UTMB hasta donde el corte llegó

la_hansen
Carreras de montaña
19/09/2023

Vaya por delante, como diría Jordi el de mi club, que no pudo ser. Me hubiera gustado que esta crónica hubiera sido un relato épico, donde tras una travesía rodeando el Montblanc, y superando una serie de vicisitudes, conseguí cruzar meta. Pero no lo conseguí, aunque alcancé el km 130. Pero la experiencia vivida es tan especial, que merece una crónica a la altura de las circunstancias. Y aquí va, con sus luces y sus sombras, sus cosas buenas y sus cosas malas.

La travesía previa que me llevó a esa salida ya más o menos la he ido explicando en otras crónicas. La posibilidad fue gracias a las cien millas del valle de Arán, y ahora me veía, algo más de un año después, afrontando estas nuevas cien millas. UTMB es la carrera de Trail running por excelencia, con tantos defensores como detractores, mítica, mundialmente conocida, la Meca del Trail. Es una carrera que prácticamente todo corre montes quisiera correr alguna vez en su vida, pero para gustos, colores.

Yo venía de tres semanas de vacaciones por Vietnam, en la que caminé mucho bajo un sol abrasador. Llegué a casa un domingo, trabajé tres días, y el jueves 31 de agosto volaba a Ginebra. El día previo me dio por llamar a Aena, y casi me da un síncope cuando me dijeron que los bastones no pasarían la seguridad ni plegados. Yo volaba con Vueling porque, supuestamente, los bastones plegados estaban permitidos a bordo. Finalmente hablé con Samu (el chico de Burgos con el que compartí carrera en la Canfranc del año pasado); él llevaba ahí ya unos días (el lunes había arrancado la TDS, pero el primer corte lo dejó fuera porque estuvo un rato recuperando en el avituallamiento), y me dejaría sus bastones. Menos mal.

La noche previa la pasaba en Ferney Voltaire, el lado francés del aeropuerto de Ginebra. Estaba alejada del ambiente de carrera, pero es cierto que dormí de cojón de bien y bastantes horas. Iba en solitario, Raúl no me podía acompañar porque no puede elegir días de vacaciones.

La mañana del viernes amanecí con nervios, pero con ganas. Ya con todo preparado, me dirigí de nuevo al aeropuerto, donde cogería el Alpybus que, tras hora y media, más o menos, me llevaría a Chamonix por fin. En el aeropuerto coincidí con Yesi, una chica ecuatoriana que estaba nerviosa porque, por una serie de problemas con su vuelo, no había podido coger otro bus. No había logrado comprar el ticket y no sabía si podría a bordo. Su marido corría como yo y ya estaba en Chamonix, en un apartamento que habían alquilado. Cuando llegó el chófer, le pregunté y me dijo que, sin problema, así que aliviada subió conmigo.

Nos sentamos juntas y empezamos a hablar fluidamente. Vio mi mochila y le dije que ahí llevaba todo, excepto los bastones que me iban a dejar. Me dijo que, si quería, podía dejar su mochila en su apartamento, y accedí porque estaba a un paso de la salida. Mi idea original era dejar semejante mochilón con la bolsa de vida, pero se me había ido un poco de las manos y dudaba mucho que me cupiese en la bolsa que daban.

Por fin llegamos, ella ya se fue al apartamento con su marido, Eric, que vino a recogerla, y yo me fui con todo a buscar el dorsal, fui con todo por si sonaba la flauta y podía dejar la mochila de vida. Iba como los conejillos asustados de la carretera, con los ojos muy abiertos mirando todo, el majestuoso Montblanc que se levantaba a un paso, el glaciar que brillaba bajo el sol, el ambiente, los bares y restaurantes, la cantidad de tiendas... Sin más dilación me fui a por mi dorsal, y con todo el peso de la espalda, vi que no podía dejar la bolsa de vida hasta las 14:00, maldita sea.

Me fui de ahí y me di una vuelta por la feria, iba loca perdida de tienda en tienda, la de marcas que había, la de productos, pero eso sí, qué caro todo. Era como la feria de muestras, pero en pijo y de cosas de correr. Ahí también estaban los stands de algunas carreras que pertenecían al grupo, como por ejemplo la de Tailandia. Risas en el stand de Dynafit (yo iba de arriba a abajo), y piqué con un pantalón Hoka edición UTMB, y un conjunto muy mono de Scott de pantalón y camiseta. Es que no tengo remedio... Quedé con Samu, que me dejó sus bastones.

Ya me fui hacia la zona de restaurantes pegada a la salida, y oh sorpresa, de repente me encuentro con Mónica Olivera, estaba por trabajo, claro (trabaja en el grupo UTMB). Me senté con ella y un par de compañeros de la Valle de Arán, y ahí estuvimos un rato. Le dejé las compras en una bolsa, así como el salchichón de nueces que había comprado el día de antes (¿había dicho que no tengo remedio?) para que se lo llevara en el coche y así aligerar un poco (tampoco aligeré demasiado, me temo).

Me comí una ensalada de pasta que había comprado, y ya me fui al apartamento de Yesi y Eric. Ahí me cambié de ropa y me puse la de carrera, y terminé de apañar la bolsa de vida. Quería ir al baño, pero no había forma, así que me rendí. La verdad que hacía más calor del que esperaba, casi echaba de menos la falda Otso que finalmente había decidido no llevar.

