Me inscribí a la 8K del valle de Tena justo antes de que subiera el precio de las inscripciones, teniendo ganas de volver a intentar después del intento fallido de 2018. Yo ya había comprobado que la tabla de cortes horarios había cambiado, y que en resumen, a base de rebajar media hora por aquí, otra media por allá, etc., pasaba de 26 horas tope a 24. Casi nada lo del ojo y lo llevaba colgando. Y como acto de fe, me apunté, y a ver si sonaba la flauta… Tiempo después me tocaron dos dorsales gratuitos para la prueba. Como yo ya estaba apuntada, no me devolvían ni un euro, pero intenté recuperar parte de la inscripción (que parecía que dolía menos). Y otro tiempo después me tocaba la inscripción de la Ultra del Aneto. Una racha increíble, ¿a qué si? De aquí a multimillonaria un paso.
Hasta el GTTAP, los fines de semana pasaron con tan pasmosa velocidad, que a lo que me quise dar cuenta me quedaba sin ellos. Y otro año más que no atacaba una cumbre del Garmo Negro antes de irme de vacaciones… Luego llegaron las vacaciones, tres semanas de desconexión (tampoco parón, me cuesta estarme quieta), y ya me incorporé al curro teniendo una semana antes de ir a Panticosa.
El viernes salí de Zaragoza a una hora prudencial (con el coche de mi padre, que el mío sigue malito, y lo que te rondaré morena), fui a por el dorsal, y ya me replegué a Tramacastilla de Tena para intentar descansar en la medida de lo posible. La salida era a las 5 de la mañana y el madrugón era cojonudo. Lo tenía todo preparado y la mochila abultaba más de lo habitual, ya que el cubrepantalón y los guantes impermeables eran obligatorios (daban lluvias difíciles de precisar el sábado por la tarde, según “La meteo que viene”).
El sábado me levanté a las 3 y media de la mañana, y tras prepararme me dirigí a Panticosa con unos nervios crecientes y un run run en el estómago que no veas. Arrancar siempre cuesta y siempre da pereza, el tema es pasar ese rato lo mejor posible hasta que el cuerpo se entona, que en mi caso suele tardar unos 10 km... En la zona de salida vi a Sergio Lanuza, que ejercía de escoba en el primer tramo, y también a Elsa y a su chico, que estarían en algunos de los controles. Me animaron, y me uní al grupo de unos 150 corredores que íbamos a salir. Alguna cara conocida, nervios, y para adelante. Ahí estaba Paul Sánchez, tras dudas de si salir o no, salía, hacía bien, así al menos se conocía la primera parte del recorrido (ya ha hecho la 4K un par de veces). También Ángel Hernando, al que hacía bastante tiempo que no veía.
Arrancamos con brío, el control hasta la cabaña de Yenefrito era justo pero factible, a la hora y cuarto pasaba por ahí, y ya comenzaba a picar para arriba. Los primeros pechugazos los hice sin bastones, no por nada, pero como sabía que habría piedras hasta la bajada en zeta al balneario, prefería llevar las manos libres. Los manguitos hace rato que me los había bajado, enseguida entras en calor cuando te pones a correr. El siguiente control fue en la cabaña de Brazato, no exactamente ahí porque lo habían cambiado ligeramente (había boda, según supe después). Ahí me encontré con Paul, que decía llevar intenciones de retirarse en Casa de Piedra. Repuse fuerzas, me eché cuatro risas con los voluntarios diciendo que como “estaba todo pagao”, como dicen los del club, que la filosofía era punto en el que me retirara, me dedicaría a comer como en una boda. Guardé el frontal, saqué las gafas de sol, y arranqué decidida a afrontar el tramo más duro antes del Balneario. Sólo estábamos media hora por encima del corte, más estricto este año. Era un frenesí. Me alcanzó también Aarón Medou, un corredor mulato que es más majo que las pesetas.
