún tocó subir al escenario a hacernos una foto grupal, yo no podía ni con la copla.
Y así es como esta prueba, no precisamente de alta montaña, se cuela en el Top 3 de carreras más duras que he hecho hasta la fecha. Es más, diría que la que más (con dudas con la Canfranc - Canfranc, menos km, pero de alta montaña). Y es que, entre giros, vueltas y dudas, me había recorrido al final unos 172 km con unos 7.700 m de desnivel positivo. Casi nada lo del ojo, y lo llevaba colgando, que dice Raúl.
Estuve un rato de charreta, comí algo, además de un croissant de chocolate que me dio Mónica que estaba que te morías, y tras tomarme un ibuprofeno, me tumbé un rato a medio dormir en el mismo pabellón, a pesar del musicote que había (“El tractor amarillo” y otros grandes éxitos de hoy y siempre), ya que todavía estaban entrando corredores de las 200 millas (de unos 40 que salieron, acabaron la mitad). Dormir, dormir, no es que durmiese todo el rato, por la música, y por los dolores cada vez que me movía, pero al menos pude desconectar durante 2 horas. Y de ahí me levanté, para comer otro poco más, así como un sándwich a tope de nocilla que me preparó una voluntaria. Ahora parecía un aspirador, tenía un hambre tremenda (la ventana metabólica se quedó abierta una semana, al menos el hambre, que lo de la ventana me parece que dura una hora). Después de asegurarme de que me encontraba bastante mejor, ya salí del pabellón, sobre las 5 de la tarde, para irme a casa. A esas alturas, pude ver la llegada de los últimos corredores de la ultra de 200 millas, con alguno de los cuales pude hablar. La verdad, distaba mucho de mis planes originales (hubiera querido comer en casa), pero tuve que adaptarme a las circunstancias. La vuelta fue tranquila, y me encontraba bastante despejada, a pesar de las circunstancias. En casa tocó poner lavadoras y prepararme todo, que al día siguiente tenía que trabajar.
Los días siguientes fueron de recuperación, y, sobre todo, de asimilación de todo lo vivido. Y es que esta carrera ha sido un aprendizaje, pero de los grandes. Desde el punto de vista técnico, lo primero de todo, había sido un entreno brutal a nivel mental, ya que había sido una carrera que había corrido prácticamente sola. Pero sola sola. Y sin el prácticamente, vamos. La cabeza había tirado como nunca lo había hecho, aun con amenazas de auto boicot. Lo segundo, por fin había dado con la tecla de la gestión del sueño, porque dormir, dormir, lo que se dice dormir, no pude apenas, así que por fin di con el combinado que mejor me iba para aguantar el tirón. Y es que hasta ahora yo había recurrido a geles, gominolas y mejunjes varios, pero ya sé qué tipo y marca es la que mejor me va, o más me aguanta (Energy Boost de Victory Endurance). Se acabó lo de tomar según qué geles a lo loco. Lo tercero, tuve que lidiar con los dolores que inevitablemente surgen en semejante distancia, así que aprendí también a adaptarme a ciertos ritmos, y a remontar en los momentos flojos. Y, por último, la importancia de llevar el track “por si acaso”, y, sobre todo, a interpretar las dudas en los senderos, menos es más, o como el principio de la navaja de Ockham, muchas veces la explicación más sencilla es la más plausible, o trasladado a la carrera, probablemente el camino más sencillo y lógico sea el que debes tomar (nada de trepar rocas ni luchar contra arbustos).
A nivel personal, veo que lo de hacer cábalas cuando me enfrento a algo nuevo, es un error. Al final, con mi estimación de horas, me pillé los dedos, pero bien. Además, me alegra ver el colchón humano que tengo detrás (mis padres, Raúl, mis amigos), que se preocupan, animan y velan por mí en la distancia (los comentarios del grupo Andandaeh fueron tronchantes, con mis entrenos no-entrenos). Pero admito que me gustaría no preocuparlos tanto, porque me preocupo “menos” yo por mí que ellos de mí. Me apasionan tanto estas burradas, que reconozco que pierdo un poco la perspectiva del miedo. Respeto siempre, eso sí. No somos del todo conscientes de la preocupación que se genera ante tamañas locuras. Porque claro que tienen un punto de locura, pero mucho de pasión. La felicidad que tenía yo camino de conseguirlo es simplemente indescriptible. Es tan complicado de describir, que salvo que se viva y se comparta, es imposible de transmitir.
Toca recuperar, y afrontar los próximos retos. Este año me he propuesto ser más “selectiva”, y cuando digo selectiva, me refiero a espaciar las carreras, ya que me encantan, y me apasionan, y disfruto mucho del ambiente, pero cuando te enfrentas ya a ciertos km, yo necesito recuperar la tranquilidad los fines de semana entre medias, y aprovecho a estar con mi gente, mi familia, Raúl, y saborear los pequeños detalles, las escapadas, los viajes, que eso forma también parte del entreno, pero, sobre todo, forma parte de la vida.
Si has leído hasta aquí, mi más sincera enhorabuena por leerte probablemente mi crónica más farragosa, y detallada, eso también. He querido dejarlo todo documentado, que me viene muy bien como análisis de aciertos y errores, y cuando me falle la memoria, aquí queda.
Y quería rematar esta crónica con una serie de agradecimientos. A la organización, por sacar adelante esta locura de prueba, por el mimo, por el seguimiento, por la preocupación. No es una carrera al uso, y requiere de una férrea logística. A los voluntarios, por tanto, por el cariño puro y a raudales, por el cuidado, por la ayuda prestada como agua de mayo en cada uno de los avituallamientos y en las bolsas de vida. A Mónica Crespillo, por su mimo y cariño, es más maja que las pesetas. A Santi, esa llamada cafeína que marcó un punto de inflexión. A toda mi gente, por los ánimos, seguimiento y cariño vertido (gracias también, Xavi). De verdad que muchas gracias, la soledad del corredor de fondo se hizo mucho más llevadera. A mis Andandaeh, estáis como cabras, pero lo que me he podido reír releyendo las conversaciones.
Seguimos para bingo, sin dejar de sonreír y de disfrutar. Próxima parada: maratón de Zaragoza, pero de manera diferente. Toca ser las piernas de los chicos de Special Olympics. Promete ser una experiencia muy especial.