Me fui otra vez al pabellón para dejar la mochila de vida. En el camino me crucé con Juan Nieto (al que conozco de Peñalara y Guara de 2018) y también con Benoît, el belga con el que coincidí en VDA el año pasado. ¡Qué sorpresa! De vuelta, por fin vi a Daniel del Río, de Trail Running Zaragoza, a Lurdes Palao, y también un par de chavales de Zaragoza, a uno de los cuales ya había visto en la Canfranc y cuando ejercí de voluntaria en Aneto – Posets.

Me puse con Dani, su mujer Raquel (había hecho la maratón) y los dos chavales por la plaza triangular (Pl. du Triangle de l'Amitié), lugar de salida de la carrera. A ver, visualizando, éramos unos 2500, no éramos la élite, hacía un calor de justicia, corredores y no corredores se apelmazaban entre las sombras de los árboles y la escalinata, era un poco desastre encontrar un lugar donde poder salir y no morir de calor al mismo tiempo. Imagino que, con suficiente antelación, te garantizas un buen sitio, pero el calor no te lo quita nadie.

Conforme pasaban los minutos, el ambiente se cargaba más, de esos nervios, esa tensión previa a la salida. Ya quedaban unos pocos minutos, el maestro de ceremonias, al que era incapaz de ver, empezó a hablar, en francés, luego inglés, en español, nos iba lanzando un discurso que poco a poco te iba emocionando, a mí el corazón me daba volteretas, todo descontrolado, ni me creía estar ahí... Y llegó... La Conquista del Paraíso de Vangelis, y ahí los lagrimones se me escaparon, si es que lo escribo, y casi me está pasando lo mismo. El encanto del momento lo rompió en parte un inglés que había junto a nosotros, comenzó a hablarle a su cámara (imagino que para sus redes), “The place to be”. Y arrancamos.

El pistoletazo de salida dio lugar a una marabunta de gente moviéndose despacio, con cuidado de no caer ni pisarnos, hasta que poco a poco se deshizo el nudo, me moví a un lateral para evitar ser atropellada. La calle estaba a reventar, gente y más gente lanzando ánimos personalizados al leer el nombre de tu dorsal, carteles que te arrancaban una sonrisa “La TDS es más difícil”, “Por favor vuestra mierda fuera de los caminos”, y así en sucesión. Los primeros km iba en volandas, no me parecía estar corriendo. Yo no podía dejar de sonreír, en esos momentos no podía ser más feliz. Bueno, sí, haber visto a mi gente justo en ese momento, hubiera sido lo más.

Felicidad en estado puro
Felicidad en estado puro

Los primeros km se corren solos y se corren fácilmente, subiendo hacia Col de Vouza. Vi a Luci cuando ya llevaba unos cuantos km corriendo, “Samba di Janeiro”, le dije entre risas. El trazado de la UTMB es largo, con desnivel considerable, pero “sencillo” por lo que a técnico se refiere. No hay pedrolos, no hay pasos complicados, pero se corre, se corre mucho. Yo iba con la firme intención de generar todo el colchón de tiempo posible, ya que, como me había indicado Martin Scofield, el primer corte no era tan determinante como los intermedios hasta Courmayeur.

Pasamos por Les Houches. Conforme ganábamos altura, el paisaje se abría más, las vistas eran majestuosas al atardecer. Las luces del día se iban apagando, y en una de las bajadas decidí sacar el frontal que me iba a acompañar durante bastantes horas. Pasé por Sain-Gervais, el corte era a las 22:00 y yo pasaba a las 21:05. De momento era una hora de tiempo sobre el corte, así que en este avituallamiento me entretuve lo justo. El ambiente era brutal en el pueblo, y a la salida del avituallamiento, provoqué una auténtica ola en un bar en el que decidí entrar para usar el baño. Me puse el chubasquero porque empezaba a tener algo de fresco, e intuía que conforme subiéramos, la cosa se iba a complicar. Seguí para Les Contamines, eran las 22:49. El corte era a las 12 de la noche.

Atardecer
Atardecer

No recuerdo exactamente en qué punto, si fue entre ambos puntos o a la salida de Les Contamines, pero me metí la gran y única hostia de todo el camino en el tramo más sencillo que te puedas imaginar: un camino llano, sin piedras, solo un poco de gravilla y ya. Perdí la tracción del pie izquierdo, y fui a aterrizar con toda mi cadera izquierda en el suelo. Me tembló el cuerpo entero y me levanté como pude. Un chaval que veía la carrera acudió a toda pastilla y me preguntó en francés si estaba bien. Bien jodida, madre mía. No había daños graves, pero el moratón de la mano izquierda ya apuntaba maneras. Y eso que no vi el de la cadera hasta horas después. Por el camino, multitud de nacionalidades corríamos a la par: gente de China, Tailandia, Hong Kong, EE. UU., Canadá, Reino Unido... Hasta que por fin vi a un vietnamita, al que por supuesto le di la turra correspondiente con mi viaje. No tengo remedio...

Siguientes puntos de paso y de control: Notre Dame de la Gorge y La Balme (00:46 de la noche), avituallamiento. En este último punto aún pude coincidir con los chicos de Zaragoza: a Daniel del Río ya no lo volvería a ver, y a los otros dos chavales, cuyos nombres no recuerdo, aún los vi un par de veces en avituallamientos y por el camino hasta más o menos las 2 – 3 de la mañana. Los avituallamientos en carpas cerradas, como era este caso, era una auténtica locura: un montón de corredores apelmazados, oliendo a choto ya, como si fuera una Rave, pidiendo agua como si no hubiera un mañana (vamos, como si fuera una Rave, ¿no?). Agua, coca cola que no era coca cola... La coca cola venía en unas botellas de cristal que básicamente eran agua con gas mezclada con polvos. No era lo mejor, pero para adentro. Queso (Comté, Emmental...), salchichón de nueces, barritas de cereales, Snickers... Había comida, pero echaba en falta algún minibocadillo. Qué demonios, es algo que he echado en muchísima falta en las últimas carreras. Tiraba de mis barritas, pero sobre todo tiraba de galletas y lo que pillaba que veía que me entraba bien.