Esta vez lo encaré mejor que el año pasado. Después de haber pasado tres veces por Salenques, afrontaba con mejores ganas el caos de granito antes de retomar sendero. Granito, piedras más pequeñas, y también alguna bajada de tierra suelta que mi mente ni recordaba. En esos caso, culo al suelo y apoyar por donde pudiera… Tuve que pararme después a sacarme las piedrecitas que se me habían metido por dentro de las zapatillas (que como llevaba mejor atadas no me causaron el daño del Aneto…) Este tramo lo compartí en parte con un corredor que conoce a mi hermana (y cuyo nombre ahora no recuerdo) y con el que ya había coincidido en el Aneto. Finalmente, tras un tramo de bajada que mezclaba tierra y piedras, alcanzamos el ansiado sendero en zeta antes del balneario. Tocaba correr, pero esta vez sin estamparse contra el suelo. Saqué los bastones, y empecé a correr en la zeta, cronometrando cada kilómetros de bajada mientras el balneario se veía un poco más cerca… 15 minutos, 12… Parecía no llegar nunca. Alcancé un cruce, y me rayó ver que las señales iban para otro lado y no hacia el balneario, además que no coincidía con el track que tenía descargado de la página de la carrera. Les pregunté a unos senderistas, ¿no estaría tirando para el Garmo Negro sin darme cuenta? “No, que he visto pasar a otro…” Los minutos transcurrían, las 12 y media ya… y por fin alcancé el avituallamiento, 2 minutos después, con el corazón a toda pastilla y esprintando como una posesa, mientras los voluntarios aplaudían como locos. “5 minutos de cortesía, recarga agua y arrancar”. Me recibió Elsa; su novio y ella me rellenaron los botellines, me dieron membrillo, me pusieron algún trozo de plátano en la mochila y me guardaron algún pastelillo. Con el corazón todavía dando tumbos, arranqué con los escobas (Javi el bombero y su novia Laura). Lorenzo pegaba de lo lindo y hacía mucho calor.
Arrancar fue criminal. Me obligué a ir comiendo un poco más para recuperar fuerzas, pero el calor era casi agobiante. Algún corredor rezagado bajaba la senda hacia el balneario por abandono. Por ahí alcanzamos a Aaron, subía algo más lento que yo, pero baja infinitamente mejor. Los escobas nos iban animando mientras la cosa tiraba para arriba, cada vez más. Algún corredor francés nos iba haciendo la goma, el cansancio se iba notando. A mitad de cuesta me encontré a Patxi de la Escuela Rusa, toma sorpresa.
Esta vez iba más al loro de las marcas, y prácticamente seguí al pie de la letra las mismas, subiendo cada vez más, mientras el sendero daba paso a un terreno más pedregoso. El año pasado el camino estaba algo desecho y los escobas me hicieron subir por trozos alternativos. Aaron echó la mano atrás en su mochila y de repente, ¡un fuet!, sacó un fuet y empezó a comer para recobrar fuerzas. Di que sí, tanta barrita y tanta leche no puede ser buena… Una nube, otra nube, uy qué bien, ya no hacía tanto calor. De repente, empezó a tronar. “No, rayos no, por favor”. Empezaron a caer gotas, unas pocas al principio, y cada vez más. “Nos vamos a mojar”, decía Javi, mientras íbamos a lo oscuro sin remedio. Recargué un botellín en una de las bajadas de agua, y ya no quedó otro remedio que sacar el chubasquero. Las gotas eran cada vez más abundantes, y de repente, granizo, para dotar de mayor epicidad a la experiencia. El cielo retumbaba, y aceleré el paso, recobrando fuerzas en la subida de donde ni sabía que las tenía. Aaron se quedó un poquito por detrás. La cumbre estaba cada vez más cerca, a ratos paraba de llover, y al poco volvía otra vez. Alcancé la cresta, la bordeé con cuidado (lo veo en fotos y os juro que me da más vértigo que en directo), y ya alcancé el control a las 3 y media de la tarde, más o menos. Ahí no había ni gaitero ya, ni fotógrafo (Ramón, no hay forma); en semejantes condiciones, habían tenido que bajar, bastante hacían los voluntarios aguantando el tipo…