Subí hacia Col du Bonhomme. Y me pasó lo que normalmente me pasa en la segunda noche: me empezó a entrar sueño. ¿Cómo era posible? Lo único que se me ocurría es que, ante la ausencia de pedrolos, y marcada por el ritmo del de delante, mi cuerpo estaba entrando en stand – by por la vía rápida. Subí el rimo, adelanté poco a poco a algún corredor en la subida, y parece que engañé un poco al cuerpo. Llegué al Refuge de la Croix du Bonhomme a las 02:23.

Tocaba bajar de manera vertiginosa a Les Chapieux. Es una bajada no técnica, con parte de zigzag, y había algo de barro en algún tramo. Corrí lo que pude, aunque me estaba cargando las piernas al contener un poco la pisada. Como tuve que estar atenta, no me entraba el sueño. Eso sí, veía las estrellas con el choque de las zapatillas en mis no – uñas. Poco después alcanzaba el avituallamiento a las 03:09, salí de él a las 03:27. El corte era a las 05:15 de la mañana, lo que me daba algo de alivio. En este punto de control (o quizá el precedente) creo recordar que me revisaron parte del material, todo estaba ok.

Subimos hacia Col de la Seigne. El sueño volvió con fuerza, así que me tumbé unos 5 minutos junto a una caseta, donde había un asiático. Me levanté algo recuperada, y comencé la serpenteante subida, conforme ganábamos altura, el viento aumentaba, así como el frío. Saqué los guantes porque se me helaban las manos. Alguna nube en la cumbre nos bajaba la sensación térmica. Otra vez el sueño, me senté un minuto en una piedra, y tuve alucinaciones acústicas, me parecía que me llamaban por mi nombre en el punto de control. Me quedaba helada, así que seguí. Un poco más adelante unos voluntarios hacían un control. Había un pequeño fuego, quería calentarme las manos, pero me dijeron que, un poco más adelante, dejaba de soplar el aire. Así era, así que seguí.

Todo este tramo era inhóspito y a la vez hipnótico. Pasamos por Col des Pyramides Calcaires y Refuge Elisabetta. El día comenzaba a aclarar, para mi todo el recorrido era novedoso, así que flipaba con las vistas. Las bajadas en este tramo eran algo más agotadoras, pero llevadero. Otra vez el puñetero sueño. Antes de llegar a Lac Combal, me tumbé en una piedra (ya había amanecido) ante la atenta mirada de dos voluntarios. Por detrás llegaba Luci. Yo no lo sabía, pero esos 5 minutos dieron para un par de fotografías que luego se colgaron en redes que darían pie a muchas coñas entre mis amigos. Parecía que me había echado la siesta del siglo y fueron realmente cinco minutos (hasta el voluntario alucinaba de lo corto que había sido). No era la única, era fácil ver a corredores por los laterales del camino, tumbados con los ojos cerrados y en posición fetal.

Alcancé Lac Combal a las 08:07, ahí volví a coincidir con Luci. Tocaba guardar frontal y sacar las gafas de sol, aunque no había mucho sol todavía. Seguí con el chubasquero puesto. Repuse fuerzas, me senté un rato, saludé a un noruego, fui al baño, y salí de ahí a las 08:35. Me tuve que quitar el chubasquero al entrar en calor. Coincidí con una chica albanesa (terminaría la carrera), que lucía unos rizos impecables y admirables. También con un amigo de Juan Nieto, con el que ya había coincidido en algunos tramos de la carrera. Tocaba subir hacia Arête du Mont Favre, las vistas del lado italiano de la carrera eran simplemente brutales. El sol ya lucía y amenazaba con calentar de lo lindo. Llegué al control a las 09:55.

Después de dejar Lac Combal
Después de dejar Lac Combal

Tocaba bajar hacia Courmayer, previo paso por Checrouit - Maison Vieille. Scofield me había avisado que la bajada se hacía en parte por pistas de esquí, que era de las que te dejaba los cuádriceps bonicos del todo. Correteé lo que pude, pero procurando no cargar demasiado, hasta que llegué al refugio a las 10:41, donde volví a coincidir con Luci. Ahí, una simpática italiana gritaba “pasta, pasta, pasta”, y aproveché para darle a la pasta con pommodoro, y ya que nos poníamos, fromaggio. Me sentó de maravilla, era la primera comida caliente que tomaba en toda la carrera. Además, intuía que Courmayer iba a ser un follón de gente (acerté). Visita al baño, y para abajo (en esta carrera fui tan pichi que el 99% de mis meadas fueron en baño).

Coincidí con una pareja de canadienses. El camino permitía correr, pero reservé un poco de piernas para el cacho final, por un camino de tierra que soltaba mucho polvo, muy empinado, y justo por debajo del teleférico. Tras lo que me pareció una eternidad, por fin llegué al polideportivo de Courmayeur a las 11:51, donde vi en la entrada a Yesi. El cierre de este control era a las 13:15.

Fui a por mi bolsa de vida y me metí en el centro deportivo que estaba hasta arriba de gente. Mesas y más mesas ocupadas por corredores y sus respectivos acompañantes, era incapaz de ver un hueco libre. Localicé a Luci en una de las mesas y me cedió una esquinita, la mesa estaba a tope de otros corredores. Le eché un ojo al golpe de la cadera: llevaba un raspón ensangrentado y un moratón considerable (también en el brazo). Yo tenía un calor de la hostia, y fui al baño a intentar cambiarme de ropa de manera integral. Aquí comencé a acumular errores que me irían lastrando hasta el final de la carrera. Para empezar, no podía cambiarme en condiciones, al menos fui incapaz de encontrar un lugar, salvo en el baño, minúsculo, pegada a una esquina y tratando de no pisar el suelo medio encharcado. Tal y como estaba de sudada, el cambio total de ropa no tuvo el efecto terapéutico que esperaba. Me mojé la cabeza, el cogote, la camiseta, con la firme intención de bajar la temperatura corporal. Ya cambiada, fui a la zona de comida. Estaba llenando un botellín y de repente, una voluntaria me arreó un pisotón en el pie izquierdo que me dejó templando. No era aposta, pero hostia si dolió en mis no – uñas. Digo lo de no uñas porque a raíz de las ampollas bajo las mismas en el Aneto Posets, se me habían quedado huecas y gran parte de las del dedo gordo se habían ido a hacer puñetas. Me había estado curando con mercromina (mano de santo según mi suegra), pero no tenía los pies para tirar cohetes.

Comí algo, no comí nada caliente, yo no llevaba ni plato ni cubiertos, porque lo de llevar tus propios cubiertos no lo había leído en el material obligatorio y di por hecho que era porque deban. Error. Bueno, los macarrones del avituallamiento previo venían con su plato y cubierto, así que menos mal que me había dado por comer más tranquilamente (acierto total). Tras lo que me pareció una eternidad, abandoné el punto de control a las 12:46, marcando, sin saberlo, el principio del fin.

Hacía calor y me costaba arrancar por el asfalto. Había que correr (eso ya lo sé ahora), pero no terminaba de arrancar, es como cuando paras en Benasque demasiado rato, cuesta horrores arrancar y subir hacia Cerler. Me tumbé un par de minutos, y ya tiré hacia arriba hacia el refugio de Bertone. La subida, con toda la chicharra, venía festoneada de multitud de asiáticos en carrera que se paraban en los laterales, yo no sé cómo no se morían del calor con los refajos que llevaban. Y de repente, grata sorpresa: el señor del pantalón Compressport roto, ahí estaba corriendo (ahora con un pantalón íntegro), junto a él Paul, el rumano al que le mentaba la comida de su país, qué buenísima casualidad. El chico de Compressport era portugués, aunque hablaba perfectamente castellano. Con ambos coincidí en la VDA y eran lo que yo llamaba “amiguis de carrera”.

Fuimos salvando poco a poco el desnivel hasta alcanzar el refugio a las 14:46. Remojé la cinta de la cabeza y me llevé el gran susto: el siguiente control no estaba en Arnouvaz a las 18:15, sino en el refugio Bonatti a las 17:00. ¿Cómor? Juro y perjuro que la tabla de tiempos que consulté en la web no tenía ese corte horario. Mientras escribo, lo he vuelto a mirar, y no, no sale. Pues habría que apretar. Y apretamos. Un chico español me siguió, porque el camino permitía trotar, y, de hecho, apretando llegamos al control con algo de margen (16:38). Los sirocos estos que me daban me espabilaban y todo.

En el refugio Bonatti paré lo justo. Ahí volví a coincidir con una corredora que llevaba una pierna ortopédica, a la que ya le había dicho antes que era simplemente asombrosa. Luci la había visto pasar un rato antes, y al chaval del Compressport le había perdido la pista. Sin más dilación, salí de ahí pitando. El chaval español que había ido a mi lado creo que tenía intenciones de abandonar. Yo, hasta donde se pudiera.

Arnouvaz estaba a unos 5 km, con descenso en mayor medida. Pareció una eternidad también, pero llegaba ahí a las 18:01, apenas 14 minutos sobre el cierre del control. Cuando ya me estaba marchando, llegaban corredores a toda pastilla en el límite, una chavala de Bahréin entre ellos, que por cierto (spoiler), finalmente pudo terminar con cierta cojera. A estas horas de la tarde, el calor empezaba ya a irse. Tocaba la subida hasta Grand Col Ferret. Conforme subía, hacía más fresco, y me coloqué el chubasquero. Pasé por el control a las 20:19. Tocaba bajar en dos partes: hasta La Peule y finalmente a La Fouly. Ahí tocó correr, y mucho. Tuve que apretar el paso porque veía que se me iba el tiempo. Era de noche cerrada cuando alcancé La Fouly a las 22:24, apenas 6 minutos sobre el límite. Conforme llegaba, ya nos metían prisa, el control cerraba y debías abandonarlo antes.

Reposición exprés de comida y líquidos, salí del control para afrontar el siguiente tramo. A todo esto hay que decir que yo iba completamente a ciegas, no conocía nada del recorrido, y eso lo pagué pero bien. Estaba con sueño y me eché una de mis microsiestas, hasta que de repente llegaron los escobas, mal asunto. No obstante, me dijeron que iba bien, y tiré para adelante.

Algo a tener en cuenta de los escobas en esta carrera es que básicamente hacen un barrido del recorrido para que no se les quede nadie en la cuneta. No te aprietan con el tiempo. Lo digo porque, cuando alcanzamos a un corredor, ellos ya se pusieron a su par, y yo tiré para adelante, confiada excesivamente. Me crucé con una chica asiática, no recuerdo su nacionalidad, pero la pobre estuvo vomitando en parte del recorrido, le dije si necesitaba algo pero luego se recuperó.