Me puse a bajar enseguida. El primer km era demencial, recuerdo que el año pasado no hice más que agarrarme al voluntario francés (Charly) y fue un desastre, casi no bajo. Esta vez con los bastones, y gracias a la lluvia que había compactado en parte la tierra, bajar no fue tan dantesco, y poco a poco fui dejando atrás la cumbre del Garmo Negro. Aaron, con las fuerzas recuperadas e infinita mejor técnica que yo, me alcanzó y siguió bajando. Seguía lloviendo, también. Una vez que dejaba la tierra y me enfrentaba a las primeras rocas en la bajada, los dos escobas me dieron alcance. Yo no recordaba tanta roca, la verdad. Qué cojonuda es la mente. La cosa empezaba a resbalar un poco y les comenté a los dos que el terreno se complicaba, y que ya veríamos qué pasaba si llegaba en tiempo a Bachimaña, pero que lo veía complicado. Me medio caí de una piedra, y mi rodilla izquierda (otra vez, como el año pasado), rozó una roca, moratón al canto. Laura me dijo que no me quería desanimar pero que puede que la zona de césped estuviera chunga. El barrizal era interesante y ya no recordaba una zona de mi cuerpo seca. Que cerraran el grifo, por favor, por piedad, jajajajaja.
Me lo tomé con filosofía y desconecté el chip, disfrutando de lo que quedaba del recorrido, sin mirar el reloj o si acaso lo justo. Sin matarme, sobre todo. No estaba el terreno para hacer heroicidades. Poco a poco fuimos salvando la distancia hasta el refugio, mientras por walkie preguntaban por el dorsal 81 (yo) así como de algún retirado, y de otros tantos que no aparecían. Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, alcanzamos el refugio, yo iba feliz de la vida, fuera de corte, eso sí (eran las 6 de la tarde, el corte había sido a las 17:30 y sin embargo, estaba entrando 35 minutos antes que el año pasado), mientras nos recibían los voluntarios.
Y ahí estaba, la mujer que me limpió los petetes en el Ángel Orús en 2018, la que el año pasado “me quitaba la vida” cuando me comunicaba que no podía seguir el año pasado en ese mismo refugio de Bachimaña, mientras yo lloraba por aquel entonces como una magdalena como si me estuvieran matando. Lo primero que me dijo, nada más verme, “Pero Vanesa, no me guardarás rencor del año pasado, ¿no?”. No, mujer, qué rencor ni qué rencor. Le dije que no, que no pasaba nada, que bastante había hecho con la climatología, y que lo único que quería era entrar en calor y bajar al balneario. Que estaba feliz, y que si volvía, lo haría a la 4K, que quería conocer que se cocía más allá de Bachimaña (aunque hay una pequeña parte final que no coincide con la 8K). También estaban de voluntarios Neme y Jesús, me recibieron con un abrazo.
La mujer del año pasado me puso un vaso de caldo aneto para entrar en calor, me preparó un sándwich con extra de Nocilla (¡gloria bendita!), y después me condujo a un baño con calefacción, donde pude cambiarme de arriba a abajo de ropa: la térmica larga, las mallas largas (formaba parte del material obligatorio), calcetines secos… Ya parecía otra cosa.
Y al rato emprendí la bajada al Balneario, acompañada por los dos escobas. Una vez llegamos otra vez al refugio Casa de Piedra, uno de los voluntarios me llevó a Panticosa, donde yo tenía aparcado el coche. Me acerqué un rato a meta, y me encontré con Mónica, la mujer de Ánchel (lo estaba esperando, hacía la 4K), con la que estuve un buen rato de charreta antes de volver al coche.
Ya me fui a Tramacastilla, y tras una ducha reparadora a la temperatura del núcleo, me fui a cenar con Jordi y su mujer. No tenía el estómago para muchas hostias, pero comer una hamburguesa no me vino nada pero nada mal. Luego caí en la cama durante 9 horas, casi sin enterarme. Podría haber ido a Zaragoza del tirón, pero no me quise arriesgar, aún recuerdo el cansancio volviendo de Benasque… Comprobé que tanto como Jorge (Gorka) como Fonsi habían acabado (y muy bien) la 4K. Menudas dos maquinorras. También comprobé que Aaron seguía pasando controles y que seguía en carrera. Sentí una punzada de puñetero orgullo, olé tú.