Este tramo era tan sencillo que empecé a dar traspiés de puro sueño. Yo miraba para detrás, a ver si los escobas me alcanzaban, pero nada. De cuando en cuando veía alguna proyección de luz, pero llegó un momento, y mira que es difícil en esta carrera, en el que me quedé completamente sola. ¡Grandísimo error¡ Sin referencias de ningún tipo, iba a ciegas. Iba confundida, de hecho. Alcancé un pueblo, y empecé a dudar de si estaba siguiendo los reflectantes de las carreteras o los de la carrera. Ahora por aquí, ahora vuelta allá. La calle estaba completamente desierta, ni un alma, y yo estaba pensando ya que me había confundido (y eso que llevaba el track disponible, pero me quedaba poca batería y si me entretenía en cargar, la liaba aún más). Al final salí de ese entuerto y acabé avanzando por un camino hacia la negrura más absoluta, me pareció ver un frontal a lo lejos. Pasé por un control no vigilado, y por fin empecé a subir por el que intuía era la parte final hasta el control. Miré el reloj: los km avanzaban, pero yo no veía civilización. Mierda.

Empecé a correr y a acelerarme. Manda cojones que en semejante tramo de habas se me iba a pasar el tiempo. Me hablaba a mí misma mientras rebasaba a algún corredor y yo pensaba para mis adentros: “que no llegamos”, pero esta vez de verdad, no como en la Costa Blanca Trail con Quique. Correr, y correr, y correr, pasé a la chica que se había puesto pocha, su pareja me animaba a darlo todo. Yo miraba el reloj y hacía que no con la cabeza, las puñeteras 2:31 de la mañana, el cierre había sido hace un minuto. Empecé a oír una cuenta atrás en francés, y justo cuando el gabacho de turno decía un “C’est fini” lapidario, yo aparecía como una puta locomotora en lo alto de la cuestecilla, me lanzaba a tumba abierta al control de Champex-Lac y rezaba en todas las lenguas posibles.

No me sirvió de absolutamente nada. Musité un por favor con los ojos como platos del sofoco que llevaba (no de llorar, de correr), y el chico ahí me dijo que no. Madre mía, mil pensamientos se agolpaban. Le dije que yo no había salido en la carrera delante precisamente, pero les dio igual, me dijo que eran dos minutos. Según la App, me había pasado 01:41, y según la cuenta atrás, y si ves el video, son unos segundos. “Las reglas”, me decían. Yo me reía por dentro, las reglas son como son, pero el caso es que yo había salido en carrera donde había salido. Me decía que, en cualquier caso, no llegaría al siguiente control a 5 km y una hora. Bueno, pero eso si no se intentaba, no se iba a saber tampoco, digo yo.

No me salían las lágrimas, no me reconocía. Seguí diciendo lo confuso del pueblo, pero rien de rien, que dirían precisamente los gabachos. A lo que me di cuenta, un señor me cortó la coletilla de detrás (el chip) y un cachito de mi dorsal frontal, lo que cercenaba por lo sano mi sueño de la UTMB. Me quedé fría como el puto acero. Llegó la moza de las náuseas, yo no sé si se enteraba de la hora o no, pero flipaba con el corte. Se medio echó a llorar y me echó los brazos. Yo no quería llorar, yo quería prender fuego al avituallamiento.

Pasé adentro, pues a tomar por culo, qué le íbamos a hacer, me había quedado a medias. ¿A medias? Miré el reloj, me marcaba 132 km, aunque supuestamente era el km 127. 130, ni para ti ni para mí, con sus 7200 m+ de desnivel como una casa, en 32.5 horas. Oye, que me podía dar con un canto en los dientes. Ahí en el avituallamiento estábamos la chica asiática con su pareja, un japonés que se caída de sueño y con náuseas, y yo. Un chiste de Eugenio, vamos.

Con este panorama, pregunté cómo volver a Chamonix, porque yo juro que no sabía ni dónde estaba. Me dijeron que había un bus a las 03.00. Intenté conectarme con mis datos, pero no pude: claro, estaba e Suiza, y el roaming ahí no me rulaba porque no tenía saldo, pero sí datos. Desesperada, le pedí a la organización conectarme a la supuesta wifi que me detectó el móvil. Me miraron como si les estuviera pidiendo la cartera, pero finalmente, y entendiendo que NO tenía otra forma de comunicarme, me dejaron conectarme. Escribí a Yesi, que casualmente estaba despierta porque estaba intentando sacar un billete de avión. Me dijo que Eric se había retirado en mi mismo punto, pero unas cuantas horas antes por problemas estomacales. Una auténtica lástima, iba muy bien de tiempo. Le dije que iba a ir al apartamento, pero no sabía a qué hora llegaría. Lo de la hora fue de traca matraca por un cúmulo de circunstancias. Luego llegaron los escobas, y después alguien del control me decía que “para el año que viene”. “Y mis cojones 33”, le quise decir, pero opté por hacer el símbolo de la pasta y poner los ojos para arriba, Si, claro, ir a UTMB es como quien se apunta a una carrera del Pirineo, nos ha jodido mayo con las flores. Yo estaba algo “decepcionada”, no lo podía evitar, supongo que por la inflexibilidad, pero bueno, las reglas son las reglas, ¿no?

¿Recordáis el bus de las 3? Un escoba me dijo que siguiese a un señor de polo rojo. Yo no veía a ningún señor del polo rojo, y tiritando, fui dentro del control a esperar. Y cuando le pregunté a una voluntaria que dónde estaba el bus, me dijo que se había ido, y que si no me había enterado de la movida, que ella había avisado y todo. ¿Perdona? Me pillaba floja, yo creo que si no le hago la onda vaselina y la mando al lado italiano por la vía rápida. Fui más diplomática, y mirándola profundamente, le dije: “Llevo dos noches sin dormir y 130 km en las patas, ¿crees de verdad que me he enterado?”. Siguiente opción: tenía que esperar hasta las 5 de la mañana. ¿Cómor? No recuerdo los motivos, mi audición a esas horas estaba limitada y la comprensión en inglés más todavía, pero que sí, que tenía que esperar hasta más allá de las 5, y que tardaríamos dos horas en llegar a Chamonix porque ese bus iba a dar una vuelta del copetín.

Ya resignada, me dediqué a vagar como alma en pena por el avituallamiento en el que sólo quedábamos el japonés medio moribundo y yo. Los voluntarios andaban recogiendo y yo pedí unos Snickers, arramblé con todo los que pude (me podía haber llevado tranquilamente una caja). Me estaba quedando fría del parón y temblaba como una hoja, a lo que la voluntaria de antes me dijo que me podía meter al bus, que ahí se estaba caliente. Ejem. A ver, que no pido que me metan en una cama, que me acunen y me canten nanas en francés hasta que me duerma, pero juro que me sentí triste de cojones, sin una pizca de humanidad, un algo, yo que me sé. Una mantita, un algo. En fin, que igual es que pido demasiado. Poco despotriqué para la hostia que llevaba en esos momentos. Y no me gusta, no, que se supone que hay que ser muy agradecida.

Dando traspiés y con un dolor de patas considerable, por fin me fui al bus en el que supuestamente se estaba más caliente. No, no se estaba más caliente. Era un bus de línea, donde apestaba a corredor trasnochado (había unos cuántos metidos dentro), y a donde fui a contribuir con mi propia humanidad. Aún me sigo preguntando por qué estuvimos esperando tanto. Yo estaba con un destemple considerable y me quedé medio dormida de malas maneras con la cabeza retorcida. El bus por fin arrancó, a las 5 y pico, y nos llevó a Orsières, Suiza. Ahí subimos a un autobús de mayor recorrido, lo único que le pedí, con cariño y por favor, al conductor, es que si podía poner la calefacción. Seguía helada.

El camino se hizo largo, hizo varias paradas para dejar a corredores en otros puntos donde me imagino se alojaban. El autobús paró para dar paso a corredores que seguían en carrera y que tenían que cruzar la carretera. Uff. Y por fin llegamos a Chamonix, eran las 7 pasadas de la mañana, yo estaba destemplada a más no poder y encima para más inri, despejada. Una mujer nos dijo dónde buscar las bolsas de vida, pero opté por ir al apartamento de Yesi. Ya la buscaría después.

Tuve que tirar de Google Maps porque no sabía ni dónde estaba, el autobús no me había dejado en la estación de buses, como yo creía. Me tocó pasar por cerca de la línea de meta y ver a corredores cómo terminaban. El cuajo que estaba teniendo, madrecica del Pilar. Llegué al apartamento, me dejó entrar un señor al portal (Yesi no me oía), y al final llamé a su puerta, la pobre se levantó medio sonámbula. Yo me fui para la ducha, para quitarme toda la capa de roña que llevaba encima. El moratón de la cadera daba ya auténtico pánico. Hablé con Raúl, estaba triste por no poder seguir, con mi suegra, lo mismo, mis padres (mi padre especialmente cabreado por los dos minutos del francés)... Luci seguía en carrera (la neutralizaron a las 8:40 de la mañana), Benoit, Juan Nieto, Daniel seguían (y pintaba que iban a terminar, y terminaron), y Lurdes había abandonado, así que le pregunté si estaba bien y qué había pasado (fue por sobrecarga en la rodilla).

Yesi y Eric se levantaron, tomé un té para intentar apañar mis tripas. Me quedaba todo el día por delante (mi bus a Ginebra no salía hasta las 9 de la noche), y tenía que sobrevivir como fuera. Se trataba de darle la vuelta a todo, y tratar de vivir la experiencia hasta el final. Había buffet final, y precisamente había cogido el bus tan tarde para poder quedarme hasta el final. Está todo pagado, que dirían mis compañeros de club, así que, a vivir la vida loca, y a tomar por el culo todo.

No obstante, el día fue un tanto agónico, por el sueño y el cansancio, mayormente. Acompañé a Yesi y Eric a comprar, dimos una vuelta hasta meta (querían buscar al entrenador de Eric, ecuatoriano creo recordar pero que vive en España). Se vino al apartamento un rato, y mientras ellos hablaban de la carrera y le comentaba a Eric cosas de los entrenos, yo me morí tumbada, no podía más. Después me dieron de comer (gracias, de corazón), y fuimos a por las bolsas de vida. Ver todo el ambiente de meta, con gente llegando poco a poco, era un poco martirio, que no soy de piedra, pero al menos se me habían pasado las ganas de incendiar el arco.