A la mañana siguiente me acerqué a Panticosa para recoger mi mochila de vida, y estuve un ratico con Ana (se tuvo que retirar de la 4K), que esperaba llegar a Guille de la 2K. Se había venido arriba subiendo, y lo vimos bajar con calambres al pobre… pero repetirás, te lo digo yo. Ahí comprobé en la web que Aaron había terminado en 24 horas justas, y me alegré por él, se lo merecía. Recuperé mi dorsal, y estuve hablando un rato con Sergio Lanuza, Natalia (escoba de la 4K íntegra), Elsa y Sergio (Elsa me dijo que le dieron ganas de decirme que me quedara en el Balneario, cuando me vio en el control, y pasara el resto del día con ellos, pero que me vio tan ilusionada que cualquiera me frenaba en la salida: rubia, menuda cabezuda soy)… También a Sergio de mi club, que corría la 2K junto a Carl y su novia Yolanda, Jorge Escorihuela… Elsa me dijo que me quería llevar a alguna de sus escapadas por el monte, para vivirlo de otra forma. Razón no te falta, rubia.
A cabezudas no nos gana nadie. Volveremos...
Y ya me marché a casa, al final opté por no quedarme a comer. Ya en casa puse la lavadora con el contenido de la mochila, que caminaba sola. La combinación sudor-lluvia es indescriptible…
La verdad que he de reconocer que aunque me hubiera entusiasmado completar el recorrido, me encontraba menos chafada que el año pasado, o incluso tras mi abandono voluntario en la ultra del Aneto. Ayudaba también haber entrado en Bachimaña fuera de corte, porque verme en la tesitura de decidir… como que no, que me conozco de sobra. Llego a entrar en corte y sigo… llueva o truene… Lo había luchado y peleado, y aunque fuera complicado por el corte horario, pues merecía la pena intentarlo. Y qué narices, había bajado media hora, no está mal para no haber entrenado como hubiera querido…
Volver, no creo que vuelva, no a esta distancia (no… de momento). No es por nada, no es un adiós, es un hasta luego, pero quiero asegurarlo mejor. Quiero tener trillado el Garmo Negro, sobre todo la bajada. Quiero conocer el resto del recorrido. Lo ideal es apuntarme a la 4K, en la que lo primero que se hace es afrontar la subida al Garmo Negro, buena manera de empezar, pero se afronta “fresco”, y no con todo el pedregal previo sobre las patas… Los tiempos de corte de este año eran más exigentes. Factibles, pero exigentes para alguien como yo, que dista mucho ser el perfil de montañera que esta prueba exige. Se podría entrar en el debate de si es mucho o poco, pero cada carrera es un mundo, cada una tiene sus medios (voluntarios, despliegue, instituciones), y hay para elegir aquello que consideres que más se ajuste a tus objetivos. Lo que es desde luego algo obligatorio es que cada uno de nosotros seamos responsables de estudiarnos al detalle los perfiles, los tramos, y saber los tiempos disponibles: yo lo sabía, desde luego, y sabía de su dureza, pero me merecía la pena y mucho sacar el máximo de mi e intentar ir a mi tope. Y debes probarte, y testearte, y saber hasta dónde puedes guerrear. No basta con distancia y desnivel, necesitas conocer el tipo de terreno, y por supuesto, meterte en harina y patearlo, porque lo que leas en el papel no tiene nada que ver. Yes, soy de las que se imprime los libros de ruta. Luego no hay dos carreras iguales, ni siquiera siendo la misma: la climatología, las circunstancias, son tan variables, que puede haber un mundo de diferencia. Desde luego, ocurre en el mundo del trail, ya que el asfalto es mucho más comparable entre sí.
La ultra de Tena es la carrera más dura a la que me he enfrentado nunca, incluyendo el Aneto-Posets. La tecnicidad del terreno (desde luego, hasta Bachimaña, ya que no conozco el “más allá”) dan poca tregua, lo que la han convertido en la carrera más frenética que he hecho nunca. También una de las más espectaculares, y ambas (Aneto y ésta) son de las que quedan grabadas en la retina para siempre. Lo dije en su momento y lo mantengo: el Aneto-Posets, a pesar de su longitud (105 km, pero similar desnivel a Tena), es más factible para corredores menos cañeros como yo. La holgura de tiempos y las treguas del terreno te permiten recuperar el resuello después de pegarte una buena paliza. No tengo fotos de por dónde pasé, pero estoy convencida de que mis padres alucinarían de las características del terreno en el valle de Tena. Esta experiencia por supuesto es un aprendizaje más, que te hacen tener más respeto si cabe a la montaña.
El cuadro de honor de esta crónica lo merece AARON MEDOU. Hasta ahora había coincidido pocas veces con él en carrera, pero siempre que así ha sido, ha tenido un comportamiento ejemplar, amén de las veces que sé que ha ayudado a corredores en apuros. Majo como nadie, buena persona, y un luchador. Tío, enhorabuena por tu carrera, por la emoción que tuviste que experimentar y por lo mucho que te lo curraste. Te mereces haber cruzado ese arco de meta con todos los honores, y lo único que me pena es no haber sido testigo de tu experiencia. Subir como yo, y yo bajar como tú, ya tu sabes. Que esto sea sólo el inicio de más sueños por cumplir. El momento “saco el fuet de la mochila” va a pasar al anecdotario de carreras digno de reseñar.
Le quiero dar especialmente las gracias a Jordi y su mujer, Ana, que me trataron fenomenal antes y después de la carrera. Muchas gracias de todo corazón. Espero Jordi que pronto la lesión quede atrás, y que puedas recuperar los trotes por el monte. Las distancias ya veremos, que hay tiempo para todo, y la verdad que no han recorrido ni nada tus piernas.
Y quería cerrar esta crónica dedicando unas palabras a ti, que me estás leyendo hasta el final. Sueña alto, busca retos que te ilusionen como nunca. No permitas que nada ni nadie te frene. Si nunca sales de la zona de confort, nunca sabrás de lo que eres capaz de hacer. No hablo de sólo correr o de ultras, hablo de cualquier tipo de reto que te ponga los pelos de punta. Sólo tú sabes de lo que eres capaz de hacer, sólo tú conoces tus límites y sólo tú sabes realmente hasta dónde puedes llegar, tu historia detrás de tus circunstancias y la mochila de condicionantes que cargas. No hablo de utopías (yo quisiera medir más, pero va a ser que no, jajajajaja), hablo de retos factibles, y creedme, sois más capaces de lo que creéis. Que la ilusión sea el motor de vuestras vidas, vosotros tenéis las herramientas. Os lo dice alguien que su primer maratón de asfalto lo completó en casi 5 horas y el año pasado rebajó la marca a 3:30. No, no volveré a la 8K de momento, pero con mejores destrezas, cómo no voy a volver. Coño, que soy la Hansen ;) Me encanta seguir soñando e ir alcanzando retos que nunca hubiera imaginado, que me ilusionan, que me hacen sonreír cada vez que me acuerdo de ellos. No pasa nada, por muchas veces que os caigáis, podéis volveros a levantar. Somos afortunados de poder tener las vidas que tenemos... De que los problemas nuestros sean estos “del primer mundo”, de poder hacer las cosas que hacemos… No todos gozan de esos privilegios, así que dejad de miraros el ombligo, y salid a vivir la vida. Siempre lo digo, merece la pena, y todas esas experiencias que os llevaréis por delante. No es un rollo Mr. Wonderful de ser feliz permanentemente, rollo happy flower, eso es mentira, hay momentos para todo y habrás días que os parezcan un auténtico asco, pero vivir, tenéis que vivir, ya que estamos de paso. Y Ana, recuerda, nunca dejes de soñar con las montañas.
Continuará…