En el camino nos encontramos con una chica colombiana pero que vivía en España, había coincidido con Yesi en una de las bases de vida (Yesi lo tuvo muy complicado para moverse entre puntos de control, el transporte estaba complicado y lento). Era una corredora de la PTL (la de 330 km que hacen en paralelo, en equipos y sin marcaje alguno) pero que abandonó al segundo día porque el tiempo había sido muy malo a principios de semana. Yo hablé un poco de lo que había pasado, de otras carreras que había hecho, y la conversación derivó a unos derroteros que me pusieron pelín de mala leche, pero me contuve (aunque Yesi me dio la razón). Más o menos, y resumiendo, esta corredora me dijo que las carreras que yo le nombraba (Canfranc, Aneto Posets) eran carreras “de pueblo” que no conocía nadie, que UTMB es UTMB, que es como si hablas de McDonald’s, que hay otras hamburguesas que a lo mejor son más buenas pero que no era lo mismo. Hombre, precisamente la comparación con McDonald’s no era la más acertada, yo EVITO ir al McDonald’s, salvo casos de supervivencia pura y dura (no hay nada más abierto, mayormente). Pero no, no estaba en absoluto de acuerdo con lo que me estaba diciendo. Y explico por qué. UTMB es un carrerón, eso sin duda alguna. Es un negocio muy rentable, mueve mucha pasta, mucha gente, pero es un carrerón, mítico, La Meca del Train Running como he dicho al principio, el recorrido es majestuoso, y me quedé con las ganas de completarlo. Pero defender UTMB no tiene por qué echar por tierra otras carreras “de pueblo” o más humildes, en las que los organizadores se vuelcan y ponen todo su cariño. ¿Canfranc? Un carrerón brutal como la copa de un pino, sigue siendo lo más técnico que he hecho hasta la fecha. ¿Tena? Le tengo tanto respeto que aún no he vuelto, no me siento preparada. ¿Aneto Postes? Tres veces que la he hecho, ya digo todo. En todas ellas, un cariño brutal por parte de los voluntarios. ¿VDA? Tal y como le dije a Mónica Olivera más tarde, en mi opinión, lo estaban haciendo muy bien. Pertenecen al grupo UTMB, pero la madre tiene cosas que aprender de la hija: dos bolsas de vida (al año que viene 3), lugares preparados para dormir, mantas... Que, por supuesto, hay margen de mejora, pero es normal.

Y viceversa: defender esas carreras más humildes no tiene por qué desmerecer a UTMB. No es necesario, hay cabida para todo porque, sobre todo, y, ante todo, son carreras que hacemos por gustera, no por obligación y que, se mire por donde se mire, no son esenciales para la vida. Por tanto, todas las carreras pueden coexistir, unas más bonitas, otras no tanto, otras con bolsas de corredor brutales, otras más sencillas. Y el consumidor elige cuál le conviene, pero repito, que no son excluyentes. Yo le había dicho rotundamente a Raúl que no volvía a UTMB (no me creía), y, sin embargo, en mi cabeza ya pensaba en echar para el sorteo del año siguiente. Iba a estar más complicado, y había echado por tierra un pase directo, pero tenía que mirar para adelante. Y si no se podía volver, tampoco pasaba nada. Había vivido bastante la experiencia, aunque por supuesto, cruzar meta es algo que te dispara las endorfinas hasta la puñetera estratosfera.

La cabeza iba virando a pensamientos más positivos, además con 43 castañas, las cosas se ven un poco diferente, y no es que me hubiese invadido el espíritu de Mr. Wonderful de los coj**** (que diría mi amiga Conchi), sino que había que darle la importancia justa. Lo que no quita para que terminar me hiciese una ilusión tremenda, pero no quería tampoco regodearme en el dolor. Afortunada que era de poder vivir esa experiencia. Yo me quedé un rato en el apartamento, organizando el equipaje y tumbándome mientras Yesi y Eric se iban a la entrega de premios, a ver si con suerte interceptaban a Courtney Dalawer, flamante ganadora de la UTMB, para que le firmase un cencerro para su hija. Lo consiguieron.

Y cuando volvieron, nos fuimos a la “pasta party” que decían. Ahí nos juntamos con los chicos de Zaragoza, Daniel y Raquel su mujer, más maja que las pesetas. Y empezó el cachondeo. Primero, pasé una vez con mi dorsal, con Yesi (el dorsal de su marido), y nos pillamos tartiflette (receta que por cierto aprendí a hacer en mi viaje a Francia). Después, fuimos a por bebidas. Nos parecía poco, y empezamos a coger botellas de mosto ya de golpe (me preguntaba la moza que cuántos éramos, yo le dije que más de 5). Eric luego pasó con su dorsal, luego repetimos... Vamos, que me harté de comer, beber (sin alcohol) y de reír. Vi un mensaje: mi bus a Ginebra centro se retrasaba 85 minutos (¡!), así que más madera, a seguir comiendo, bebiendo y riendo.

Le dije a Yesi que mil gracias por todo, por su generosidad, y que esas cosas buenas que te pasan son muchas veces lo mejor de las carreras. Yesi se emocionaba, pero era la más pura verdad, a lo mejor ella no corría ultras, pero es que eso no define tu calidad como persona. A lo mejor nos daba sopas con honda a muchos de nosotros. Que confiase en mí, que me dejara dejar mis cosas en el apartamento, que tuviese ese detalle, que me dieran de comer, eso es oro puro. Qué pareja más maja, bien saben que, si vienen a España, los esperaré con los brazos abiertos. Queda gente buena, de verdad...

 Y ya sin más me tocó despedirme de Dani y Raquel, de los chicos de Zaragoza, y de Yesi y Eric, con la mochila a cuestas y 18 mini chocolatinas Snickers me iba al bus que me llevaría a Ginebra. El bus fue un poco infernal, me tocó sentarme detrás, donde el motor, y pasé un calor del demonio. Me medio dormí (si es que no había dormido nada), y por fin llegué a Ginebra. Me costó un poco encontrar el hostal, atravesé el barrio rojo de Ginebra que ni sabía que existía, hasta que por fin llegué al alojamiento, y ahí compartí habitación con otras 3 chicas. Llegué tan tarde entre unas cosas y otras, que lo único que hice fue prepararme las cosas del día siguiente y echarme a dormir.

No es que durmiese demasiado bien; tenía las piernas hinchadas, y el costado izquierdo me dolía de la hostia que me había metido. Me di una ducha, bajé a desayunar (me sentó fenomenal), y como no me aclaraba mucho en cómo llegar al aeropuerto, opté por ir a pata (4km), apurando demasiado, si es que no tengo remedio. Tras los controles de seguridad, por fin me situé en mi puerta de embarque, y ya me monté en el avión. En poco menos de dos horas, estaba de vuelta en Barcelona, y ya cogí el tren de vuelta a Zaragoza, donde Raúl me vino a buscar. Luego lavadoras, descansar, e intentar recuperar, mientras digería un poco las emociones.

Tenía sentimientos entremezclados, porque me hubiera gustado vivir la experiencia al completo, pero, por otro lado, podía estar contenta de todo lo que había vivido. Y, ante todo, ante experiencias así, que realmente son un regalo (y cuando digo “regalo” no es por el precio, desde luego, que había pagado completamente, pero es evidente que me puedo considerar privilegiada de que la menor de mis preocupaciones sea terminar o no una carrera), es difícil tomárselas a mal. Pero siempre hay un aprendizaje, por pequeño que sea.

Lo primero, me había sorprendido a mi misma (y mucho) de cómo me había tomado la neutralización. Mi yo del pasado se hubiera deshecho. Y ojo, que no lo veo mal, los sentimientos los tienes a flor de piel, pero supongo que procuro relativizar y ver el lado bueno de las cosas. No sé si eso es bueno o malo, pero o le daba la importancia justa, o me volvía loca. Y no quería eso. De hecho, quería dejar a un lado la rabia para, si vuelvo, hacerlo con ganas.

Lo segundo, que era más capaz de lo que creía, que es cierto que no había podido ser, pero esos ramalazos que me dieron en los que me puse a esprintar, hasta me sorprendió sacar fuerzas de donde no creía tener. Lo que estaba claro que había tomado nota mental de los fallos: demasiado parón en Courmayeur (con cambiar de camiseta y calcetines, probablemente me hubiera bastado), demasiados micro sueños que realmente no me quitaron el sueño (merece más la pena correr todo lo posible, y ya se parará si el colchón de tiempo lo permite), y, sobre todo, demasiado caminar en los llanos que pedían correr. Y mira que soy la primera que corre en esos tramos, pero había sitios en los que no tiraba, ya fuese por calor o lo que sea. Y si veo que hace calor, pues merece la pena salir de corto y portar las mallas largas, aunque tampoco creo que fuese lo más determinante. Pero, ante todo, correr y correr todo lo posible, ya que no me conocía el recorrido, y no sabes lo que te puede esperar.

Y, por último, pero lo más importante sin duda: yo soy “rica”. No, no por haber ido a la carrera, que la verdad que requiere un desembolso de dinero cuanto menos notorio (y eso que no me había salido mal del todo), sino por toda la red de apoyo que me rodea, mi gente y mis seres queridos, mis amigos, mi familia, toda esa gente que había estado pendiente, que me había dado ánimos, que me había ido siguiendo, que se habían emocionado, que sentían profundamente que no hubiese podido seguir. Conozco a mucha gente, es verdad, y es cierto que, con el tiempo, vas estrechando el círculo del cariño, pero quien queda vale oro, y en eso soy muy afortunada. La salida desde Chamonix no hubiera tenido sentido sin toda esa red de apoyo, sin ese cariño. La vida realmente tiene sentido con todo eso. Gracias por todo vuestro cariño, de verdad que lo agradezco de todo corazón. A mis amigos, a mi familia, a Raúl. Gracias por velar por mí, gracias por estar ahí.

Me quedo con todo bueno, que es lo que realmente merece la pena. Con lo que me hace reír y sonreír: las 18 chocolatinas Snickers (es broma), el cariño de Yesi y su pareja, los podcast entre Lurdes y yo, que recordaremos siempre (y que sigan), los paisajes de ensueño, la ola que me hicieron en el bar en el que visité el baño, reencontrarme con muchas caras amigas de la VDA, las risas en la cena buffet, las botellas de mosto que rulaban con alegría, todo el lado italiano, con su pasta al pommodoro, las piedras del camino, tan planas y tan cómodas, “Conquest of Paradise” de Vangelis, que me sigue poniendo los pelos como escarpias, una salida multicultural y multitudinaria, con múltiples nacionalidades, en las que lloré como si fuesen mis primeras cien millas, y en definitiva, 130 km, con sus 7200 m de desnivel positivo acumulado, que se dice pronto...

Con Lurdes Palao en la salida, esos podcast previos...
Con Lurdes Palao en la salida, esos podcast previos...

Yo no sé si volveré o no, porque esto requiere de muchos factores: que te toque el sorteo, que tengas ganas, que te encaje en fechas, que la parafernalia no te eche para atrás (hago muchos nervios con tantos factores). No sé si volveré al año que viene, o al siguiente, o tardaré más o menos, pero lo que sí sé es que la Vane es afortunada, y que no se retira. Eso sí que lo sé.

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